El tiempo en la ciudad transcurría a toda velocidad. Cuando Karl volvió por tercera vez, ordenó a Julie y a Martina que regresaran con él a la plantación. Julie no quería, pero prefirió guardar silencio. No quería despertar la furia de Karl. Martina tampoco se mostró entusiasmada.
—Pero Pieter todavía no ha… —comenzó a decir Martina en un cauteloso intento de convencerlo.
—Sabrá encontrar el camino de vuelta a la plantación él solo —gruñó Karl—. Con que esté allí para la boda, es suficiente.
Tenía razón. Quedaban tan solo tres semanas hasta la boda y todavía faltaban muchos detalles por ultimar en la plantación. Con cierta desgana, Julie empaquetó sus cosas para regresar a Rozenburg con Martina, Kiri y Liv. Tal vez Pieter se había arrepentido y decidido no regresar jamás… Evidentemente, Julie sabía que eso no era sino una fantasía suya, porque Pieter, tal como había manifestado sin tapujos en más de una ocasión, no iba a dejar pasar la oportunidad de quedarse con la plantación.
Ivon Cornet viajaría también a Rozenburg en unos días en una chalana cargada hasta arriba con la decoración y los ornamentos necesarios para la boda. Los primeros invitados comenzarían a llegar dentro de dos semanas, es decir, unos días antes de la boda. Julie quería ir a casa de los vecinos para pedirles ayuda con el alojamiento de los huéspedes, ya que no todos los invitados cabrían en Rozenburg y prácticamente ninguno de ellos tenía previsto llegar el mismo día de la boda. Una celebración de esas características se le antojaba a todo el mundo como la ocasión perfecta para tomarse unos días de asueto. A Julie le dolía la cabeza solo de pensar en todas las cosas que quedaban por hacer. Valerie había prometido encargarse como mínimo de los invitados que viajaban desde la ciudad y había entregado a Julie una lista de nombres indicando a quién convenía alojar con quién. Pero Julie habría preferido tener a Valerie a su lado, aunque esto era del todo impensable porque Karl continuaba negándose a ceder ni un ápice en la decisión de que la organización del festín recayese por completo en manos de su esposa y de que tanto la tía Valerie como su exsuegra asistieran en calidad de invitadas única y exclusivamente por deseo de Martina. Solo pensar en la presencia de esas personas en la boda le alteraba el ánimo. No obstante, aquel juego del escondite era un tanto enervante para todos los afectados, aunque a Martina y a Valerie parecía procurarles cierta diversión; y sin embargo Pieter prefería reservarse sus opiniones y optaba por desaparecer. A esas alturas, Julie ya no tenía reparos en ocultarle cosas a Karl. Al fin y al cabo, era el que más salía ganando con todo aquello.
Mientras Julie doblaba cuidadosamente con ayuda de Kiri los vestidos para regresar a casa, sus pensamientos volaban una y otra vez a Jean. Después del beso nocturno, él no había añadido ni una sola palabra. ¿Acaso él no sentía lo mismo que ella? Por desgracia ya no tuvieron ocasión de volver a estar a solas. A Julie le habría encantado sentir de nuevo la mano de Jean en su piel. En ese momento, resonó en su cabeza: «Julie, eres una mujer casada».
Pero ¿acaso merecía la pena un matrimonio con un hombre que prefería pasar el tiempo con su querida negra? Con la que ella misma —estaba absolutamente convencida— no podía compararse desde el punto de vista de la belleza exterior. Julie era una mujer atractiva, pero frente a la hermosura exótica y la piel cobriza de Suzanna no tenía nada que hacer. Ella no era más que la marioneta que Karl se había buscado para poder exhibir por ahí. Respondía a lo que la colonia esperaba de la esposa del dueño de una plantación.
La plantación de Rozenburg se transformó pocos días después del regreso en un tumultuoso y constante ir y venir de gente. Ivon comenzó enseguida con los adornos del jardín, construyó pabellones y, en barcas, trasladó hasta allí multitud de mesas, sillas y atavíos, seguido de un grupo de esclavos que acarreaban las cosas de un lugar a otro, montaban, levantaban y engalanaban. Martina solía estar en medio del vaivén y dictar instrucciones adicionales, mientras que Pieter, que unos días más tarde había aparecido en la plantación, se dedicaba a contemplar el espectáculo desde el porche con una copa de dram. Karl optaba por subirse temprano a la yegua todas las mañanas para huir del bullicio. Julie, entretanto, recorría en barca las plantaciones vecinas. Aunque el viaje solía durar varias horas, a Julie le resultaba agradable pasar un tiempo a solas en el río. Kiri la acompañaba siempre y Amru se encargaba de prepararles una cesta con viandas para que no pasaran hambre en el camino. Una vez en la plantación, Julie conversaba brevemente con los vecinos y les entregaba la lista de invitados, algo por otro lado inútil, puesto que todos se conocían y, por tanto, los invitados les habían escrito por su cuenta para concertar los detalles de la estancia. La alegría de unos y otros por volver a verse era palpable. Los niños regresaban a su hogar en las plantaciones, los parientes de la ciudad por una vez venían de visita, tendrían ocasión de estrechar lazos de amistad… La boda en cuestión era casi un asunto de segundo orden. Y Julie comprobó con gran dolor que después de un año viviendo allí no había conseguido trabar amistad con los habitantes de la zona. Algunos parecía incluso que ya ni siquiera se acordaban de ella.
