Julie aprendió a aplacar con su actitud el temperamento agitado de Karl. Cuando él estaba en la plantación, ella desempeñaba el papel de esposa intachable y trataba de dar la imagen de que se había hecho cargo por completo de la administración de la casa. Mantenía conversaciones amigables y cortas con él y no rechistaba cuando él decidía realizar alguna de sus visitas nocturnas. En su fuero interno, en cambio, Julie agradecía cada hora que no pasaba junto a Karl, y sus escapadas a la ciudad le suponían cada vez mayor alivio. Así podía estar a solas por un tiempo. Con el comienzo de la estación seca y cálida, Martina regresó de la ciudad y, con ella, llegó también Pieter.
Durante los primeros días, Martina aprovechó las comidas para contarle a su padre cómo iban las cosas en casa de su tía. Por lo visto, Karl jamás pasaba por allí, cosa que a Julie la sorprendía. Parecía que no quisiera mantener ningún tipo de contacto con la familia de su difunta esposa. ¿O era la tía la que no quería? Julie no lo sabía. En cualquier caso, parecía que Martina siempre era bien recibida en aquella casa. Además, le gustaba la vida de la ciudad y Julie suponía que había sido Karl quien le había pedido que volviese a la plantación. Allí podía mantenerla controlada, a ella y a Pieter.
Un día, Julie oyó por casualidad que Pieter y Karl hablaban de que el siguiente noviembre Martina cumpliría dieciocho años. Julie tuvo que contener la rabia. ¡Martina, Martina! Karl no solo había olvidado su cumpleaños, sino que además aquel día se quedó a dormir en la ciudad. A su hija, sin embargo, seguro que le haría un generoso regalo. En un momento, la conversación dio un giro repentino: qué le parecía si en marzo, cuando hiciera un tiempo más agradable, justo entre la estación corta y la estación larga de lluvias, celebraban la boda de Pieter y Martina. Karl no pareció oponerse y, al cabo de pocos días, anunció el enlace de manera oficial. A Pieter se le dibujó una expresión de satisfacción y Julie, para no enfadar a Karl, manifestó a regañadientes su alegría ante la noticia. Martina estaba entusiasmada.
—Oh, padre, ¡organizaremos una gran fiesta, tía Valerie se encargará de todo!
De pronto, Karl replicó en tono malhumorado:
—Lo que me faltaba. ¡La celebración tendrá lugar aquí!
El rostro de Martina comenzó a enrojecerse de rabia.
—¡Pero aquí en la plantación no podemos celebrarlo, no tenemos un salón! Y además obligar a todos los invitados a viajar…
Karl la interrumpió con aspereza.
—Se acabó la discusión. Eres mi hija y si quieres casarte lo harás en mi territorio. ¡No necesitamos a Valerie! —Acto seguido, señaló a Julie y agregó—: Julie es tu madrastra, ella también puede ayudarte a organizarlo.
Con esas palabras, Karl dio el asunto por zanjado. Martina, como era ya costumbre, salió corriendo hecha una furia hacia su habitación. Pieter ignoró la escena y brindó con Karl por el trato que acababan de cerrar; Julie se quedó allí sin saber muy bien cómo reaccionar. Organizar la boda de su hijastra era lo último que deseaba.
Solo quedaban cinco meses hasta marzo.
Julie se estrujó la cabeza pensando en cómo podría arreglárselas para organizar una boda como la que todos esperaban. Todavía no conocía muy bien las costumbres del país y de bodas no sabía absolutamente nada. La suya tampoco podía tomarla como referencia. Por otro lado… Le gustara o no, aquella era la oportunidad ideal para demostrarle a Karl lo mucho que valía. De un modo u otro, tenía que conseguirlo. Y cuando Martina y Pieter se hubieran casado, Pieter se llevaría a su esposa a la ciudad. Eso era al menos lo que Julie esperaba. Al fin y al cabo, él trabajaba allí. Así pues, Julie iba a tener que mantener una estrecha relación con Martina durante unos meses, pero después…
—Pues sí que le ha caído a usted una buena —exclamó el señor Riard entre risas al enterarse de que Julie era la encargada de los preparativos.
