Prólogo

No podía moverme, ni siquiera levantar el dedo meñique, o parpadear. Ni siquiera podía abrir la boca para gritar.

Luchaba, tanto como podía, para mover la enorme y pesada masa en que mi cuerpo se había convertido, pero estaba atrapada bajo el casco de un inmenso barco que había naufragado y reposaba en el lecho del océano. No podía moverme.

Tenía los párpados cerrados, como si estuvieran soldados. Los tímpanos, rotos. Las cuerdas vocales, arrancadas.

Oscuridad total y un silencio absoluto e implacable a mi alrededor; una milla de agua negra por encima de mí.

Sólo puedo hacer una cosa, me dije, pensando en ti, y me deslicé fuera del barco hundido que es mi cuerpo para ascender por la inmensidad del océano negro.

Nadé hacia arriba, hacia la luz del sol, con todas mis fuerzas.

Después de todo, no estaba tan lejos. A menos de una milla.

Porque de repente me encontré en una habitación blanca, de luz brillante, con un fuerte olor a antiséptico. Escuché voces, y mi nombre.

Vi la parte del cuerpo que era «yo» en una cama de hospital. Contemplé a un médico abriéndome los párpados y apuntando una pequeña linterna hacia mis ojos; otro estaba bajando la inclinación de la cama, un tercero colocándome el gota a gota.

Sé que no vas a creerme. Eres un hombre capaz de poner presas en los ríos y escalar montañas; un hombre que conoce las leyes de la naturaleza y de la física. «¡Tonterías!», le dices a la tele, cuando sale alguien hablando de fenómenos paranormales. Aunque serás más amable con tu esposa, y no dirás que mis palabras deberían acabar en una granja para cerdos, yo sé que pensarás que es imposible. Pero las experiencias extracorporales existen. Se publican artículos que hablan de ellas, sale gente debatiéndolas en Radio 4.

Y si esto era real, ¿qué debía hacer yo? ¿Abrirme paso hasta los médicos y apartar a la enfermera que me estaba afeitando la cabeza? «¡Disculpen! ¡Perdón! ¡Déjenme pasar! Lo siento, esto es mi cuerpo, si no me equivoco. ¡Estoy aquí, a su lado!».

Se me ocurren ideas ridículas porque estoy asustada.

Tan asustada que tiemblo, me estremezco, siento náuseas.

Y con el miedo, el recuerdo.

Un calor devorador, llamas desatadas y el humo asfixiante.

La escuela ardiendo.