CAPÍTULO 3

La pelea que Martina y Karl tuvieron durante la cena quedó interrumpida cuando Aiku irrumpió en el comedor y anunció por señas la llegada de un invitado. A Julie le dio un vuelco el corazón. Dentro de lo posible, trató de evitar que se le notara el cambio de ánimo. ¿El señor Riard? ¿Cuántas semanas había tenido que esperar para volver a verlo?

Se trataba de un giro de lo más afortunado para aquella interminable discusión sobre los preparativos de la boda. Martina había vuelto a verter sus quejas sobre Julie; la criticaba porque los planes de boda no avanzaban lo suficientemente rápido y exigía que su tía pudiese empezar a participar de inmediato en la organización del enlace, cosa que Karl prohibió terminantemente una vez más. Julie no se sentía en absoluto responsable de los retrasos, ya que Martina era quien obstaculizaba una y otra vez cualquier comunicación. A esas alturas había aprendido a oír las incesantes quejas de su hijastra como quien oye llover. Martina era una criatura consentida e infantil. Justo en ese momento, Pieter se había atrevido a tomar partido a favor de su prometida, lo que provocó de inmediato una reacción furiosa en Karl. Julie escuchaba ya esa clase de discusiones algo aburrida. El porqué su marido se resistía con semejante vehemencia a permitir que la familia de su difunta esposa estuviera presente constituía para ella todo un misterio.

Además, era la familia de su primera mujer. Cada vez que Julie había intentado averiguar algo más sobre ella, se había topado con un muro de silencio. La propia Amru se encogía de hombros siempre que Julie trataba de sacar el tema o de sonsacarle alguna información.

Tal vez la tía de Martina estuviera dispuesta a contarle algo más. Aunque, a ese respecto, Julie ni siquiera sabía si aquella señora querría hablar con ella. Si la familia de Felice reaccionaba igual que Karl…

En ese instante, cuando se oyeron voces en el pasillo, Julie se volvió expectante hacia la puerta. Para su decepción, Karl se levantó de la mesa y salió al pasillo a reunirse con el contable, al que acompañó a su despacho. Julie no vio más que la figura corpulenta del joven al pasar por la puerta. En ese preciso momento, un intenso hormigueo de emoción le recorrió todo el cuerpo.

A la mañana siguiente, se sentó en el porche principal con la esperanza de que el contable quisiera desempeñar su tarea al aire libre. No se equivocó. Al poco, el joven apareció en la puerta con una pila de papeles en la mano. Al ver a Julie, vaciló un instante, pero enseguida se decidió a tomar asiento.

—Buenos días, mevrouw —dijo en susurros.

—Buenos días, mijnheer —respondió Julie con cierta timidez. ¡Cielo santo! Julie se reprochó su propia cautela porque no quería que el tan anhelado reencuentro se desarrollase entre tantos titubeos. Quería hablar con él, preguntarle muchas cosas y, sobre todo, quería que él le acariciase la mano. Pero en lugar de ocurrir eso se impuso un tenso silencio entre ellos. Julie intentó concentrarse en sus labores manuales y contener el cosquilleo que sentía en el estómago. Lo último que quería es que él se diese cuenta de lo nerviosa que estaba. El joven hundió la nariz en los libros de cuentas.

Julie buscó desesperadamente una excusa adecuada para entablar conversación, pero no logró que se le ocurriese nada inteligente. En medio de sus cavilaciones, Kiri apareció por la puerta de los esclavos. Julie leyó de inmediato en el rostro de la muchacha que algo no marchaba bien.

—Kiri, ¿pasa algo?

Riard también había levantado la vista de sus papeles.

—Misi Juliette…, estoy buscando a Amru, ¿sabe dónde…?

Julie se levantó y dejó los menesteres de labor a un lado.

—Creo que está arriba con Martina. ¿Qué pasa, Kiri? Pareces asustada. ¿Ha ocurrido algo?

Normalmente, los esclavos no acostumbraban a molestar a Amru por menudencias. Kiri debía de tener una razón de importancia. La muchacha meneó la cabeza y se dio media vuelta con intención de marcharse.

