CAPÍTULO 7

El vestido era precioso. Julie se movía con cierta inseguridad en aquellos ropajes tan vaporosos, pero se sentía tan liviana como si estuviera desnuda.

Debajo, había decidido ponerse una suave lencería de seda con encajes a juego con el vestido. Hasta entonces, Julie jamás se había molestado en llevar lencería bonita. ¿Para qué? Ahora, sin embargo, pronto tendría que desvestirse frente a un hombre…, frente a Karl…

Se dio media vuelta cuidadosamente delante del espejo. La modista le recogió un poco de tela de aquí y de allá y le metió las mangas a la medida justa.

—¡Qué emoción! —comentó mientras le tomaba las medidas—. ¡Casarse y marcharse a ultramar!

Julie se limitó a responder con un lacónico «sí». Hasta entonces, Surinam no había sido más que un castillo en el aire, pero ahora que hablaba de ello cada vez con más frecuencia la idea iba tomando forma. El miedo también aumentaba con el paso del tiempo. ¿Por qué se había embarcado en esa aventura? Era un país tan remoto, tan desconocido… Todo cuanto sabía sobre Surinam procedía de las escasas pinceladas que Karl le había dado sobre el país y los hechos, más bien descorazonadores, que Wim había recopilado como avezado periodista.

—Surinam se encuentra en la costa atlántica, rodeado por la Guayana británica, Brasil y la Guayana francesa. —Wim giró el pequeño globo terráqueo y le señaló con el dedo la diminuta mancha de un país cuyo tamaño parecía ridículo en comparación con el resto del continente americano—. Lleva siendo colonia europea más de dos siglos. Los ingleses fueron los primeros colonizadores; luego los holandeses se quedaron el país, para transferírselo por segunda vez a los ingleses. Hasta 1814, los Países Bajos no volvieron a hacerse con el poder de la colonia. Gracias al cultivo de caña de azúcar, café, cacao y algodón, Surinam se convirtió en un importante proveedor de Europa.

Wim proporcionó otros muchos datos y números que, por otro lado, no resultaban de gran utilidad para Julie, aun cuando se trataba del lugar donde iba a vivir en el futuro.

La modista parecía entusiasmada.

—He oído muchas veces que los hombres jóvenes de las colonias se desenvuelven de maravilla. Y la cultura de aquel lugar está muy influida por la de los ingleses. ¡Si no, todos esos indios serían almas impías!

—¿Indios? —Julie miró sorprendida a la modista, que estaba agachada tomando la altura de los tobillos para el vestido.

—No me voy a vivir a la India —dijo tratando de reprimir una carcajada.

—Pero, mi niña, ¿adónde se va entonces? —preguntó la modista desconcertada.

—A Surinam, que se encuentra en el continente sudamericano.

—¿Surinam? ¿Pero no es ese un país temible donde viven multitud de salvajes? Ay… Lo siento. —La modista se avergonzó de inmediato de su impertinente comentario. Rápidamente, trató de arreglar la metedura de pata—: Sepa usted que mi hermano es marinero. De vez en cuando, naturalmente le gusta contar historias de países remotos. —La mujer se incorporó y observó su trabajo.

Julie, en cambio, no se tomó a mal su sinceridad. Ahora le picaba la curiosidad. Al fin, alguien que conocía ese país y no se limitaba a torcer el gesto con expresión interrogante al oír el nombre.

—¿Qué cuenta su hermano sobre Surinam?

La modista estudió a la muchacha con mirada meditabunda.

Rápidamente, Julie agregó:

—Mi futuro esposo no habla de otra cosa, como es natural, pero siempre me resulta interesante conocer historias del país que será mi nuevo hogar. —Julie se sonrojó al soltar esa pequeña mentira. En realidad, Karl Leevken no había vuelto a contarle nada desde que fijaron la fecha de la boda y el viaje. Julie estaba convencida de que no lo hacía con mala intención y de que la razón era sencillamente que no habían podido pasar ni un instante a solas para mantener una conversación. Julie lo atribuía a la presencia permanente de su tía durante las escasas visitas de Karl, pues a pesar de la precipitación de los planes era preciso mantener las formas. Además, su prometido tenía un calendario de lo más apretado, pues debía aprovechar los últimos días en Europa para resolver sus negocios. Con todo, Julie se sentía decepcionada. Karl tendría que ser claro acerca de todas las preguntas que bullían en la mente de Julie. ¿Por qué no hacía el esfuerzo de escucharla y de responder a todas esas preguntas?

—Bueno… —La modista titubeó un instante—. Verá, mi hermano es un simple marinero, no se mezcla con las gentes del país —dijo al fin en tono vacilante—. Aunque, a decir verdad, en una ocasión me contó que ese país tiene un clima absolutamente extraordinario y que en ciertos aspectos los negros viven mejor que los blancos. Y negros hay muchos.

Julie se echó a reír.

—Sí, Karl también cuenta lo mismo, pero esas personas son trabajadores de las plantaciones y sirvientes, como ese Aiku que sigue a Karl a todas partes.

—Bueno, lo que dice mi hermano… Lo que me ha contado es que allí de cuando en cuando hay problemas con los negros que se rebelan. Que a menudo desembarcan allí soldados para…, para poner las cosas en orden. Pero estoy segura de que su marido y usted no tendrán problemas con eso. —Para enfatizar sus palabras asintió bruscamente con la cabeza—. Además, allí debe de haber muchas cosas hermosas, muchas frutas suculentas. Joost, mi hermano, decía que los hombres de mar solían volverse locos de contento al volver a ver tierra firme después de una travesía tan larga.