Como siempre que Riard acudía a Rozenburg por trabajo, Julie se instalaba en el porche delantero para hacerle compañía.
—Bah —dijo Julie restándole importancia al asunto—. Tenemos una casa grande, una cocina grande, personal más que suficiente y a Amru, que es la mejor jefa de servicio que cualquiera podría desear. Yo creo que podremos organizar una gran celebración con unos cuantos invitados.
—¿Unos cuantos? —Riard dejó el lapicero a un lado y se recostó sobre la silla. Aquello parecía divertirlo—. Espero que tenga claro que no será cosa de unos cuantos invitados —agregó con una amplia sonrisa—. Una boda de esa naturaleza es un gran acontecimiento, tendrán que invitar a la mitad de la colonia, por no hablar de que se casa ni más ni menos que la nieta de la familia Fiamond… ¿Está al corriente? Quiero decir que… no les gustará saber que se los ha dejado al margen de todos los preparativos.
—¿Fiamond? —preguntó Julie sorprendida con gesto interrogante.
Riard suspiró.
—La madre de Felice Fiamond procedía de una de las familias más importantes e influyentes de Surinam. No me diga que no lo sabía…
Julie tragó saliva.
—Pues verá… Martina pasa muchas temporadas en la ciudad con su tía… Yo pensaba… No, no lo sabía.
Julie ni siquiera sabía muy bien qué pensaba al respecto. Hasta ese momento, cada vez que alguien mencionaba a la primera mujer de Karl —la madre de Martina—, todo el mundo guardaba silencio.
En ese momento, Riard se inclinó sobre la mesa y, bajando el tono de voz, dijo:
—No quiero que usted caiga en la trampa, mevrouw Leevken. Ellos deberían informarla exactamente de cómo están las cosas entre la familia Fiamond y mijnheer Leevken. Usted todavía es nueva en la colonia y el entramado de las relaciones sociales aquí es bastante intrincado y complejo. Yo tampoco sé qué fue lo que sucedió en el pasado, por aquel entonces todavía no había llegado a la ciudad. Pero de vez en cuando circulan habladurías, de modo que… sí le puedo decir que los Fiamond tendrán que asistir a la boda aunque ni a usted ni a su marido les guste la idea. Lo único que pretendo es advertirla de que no será tan sencillo.
Julie lo miraba con perplejidad. ¡Lo que la esperaba! Una vez más carecía de la información más importante. Menos mal que Riard había tenido a bien avisarla. Julie lo miró con expresión de agradecimiento y se excusó antes de retirarse a su habitación. De nuevo, volvía a sentirse terriblemente sola.
Martina, por supuesto, hizo el resto para acabar de agravar la situación. Sobre los planes de la boda tampoco quiso cruzar ni una sola palabra con Julie. Pasados unos días, Julie comenzó a dudar de que realmente fuera a lograr organizar el enlace según el deseo expreso de Karl, pero contra la voluntad de Martina. El día que Martina le comunicó que su tía Valerie se iba a instalar en casa de los Marwijk, en Watervreede, y que desde ese momento se iba a encargar de todo, Julie respiró aliviada. Pero en ese amaño no había contado con Karl. Cuando este se enteró de que su excuñada pretendía llevar la voz cantante en los preparativos de la boda, en casa de los Leevken se desencadenó la tormenta. Karl insistió en que aquella mujer no pondría un pie en la plantación antes de la boda. Y, además, ordenó a Martina que rompiera el contacto con ella hasta entonces. De lo contrario, estaba dispuesto a cancelar la boda. En Rozenburg se respiraba un ambiente cargado y explosivo.
