Han pasado cinco horas y ya es casi medianoche. El punto de inflexión de los cuentos de hadas de Jenny sucedía más o menos a esta hora: carrozas que se convertían en calabazas, princesas bailarinas que tenían que regresar a sus camas; pero las historias que le gustan a Adam tienen un aire más positivo. La hora bruja es cuando la luz de la luna es más brillante, el mundo está en silencio y todos duermen excepto la niña pequeña y el GGB llega soplando sueños hasta los dormitorios.
De hecho, veo el ejemplar de El gran gigante bonachón en la segunda estantería. Estás en la litera superior, y Adam en la de abajo, con Aslan acurrucado a sus pies.
Mis zapatitos de baile, si tuviera, olerían a antiséptico. He ido al hospital, y tengo que decirte lo que ha sucedido.
Te observé cuando te sentaste con Adam, cogiéndole de la mano, agradecida porque había logrado resistir cada vez mejor el dolor de estar lejos del hospital, y podía estar con él ahora que dormía.
Pensé en lo bonito que era que los niños llamasen «abuela G.» a mi madre, para diferenciarla de la tuya, la abuela Annabel; aunque murió antes de que nacieran, ella sigue siendo su abuela.
Encontraste la vieja linterna de Addie, y te instalaste en la litera superior, con la mano lista para agarrar la suya por si te necesitaba.
Mamá entró, y dijo que quería ir al hospital para ver a Jen un rato, ahora que tú cuidabas de Addie.
La acompañé.
No estoy segura de haberte contado esto, pero cuando mamá descubrió que ya no estaba en mi cuerpo, empezó a hablarme en todo momento y lugar. «Es un poco como disparar a tontas y a locas, cariño, Grace, ya lo sé. Pero alguna vez estarás cerca de mí, para escucharme. Estoy segura».
Condujo su viejo Renault Clio furiosamente rápido por las calles vacías hasta el hospital.
—He regado las zanahorias y los tomates de Adam —dijo.
—Gracias.
—Debería haber regado también tus geranios. Se deshidratan muy rápido cuando hace calor.
—Quizá puedas replantarlos. Me gustaría mucho que lo hicieras.
Se quedó callada un ratito, con su semblante mucho más envejecido. Se saltó un semáforo en rojo, pero apenas había tráfico.
—Las cambiaré por otras que puedan aguantar más tiempo sin agua. Las flores de lavanda pueden quedar muy bien.
—Lavanda sería perfecto.
Llegamos al hospital. El atrio pecera está casi desierto, apenas quedan unos pocos pacientes, vagando, sus pasos ecos en el vacío; un médico se apresura por el pasillo. Las luces de los coches del otro lado del cristal hieren la oscuridad del interior.
Pensé en el señor Hyman, y en lo asustada que me sentí cuando vino al hospital. «¡Aléjese de mis hijos, aléjese!». ¿Es eso lo que sucede después de un terrible crimen? Toda la fealdad y la crueldad del mundo se derraman a tu alrededor; como un vertido tóxico de petróleo, lamiendo las orillas, ennegreciendo indiscriminadamente todo cuanto toca. Tiene terribles debilidades, sí, pero no es culpable de ningún pecado. Es un hombre falible, pero no es malvado. No tiene que cargar con ningún crimen en su conciencia. Addie tuvo razón al confiar en él. Y me alegro tanto de que le dijeras a Addie que el señor Hyman le quiere de verdad; que jamás haría algo cruel contra él. Me alegro de que volvieras a llamarle señor Hyman.
Mamá fue a ver a Jenny. En el pasillo, vi que Jenny me esperaba.
—Necesito saberlo —dijo—. Por qué volví a la escuela, y por qué subí hasta arriba otra vez, y lo de mi móvil. Tengo que saberlo.
Habíamos resuelto el gran misterio, los hechos a grandes rasgos, pero no los detalles.
—La policía lo averiguará cuando interroguen mañana a Maisie —le dije.
—Pero yo quizá no pueda esperar a mañana —dijo, y estábamos hablando de otra cosa, algo completamente distinto.
—Pues claro que sí.
