Julie escudriñaba el horizonte con ansiedad. Pronto tendría que empezar a divisarse tierra. A pesar de la agradable brisa marina, notaba que el clima estaba cambiando claramente. Durante el viaje, habían pasado del frío invierno neerlandés a un tiempo intermedio más bien primaveral y, ahora, a un calor que en los Países Bajos habría sido insólito, incluso para la época de verano. Entre risas, las otras mujeres le dieron consejos a Julie sobre cómo lograr que la vida en el calor tropical fuese un poco más llevadera. Julie se sonrojó al comprender que la mayor parte de los consejos tenían que ver con la ropa interior. No, ella no podía… ¡Ni hablar! ¡Como alguien se diera cuenta…!
Tenía tantas ganas de notar tierra firme bajo los pies. Ahora ya no le apetecía seguir aguantando el comadreo de las demás mujeres de la cubierta superior. Empezaba a resultarle monótono oírlas hablar siempre de los mismos temas: la casa, los niños, los esclavos. Wilma tampoco se mostraba tan parlanchina como antes. Y Erika…, pero es que desde que Karl… Solo había tenido ocasión de hablar con ella apresuradamente y de saludarla de vez en cuando desde su zona de la cubierta. Desde el enfado de Karl, Julie había preferido no llamar la atención y permanecer alejada de la zona de proa.
—No se preocupe, Juliette, yo me encargaré de Aiku de ahora en adelante —le había prometido Erika y, dirigiendo una disimulada mirada de consternación al ojo todavía amoratado de Julie, agregó—: Es mejor que no dé a su marido más motivos de…, de preocupación.
Y, desde luego, después de cómo se había portado Karl con ella, lo que había pasado con Aiku, la bofetada…, Julie procuraba mantenerse apartada de su camino, lo que en la estrecha cabina era una empresa casi imposible. Se veía obligada a reconocer con tristeza que el enamoramiento inicial se había disipado por completo y a cambio se había instalado en ella un miedo aterrador hacia aquel hombre. Ahora Julie se andaba con mil ojos y procuraba prever el estado de ánimo de Karl. Si en el barco la trataba así, ¿cómo serían las cosas cuando llegasen a la plantación? Julie intentaba desterrar esa clase de pensamientos. «Algunos acaban por perder la cabeza…». Tal vez el viaje la había afectado más de lo que ella imaginaba. Julie suspiró por lo bajo y depositó todas sus esperanzas en la pronta llegada a Surinam.
De cuando en cuando se divisaban pájaros que surcaban el cielo. Unos pájaros enormes de un llamativo color rojo rosado y con unas patas largas y graciosas. Supuestamente, las aves volaban en dirección a tierra, pero Julie todavía no vislumbraba nada que se le pareciese.
Decepcionada, regresó con las otras mujeres que, con la misma serenidad de todos los días, estaban dedicadas a sus labores.
—Todavía queda un poco —comentó Wilma al advertir la impaciencia en el rostro de Julie—. Disfrute de los últimos días que le quedan de brisa marina, que luego la echará de menos. —Una vez más las mujeres se echaron a reír.
En los últimos días, los hombres empezaron a dejarse ver por la cubierta. El propio Karl aparecía de cuando en cuando para pasear al aire libre del brazo de Julie. Ella se dejaba llevar sin rechistar. Daba la impresión de que, a medida que se acercaban a la costa, el humor de Karl mejoraba. Julie se atrevía incluso a entablar breves conversaciones con él. Aunque continuaba con pies de plomo para no incomodarlo.
—La ciudad de Paramaribo se encuentra a varias horas de Rozenburg —le explicó Karl cuando Julie le preguntó si volvería a ver a las demás mujeres del barco.
—Bueno, quizá de vez en cuando pueda coger un coche y…
Karl se echó a reír.
—Para eso los caballos tendrían que saber nadar.
—¿Nadar?
—En Rozenburg no hay coches. No hay una carretera que conduzca a la ciudad. El único camino es el río. Y yo no puedo andar enviando negros constantemente en barca… Pero ya encontrarás el modo de mantenerte ocupada en la plantación. Además, Martina también estará allí.
Al oírle mencionar de nuevo a su hijastra, a Julie se le revolvió el estómago. ¿Cómo iba a reaccionar la muchacha al verla?
