CAPÍTULO 12

Julie reunió valor. El paradero de Aiku no la dejaba dormir tranquila. Ahora tenía una buena oportunidad. Se había levantado un viento fuerte y el barco se tambaleaba con fuerza sobre el oleaje. Se oían crujidos y chirridos amenazadores por todas partes. La mayoría de los pasajeros prefería no salir a cubierta. Julie avanzó despacio, agarrada a la barandilla, hacia la zona de proa. Se deslizó rápidamente por debajo de la cuerda que dividía la cubierta y hacía las veces de barrera. Suponía que en esa parte del barco encontraría la bajada a las zonas donde dormían otros pasajeros. El corazón casi se le salía por la boca. Estaba convencida de que tenía prohibida la entrada a esa zona y no sabía si era el miedo o el oleaje lo que le producía el fuerte hormigueo que notaba en el estómago. Unos metros más allá, tras un mástil de madera, vio aparecer a una mujer. Luchaba contra el viento con un mantón mientras se sujetaba el pañuelo que le cubría la cabeza. Cuando el barco, al chocar contra una ola, dio una gran sacudida, la mujer tropezó. Julie se abalanzó rápidamente sobre ella, la agarró del brazo y evitó la caída. Unos ojos marrones enmarcados en una pálida cara la miraron con agradecimiento.

—Gracias, casi… con este bamboleo, no pensé que fuera a ser tan extremo…

Julie acompañó a la mujer hasta la barandilla.

—Mire al horizonte y respire hondo unas cuantas veces. A mí me suele ayudar.

Al cabo de unos minutos, el rostro de la mujer recobró un color algo más rosado. Julie se sintió satisfecha y la soltó. Ambas estaban resguardadas del viento tras una superestructura.

—Gracias otra vez. Normalmente no me afecta, pero hoy…, con estas olas… y en nuestra cubierta…

Hablaba neerlandés pero no podía disimular el marcado acento alemán. Avergonzada, agachó la mirada.

—Disculpe mi falta de cortesía. Ni siquiera me he presentado. Soy Erika Bergmann.

—Juliette Leevken. —Julie le dedicó una sonrisa para animarla y, al examinarla con mayor detenimiento, reparó en que Erika no era mucho mayor que ella. Aquella joven mujer le suscitó curiosidad.

—¿Es usted de Surinam o es la primera vez que viaja al país?

Erika asintió, pero con un gesto de preocupación en el rostro.

—Pertenecemos a los Hermanos Moravos.

—Ah. —Julie no sabía muy bien qué responder. Había oído decir por ahí que los Hermanos Moravos eran una comunidad de la Iglesia evangélica, pero nunca se había interesado demasiado por la fe religiosa y no sabía a qué correspondía cada doctrina.

—¿Y qué va a hacer en Surinam? —prefirió preguntarle.

Ante esa pregunta, una sonrisa se dibujó en el rostro de Erika.

—Mi marido Reinhard va a trabajar en la misión. Y yo me dedicaré a asistir a los enfermos.

Julie averiguó además que Erika venía del estado de Wurtemberg y que antes de emprender la travesía había estado viviendo unas semanas en los Países Bajos para preparar el viaje y aprender el idioma.

—¿Y usted… es de Surinam? —Erika miró a Julie con los ojos cargados de esperanza.

Julie negó con la cabeza.

—No, para mí también es un país completamente nuevo, mi…, mi marido vive allí. —Esperaba que Erika no le hiciera más preguntas. Frente a una mujer devota le habría resultado muy incómodo reconocer que no había contraído matrimonio con Karl por una cuestión de fe religiosa, sino más bien huyendo de esta. Pero Erika se limitó a responder:

—Qué bien. —Y volvió a mirar a Julie con sus inocentes ojos marrones de cordero—. ¿Qué le trae por esta zona de la cubierta? Donde viajan ustedes tiene que ser todo mucho más cómodo.

—Estoy…, quería ver cómo está… nuestro criado.

—Ah. ¿Cómo se llama? A lo mejor lo conozco.

—Aiku.

Erika arrugó la frente.

—No, la verdad es que nunca he oído ese nombre, pero quizás está con los leñadores.

—Eh…, bueno, es que él no…; él es negro.

Al oír a Julie, Erika se mostró muy sorprendida.

—No, en nuestra cubierta no he visto a ningún negro, debe usted de haberse confundido. Seguro que están alojados en la popa…, allí, cerca de donde viajan los señores.

—No, precisamente por eso lo busco.

Definitivamente, el rostro de Erika había recuperado el color. Ahora ofrecía de nuevo un aspecto radiante.

—Venga, acompáñeme, mevrouw Leevken, sé de alguien a quien podríamos preguntarle.

Erika avanzó tambaleándose, pero con buen ánimo, rodeó unas superestructuras hasta llegar a una escalera. Allí había apostado un marinero que luchaba contra el viento para cerrar la trampilla de la puerta. Julie se preguntó si el hombre se encontraba allí por casualidad o si más bien hacía guardia.

—A la buena de Dios, buen hombre. Esta dama… —Erika tenía que gritar para contrarrestar los aullidos del viento—. A esta dama le gustaría encontrar a su sirviente, es un negro, ¿usted podría ayudarnos e indicarnos dónde se encuentra?

