A Kiri le dolían los pies. En los últimos días había caminado de un lado a otro como jamás en toda su vida. Cada vez que la misi le concedía algo de tiempo libre, aparecía Amru para adjudicarle alguna tarea.
En ese momento, se dirigía a la aldea, completamente agotada. La ceremonia había terminado. La atención y el servicio a los invitados estaban en manos del personal de Ivon. Las esclavas domésticas de Rozenburg no podían competir con los elegantes sirvientes de librea, así que ellas se limitaban a acarrear las bandejas con bebidas y comida de la cocina al jardín; a partir de ahí, el distinguido servicio se hacía cargo de repartirlas y ofrecerlas con elegancia a los invitados. A Kiri todo aquello se le antojaba un tanto encopetado y pomposo, pero jamás había visto a misi Martina tan feliz como ese día y misi Juliette también exhibía una expresión alegre. Al comenzar la parte más social de la velada, Julie mandó a Kiri a descansar.
—Tómate un respiro, los próximos días no serán mucho más tranquilos —le había dicho.
Pero Kiri, a pesar del tremendo dolor de pies, no tenía ganas de descansar. En honor de los recién casados, el masra había repartido entre los esclavos una generosa ración extra de comida y las mujeres de la aldea llevaban desde mediodía preparando un gran fuego para cocinar el agasajo. Kiri sospechaba que, de no ser por la influencia de misi Juliette, el masra no les habría obsequiado con una comida tan opulenta. La misi había insistido en hacer a los esclavos partícipes de la celebración.
Y, además, en el festín de ese día, los esclavos estarían solos porque los guardas habían recibido también un pequeño barril de dram y tenían permiso para abastecerse de comida en la cocina. Probablemente, la mayoría de ellos estarían ya delirando, ya que, como norma general, dado el cargo que ocupaban, tenían prohibido beber. El masra se encargaba de vigilarlos de cerca.
Cuanto más se acercaba a la aldea, mayor era la intensidad con que le llegaba a la nariz el olor a pescado a la brasa. Su estómago emitió un fuerte rugido. No había comido nada desde la mañana.
En un extremo de la aldea se habían reunido multitud de esclavos. Se oían risas y algunos hombres estaban empezando a tocar los tambores. Kiri esperaba que estuvieran lo bastante alejados de la plantación y de la zona del jardín y que la fiesta de los tambores no molestase a los invitados blancos de la boda. Salvo ella, nadie parecía preocupado por eso, pues ese día tenían autorización para bailar. Kiri estaba ilusionada; hasta ese día solo había acudido a ceremonias que se celebraban a altas horas de la noche en la clandestinidad, en medio del bosque o entre campos de caña de azúcar.
Kiri aceptó agradecida la comida que las mujeres repartían y se sentó contra la pared de una de las cabañas más apartadas. Entretanto, había anochecido y el resplandor del fuego era lo único que los iluminaba. Los danzarines, que se habían ido congregando alrededor del fuego, arrojaban largas sombras fantasmales y Kiri se sentía arrullada por la música. Era una celebración festiva, no un ritual, y el ambiente era relajado. La gente se reunía para hablar, bromear y reír. Kiri se recostó saciada y satisfecha contra la pared fresca de la cabaña y cerró los ojos. Por un momento se acordó de su antigua plantación y de su tía Grena. Allí también solían celebrarse fiestas y, de niña, Kiri solía sentarse en el suelo y observar fascinada las centelleantes llamas de la hoguera mientras los esclavos danzaban alrededor.
—Eh, ¿estás dormida?
Kiri se sobresaltó. Ante ella estaba Dany, imponente y con la piel brillante cubierta de sudor. Agarró a Kiri de la mano con gesto decidido y la obligó a levantarse.
—Vamos a bailar.
Antes de que Kiri tuviera ocasión de responder, Dany la había arrastrado ya junto al fuego. Sin que ella hiciera nada especial, sus pies empezaron a moverse al son de los tambores. La vibración se extendió por sus piernas y después le invadió todo el cuerpo. De golpe, se sentía completamente despejada y no podía resistir el impulso de seguir el ritmo de la música. Entonces comenzó a danzar con los demás alrededor de la hoguera a un ritmo cada vez más frenético. Las mujeres que bailaban formaron un círculo interior mientras los hombres danzaban en torno a ellas por el exterior. Y, cada vez que se cruzaban, Kiri clavaba la mirada durante un instante en los ojos de Dany. La música era cada vez más intensa y el canto de los danzadores cada vez más fuerte.