—Al llegar nos quedaremos dos días en la ciudad, tengo unos asuntos que arreglar. Cuando acabe, reanudaremos el viaje a Rozenburg.
En la proa del barco había un marinero sondeando el fondo del mar con un calón. Las aguas eran traicioneras en aquella zona, la proximidad de la desembocadura del río Surinam y los bancos de arena provocaban cambios constantes de profundidad. Cuando al fin se avistó tierra, Julie se sintió decepcionada. De alguna forma ella imaginaba una costa distinta, con extensas playas de arena y palmeras. Desde el barco, sin embargo, parecía que el azul del mar se fundiese sin solución de continuidad con la verde y frondosa espesura. No obstante, cuando se acercaron un poco más a la costa, podía distinguirse una clara frontera entre el agua y la selva.
Al poco, comenzaron a divisarse otros barcos.
—Los barcos tienen que esperar a que haya marea alta, solo así pueden seguir la corriente del río hasta la ciudad —le explicó un marinero.
Cuando, al fin, tras varias horas que parecieron interminables, se adentraron en el río, Julie observaba desde la cubierta intentando absorber todo lo que podía del nuevo país. Ya en ese momento empezó a percibir un olor distinto al del mar y al de los Países Bajos, más plomizo y cargado de aromas. Oía sonidos de animales desconocidos provenientes de la orilla. Por lo que había deducido de las conversaciones de las mujeres, debía de haber monos y papagayos. Julie intentó distinguir alguna cosa entre la masa verde de vegetación, pero su esfuerzo resultó inútil. Pronto empezaron a divisarse las primeras plantaciones entre la espesura de la selva. Julie veía grandes casas señoriales con la fachada hacia el río, rodeadas de numerosas construcciones mucho más pequeñas pintadas de un blanco que, bajo el sol, resultaba cegador. La primera impresión de las plantaciones causó un gran impacto a Julie. ¿También ella iba a vivir en una de esas lujosas residencias?
A media tarde del 13 de marzo del año 1859, el Zeelust se aproximó lentamente a la costa de Surinam. El ambiente de indiferencia y de cierta crispación que había reinado en el barco durante las últimas semanas se convirtió en una alborotada excitación.
Cuando el puerto quedó a la vista, Julie volvió a sorprenderse. Esperaba encontrar un puerto en toda regla, como el de Ámsterdam. Sin embargo, el de la capital de Surinam era poco más que una ensenada natural. Había algunos grandes barcos atracados en el centro del río y una gran masa de barcas flotando en medio. Eran korjale, así había llamado Karl a esos pequeños botes. En las pequeñas embarcaciones, había hombres negros haciéndolas avanzar a golpe de remo. Julie estaba contemplando el colorido ajetreo que había alrededor del barco cuando Karl apareció a su lado.
—Bienvenida a Surinam. —Cruzó los brazos y se apoyó en la baranda de madera. Su aspecto era el de un buen hombre.
De pronto, Julie supo que aquel era el momento oportuno. Desde que zarparon, las palabras de Wim no habían dejado de retumbarle en la cabeza y la pregunta de por qué Karl se había casado con ella la estaba martirizando. Por amor, desde luego, no. A esas alturas Julie lo tenía claro. Durante el viaje había albergado el deseo de que Wim estuviera equivocado, pero el comportamiento de Karl no contribuía sino a confirmar las peores sospechas. De pronto, Julie sintió que no debía pisar Surinam sin antes conocer la respuesta a una pregunta tan crucial como esa.
—¿Karl? —Julie titubeó. Pese a que ese día Karl parecía estar de mejor humor, eso podía cambiar en cualquier momento, tal como Julie había podido comprobar. Aunque, estando rodeados de tantos pasajeros, él no se atrevería a…— ¿Te casaste conmigo para quedarte con mi herencia?
Ya lo había dicho. Instintivamente, Julie se alejó un poco de él.
Karl se limitó a soltar una risotada prepotente y respondió sin mirarla a los ojos.
—Juliette, habría sido una auténtica lástima permitir que encerraran a una belleza como tú en un convento. Sé una buena esposa y tendrás todo cuanto necesites. —A continuación la miró un instante y en los ojos de él, que traslucían la frialdad de su mente calculadora, Julie halló la respuesta. Había caído en la trampa. El suelo se tambaleó bajo sus pies, pero logró mantenerse en pie.