—Un momento —la llamó Julie y tuvo el impulso de seguir a la muchacha por la puerta de los esclavos, pero se lo pensó mejor y traspuso rápidamente la puerta correcta para atrapar a la joven en el comedor. Una vez allí, la agarró por los hombros y la miró fijamente a los ojos—. Haz el favor de decirme ahora mismo qué ha ocurrido.

Kiri agachó la mirada y titubeó.

—Bueno…, tengo que encontrar a Amru. En la aldea…, una muchacha…

De golpe esas palabras hicieron que Julie centrase toda su atención en Kiri.

—¿Qué le ha pasado a esa muchacha? ¿Qué muchacha?

—Necesitan que Amru vaya a verla, la muchacha está…

Julie dio media vuelta y se dirigió rápidamente a la escalera. Sin reparar en las normas habituales de conducta, gritó en dirección al piso de arriba:

—¿Amru?

De inmediato, la esclava se asomó por la baranda del piso superior con un juego de sábanas limpias sobre el brazo. No era habitual que nadie en la casa elevara la voz, de forma que Amru miró sorprendida hacia Julie, que estaba al pie de la escalera.

—Kiri dice que tienes que ir ahora mismo a la aldea porque ha pasado algo con una muchacha.

Amru se puso en movimiento en el acto. Dejó a un lado el juego de sábanas y siguió a paso presuroso a Julie, que había salido ya por la puerta trasera y se hallaba de camino al poblado.

Una vez en la aldea, Kiri señaló hacia una cabaña. Amru vaciló un instante.

—Misi Juliette, será mejor que espere aquí, por favor.

Entró en la cabaña dejando a Julie confundida en la puerta junto a su joven esclava.

—¿Qué ha ocurrido? ¿La muchacha está enferma? —preguntó Julie preocupada, pero Kiri no respondió.

Al poco, Amru asomó la cabeza por la puerta de la cabaña y le ordenó a Kiri:

—Trae agua fresca y paños limpios.

La joven echó a correr.

Julie notaba la tensión que se respiraba en el ambiente. Algo no marchaba bien y, si alguien necesitaba ayuda, ella quería sumar sus fuerzas, ya que estaba allí. Entró con determinación en la cabaña. La luz era tenue, en el aire se respiraba un extraño olor a metal. En una hamaca, Julie logró distinguir una figura, sobre la que Amru y otra mujer estaban inclinadas en ese momento. Julie se acercó. La mujer que estaba con Amru miró a Julie asustada justo antes de bajar la mirada.

—Misi.

Amru levantó la mirada y torció el gesto con expresión de enojo.

—Misi, es mejor que no vea esto —dijo con aplomo.

—¿Qué sucede? —Julie se asomó con curiosidad por encima del hombro de la esclava y acto seguido retrocedió un paso aterrada. En la hamaca yacía una muchacha joven. Julie no pudo reconocer de quién se trataba porque, aunque se esforzaba desde hacía mucho tiempo, no conseguía aprenderse todos los nombres. El estado de la muchacha era absolutamente aterrador. Tenía el rostro magullado, los ojos hinchados, los labios abiertos y ensangrentados. A pesar del oscuro color de su piel, Julie pudo vislumbrar hematomas morados hasta los hombros. De ahí para abajo estaba cubierta con un paño.

—Oh, Dios mío, ¿qué ha ocurrido? —tartamudeó Julie y se llevó la mano a la boca al ver que el paño no solo estaba manchado de sangre en la zona superior.

Kiri entró en la cabaña y le alcanzó a Amru la calabaza con agua y unos paños limpios.

Amru se volvió hacia Julie.

—Misi Juliette, ahora será mejor que se vaya. —Julie asintió con un gesto mudo, pero no podía apartar la mirada de la muchacha. Paralizada por el horror, Julie reparó en ese instante en la gargantilla de la joven: una gargantilla verde. De golpe Julie se sintió desvanecer y se abrió paso junto a Kiri para salir a la calle.