Tras una breve conversación sobre la lista de invitados, las mujeres de la casa insistían en agasajar a Julie y a esta no le quedaba otro remedio que demorarse tomando café y charlando hasta que había pleamar o bajamar, en función de la dirección en la que viajara, y podía reemprender el camino.
Después, comenzaron a llegar los primeros invitados. Tradicionalmente, se reunían todos en un primer momento en la plantación y luego ya ocupaban sus aposentos. Julie enseguida acusó el agotamiento de la multitud de recibimientos y la permanente sonrisa que estaba obligada a esbozar. Karl, no se sabía cómo, conseguía zafarse enseguida de sus obligaciones. Saludaba a las damas con cortesía y brevedad, y acto seguido se dirigía a los hombres, a los que conducía con sospechosa rapidez al salón de los hombres. El recibimiento y agasajo de las mujeres prefería dejarlos en manos de Julie y Martina. Los esclavos de Ivon resultaron componer un equipo preparado y discreto, muy eficaz. Amru torció el gesto, como había hecho ya en varias ocasiones en los últimos días, al ver que le arrebataban las riendas de la cocina, pero ella y las muchachas del servicio que la ayudaban no habrían podido responder ante semejante aluvión de huéspedes. Martina se esmeró mucho en cumplir con el papel de novia. La mala fortuna quiso que cada día se viera más afectada por náuseas y mareos que, naturalmente, trataba de ocultar. Todavía nadie sabía que estaba embarazada y, según las órdenes de Karl, eso debía continuar así hasta después de la boda. Pieter presagió que de todos modos llamaría la atención que Martina tuviera un niño al cabo de cinco meses. Karl le contestó con aspereza:
—Amigo, tú no estás libre de culpa en todo esto. Aún te queda tiempo para pensar cómo piensas aclarar esa cuestión.
Julie imaginó que, pasados unos meses, esa cuestión ya no interesaría a nadie. A la mayoría de la gente le daría igual en qué momento trajera al mundo Martina a su hijo en la plantación.
Cuando llegaron Valerie y su madre, Karl ni siquiera apareció a saludar. Algunos huéspedes se percataron de la insolencia, aunque nadie se escandalizó porque Valerie no perdió la compostura en ningún momento. Para Julie, en realidad, era un gran alivio que Karl se hubiese quitado del camino de Valerie y su exsuegra porque de ese modo ella podía encargarse de las invitadas sin necesidad de fingir. Lo cual, en lo que se refería a la madre de Valerie, es decir, la abuela de Martina, no era nada sencillo. En la ciudad, a pesar de las frecuentes visitas que Julie había hecho a la casa familiar de los Fiamond, nunca había llegado a ver a la madre. Ahora, en la plantación, descubrió que la señora no tenía nada que ver con su hija Valerie. La mujer se mostró en todo momento fría y distante. Valerie, en cambio, tuvo el habitual trato amable con Julie. Karl no se percataría de que habían estrechado lazos durante la estancia de Julie en la ciudad, así que las mujeres incluso podían tutearse siempre y cuando Karl no estuviera cerca.
Mucho más complicado resultaba para Julie el trato con otro invitado. Cuando Jean llegó a la plantación, Julie tuvo que agachar la mirada para que nadie se percatase del rubor que le cubría el rostro. Él también se acercó a saludarla con actitud amable pero distante. Julie no esperaba nada distinto, aunque solo fuera por decoro, pero en su fuero interno abrigaba la esperanza de que…
El día de la boda, el 23 de marzo, todo debía transcurrir según un apretado programa. Ivon no escatimó ni en esfuerzo ni en gasto. Había planeado un desayuno de bienvenida y después un breve acto previo a la misa en el jardín. Acto seguido, se celebraría la ceremonia nupcial, el banquete y el café, y luego, por la noche, un baile con música. El zumbido de los invitados inundó la plantación desde por la mañana como una plaga de moscas. Julie no conocía a muchos de ellos, aunque el día anterior los había saludado personalmente a casi todos. Por los corros que se formaron, podía distinguirse con claridad que, en el fondo, la boda no era sino una ocasión oportuna para que todas aquellas personas pudieran reencontrarse, hablar y celebrarlo. La familia de los Marwijk, de la plantación vecina de Watervreede, convirtió el acontecimiento en una celebración propia, ya que al día siguiente se comprometía una de sus hijas.