Martina, que había heredado de su padre no solo el orgullo, sino también la terquedad, no estaba dispuesta a ceder un ápice. De ese modo, cuando su padre se marchaba a la ciudad, ella aprovechaba para subirse a una barca e ir a casa de los Marwijk, donde, en efecto, debía de haberse instalado su tía. Desde allí, a espaldas de Karl, planificaban la celebración. Y seguro que también hablaban mucho —Julie no quería saber de qué— y que gastaban torrentes de saliva cuchicheando sobre Julie. Pero a ella le daba igual. Aprovechaba los días en que no estaban ni Karl ni Martina para dedicarse de nuevo a los hijos pequeños de los esclavos, de enormes ojos oscuros y cabellos encrespados. Los niños la animaban enseguida y le permitían olvidarse de la boda durante un par de horas. Sin embargo, desde que Martina había regresado a Rozenburg, Pieter se había trasladado también a la plantación. Aunque iba y venía permanentemente para visitar otras plantaciones y prestar los servicios médicos correspondientes, Julie se sentía siempre observada porque Pieter tenía la extraña costumbre de aparecer cuando menos se lo esperaba. La presencia de aquel hombre irritaba a Julie, aunque ella ni siquiera sabía explicar exactamente por qué. Sus modales y el tono amenazador que adoptaba cada vez que se dirigía a ella le provocaban rechazo.
Pieter había adoptado la costumbre de supervisar personalmente las labores del campo cuando Karl se encontraba en la ciudad. Partía por las mañanas a caballo, pero regresaba de la ronda más temprano que Karl. Julie había observado que Pieter hablaba con los guardas. Estos lo trataban con el mismo respeto que a Karl. Julie no sabía en qué medida Karl le había traspasado el mando a Pieter, pero el ambiente en la aldea de los esclavos no mejoraba con su presencia.
Una tarde (el regreso de Karl se esperaba para unas horas más tarde), Julie se deslizó hasta el porche trasero con la esperanza de encontrar allí a Amru y a Kiri. Sin embargo, la sorprendió ver que Kiri estaba sola preparando las verduras para la cena.
—¿Dónde está Amru? —Julie miró a su alrededor extrañada porque Amru no solía delegar las tareas de la cocina en nadie, y menos si ella no estaba presente para supervisar.
Kiri se encogió de hombros y miró avergonzada hacia el suelo.
—¡Haz el favor de hablar, Kiri!
—Misi, Amru ha vuelto a la aldea porque allí… Yo tampoco sé qué pasa.
—Hum. —Julie se quedó pensativa unos instantes y se encaminó hacia la aldea. Si Amru creía que sucedía algo importante, es que sucedía algo importante.
Para su sorpresa, a Julie ni siquiera le hizo falta llegar hasta las cabañas. En la casa comunitaria que había de camino se hallaban reunidos muchos esclavos. Algunos alzaban la voz en tono de protesta, pero Julie no consiguió entender de qué hablaban. Frente a la alborotada multitud se encontraban Pieter, el guarda y Amru, que parecía asustada. Justo cuando Julie entró en la casa, uno de los guardas levantó a uno de los esclavos que estaban sentados, lo arrojó al suelo de un empujón y levantó el látigo.
—¡No! —Julie se remangó la falda y echó a correr—. ¿Qué pasa aquí? —preguntó con aplomo.
—Juliette, no deberías estar aquí. —La rabia podía leerse en el rostro de Pieter—. ¡Márchate!
—¡Esta también es mi plantación, Pieter! ¿Qué ha hecho ese para merecerse los azotes? ¿Qué está pasando aquí? ¿Amru? —Julie miró a la esclava en busca de ayuda.
Amru vaciló un momento. ¿Era mejor encomendarse a la misi o escuchar al masra Pieter? Amru se decidió por la misi.
—Misi Juliette, masra Pieter ha reducido hoy las raciones de los esclavos. La gente está furiosa. Además…
—¡Al menos así esta gente trabajará mejor! —espetó Pieter a gritos—. Están demasiado bien alimentados, y eso no conviene, los hace más vagos. —Y en un tono sarcástico, agregó—: Esto lo hemos acordado Karl y yo.
Julie resopló con desdén.
—Ah, sí, muy bien. Pero eso no es motivo para castigar a ese hombre —replicó señalando al esclavo que continuaba tendido en el suelo a los pies del guarda.
—Él era el cabecilla, se ha sublevado —arguyó Pieter.
Julie se acercó al esclavo.
—¡Levántate!
El hombre permaneció en el suelo, con las manos en la cabeza a la espera del latigazo.