Una vez fuera tomó aire. Cuando se hubo repuesto, el horror se transformó en pura rabia. ¡Pieter!

Tan rápido como le permitieron las piernas, Julie regresó a la casa. Ante el porche trasero se encontró con el señor Riard.

—¿Qué ha pasado? —Su expresión traslucía auténtica preocupación.

Julie hizo ademán de pasar de largo, pero él la agarró del brazo. Entonces ella se detuvo y rompió a llorar. Él la condujo con dulzura hasta la sombra del árbol.

Julie se refugió sin reparos en el pecho del contable y sollozó con amargura.

—Ese cerdo… ha…, ha…

—Cálmese… —la consoló Riard estrechándola con delicadeza entre sus brazos. Durante algunos instantes, ambos permanecieron en silencio a la sombra del árbol. Julie se recompuso enseguida, aceptó con gratitud el pañuelo que el joven le ofreció y se enjugó las lágrimas de los ojos.

—Gracias. Es que… Yo… —Parecía que Julie temblara por dentro.

—¿Qué ha ocurrido? —La preocupación se reflejaba claramente en la voz de Riard.

Julie vaciló. No podía de ninguna manera contarle lo sucedido. Lo que acababa de presenciar era demasiado…, demasiado atroz. Tragó saliva y dijo con el mayor aplomo que fue capaz de conferir a su voz:

—Nada…, está bien, solo ha sido…

El señor Riard no preguntó más, pero le dedicó una sonrisa cargada de complicidad.

Julie intentó mantener la compostura al menos de cara a los demás. Cuando ese mismo día, unas horas más tarde, tuvo que compartir mesa con Pieter, el asco, la repugnancia y la rabia resurgieron de nuevo en su interior. Intentó centrarse en sus pensamientos y rápidamente extrajo una conclusión: tenía que hacer algo. Solo era cuestión de tiempo que Pieter eligiese a otra muchacha como víctima. Por un momento, Julie se planteó si debía hablarlo con Karl, pero enseguida descartó la idea. Karl no tenía en gran estima a sus esclavos y hasta ese momento no había hecho nada por impedir la violencia que los esclavos de Pieter ejercían contra sus esclavas. Por otro lado, si justo antes de la boda se destapaba que su futuro yerno… Probablemente se organizaría un escándalo de órdago. Pero Julie ya empezaba a saber cómo funcionaba el colérico carácter de Karl y le daba miedo que toda aquella historia acabara salpicándola también a ella.

En los siguientes días, Julie realizó frecuentes visitas a los esclavos de la aldea. Las últimas semanas había estado tan ocupada con los dichosos preparativos de la boda que no había podido dedicar mucho tiempo ni esfuerzo a los habitantes del poblado. Julie escudriñaba de arriba abajo a todas las muchachas jóvenes. Salvo la muchacha herida, que poco a poco iba recuperándose, todas las demás se mantenían sanas y salvas. Todos sus intentos por conseguir que Amru hablase de lo sucedido fueron en vano. La esclava se limitaba a encogerse de hombros con un aire amargo en la mirada y le respondía que eran cosas de esclavos. Que el padre de la muchacha la habría castigado…

—A un padre nunca se le ocurriría hacerle algo así a su hija… —respondió Julie furibunda, pero decidió callar al ver la expresión del rostro de la esclava. No iba a conseguir sonsacarle nada.

Kiri tampoco era de gran ayuda. A decir verdad, ella tampoco parecía estar enterada de lo acontecido.

El único que no parecía dispuesto a cerrar los ojos ante toda la maldad que se respiraba en la plantación era el contable.

Riard le preguntó en repetidas ocasiones a Julie qué sucedía. Ella, sin embargo, se resistía a contarle qué era lo que la atormentaba. De esa guisa, se pasaban las horas sentados en silencio en el porche: Julie contemplando a Nico enfrascada en sus pensamientos, y Riard sumergido en la lectura de los documentos. El joven, que parecía ansioso por romper el silencio, se decidió por fin a cambiar de tema.