Julie siguió la ceremonia nupcial, que a pesar de la rigurosa planificación se extendió hasta las calurosas horas de mediodía, desde la primera fila junto a Karl. Martina estaba preciosa, el vestido ocultaba a la perfección el ligero abultamiento del vientre, y el elegante peinado, que constaba de un recogido con orquídeas, desviaba la atención del rostro. Si uno no sabía nada del embarazo, era imposible darse cuenta. Por la mañana, Martina se había tomado un té que le había preparado Amru para prevenir las náuseas. Aunque con expresión de disgusto, se bebió el amargo brebaje de un trago porque no quería ni pensar en lo que podía pasar si se sentía indispuesta durante la ceremonia.
Julie, por su parte, esperaba que el té fuera lo bastante fuerte, porque Martina, expuesta al abrasador calor, estaba perdiendo poco a poco el color de la cara.
Durante el largo sermón del sacerdote, al que le sudaba la frente mientras predicaba desde un pequeño pedestal, Julie estuvo enfrascada en sus propios pensamientos. ¡Qué espartana había sido su boda! En aquella pequeña capilla de Ámsterdam, con los bancos ocupados por personas desconocidas y con una ceremonia fría y rápida. Sin embargo, lo que estaba aconteciendo allí en esos instantes constituía el sueño de cualquier mujer. Si ella se hubiera casado con Karl en Surinam, ¿habrían celebrado una boda así? ¿Habrían organizado un festín por todo lo alto? Una mirada de reojo a su marido la devolvió enseguida a la realidad. Seguramente, para Karl había estado bien como estuvo. Una boda discreta y a escondidas. Un guirigay de festejos como el de ese día le producía rechazo, la expresión de su rostro hablaba por sí sola. A Julie le irritaba su actitud. Que no fuese capaz de estar de buen humor ni siquiera el día de la boda de su hija… Si ella tenía que desempeñar el papel de la mujer recatada a pesar de no ser la madre de la novia, ¿era mucho pedir que él dominase su mal humor durante un par de días? Era el padre de la novia. Pero Karl solo era capaz de pasar las noches si bebía alcohol con los invitados varones, y ni siquiera con todos ellos, pues en su reino solo admitía a unos cuantos elegidos. Aiku se pasaba la velada llevando copas y botellas de la bodega al salón de los hombres y el olor de los puros invadía toda la casa. Amru había adoptado la precaución de alojar a unos cuantos en las habitaciones de invitados de la plantación porque sabía, por experiencia, que de lo contrario habría algunos a los que no podrían llevar en barca a la casa donde se hospedaban. Julie no quería mandar a ningún hombre borracho con sus vecinos. Esperaba que Karl supiera contenerse y que el día acabara sin mayores incidentes.
Cuando, al fin, los invitados pudieron felicitar a los recién casados y todos los asistentes se dispersaron por entre las sombras de las palmeras del jardín, Julie respiró aliviada. Ya solo quedaba la parte más distendida de la celebración.
Julie indicó a Kiri que preparase en el dormitorio una palangana de agua fresca para que ella pudiera pasar a refrescarse.
Cuando regresaba de la casa, se encontró con Valerie.
En realidad, con quien Julie estaba deseosa de encontrarse en algún momento era con Jean. Desde que… en la ciudad…, no habían vuelto a tener ocasión de hablar a solas.
—Juliette, ven, vamos a dar un paseo —propuso Valerie con determinación.
Por un momento, Julie pensó en excusarse, pero al final decidió no hacerlo. Ambas mujeres comenzaron a caminar juntas en dirección al río.
—Ha sido una ceremonia muy hermosa —dijo Valerie a Julie sonriendo. Julie quería responderle que ese triunfo no le correspondía a ella, sino a la propia Valerie, cuando esta la tomó del brazo y le dio unas cariñosas palmaditas—. Está bien, Juliette, lo he hecho por Martina, y lo he hecho encantada. Aunque solo sea por Felice… —En ese instante se ensombreció su mirada—. Debes saber que… En su día, la boda de Karl y Felice… fue también una celebración hermosa, aunque no tuvieron buena estrella.
Julie miró a Valerie con asombro. Pensaba que Karl y Felice se habían unido en un feliz matrimonio. Por lo que había oído hasta ese momento, eran poco menos que la pareja perfecta.