—No. Ya te lo dije, mamá. No pienso aceptarlo. Y no voy a cambiar de idea.
No discutí con ella, no entonces. Porque además de valor, tu hija ha heredado tu insoportable tozudez. «¡Criterio independiente!», corregirías tú. «¡Fortaleza de carácter!». Bueno, todo lo que sé es que cuando los demás bebés de la guardería estaban en una escala de carácter que recorría la gama de bueno-dócil-enclenque, Jenny estaba en el otro extremo, como tozuda-caprichosa-fuerte-independiente, según tu punto de vista.
Y sí, estoy orgullosa.
En el fondo, siempre lo estuve.
Pero no compartía su necesidad de saber. Solamente quería descubrir la verdad para limpiar el nombre de Adam, nada más. Y también sabía que tendría mucho tiempo por delante, porque yo iba a dárselo. Así que iba a ganar esa pelea.
—Necesito recordarlo, mamá —me dijo—. Porque si no, es como si una parte de mi vida no hubiera sucedido. La parte que lo cambió todo.
Comprendí por qué necesitaba saber, y tenía que respetarlo. Y estaba dispuesta a protegerla, si se acercaba demasiado al fuego.
Fuimos a la habitación de Rowena, porque Jen había experimentado su «zumbido de loca» allí. En ese momento, pensábamos que el desencadenante había sido el olor de Donald, no el de Maisie.
Mientras caminábamos, reorganizamos lo que sabíamos y lo que Jenny había recordado del miércoles por la tarde. Sabíamos que había llevado dos garrafas de agua desde la cocina de la escuela hasta la salida lateral. Había oído la alarma antiincendios y pensó que se trataba de un error o un simulacro. Le preocupó la posibilidad de que Annette no supiera qué hacer, de modo que dejó las garrafas frente a la entrada de la cocina y volvió dentro. Allí fue cuando olió el humo y supo que no era un simulacro.
Llegarnos a la habitación de Rowena. Jenny cerró los ojos. Me pregunté cuál de los olores había despertado sus recuerdos la última vez; quizá Maisie llevaba un perfume y yo no lo había notado. Su cárdigan seguía tirado encima de una silla. Debió dejarlo tras de sí cuando la arrestaron.
Esperé junto a Jenny durante unos minutos; tres o cuatro, tal vez.
Me preparé para enfrentarme a la extraña en que se había convertido mi amiga.
—Llevo el agua fuera —dice Jenny—. La alarma hace muchísimo ruido. Creo que Annette no sabrá qué hacer. Así que dejo las garrafas y vuelvo a entrar. Maldita sea, es un incendio de verdad.
Se calla de repente, en el mismo punto al que ya habíamos llegado. Lo único nuevo es que pensábamos que su móvil se le había caído del bolsillo cuando dejó las garrafas en el suelo.
Jenny tomó mi mano.
—Tenía miedo de hacerlo sola —dice—. Quiero decir, avanzar más sin ti.
Pero yo ya sabía que por eso me había esperado.
Cerró los ojos de nuevo.
—El humo no es tan terrible —dijo—. Se huele, pero no es más fuerte que cuando se quema algo en el horno. No estoy asustada, solamente pienso en qué debería hacer. Creo que de hecho Annette no estará preocupada, ¡se lo debe estar pasando bomba! Por fin ha llegado su momento dramático.
Jenny luchaba por llegar hasta las últimas puertas del pasillo de su memoria.
Pensé en la «amnesia retroactiva» de la que había hablado Sarah: puertas antiincendios, así las imagino, fuertes y pesadas, protegiéndola de lo que hay más allá.
Creo que lo que le dio fuerzas para empujar esas puertas fue saberse tan querida por Ivo —y por mí, por ti, por Adam y por Sarah—. Las abrió, volvió a entrar en el horror de esa tarde.
—Y entonces veo a Maisie —dijo.
Su cuerpo se pone rígido.
Mamá está de vuelta en nuestra habitación extra, y yo estoy sentada en la cama de Adam, sosteniendo su manecita suave mientras duerme. Los recuerdos de Jenny se repiten en mi mente como una película que no puedo apagar; es un bucle infinito. Espero que al decirte lo que veo se detengan.