—Levántate, no te pasará nada —repitió Julie con voz tranquilizadora, ante la mirada furibunda del guarda, que incluso dio un paso atrás—. Di lo que tengas que decir —instó al esclavo.
Este estaba tan amedrentado que parecía desear que se lo tragase la tierra.
—Misi no enfade, misi no enfade —fue todo cuanto consiguió decir. Lo cual era bastante, teniendo en cuenta que era la primera vez en esa plantación que un esclavo podía expresar una opinión. A Julie le costaba creer que ese esclavo que estaba allí gimoteando como un niño quisiera encabezar una revuelta. Tuvo que acercarse Amru y susurrarle unas palabras al oído para que el hombre se atreviera a dirigirse a Julie.
—Misi tiene que entender que nuestros pequeños terrenos no producen mucho en esta época, si nos reducen las raciones, los niños… No sé si…
—No se reducirá nada. —Julie adoptó una expresión de firme determinación y clavó la mirada en Pieter—. Amru, que todo el mundo vuelva al trabajo; Pieter, ven conmigo. —Pieter hizo un gesto de burla ante la actitud de mando de Julie, pero la siguió en dirección a la casa.
No era bueno mantener esa clase de discusiones delante de los esclavos, Julie también era consciente de eso. Si los trabajadores percibían inestabilidad en casa del dueño de la plantación, cundía la incertidumbre entre ellos. Pero Julie no podía consentir ese comportamiento por parte de Pieter. En cuanto entraron en el salón, Julie se volvió hacia él.
—¿A qué vienen esas libertades? Por lo que sé, nunca te has hecho cargo de los asuntos de los esclavos, así que ¿a qué viene ahora ese repentino interés, Pieter?
Pieter adoptó una sonrisa fija en el rostro y se acercó a Julie.
—Juliette, será mejor que vayas acostumbrándote. Después de la boda, Martina desempeñará una importante función aquí, supongo que lo tendrás claro. Y, por cierto, no deberías preocuparte por los negros, no es propio de una dama de tu categoría. —Pieter extendió el brazo para cogerle a Julie un mechón de pelo y comenzó a juguetear con él. Julie notó un escalofrío por todo el cuerpo—. Tú tendrás que limitarte a seguir siendo la hacendosa mujercita de Karl. Sin descendencia solo eres una mujer más de la casa. —Su voz traslucía la misma frialdad que la mirada con la que la estudiaba mientras hablaba—. Y si me fío de la experiencia médica que poseo, todavía tardarás en darle un hijo. Y cabe la posibilidad de que con el tiempo acabe perdiendo el interés en ti. —Con un resoplido desdeñoso soltó el mechón de pelo de Julie y se sentó en uno de los sillones—. Además, como llegue a oídos de Karl cuánta atención has estado dedicándoles a los negros en su ausencia…, no se va a alegrar demasiado. Por el momento no ocupas una posición de fuerza, Juliette, espero que seas consciente de ello.
Juliette lo miró con rabia. No estaba dispuesta a permitir que la acorralaran.
—Y como yo le cuente a Karl que Martina se reúne a escondidas con su tía, ¡ya os podéis ir olvidando de vuestros planes en Rozenburg! Porque en ese caso no creo que llegara a celebrarse ninguna boda…
Julie advirtió que Pieter se revolvía en el asiento. ¡Le había dado donde le dolía! Dio media vuelta sobre sus propios pies y se marchó de la habitación dejando allí a Pieter con un palmo de narices. El punto era para ella, no cabía duda. Pese a los nervios y el valor que había tenido que reunir para vencer a Pieter, pese a que creía que el corazón se le iba a salir por la boca de lo rápido que le latía, no pudo evitar sonreír.
En esta ocasión, Julie fingió un acceso de fiebre para librarse de la compañía de Karl, de Martina y, sobre todo, de Pieter. Le pidió a Amru que se excusara en su nombre porque prefería que la dejaran sola en su dormitorio. Kiri se preocupó en cuanto Julie expresó su malestar. La muchacha tardó en comprender que en realidad su misi no estaba enferma. Una expresión de alivio se apoderó de su rostro cuando, en el dormitorio, Julie le explicó que solo quería estar sola, que no le pasaba nada. Aunque, para sus adentros, Julie se alegraba de que Kiri se preocupase sinceramente por ella y de que no se limitara a cumplir con sus obligaciones, Julie le mandó irse con unas cuantas buenas palabras. Necesitaba estar sola, necesitaba pensar.