—Pero yo creía que…
—Oh, Juliette, en este país casi nada es lo que parece. Seguro que te han contado esa historia del gran amor de Felice y la boda perfecta bajo las palmeras. —Valerie bajó la mirada con timidez—. Pero no fue así… Mi hermana… En aquel entonces, nuestro padre estaba empeñado en que Felice se casara con un jurista europeo. —Valerie exhaló un leve suspiro—. Ni siquiera creo que amase a Karl, aunque él estaba perdidamente enamorado de ella. Yo creo que su adoración por ella era real, pero estoy convencida de que Felice se casó con él solo para no tener que abandonar el país y contentar a nuestro padre.
—Oh. —Julie se quedó sin habla. No sabía qué decir ante aquella nueva versión de la historia. Siempre había dado por sentado que Felice había sido una novia radiante de alegría.
—Felice escogió la vida en la plantación porque la alternativa era marcharse a un país desconocido con un hombre desconocido y eso le daba miedo.
Julie solo tenía que remitirse a su propia historia para comprenderlo a la perfección. ¡Qué insensata había sido!
—Bueno, pero Karl y Felice… Yo siempre pensé que habían sido un matrimonio feliz.
Las dos mujeres habían llegado a un pequeño pabellón situado en la orilla del río. Valerie tomó asiento y Julie se acomodó a su lado. Ahora, los demás invitados debían esperar. Valerie consideraba que esta conversación era muy importante y, ahora que había descubierto que tenía una idea completamente equivocada de Felice, Julie estaba ansiosa por averiguar más cosas sobre su antecesora.
Valerie se quedó mirando al río en silencio; el aire titilaba sobre el agua a causa del calor. Las dos mujeres se sobresaltaron de repente al ver aparecer a Nico. Acto seguido, se echaron a reír.
—¡Nico, todavía estás por aquí! —Valerie acarició con ternura el pecho del papagayo con el dedo índice, algo que para sorpresa de Julie el animal se dejó hacer.
Por lo general, el pájaro era un tanto reacio a las caricias que le prodigaban los humanos, salvo si eran de Julie; esa misma mañana, Aiku había tenido que atraparlo de manera un tanto brusca para atarlo e impedir que molestase a los invitados.
—¿Has conseguido escapar? —Julie sonrió cuando el pájaro respondió a la pregunta con un resuelto gesto de asentimiento. Valerie también se echó a reír.
—Nico era el orgullo de Felice, ella lo crio después de que Aiku lo encontrase en el bosque. En un principio, lo trajo para regalárselo a los niños esclavos de la aldea, pero Felice insistió en que ella quería encargarse de cuidarlo. Creo que en los últimos meses él fue… el único amigo que tuvo aquí.
—Pero, Valerie, no debes hablar así. Seguro que Karl también…, y más teniendo en cuenta que Felice volvía a estar embarazada.
Valerie resopló con fuerza.
—¿Karl? Karl empezó a desatender a Felice por completo cuando nació Martina. Felice se fue volviendo cada vez más callada… Supongo que la soledad no le hizo ningún bien. Tendría que haber venido a visitarla más a menudo.
—No, tú no debes culparte por eso, a veces…, a veces es imposible averiguar qué pasa por la cabeza de otras personas —arguyó Julie.
—Ya, pero yo sí lo sabía. —Valerie se mordió los labios con un gesto de amargura y una lágrima le recorrió la mejilla—. Por desgracia, yo lo sabía perfectamente. Pero no pude ayudarla. No después de que…, de que se quedara embarazada.
A Julie la conmovió profundamente la honda tristeza de Valerie. Trató en lo posible de encontrar una explicación.
—Bueno, piensa que muchas mujeres durante el embarazo se sienten bajas de ánimo… y eso les impide darse cuenta. Además, si alguien hubiera tenido que reaccionar, tendría que haber sido Karl, que al fin y al cabo era su esposo…
—Pues precisamente por eso, él la castigó con su indiferencia y de algún modo la empujó…
—Ah, ¿por qué iba a hacer Karl algo así? ¿De veras crees que fue tan cruel?
Julie era incapaz de imaginar algo así, ni siquiera tratándose de Karl, y menos si tanto quería a Felice. Sin embargo, la estremecía ver que Valerie sentía todavía ese gran pesar en el corazón. Agarró del brazo a Valerie —a la que en ese instante las lágrimas le surcaban el rostro— y trató de tranquilizarla.
—¿Por qué iba Karl a hacerle algo así a Felice…? ¡Él, que además era el futuro padre!
—Ese es el problema…, Juliette. Karl no era el padre.