La alarma antiincendios rasga la tarde de verano. Jenny deja las garrafas de agua y vuelve a la escuela, por la entrada lateral de la cocina. Huele a humo, pero no está asustada. Está pensando en Annette. En lo mucho que disfrutará con esto.
Sube las escaleras hasta el principal. Entonces ve a Maisie, con su camisa de manga larga.
Está llorando.
—Vi a Adam saliendo de la sala de arte —dice—. Dios, ¿qué has hecho, Ro?
Rowena, con sus prácticos pantalones de lino, está delante de ella, furiosa.
—¿Viste a Adam y me echas la culpa a mí?
—No, claro que no. Lo siento, yo…
Rowena abofetea a Maisie, brutalmente fuerte. Oigo el sonido de la palma de su mano golpeando la mejilla húmeda de la mujer, y en ese sonido se desintegran todas las ficciones.
—Cállate, cerda.
—Me mandaste un mensaje —dice Maisie—. Pensé que me habías…
—¿Perdonado?
—Solamente quería lo mejor para…
—Me quitas a mi amante y luego nos arruinas. Es alucinante, mamá. Jodidamente alucinante.
Maisie se recupera por unos momentos.
—Era demasiado mayor para ti. Se aprovechaba de ti, y…
—Él es una mierda, no tiene cojones y es patético. Y tú eres una puta manipuladora.
Grita, cada palabra un latigazo, un ataque.
—Tengo que ir a ayudar —dice Maisie. Se vuelve hacia Rowena, reuniendo valor, y le pregunta—: ¿Obligaste a Addie a que lo hiciera, Ro?
—Tú decides, mamá.
Limpia las lágrimas de las mejillas de su madre; la marca roja de la bofetada, aún visible en su piel.
—Ve a lavarte la cara —dice Rowena, y baja la cremallera del pantalón de Maisie—. Y vístete como Dios manda, joder.
Maisie se va para ayudar a los niños de primero. Aún no ha visto a Jenny.
Pero Rowena sí.
Ella ve a Jenny, y sabe que lo ha oído todo.
Jenny recordó que en ese momento, el fuego no le pareció importante. Sabía que no había prácticamente nadie en la escuela, y que todo el mundo podría salir fácilmente. Solamente podía pensar en Rowena pegando a su madre, insultándola, haciéndole daño.
—Adam ha ido a buscarte —le dijo Rowena—. A la enfermería.
Y todo cambió.
La escuela estaba en llamas y Adam estaba en lo alto del edificio.
Jen corrió a buscarlo.
¿Y Addie? ¿Dónde estaba él, realmente? Necesito rebobinar un poco más, para que él también aparezca en la cinta horrible que estoy proyectando en mi cerebro.
Le veo irse con Rowena hacia la escuela, ella se ha ofrecido a ayudarle a llevar su pastel. Todo cuidadosamente planeado.
Lleva ropa muy práctica, en comparación con la de Jenny, y pienso en lo madura que parece.
Llegan hasta el borde del campo de juegos. Cerca de los matorrales de azalea, de colores enjoyados, creo que se detienen unos minutos, mientras Rowena le cuenta a Addie lo del regalo de cumpleaños del señor Hyman. Y Addie se siente muy feliz de que el señor Hyman le haya traído un regalo.
Porque creo que la figura inmóvil que vi al borde del campo de juegos fue Rowena, y Adam estaba a su lado, pero yo no le vi porque quedaba oculto por el seto de azaleas.
Caminan juntos hasta la escuela.
Rowena sube con Addie hasta su clase para recoger su pastel. Saca las cerillas del armario de la señorita Madden. Le dice que el regalo del señor Hyman está en la sala de arte, que es un volcán diferente, que tiene que encenderlo y que puede utilizar sus cerillas de cumpleaños.
Pero Adam no quiere, y eso sorprende a Rowena, que le subestima; pensaba que era un niño maleable. Así que le dice que el señor Hyman trajo el volcán a la escuela en persona, aunque eso pueda ponerle en un grave aprieto, si le descubren. Le dice que el señor Hyman subirá a la sala de arte en cualquier momento, y que se sentirá muy decepcionado si Addie no juega con su regalo. Así que Addie, a su pesar, acepta.