Pese a que había salido vencedora del enfrentamiento, las palabras de Pieter no dejaban lugar a dudas sobre el papel que ella desempeñaba en la plantación. ¿Y qué haría si las predicciones de Pieter se hacían realidad? En el caso de que no pudiera darle hijos a Karl, ¿quedaría reducida a un simple adorno de la casa y la plantación pasaría a estar en manos de Pieter y Martina? La idea le resultaba del todo insufrible. Pero no improbable, ya que Karl tampoco era ya ningún jovencito y en aquel país eran incontables las enfermedades que podían cercenarle a uno la vida. Aunque como esposa de Karl ella heredase de pleno derecho la plantación —Julie sabía que era así—, también era consciente de que mientras él tuviera las riendas jamás le confiaría la dirección de Rozenburg. A ese respecto, Pieter sería la primera elección de Karl, puede que este incluso lo hubiera dispuesto por escrito. Julie no lo sabía. Lo único que sabía era que debía tener cuidado con Pieter. Nadie se hacía una idea de lo mucho que era capaz de manipular a Karl. Julie decidió que mientras Pieter estuviera en la plantación, ella intentaría tener menos contacto con los hijos de los esclavos. Le rompía el corazón, pero el riesgo de que Karl lo descubriera era demasiado grande.
En torno a mediodía, la casa estaba en silencio y Julie cayó rendida en un ligero sueño. El crujido de los tablones del pasillo la sobresaltó. Ni Amru ni Kiri solían estar a esas horas en la casa y los demás esclavos domésticos tenían prohibido molestar a las horas de descanso. Julie se deslizó de la cama y se acercó descalza hasta la puerta. La entreabrió un poco con extremo cuidado y miró por la rendija. Justo en ese instante vio desaparecer el brazo de Karl tras la puerta de la habitación que Amru no había querido enseñarle el primer día. ¿Qué hacía Karl a esas horas en aquella habitación? Julie cerró de nuevo la puerta con precaución y volvió a tenderse en la cama.
Era una habitación «prohibida», había dicho Amru el día en que le enseñó la casa. En aquel momento, Julie no se había tomado demasiado en serio el gesto de gravedad de Amru. En la planta de abajo también había dependencias del servicio que los esclavos utilizaban y donde los blancos apenas entraban. Julie había dado por sentado que se trataba de una habitación de invitados que nadie utilizaba o tal vez de un vestidor, pero no le había dado mayor importancia cuando, al bajar la manija de la puerta para asomarse, había comprobado que la habitación estaba cerrada con llave. Ahora, sin embargo, le picaba la curiosidad.
Al declinar el día, cuando un manto de oscuridad cubrió la plantación y el ensordecedor concierto vespertino de los habitantes del bosque hubo cesado, Julie se encontraba tendida en la cama escuchando los sonidos amortiguados de la noche. Kiri le había llevado una bebida soporífera hacía más de dos horas y le había rellenado la jarra con agua fresca. Julie se preguntó si todos los demás se habrían retirado ya a sus habitaciones a descansar.
—Misi Martina ha vuelto a discutir con el masra Karl por la boda. Se ha retirado temprano a su habitación. Masra Karl y masra Pieter se han quedado tomando dram. Luego, masra Pieter se ha retirado también. Masra Karl se ha bebido un par de copas más él solo y, después, Aiku lo ha llevado a la cama —informó detalladamente Kiri.
—Gracias, Kiri. Tú también puedes retirarte.