—¿Qué tal avanza con los preparativos de la boda de mejuffrouw Leevken? Ya quedan pocas semanas para el gran día.

Julie dejó los útiles de sus labores en el regazo.

—No me deja hacer nada —soltó en un impulso de sinceridad—. A mí me encantaría contribuir a que fuese una hermosa celebración, pero en el fondo Karl es quien decide qué pasa y cómo deben hacerse las cosas, Martina refunfuña y yo estoy entre estos dos frentes.

Julie suspiró. De pronto sintió un alivio enorme, nunca le había definido a nadie el conflicto con tanta claridad. ¿A quién iba a contarle nada?

Riard advirtió las turbulencias internas de su interlocutora. Arrugó la frente, dejó el lapicero a un lado y se quedó mirando al horizonte con gesto pensativo.

Luego soltó una breve carcajada.

—Mejuffrouw Leevken insiste en que sea su tía quien le proporcione amparo y patrocinio —dijo al fin. Riard había reparado en las escasas y hostiles palabras que intercambiaba la familia durante las comidas—. Desde mi punto de vista, ahí reside el problema. Por lo que conozco a mijnheer Leevken, imagino que él se resiste a consentirlo. Creo que la desavenencia entre las familias…

Julie se encogió de hombros. Todo eso ya lo sabía.

—¿Qué fue lo que sucedió en el pasado para que ahora tengan esa enemistad?

Riard se inclinó sobre la mesa con actitud conspirativa.

—No debería contarle esto —dijo con un suspiro—, pero como si no lo hago yo parece que no lo hará nadie… Creo que usted tiene todo el derecho a saber lo que ocurrió en el pasado. Verá: en torno a la muerte de mevrouw Leevken circularon toda clase de rumores. No me malinterprete, no pretendo acusar a nadie con lo que digo ni tampoco quiero asustarla, pero en aquel momento se murmuraba que mijnheer Leevken no era del todo inocente. Los padres de la difunta se contaban también entre quienes pensaban así, de forma que hubo una tremenda disputa.

»Finalmente, todo aquello llevó a la tumba al anciano mijnheer Fiamond. Su esposa emprendió entonces una amarga campaña contra mijnheer Leevken para recuperar la cuantiosa dote que entregaron en su día. Y también batalló por la pequeña, por mejuffrouw Leevken. En ese momento, los Fiamond quisieron llevársela con ellos, pero solo obtuvieron el derecho a visitarla. Por eso todavía hoy mejuffrouw Leevken sigue yendo a la ciudad a ver a su tía y a su abuela.

—¡Vaya! —Julie no tenía ni idea de que la muerte de Felice hubiese estado rodeada de tanta tragedia—. De modo que… no tengo la menor posibilidad de conseguir algo —sentenció con desánimo.

—Mevrouw Leekven, pues claro que todavía dispone de oportunidades. Sé que no mantiene con mejuffrouw Leevken la mejor de las relaciones, pero… —Julie soltó una amarga carcajada—… pero lo que podría hacer es… Bueno, no sé si estaría dispuesta…, pero…

—Dígalo de una vez. —Julie agradecía cualquier idea o sugerencia para desatascar la situación.

—Bueno, sencillamente haga lo posible por satisfacer los deseos de mejuffrouw Leevken. Llévela con su tía a la ciudad y deje que ella participe también en los preparativos. Mijnheer Leevken no tiene por qué… Bueno, ya me entiende, no conviene que se entere. De esa forma usted se quitaría una enorme carga de encima y tal vez mejuffrouw Leevken se mostraría un poco menos arisca. —Y con un guiño, agregó—: Mevrouw, Valerie Fiamond es una mujer muy amable, no debe tenerle miedo. Usted es la última persona que debe reprocharse lo ocurrido. No olvide que usted no tiene nada que ver con toda esta historia.