Rowena se va y baja las escaleras hasta el despacho.
Addie va a la sala de arte. Confía en el señor Hyman, le quiere incluso. Pero tiene miedo de las cerillas, y nunca ha encendido una, y no sabe cómo hacerlo.
Rowena tiene tiempo de escuchar el parloteo inane de Annette, y construye su coartada.
Adam consigue encender una cerilla. Se aleja del volcán y la arroja desde lejos, porque tiene miedo al fuego, incluso a un encendedor.
Y el contenido del volcán, lleno de disolvente, tarda un segundo en prender y en explotar, con llamas como lenguas de fuego que salen de un cráter. Addie se asusta terriblemente y echa a correr.
Lo sé, cariño. Yo también habría querido estar ahí con él. Calmarle.
Maisie está saliendo del baño de señoras, suena la alarma, y ve cómo Addie sale corriendo de la sala de arte.
Adam baja a toda velocidad por las escaleras, frente al despacho de la secretaria, y llega a la puerta principal.
Y ahora las dos películas se funden porque Maisie ve a Rowena.
—Vi a Adam saliendo de la sala de arte —dice—. Dios, ¿qué has hecho, Ro?
Y Jenny es testigo de su pelea; ve a Rowena pegar a Maisie. Así que Rowena le dice que Adam está arriba, buscándola en la enfermería.
Una única frase, y nuestra familia es destruida.
Porque Jenny sube hasta el tercer piso, buscando a Addie.
Huele el humo, pero no es tan terrible, aún no, y quizá oye el crepitar de las llamas, pero aún no ve nada alarmante.
No sabe que el fuego está viajando por las cavidades vacías de las paredes, y por los espacios del techo, y por las salidas de aire.
Fuera, en el camino de gravilla, Rowena abraza a Adam. A su lado, su estatua, de cuando era una niña encantadora.
Creo que en este momento, Rowena le manda un mensaje a Jenny. Le dice que Adam aún está en la escuela, para obligarla a quedarse dentro, buscando. Veo sus dedos apretando las teclas del móvil.
Al lado de la escuela, cerca de las garrafas de agua abandonadas, el móvil de Jenny suena, con el aviso de llegada del mensaje. Pero nadie lo oye.
Porque en ese momento, el incendio explota. Las llamas rebotan por las paredes, los túneles de calor avanzan por los pasillos y las cavidades del techo, golpean y se abren paso por las estancias y soplan hacia el exterior, por las ventanas. La escuela se ahoga en humo.
Desde el campo de juegos, veo el espeso humo negro y empiezo a correr.
Al lado de su estatua de bronce, Rowena le dice a Addie que todo es culpa suya.
Jenny abrió esa puerta de fuego hacia su memoria, y resultó aterrador. Temblaba violentamente.
—Estoy en el incendio. Y Addie debe estar aquí también. Las llamas están por todas partes, quemándolo todo, y…
La rodeé con mis brazos y le dije que ahora estaba a salvo. La ayudé a regresar a mí.
Rowena seguía durmiendo.
Nos fuimos de la habitación, porque ninguna de los dos podía soportar estar cerca de ella. Pero aún podíamos verla a través del cristal de la puerta.
Su rostro dormido parecía la tabla rasa del carácter de una persona.
—Addie estuvo fuera todo el tiempo, ¿verdad? —dijo Jenny—. Quiero decir que eso ponía en la declaración de Annette, y en la de Rowena, que salió fuera enseguida.
—Sí.
Los dos habían estado fuera. Por un minuto o dos, los dos habían estado a salvo.
Pero Jenny estaba cerca de la salida de la cocina, en la parte lateral de la escuela.
Y luego había vuelto a entrar.
A nuestras espaldas se abrieron las puertas de la unidad de quemados, y hubo un repentino frenesí de actividad y ruido mientras una camilla con un paciente entraba, rodeado de personal médico. Las luces estaban encendidas, y no se distinguía si era de noche o de día. Recordé cuando trajeron aquí a Jenny, esa primera tarde; el horror de todo ello.