¡La travesía! De eso Karl no le había hablado todavía.

—¿Cuánto tiempo suele pasar su hermano en alta mar? —Julie albergaba la esperanza de que la modista no hubiera percibido el miedo en su voz.

Esta reflexionó con concentración.

—¿Se refiere para ir a Surinam? ¿Ida y vuelta?

—Solo ida —repuso Julie con un hilo de voz; y, por primera vez, fue consciente del significado de sus palabras.

—Ah…, bueno, la verdad es que se tarda una temporada en llegar. Aunque con los barcos modernos ha de ser mucho más agradable que antaño. La última travesía duró solo cuarenta días. —Julie tragó saliva. ¡Eso era más de un mes!

La modista se percató de su expresión de sorpresa.

—No se preocupe, cielo, seguro que esa travesía en barco no es más peligrosa que otras muchas.

A Julie no le supuso ningún consuelo ese comentario. Al parecer, había varias cosas que su futuro esposo todavía no le había aclarado.

La ceremonia planificada a toda prisa tuvo lugar en una pequeña capilla. Margret invitó a algunos amigos y conocidos para que los bancos no se vieran completamente vacíos. En presencia de Margret, nadie se atrevió a realizar preguntas sobre el enlace. A Julie le habría gustado gozar de la compañía de sus amigas del internado, pero Margret lo descartó. Dijo que un viaje tan largo era demasiado dispendioso y que, además, las clases ya habían comenzado. Julie casi lo había olvidado. Era cierto que ella también habría tenido que regresar al internado hacía ya una semana. De pronto, al verse rodeada de todas aquellas personas desconocidas, se sintió sola. En sus sueños siempre había imaginado su boda de otra manera. Una celebración más alegre y no tan… improvisada. Todo transcurrió a gran velocidad, durante las firmas en el registro civil se respiraba el ambiente sobrio propio de los acuerdos contractuales. Y la celebración posterior… No hubo tiempo para planes ni para sorpresas. Bastante complicado fue ya llegar a tiempo con el vestido. En ese aspecto, todo fue sobrio y convencional: después de la ceremonia, los recién casados y los invitados a la boda celebraron un banquete en casa de los Vandenberg, aunque no fue nada extraordinario. El tío Wilhelm hizo un brindis y Julie y Karl recibieron las felicitaciones de los presentes. A Julie se le pasó el día muy deprisa, en su memoria ese convite se confundía con otros banquetes, con otras charlas, con otras conversaciones vacías y con otras personas sin nombre. Ni siquiera sintió el excitante hormigueo que había sentido otras veces al notar las leves caricias de Karl. Además, ese día Karl ni siquiera la tocó… Cuando los invitados se marcharon, Julie tuvo la sensación de despertar de un sueño vulgar y corriente.

Finalmente, Karl la agarró de la mano y Julie notó que la invadía un miedo terrible. La esperaba el futuro irrevocable de lo que denominaban la «noche de bodas». Ella tenía una ligera idea de lo que significaba en teoría, pero en la práctica…

Lo cierto es que antes de enfrentarse a esa situación habría agradecido tener a su lado a una mujer experimentada que hubiera podido darle algún que otro consejo. Pero habría sido impensable recurrir a Margret, y sus primas… no, ¡estaba mucho mejor con la boca cerrada!

De camino al hotel de Karl, Julie se sentía cada vez más nerviosa. Karl le concedió un breve periodo de gracia, la acompañó a la habitación y luego se disculpó con delicadeza. Julie se sintió completamente perdida en el cuarto. Sus enseres personales habían sido enviados previamente al hotel, de forma que… Abrió la maleta, se enfundó con suavidad el camisón y se acurrucó bajo las sábanas del inmenso lecho. Después, esperó.

Cuando Karl regresó al poco, desprendía un ligero olor a alcohol. Al cerrar la puerta tras de sí, se quedó detenido un instante en medio de la oscuridad de la habitación. Luego, Julie oyó cómo se desvestía y se introducía a su lado en la cama. Se deslizó bajo la colcha hasta colocarse encima de ella y la besó en la boca. Su lengua se abrió paso entre los labios de Julie; el movimiento no fue delicado, sino más bien posesivo. Julie intentó apartarlo, pero con ello solo consiguió excitarlo más.

Karl le subió el camisón, la agarró por las caderas y la atrajo hacia sí. Julie se sentía desbordada por sensaciones que oscilaban entre el aturdimiento, el miedo y la agitación.

—Karl, yo… —Dijo mientras trataba nuevamente de soltarse.

—Shhhh… Juliette, yo sé lo que hago.

Cuando Karl la penetró, Julie notó un dolor breve y punzante. Los movimientos de Karl dentro de ella eran cada vez más violentos. Julie estaba asustada porque había perdido por completo el control de lo que pasaba. Además, Karl pesaba mucho y, cuando ella intentaba quitárselo de encima, él no hacía sino empujarla con más fuerza contra la almohada. Le hacía daño, pero Julie no se atrevía a decir nada. Cuando todo hubo terminado, sintió un gran alivio.

Cuando Karl rodó al fin hacia su lado de la cama, le lanzó a Julie una fugaz mirada de satisfacción. Nada comparable con aquello a lo que él estaba acostumbrado, pero ahora ya era suya. Y ya podía poner fin a toda la farsa.