Julie reflexionó durante algunos días sobre la propuesta de Riard. En el fondo, la idea no era mala. Martina vería cumplido su deseo, ya que no deseaba nada tanto como una boda propia de su categoría y para ello confiaba plenamente en el criterio de su tía. El riesgo de que Martina le revelase el plan a Karl a Julie le parecía desdeñable. Julie suponía que, a lo largo de aquellos años, Martina habría disfrutado mucho más en la ciudad con la familia de su madre que allí en la plantación, donde una persona joven estaba condenada al tedio más absurdo. Aunque desde el punto de vista material Martina nunca debía de haber pasado necesidad, Julie estaba casi convencida de que Karl jamás había sido un padre cariñoso. Así, todas esas circunstancias explicaban el vínculo de Martina con su tía, que ahora Julie podía, en cierto modo, llegar a comprender. Ella recordaba vagamente la primera época en el internado, sin familia y sin amigas. En ocasiones, lo único que anhelaba era una simple familia, una madre, una hermana o una prima a la que poder confiarle sus pensamientos.

Tal vez de ese modo incluso mejoraría la relación entre Martina y ella. Martina jamás había dejado lugar a dudas sobre la antipatía que Julie le despertaba. Pero, de todos modos, ella seguía siendo su hijastra. Tal vez había llegado la hora de cambiar algunas cosas, ahora que hacía casi un año que Julie había llegado al país. La boda se celebraría dentro de ocho semanas, a finales de marzo. Karl había vuelto a adelantar la fecha sin especial consideración por lo que eso suponía. Julie habría preferido que la celebración hubiera tenido lugar después de la estación de las lluvias, pero en agosto nacería el bebé de Martina y un alumbramiento antes de la boda resultaba impensable. De modo que no tenían más opción que celebrar el enlace enseguida. El tiempo apremiaba. Teóricamente, estaba todo organizado, pero en la práctica faltaban infinidad de detalles por concretar. Además, había algunos otros argumentos que hicieron que Julie se entusiasmase con el plan: Pieter no podría negarse a acompañarlas a la ciudad. Y de esa forma se mantendría bien alejado de las muchachas de la aldea. Ella por fin se alejaría por un tiempo de la plantación y visitaría la ciudad… Y quizás una vez allí podría reunirse con el señor Riard.

En su interior fue creciendo la determinación de llevar a cabo ese plan. Todavía no sabía muy bien cómo planteárselo a Martina y, sobre todo, a Karl, pero esperaba poder convencerlo.

Cuando, poco más tarde, Riard tuvo que partir de nuevo a la ciudad, Julie lo acompañó hasta la orilla donde aguardaba la barca.

—Mijnheer Riard, ¿le gustaría…, bueno…, cuando estemos en la ciudad…? —Julie no sabía muy bien cómo formular su petición.

Sin embargo, el contable comprendió a la perfección sus intenciones y sonrió con un gesto alegre que se tradujo en el pequeño brillo que desprendieron sus ojos azules.

—Por supuesto que iré a visitarla cuando se encuentre en la ciudad. Es una verdadera lástima que hasta ahora no haya conocido nada más que la plantación.

Una sensación de intenso calor invadió a Julie y sintió en el estómago un revoloteo como si mil mariposas alzaran el vuelo a la vez.

—No sabe cuánto me alegro. Que tenga buen viaje.

—Martina, ¿podemos hablar?

Julie fue a buscar a su hijastra al salón femenino donde su hijastra estaba tejiendo un canesú de ganchillo para su futuro bebé. El embarazo todavía no se había hecho patente y, como la boda se iba a celebrar al cabo de unas pocas semanas, Martina no tendría que verse en la comprometida situación de tener que ocultar un imponente vientre abultado. Aquella era la mayor preocupación de Karl, ya que le parecía que celebrar una boda por razones demasiado obvias supondría una deshonra y una degradación.

Martina levantó la vista y lanzó a Julie una mirada felina de recelo.

—A ver, ¿qué fantástica idea se le ha ocurrido ahora a mi padre para la boda?