El ruido molesta a Rowena. Se mueve, en sueños.
—Debió planear matar a Addie —dijo Jenny—. Tuvo que haberlo pensado.
Recuerdo cómo Rowena describió el disolvente y el acelerante del volcán, y las latas de spray apiladas a su alrededor. Rowena era una chica brillante, muy buena en ciencias, y sabría qué sustancias químicas explotarían mejor y quemarían y envenenarían con más eficacia.
—Quiso que le explotara en la cara —dijo Jenny—. Debió estar aterrorizada cuando supo que estaba bien, y pensó que le había tocado la lotería cuando se enteró de que no hablaba.
—Así es.
—Ella solamente tenía una herida, la quemadura de una plancha. Fue un accidente, tal y como dijo.
Jen necesitaba verlo como un todo, entero, mientras que yo solamente quería alejarme, pero me obligué a mirar la estampa de frente.
—No creo que su padre la maltratara antes de esa escena —continuó Jenny—. Solamente ese día, cuando le vimos. Porque sabía lo que nos había hecho.
Recordé la escena en la habitación de Rowena. Recordé cómo Donald le cogió las manos, porque lo sabía. Él lo sabía.
—Se dio cuenta de que solamente había entrado en el edificio para quedar como una heroína —dijo Jenny.
Recordé a Rowena acercándose a Donald y su mirada de odio y de furia. «Me das asco», le había dicho.
—Probablemente no llegó más allá del vestíbulo —dijo Jenny—. Luego se dejó caer, sabiendo que los bomberos estaban de camino. Quería estar segura de que nadie sospecharía de ella.
«Toda una heroína, ¿eh?», había dicho Donald, y su enfado había resultado estremecedor.
Recuerdo en otra ocasión, la voz triste de Maisie, su pesar.
«Uno no debería condenar a alguien que quiere, ¿verdad? Si se les quiere, si son tu familia, hay que intentar ver la bondad. Quiero decir, eso significa el amor, en cierto modo, ¿no? Creer en la bondad de alguien».
Todo este tiempo estaba protegiendo a su hija, no a su marido.
¿Había planeado Rowena echarle la culpa a su madre de todo desde el principio?
«Me mandó un mensaje hace un rato, dice que el metro está imposible. ¡Así que Mamá chófer al rescate!».
No, el metro no debía estar imposible.
A través del cristal, veo a Rowena saliendo de la cama.
—Tienes que ponerte bien, Jen —le dije—. Para que puedas contarle a todo el mundo lo que viste y lo que oíste.
Esbozó una media sonrisa.
—Buen intento, mamá. Pero Addie le contará a todo el mundo que fue Rowena quien le hizo encender el volcán, sin necesidad de que yo le ayude.
—Pero…
—Es una lástima que papá aún crea que ha sido Maisie y no Rowena. Pero Adam se lo dirá.
—Sí, y papá le creerá. Y la tía Sarah, y nadie más. A estas alturas, Maisie ya habrá confesado.
«Sabes que haría lo que fuera por Rowena», había dicho en voz baja. «¿Lo sabes, Gracie, verdad?».
—Y si Donald fuera a acusar a su hija, a estas alturas ya lo habría hecho.
—Pero la policía aún puede creer a Addie —dijo Jenny.
—No van a escoger la palabra de un niño de ocho años contra la de un adulto. Quizá le habrían prestado atención al principio. Pero no ahora, no cuando han tardado tanto.
—Pero es posible —insistió.
—Dios mío.
—¿Mamá?
Mi mente daba vueltas alrededor de algo tan horrible que no podía soportar enfrentarme a ello; pero cada vez estaba más cerca, inexorablemente cerca.
—Rowena también pensará eso; que la policía podría creerle.
Los pensamientos en círculo caían en espiral, hasta un único recuerdo.
«Me gustaría verle, decirle que no fue culpa suya», había dicho Rowena. «Quiero decir, lo más probable es que no quiera verme, pero a mí me gustaría mucho».