El marinero las miró asombrado. Con ese temporal probablemente no esperaba ver a nadie en la cubierta.

—Ah, sí, supongo que viajará en la cubierta baja. Creo que sí —respondió también a gritos.

—¿Y cómo puedo llegar hasta allí? —Julie avanzó hasta colocarse junto a Erika.

—Hmm, mevrouw, no creo que usted deba… —El marinero se resistía claramente a darles una respuesta.

—Conteste de una vez. —A Julie la situación le resultaba de lo más extraña.

—Bueno, primero tendría que atravesar la entrecubierta y allí, en la bodega, encontrarán al marinero Ferger, supongo que él las podrá ayudar.

—Gracias.

Antes de que Julie pudiera reaccionar, Erika echó a andar y se dirigió a las escaleras que conducían bajo la cubierta.

—Venga, ¡yo sé dónde encontrarlo! Y eh… —Erika tenía claro que Julie estaba acostumbrada a un entorno más lujoso—. Aquí no…, las cosas no son como en su cubierta, me temo. Procure tener cuidado y mire por dónde pisa.

Julie vaciló un instante. ¿Le estaba permitido entrar en esta zona del barco? Bah, por qué no, al fin y al cabo, ¡solo estaba buscando a su criado! Se arremangó la falda y siguió a Erika escaleras abajo.

La entrecubierta no estaba compuesta por camarotes, como Julie esperaba, sino que era un inmenso espacio abierto con hileras de hamacas agolpadas a ambos lados del pasillo. Las hamacas se balanceaban con fuerza al ritmo del oleaje. En ellas yacían pasajeros, muchos de ellos con la salud visiblemente afectada por el bamboleo. Algunos hombres, a los que Julie había visto antes jugando a las cartas en la cubierta, bromeaban en susurros. El ambiente era asfixiante y el olor que se respiraba tampoco era especialmente agradable. Julie se dio cuenta de que en su cabina gozaba de un grado de comodidad incomparable.

Un hombre levantó sorprendido la vista de un libro cuando las mujeres pasaron junto a su hamaca.

—¿Erika? ¿Dónde te habías metido?

—Reinhard —Erika se detuvo un momento—. Mevrouw Leevken, mi marido Reinhard. Ahora mismo vuelvo. Quería acompañar a la dama y mostrarle el camino.

Julie saludó al hombre con un leve asentimiento. Con rapidez, Erika siguió avanzando hasta que llegaron a otra escalera que descendía hasta una puerta. En la última hamaca que había junto a la escalera estaba echado un hombre tosco y con expresión pensativa.

—¡Marinero Ferger!

A Julie la sorprendió la resolutiva actitud de Erika. Nunca se habría figurado que la joven mujer poseía un carácter tan atrevido.

—La dama desea ver a su sirviente. Eh…, es un negro. ¿Puede indicarnos dónde encontrarlo?

Ferger frunció el ceño un tanto sorprendido; cuando reparó en la presencia de Julie, se puso en pie con un gesto pesado y se arrastró escaleras abajo. Julie y Erika lo siguieron vacilantes. Descendieron otros dos tramos más de escaleras detrás de Ferger hasta que este se detuvo ante una puerta.

—Por aquí, por favor, señoras. —Abrió la puerta y se sonrió con expresión socarrona como si pretendiera burlarse de los modales exquisitos de las mujeres.

—Gracias. —Julie trató de adoptar un tono de voz firme. Acto seguido, entró en la oscura habitación que se abría tras la puerta. Antes de que sus ojos lograsen acostumbrarse a la penumbra, oyó un tintineo y se asustó al vislumbrar dos siluetas negras junto a la pared, al parecer atadas con cadenas.

Erika pegó un respingo y se volvió hacia Julie con expresión de perplejidad.

Julie estaba horrorizada.

A Aiku los ojos le brillaron con sorpresa al reconocer a Julie; a continuación, bajó rápidamente la mirada. Su rostro mostraba un grado importante de deterioro. En la habitación se respiraba un nauseabundo olor a excrementos humanos y a Julie le pareció ver pasar una alimaña pequeña y peluda. Se acercó de un salto hacia el negro, como si buscara protección, pero este se estremeció avergonzado.

—Aiku, ¿estás bien?

El negro asintió con un gesto casi imperceptible. En ese instante, Julie se dio cuenta de que los dos esclavos estaban desnudos. Apartó la vista. Lo último que quería era someter a más apuros a aquellos hombres negros.

—¿Por qué no están vestidos? —le preguntó a Ferger.

—Bueno, es que aquí abajo suele hacer calor, mevrouw. Aquí están de maravilla. —La sonrisa del fornido marinero se hizo más amplia.

Julie ni siquiera sabía qué habría esperado encontrar. Pero eso excedía con mucho los límites de lo imaginable. Hizo un último esfuerzo por mantener la serenidad.

—Llévenos de vuelta arriba.

Subió las escaleras impulsada por la rabia. Tenía que hablar con Karl. ¿Cómo era posible que esas personas fueran a pasar semanas allí abajo amarradas con cadenas como…, como si fueran criminales? Erika subió tambaleándose por el aturdimiento detrás de Julie. También a ella le causó un gran impacto la primera muestra del trato que dispensaban a los esclavos en el país donde iba a vivir.