Era lo que Julie se imaginaba. Antes de que se hiciera el silencio, había oído cómo Karl le gritaba órdenes a Aiku en la habitación contigua. En ese instante, decidió que era el momento de averiguar qué se escondía tras aquella puerta. Julie se puso en pie y se enfundó la ligera y vaporosa bata de seda. Antes de nada, se acercó de puntillas hasta la puerta intermedia que conectaba su dormitorio con el de Karl. Tal como suponía, al otro lado se oyeron unos fuertes ronquidos. Cuando Karl bebía, solía caer en un profundo sueño. Incluso los días en que antes de acostarse se le ocurría ir a importunar a Julie, enseguida se quedaba dormido como un tronco. Luego, Julie podía levantarse a lavarse y él no se enteraba. Julie se estremeció por un instante, prefería no pensar en esas noches y siempre procuraba desterrar esos recuerdos de su mente.
Con extremo cuidado, salió de su cuarto y recorrió los pocos pasos que la separaban de la habitación misteriosa. Al girar la manija de la puerta, esta, para sorpresa de Julie, se abrió. Julie se coló a través de una estrecha abertura y volvió a cerrar la puerta tratando de evitar cualquier ruido. Tenía el corazón acelerado, respiró hondo unas cuantas veces y dio media vuelta para examinar la habitación. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, comenzó a vislumbrar las fantasmagóricas siluetas de algunos muebles. Luego avanzó titubeante hacia el centro de la estancia procurando no chocar con nada, hasta que se detuvo ante un mueble. Ante ella tenía ¡una cuna con un baldaquín de gasa! Era el dormitorio de un bebé. Julie se quedó sin respiración por unos instantes. ¿Acaso Karl había ordenado montar una habitación infantil con la feliz esperanza de tener un niño con ella? Al examinarla con detenimiento, Julie se dio cuenta de que se respiraba un aire lúgubre en la habitación. Olía a polvo y a cerrado y, cuando Julie acarició con suavidad la gasa de la cuna, se oyó un leve crujido. Nadie había tocado nada en la habitación durante años. Julie se estremeció y se ciñó la bata contra el cuerpo. Con cuidado, se dirigió de nuevo a la puerta, salió de la habitación y se acurrucó bajo las sábanas de su cama. ¿Qué significaba todo aquello? En el barco, Wilma le había contado que Felice, la primera esposa de Karl, había vuelto a quedarse embarazada cuando se…, se…
Para Julie era inconcebible que una mujer embarazada se quitase la vida. ¿Qué había llevado a Felice hasta ese extremo? Ahora ya no podía pensar en dormir. Julie empezó a dar vueltas en su cama. ¿Era realmente su cama? ¿Habría dormido allí Felice antes que ella y se habría pasado también las noches en vela reflexionando hasta que un día todo la llevó a…? Solo de pensarlo la invadió un profundo malestar. Bruscamente, se levantó, se envolvió con la fina sábana y se sentó en el diván que había junto a la ventana. De pronto, la habitación, bañada por la pálida luz de la luna, se le antojó extraña y fantasmal.
Al día siguiente, Nico no tardó en percatarse del ánimo turbado de Julie. En cuanto esta se sentó en el porche, él comenzó a dar unos curiosos brincos sobre la barandilla como si quisiera confortarla.
Amru le llevó una taza de chocolate caliente. Había reparado en las profundas ojeras de la misi, aunque entendió que eran la consecuencia del malestar que supuestamente aquejaba a Julie en los últimos días.
—El cacao le hará bien, misi. —Amru sacudió la mano para intentar mantener al pájaro lejos de la taza. El animal tenía la costumbre de robar la cucharilla para jugar con ella.
—Ah, déjalo. —Julie cogió la cuchara y se la ofreció a Nico, que huyó contento con el botín al rincón del porche.
Julie se propuso averiguar algunas cosas. No se quitaba el tema de la cabeza y, si alguien estaba en condiciones de revelarle información, esa era Amru.
—¿Amru?
La esclava ya se disponía a marcharse.
—¿Desea alguna otra cosa, misi?
—No, me gustaría preguntarte algo.
Amru se volvió hacia Julie.
—¿Sí?
—La habitación de arriba ¿iba a ser para el hijo de Felice?
A Amru se le congeló la expresión.
—¡El masra ha dicho que nadie puede entrar en esa habitación, misi!
—Ya lo sé, Amru, pero solo me he asomado un momento a mirar. ¡Cuéntame lo que pasó!