Jen sacudió la cabeza mientras se lo contaba, como si eso impidiera que fuera verdad. Pero ella sabía que era así.
—Tienes que ponerte bien —le dije— y asegurarte de que Adam está a salvo.
Odiaba chantajearla de esa manera. Pero era mi única opción. Como ya he dicho, cualquier cosa queda en segundo plano cuando se trata de salvar la vida de tu hijo.
—Puedes hacerlo tú —dijo.
—No, no puedo, porque…
—Mamá…
—Déjame acabar. Por favor. De acuerdo, digamos que por un milagro inaudito, recupero el habla. Vamos a imaginar cómo iría la cosa. ¿Qué iba a decirles? Yo no fui testigo de esa conversación. Aún estaba en el campo de juegos. Tampoco es que pueda explicarles las charlas que hemos tenido en el hospital, ¿te parece? ¿Qué juez me tomaría en serio? No tengo ninguna prueba de que fuera Rowena y no Maisie. Pero es que además, no habrá ningún milagro. Creo en un montón de cosas más de las que creía antes, Jen. En cuentos de hadas, en fantasmas y ángeles. Creo que son reales. Pero no creo que pueda despertarme de nuevo. No tengo funciones cognitivas, Jen. Jamás me recuperaré de eso.
No sabía si era una mentira o no. Aún no lo sé.
—No puedo protegerle —dije—. Pero tú sí. Puedes vivir, y darle la voz de un adulto que respalde su historia.
En su habitación, Rowena estaba desconectando su gota a gota.
—¿Ángeles, mamá? —preguntó Jenny, tratando de sonreír—. ¿Crees que eso somos?
—Es posible. Quizá los ángeles no son realmente buenos o especiales, tal vez son gente normal, como tú y como yo.
—¿Y las alas?
—¿Qué pasa con las alas?
—Alas, una corona de luz, como un halo… Qué se yo. El kit básico de un ángel.
—La pintura más temprana que representa a un ángel cristiano está en la catacumba de Priscila, es del siglo III y no tiene alas.
—Sólo tú podrías decir algo así en un momento como este.
Y luego volvió a hablar, en voz baja y avergonzada.
—Tengo tantas ganas de vivir.
—Lo sé.
—Nunca querré a nadie como tú me quieres a mí.
—Te quedaste en un incendio, buscando a Addie. No viste el mensaje de texto, pero te quedaste de todas formas.
Rowena dejó su habitación y fue por el pasillo hacia la salida. Una enfermera la vio.
—Voy a fumar un cigarrillo —le dijo.
—No creía que fuera fumadora.
Rowena le sonrió.
—Ya.
Jenny y yo la seguimos fuera de la unidad de quemados.
Todo está en silencio en los pasillos de medianoche.
La seguimos hasta que llegó a la UCI.
En el interior, las luces seguían encendidas, el ala tan ajetreada como siempre; no hay diferencia entre el ritmo diurno y nocturno en esta sección.
Llamó al interfono.
Una enfermera se acercó a la puerta.
La voz de Rowena sonó frágil. Se envolvió en su bata de color azul marino.
—Soy amiga de Jenny. ¿Está bien? Estoy tan preocupada que no puedo dormir.
—Está muy enferma.
—¿Se va a morir?
La enfermera guardó un silencio triste.
Las lágrimas acudieron a los ojos de Rowena.
—Pensé que diría eso.
Así que había venido a asegurarse.
No pude soportar mirar su cara.
Pero Jenny sí.
—Voy a vivir —dijo Jenny, y su voz sonó alta y fuerte, llena de esperanza; y de una promesa.
Pero Rowena se giró, como si hubiera oído el susurro de una amenaza.
Mamá se fue del hospital y yo la acompañé. Era una noche calurosa. En el bloque de pisos enfrente del hospital, vi gente durmiendo en sus diminutos balcones. Esa película del miércoles por la tarde siguió proyectándose en mi cabeza, una y otra vez, mientras yo era incapaz de cambiar nada de lo que había sucedido.