Kiri se dejaba llevar por los demás, casi en un estado de trance. En un momento, cuando había perdido ya la noción del tiempo que llevaba bailando, alguien la agarró del brazo con fuerza y la arrancó de la polvareda de música y danza que se había formado en torno a la hoguera. Ella, mareada, trató de recuperar el equilibrio y entonces vio que volvía a tener a Dany a su lado. Sin mediar palabra, él le rodeó el rostro con sus grandes manos y le estampó un beso en la boca. Por un momento, Kiri creyó que las piernas le iban a fallar, luego un temblor cargado de emoción le recorrió todo el cuerpo. Jamás había estado tan cerca de un hombre. Dany le acarició los hombros y la espalda y mientras con una mano la estrechaba contra sí, con la otra buscaba el camino hacia los pechos. El beso se fue tornando en un suave empujón y Kiri comenzó a restregar su cuerpo contra el de Dany sin poder hacer nada por evitarlo.
—Aquí no…, ¿por qué no…? Es que los otros… —farfulló.
Él fue arrastrándola con suavidad hacia la oscuridad de las cabañas, cercadas por altos arbustos. Dany la posó con delicadeza sobre el suelo y Kiri se encontró tendida sobre un suave lecho de hierba olorosa. Sobre ella se abría el negro cielo nocturno salpicado por el fulgor esporádico de algunas estrellas; el resplandor lejano de la hoguera arrojaba una cálida luz rojiza. Cerró los ojos y se entregó por completo a las tiernas caricias de Dany. Había intentado contenerse desde el primer día que lo vio, pero su cuerpo sentía una irrefrenable atracción hacia él.
Más tarde, ambos quedaron tendidos y relajados en el suelo. Entretanto, los demás habían apagado el fuego y, desde la alfombra verde donde se encontraban, solo se oía un leve murmullo. Dany jugueteaba con el cabello de Kiri.
—¿Te has planteado alguna vez huir?
A Kiri le entraron ganas de reír.
—¿Huir? ¿Adónde? ¿Para que vuelva a atraparme otro? Soy una esclava.
—Sí, pero hay lugares donde también se puede vivir como… Bueno, donde nadie te encontraría.
—Bah —dijo Kiri con un gesto de rechazo—, eso serán historias que se cuentan por ahí. Hasta ahora, todos los esclavos que conozco que han intentado huir han sido atrapados por los guardas. Sueltan a los perros y los persiguen a caballo, y así son más rápidos. Y…
—¿Y?
Kiri agachó la vista.
—Me va bien con esta misi, no me puedo quejar. Sin mí…
—¿Crees que no sabría arreglárselas sin ti? —Dany soltó una risotada con desdén—. Kiri, una misi puede comprarse una esclava nueva en cualquier esquina. Después de una semana, no se acordaría ni de tu nombre.
—No, misi Juliette no es así. Cuando ella me… Cuando el masra me compró, ella acababa de llegar al país. Creo que desde entonces se alegra de tenerme a su lado.
—Bah. —Dany apoyó las manos en las caderas, con los codos abiertos—. Ahora en serio. Podrías venirte conmigo, yo me encargaría de que pudieras salir de aquí y… Un día como hoy nadie se enteraría. Cogeremos mi barca y para cuando alguien se dé cuenta de que te has ido…
—¡No! —replicó Kiri con indignación y, acto seguido, se levantó y volvió a cubrirse el cuerpo con la tela que le hacía de vestidura. De pronto estaba tiritando. Lo que acababa de vivir en brazos de Dany era indescriptible, pero de ahí a decidir esa misma noche marcharse con él, eso ni hablar.
Él adoptó una expresión de auténtica sorpresa.
—¿De veras no quieres? Yo creía que era… el sueño de cualquier esclavo…
En ese instante, Dany casi le inspiró lástima. Verdaderamente, daba la sensación de que le hacía ese ofrecimiento porque lo único que quería era ayudarla a escapar. Ella le tendió la mano como disculpándose y le acarició el dorso con ternura.
—Dany, no puedo tomar una decisión así tan fácilmente. Aquí me necesitan.
—Pero ¿al menos lo pensarás? Si fueras… mi mujer, jamás te faltaría nada entre los libres, te lo prometo.
¿Su mujer? Kiri se sintió completamente desbordada. Era la primera vez que yacía junto a un hombre y ahora resultaba que él ya estaba pensando en…
—Me lo pensaré. —Tras pronunciar estas palabras, Kiri lo ayudó a levantarse y ambos se dirigieron a la fogata.