—Misi, yo… —Amru se agarró el delantal con un gesto nervioso y comenzó a enredar con la tela—. Creo que es mejor que pregunte al masra Karl.
—Amru, sabes perfectamente que no querrá hablarme de eso… y no tengo a nadie más a quien preguntar…, por favor.
Amru suspiró y se sentó lentamente en las escaleras del porche, junto a los pies de Julie.
—Misi Felice era una mujer muy hermosa y muy buena —comenzó a relatar—. Masra Karl y misi Felice eran una bella pareja por ese entonces. La boda fue un gran acontecimiento aquí en Rozenburg. Mucha gente, muchos invitados. —Amru suspiró de nuevo profundamente y le lanzó una conmovedora mirada de vergüenza a Julie—. Lo lamento, misi, no quiero decir que…
—Está bien, Amru, está bien. Sé que Karl amaba a Felice.
Amru confirmó con la cabeza. Después, permaneció unos instantes pensativa, en silencio, y observó al papagayo que seguía jugueteando con la cuchara.
—Nico era el pájaro de misi Felice. Aiku lo trajo un día de la selva, se lo había encontrado, el animal era pequeño y frágil, debió de caerse del nido. En realidad, lo trajo con la idea de llevárselo a los niños de la aldea, pero cuando misi Felice lo vio… Ella lo alimentó y le puso el nombre de Nico. Desde ese día, Nico no se apartaba nunca de ella. Cuando misi Felice murió…, el pájaro desapareció y ya no volvimos a verlo.
Julie se quedó mirando al animal. Ahora entendía por qué la aparición del pájaro había sorprendido tanto a Karl y a Martina. Deslizó la mirada hasta Amru, que estaba a sus pies enfrascada en sus pensamientos. Se dio cuenta de que los recuerdos conmovían profundamente a la esclava. Julie esperó un rato con la esperanza de averiguar algo más, pero Amru no parecía dispuesta a revelarle nada más. Con un suspiro, dio permiso a la esclava para retirarse y esta se dirigió a la casa con paso moroso.
Al cabo de un tiempo, a Julie no le quedó otro remedio que unirse de nuevo a las comidas familiares. Probablemente, su ausencia había enfadado a Karl y no podía esconderse de Pieter y Martina para siempre. Había recobrado fuerzas y volvía a sentirse capaz de hacer frente a la situación.
Los pensamientos sobre la habitación infantil polvorienta y la creciente rabia que sentía Karl por la ausencia de un embarazo la atribulaban, pero tampoco sabía qué hacer para cambiar la situación.
En la mesa, volvía a predominar el tema de la boda. Martina se quejó de nuevo a su padre.
—Padre, así no puedo organizar la celebración. Tía Valerie… —Al pronunciar el nombre se detuvo, ¡se había delatado!
Pieter lanzó la servilleta sobre el plato con resignación. Karl entrecerró los ojos hasta abrirlos solo una rendija y los clavó en su hija.
—¿Qué te dije que pasaría si seguías viendo a tu tía…?
—Padre, yo…
—Cállate, ¡ya está bien! La boda queda aplazada hasta que estés dispuesta a planificar la celebración con Juliette.
Martina rompió a llorar. En ese momento, también Pieter compuso una expresión compungida. En ningún momento había imaginado que su futuro suegro fuera a cumplir sus amenazas.
—Karl, por favor, encontraremos una solución —dijo para intentar salvar la situación.
Pero en esa ocasión Pieter no consiguió convencer a Karl.
Al cabo de pocos días, Jean Riard se presentó en la plantación para proseguir con su trabajo. Hasta ese momento, Julie se alegraba siempre que venía el joven y procuraba hacerle compañía en la medida en que la situación lo permitía. En esa ocasión, sin embargo, se sentía tan abatida que solo fue capaz de quedarse allí, ensimismada en sus pensamientos, y ni siquiera intentó entablar conversación con él.
El segundo día, el contable, que no tardó en percatarse de la tensión que reinaba en Rozenburg, se aventuró a preguntar a Julie, entre titubeos, qué había sucedido. Ella le abrió su corazón.