Mientras la contemplaba, sabía que debería haber mirado ese retrato coloreado de Maisie que la policía estaba construyendo. Debería haber tenido el valor de hacerlo. Porque si lo hubiera hecho, me habría fijado en los vacíos que no llenaban las sospechas; los que ya estaban pintados con moratones, heridas y cicatrices.
Y habría combinado sus colores con los trazos fuertes, que me daban el conocer desde hacía años a mi amiga.
No tenía ninguna duda con respecto a Rowena. Era sorprendente descubrir que ella era la responsable del incendio, no solamente porque era una chica adolescente, sino también porque, rápidamente, se convirtió en la verdad transparente. Bastaba con buscar «Maisie» en el relato y reemplazarlo por «Rowena», y la historia revelada era mezquina pero clara. No era tan buena actriz. Sabía cómo interpretar el papel de la víctima, la que sigue amando a su maltratador, porque llevaba años viendo cómo lo hacía su madre.
Con Rowena, todo encajaba, desde Silas a la escuela y hasta el fraude y la violencia doméstica; pero de ninguna de las maneras que yo había imaginado.
No creo que sea totalmente mala; ni siquiera malvada.
Entró en un edificio en llamas para salvarme a mí y a Jenny.
Jenny cree que lo hizo para quedar bien, parecer una heroína y que no sospecharan de ella. Pero yo no lo creo. No quiero creerlo.
Me aferro a este único acto de enorme valor y honor. Elijo considerarlo un instante de contrición dramática; sin importar lo que sucedió antes ni después.
Porque necesito creer que hay bondad en ella; un color brillante, en medio del acre humo.
La propia Rowena habló del ángel y del demonio que conviven en el interior de una persona. Creíamos que hablaba de Silas Hyman o de su padre, pero ahora me doy cuenta de que se estaba describiendo a ella misma.
No creo en los matices grises. Pienso en blanco y negro, en el bien y el mal, que coexisten pero no se mezclan; no es un mundo de niñeras interiores, sino de diablos y ángeles.
Mientras la película sigue proyectándose, y contemplo el edificio en llamas, me imagino que su ángel grita lo suficientemente alto como para acallar, por un momento, sus demonios. De verdad. Un ángel. No como los que ponemos en el pesebre, vestidos con una túnica brillante y alas de plata, sino un ángel robusto del Viejo Testamento, un Rafael o un Miguel, un ángel valiente, fuerte, que es la encarnación del bien que habita en su interior y encuentra su voz.
Porque no puedo dejar atrás este mundo pensando que no hay redención para una muchacha de diecisiete años. No quiero sentir odio cuando muera.
Llegamos a casa. Mamá se fue a la cama, agotada, y yo me quedé despierta, la única. Eran casi las doce, la casa estaba en silencio, todos dormían. La última vez que me había quedado despierta y sola era cuando Adam era un bebé.
Fui a la habitación de Jenny. La había dejado con Ivo en el jardín, prometiendo que volvería a la mañana siguiente. Ningún adiós, todavía.
—¿Cómo es tener una hija adolescente? —me había preguntado una madre de la escuela una vez, cuyo hijo mayor tenía la misma edad que Adam.
—Siempre hay chicos en la casa. Enormes, altos y con zapatillas igual de enormes en el pasillo —dije, porque siempre tropezaba con ellas—. La nevera siempre está medio vacía, porque estos chicos siempre tienen hambre. Las chicas no comen nada y te preocupa la anorexia, y si tu hija come bien y parece sana, te preocupas por si tiene bulimia.
—¿Te pide prestada la ropa?
Me reí. Sí, seguro.
—Lo más duro es el contraste —le dije—. Su piel resplandece, y la mía está arrugada. Hasta mis piernas parecen arrugadas al lado de las suyas.
La mamá puso cara de que a ella eso no le pasaría, sin darse cuenta de que probablemente ya le había pasado, pero que sin una hija adolescente con la que compararse, no se había dado cuenta.
—Lo más importante es el sexo —continué, animándome—. Cuando tienes un adolescente, está por todas partes.
—¿Quieres decir que lo hacen en tu casa? —parecía horrorizada.