En las últimas semanas, Martina y Julie solo se habían comunicado cuando la situación lo exigía. Y eso significaba que la mayor parte de las veces era porque Julie tenía la misión de informar a su hijastra de alguna decisión de Karl. Esto casi siempre desencadenaba una discusión a pesar de que Julie no tenía ninguna culpa de que Karl diese unas u otras órdenes. Si Karl hubiese hablado directamente con su hija, esta se habría sentido menos afectada, pero daba la sensación de que en el fondo disfrutaba enfrentando a Julie con la siempre beligerante Martina.

—No, Martina. Me gustaría hacerte una propuesta. —Julie se sentó frente a ella. En ese mismo instante, Martina se retrepó en el sillón. Julie fingió no darse cuenta. Abrigaba la esperanza de saber explicarle a Martina que ella, en el fondo, no le deseaba ningún mal, así que agregó con serenidad—: Martina, sé que por norma general estás en contra de todo lo que yo propongo para tu boda. Pero eso no nos trae nada bueno a ninguna de las dos y tampoco a la boda y yo quiero que la celebración salga bien. Tú deseas con todas tus fuerzas que tu tía participe en los preparativos. Tu padre se niega en redondo, cosa que no acabo de entender muy bien. —Julie respiró hondo antes de proseguir—. Dado que hay algunos detalles que convendría ultimar en la ciudad, podríamos decir que necesitamos desplazarnos por un tiempo a Paramaribo para ocuparnos personalmente de atar los cabos sueltos de la boda. Yo no tengo inconveniente alguno en que lo organices todo con tu tía. Solamente desde el punto de vista oficial, y sobre todo de cara a tu padre, tendremos que fingir que la dejamos al margen… ¿Entiendes lo que digo? No quiero problemas con Karl y supongo que tú tampoco tienes ganas de seguir peleando a todas horas con él. —En un valiente impulso, Julie le agarró la mano a Martina y se la estrechó con ternura—: De esa manera nos pondríamos las cosas más fáciles, ¿no te parece?

En un primer momento, Martina hizo ademán de enfadarse, pero en su rostro se advertía que la tentación de aquella propuesta pesaba más.

—¿A la ciudad? ¿A casa de tía Valerie? ¿Y tú no se lo dirías a padre…? —Sus ojos reflejaban cierta desconfianza, pero Julie sacudió la cabeza con energía y la miró fijamente.

—Esto quedará entre nosotras.

De pronto a Martina se le iluminó el rostro y adoptó un gesto radiante que Julie llevaba varios meses sin ver.

—¿De veras? ¿Cuándo partimos?

En cambio, convencer a Karl de que los preparativos exigían un viaje a la ciudad no fue tan sencillo. Aunque parecía menos descontento con los planes de Martina que con el deseo de Julie de acompañarla a Paramaribo.

—¿No podéis arreglar esos asuntos desde aquí? —gruñó con tono receloso.

En el interior de Julie algo no encajaba. ¿Acaso él se había dedicado a pasearla de un lugar a otro tras su llegada a la ciudad y en meses posteriores a llevarla siempre del brazo a casa de todos los vecinos para a condenarla a un encierro eterno en la plantación? ¿Por qué se irritaba tanto cada vez que Julie hablaba de viajar a la ciudad? Allí en la plantación ella no le servía de nada. En Paramaribo, al menos, podía desempeñar el papel de muñeca y dedicarse a figurar, tal como a todas luces él estaba deseando.

Los argumentos de Martina acabaron por convencerlo. Tal vez no era mala idea que ella se dejase ver en la ciudad con su madrastra. La sugerencia de mostrar de nuevo cierto interés por la vida social de la colonia, que era la principal razón por la que se había traído consigo a su joven esposa hasta allí, le retumbaba en la cabeza. Y el momento no podía ser más oportuno. Karl veía la boda como un mal necesario, pero también como una oportunidad adecuada para dedicarse a consolidar contactos comerciales. Aquel contable se había expresado de nuevo con total nitidez: la plantación no marchaba bien. Había llegado el momento de recurrir a la reserva y esta consistía en la dote y la herencia de Juliette.