—Yo me esmeraría en prepararle a Martina una buena boda, pero… ella se niega en redondo a hablar conmigo. ¿Cómo voy a ayudarla?
Jean Riard era un buen confidente, pero no sabía qué aconsejarle.
Le daba lástima que aquellas personas utilizasen a Julie como arma arrojadiza. Veía cómo las ganas de vivir de esa mujer se iban desvaneciendo poco a poco y cómo ella se iba sumiendo en una depresión. Impulsivamente, le posó la mano en el brazo con la intención de consolarla.
—Mevrouw, yo… —Sus miradas se encontraron y de pronto ya no pudo seguir hablando.
Julie no sabía qué era lo que había sucedido. Cada vez que pensaba en el joven contable, notaba mariposas en el estómago, de pronto le sobrevenía mucho calor, luego mucho frío, después le entraba sed a pesar de que seguía sintiéndose mareada. Tras aquel último encuentro en el porche, al día siguiente, él partió de regreso a la ciudad con las primeras luces. Julie tenía que concentrarse en otras cosas, pero no conseguía dejar de pensar en él. Intentó desterrar la imagen del joven de su cabeza, pero cada vez que recordaba el sutil roce de su mano, sus ojos azules, sus rubios cabellos…
Al cabo de unas semanas, cuando se acercaba el regreso del contable, Julie luchaba día tras día y hora tras hora contra los remordimientos que le provocaba la alegría oculta de volver a verlo. ¿Acaso se habría enamorado? No sabía, jamás había sentido nada igual.
Una noche de diciembre en que estaban todos a la mesa más o menos en silencio, como de costumbre, mientras Julie viajaba con el pensamiento a lugares lejanos, Martina pidió de pronto la palabra. Aquello era algo inusual, ya que desde el aplazamiento de la boda la muchacha ignoraba a su padre. También la buena relación que Pieter solía tener con Karl se había enfriado considerablemente. Julie pegó un respingo y trató de concentrarse en lo que la rodeaba. Aun así, no oyó lo que Martina acababa de decir. Esta se había ruborizado y miraba fijamente el plato de sopa; Pieter también estaba bastante inquieto. Karl clavó la mirada en su hija entrecerrando de nuevo los ojos, un gesto que no presagiaba nada bueno.
—Que estás ¿qué?
—Estoy embarazada.
Julie no estaba segura de haber oído bien las palabras de Martina, pero la reacción de Karl no dejó lugar a dudas. Se levantó hecho una furia de la mesa con tanta brusquedad que la silla cayó hacia atrás y sobresaltó a Aiku, que aguardaba a su lado con actitud servicial.
El rostro de Karl enrojeció de cólera.
—Pieter, a mi despacho, ¡ahora mismo!
Cuando se marchaba de la habitación, agarró a su futuro yerno y lo arrastró del brazo hacia sus aposentos. Luego cerró de un portazo, a pesar de lo cual Julie alcanzó a oír que Karl le reprochaba a voz en grito.
—¿Cómo ha podido…? ¡Pieter!
Martina permaneció hundida en la silla sin moverse. Julie no sabía qué decir. En silencio, removió la comida en el plato aunque sin llegar a probar bocado.
Al cabo de lo que pareció una eternidad, se abrió de golpe la puerta del despacho de Karl. Este irrumpió en el comedor a grandes zancadas, seguido de Pieter, que tenía una mirada sumisa muy poco habitual en él. Karl se colocó junto al extremo de la mesa, no sin antes lanzar una mirada de reproche a Martina, y farfulló:
—Ahora os casaréis, esta misma primavera, es inconcebible que… ¡Un plan excelente, sin duda!
Se dio media vuelta, cogió una copa de dram de la bandeja que Aiku le tendía muy oportunamente y se marchó a sus aposentos. Entonces, Pieter se movió. En cuanto Karl hubo salido, se quitó la máscara de hombre arrepentido y esbozó una sarcástica sonrisa de triunfo.
—¿Ves, amor mío? No tenía otro remedio que responder que sí. —Y desviando la mirada hacia Julie, agregó con desprecio—: Lograremos lo que nos corresponde.