—Bueno, no exactamente —dije, preguntándome cómo explicarle que el sexo entra por la puerta y se instala en tu casa, lo domina todo, recorre los pasillos y se clava en los peldaños de las escaleras, con las hormonas saliendo a chorros por las ventanas.
Y el aroma permanecía allí, en la habitación de Jenny.
Comprendí que no era sexo ni hormonas, sino una enorme cantidad de vida aún por vivir.
Me senté en su escritorio y vi que prácticamente no había libros, pero sí un montón de mapas y guías de ciclismo y escalada. Hasta donde yo sabía, el único uso que le había dado a ese escritorio era para pintarse las uñas. Aún quedaban pequeñas marcas de color rojo encima.
¿Te conté que pocas semanas antes de sus exámenes de selectividad, había dicho que prefería «vivir mi vida ahora, en lugar de repasar para el futuro»? Es tan distinta de mí a su edad, que tenía tantas ganas de ir a la universidad; hasta el punto que no saqué la cabeza de los libros durante sexto.
Pensaba que ella también disfrutaría de la universidad. Que estudiaría una carrera y le encantaría cada minuto que pasara allí. Iba a asegurarme de que no se quedara embarazada a mitad de camino.
No es que quisiera que viviera por mí la parte que no llegué a conocer de mi vida, sino que pensaba que lo que me hacía feliz a mí también le haría feliz a ella.
Y me enfadaba contigo cuando no intentabas detenerla y decirle que irse de escalada a los Cairngorms podía esperar, mientras que repasar para el examen no; o cuando rechazó un intercambio en Francia para irse a practicar piragüismo a Gales con Ivo. Estaba tan segura de que su comportamiento era infantil, que no pensaba en el futuro, sin darme cuenta de que había hecho su elección, delante de mis propios ojos. Que era una chica a la que le gustaban los espacios abiertos, como tú, cariño, que prefieres escalar montañas y bajar por ríos en lugar de leer a Dryden o a Chaucer.
Debería haber mirado su vida desde esa perspectiva; subirme a una montaña con ella, y ver el paisaje que se alzaba a nuestro alrededor, las otras maneras de llegar a sentirse realizado y feliz.
O entrar en su cuarto, sentarme, y mirar a mi alrededor.
Me he echado a tu lado, en la litera de arriba de la habitación de Adam. Es una perspectiva nueva de la habitación que tan bien conozco. Desde aquí arriba, veo que la lámpara en forma de globo terráqueo necesita que le saquen el polvo. Islandia es una mota. «Una casa ordenada es señal de una vida desperdiciada», me dijo Maisie una vez amablemente, sabedora de mi antipatía hacia las tareas del hogar, y eso es bueno, porque desde aquí salta a la vista que mi vida no ha sido desperdiciada en absoluto.
En realidad, ahora me siento muy orgullosa de la madre que he sido, de Jenny y de Adam, si algo de lo que hice tuvo que ver con las personas en que se han convertido.
Y no lamento mis decisiones, incluso las cosas que dejé de elegir. Otra gente puede escribir una gran novela o pintar un paisaje espléndido, porque yo no necesito que una obra de arte hable por mí cuando ya no esté; mi familia lo hará. No necesito arrojar nada al vacío, porque el mundo está lleno de gente que amo.
Bajo hasta la cama de Addie.
Siempre he sabido lo mucho que le querías. Pero hasta el incendio, no sabía cuánto le amaban Jenny, y también mamá y Sarah. Entre todos vosotros, tenéis suficiente amor como para inflar un bote salvavidas para él.
Y mírate. Sobreviviste a la muerte de tus padres, más que eso: creciste hasta ser un hombre maravilloso y confiado. Y Adam también podrá hacerlo.
Le tomo la mano.
Camino en sus sueños y le digo lo especial que es.
—El niño más especial del mundo entero —digo.
—¿Y de la galaxia?
—De todo el universo.
—Si hay vida ahí fuera.
—Seguro que sí la hay.
—Probablemente hay otro yo ahí fuera, exactamente igual.
—Nadie podría ser exactamente igual a ti.
—¿Es un cumplido?
—Sí.