Estás en el pasillo de la UCI con Sarah, vigilando a Jenny a través del cristal.
—Pero ¿debe haber alguna manera de localizarle? —dices, incrédulo; furioso.
—Ni siquiera sabemos si es verdad lo de la obra, o si le ha mentido a su mujer. Seguiremos buscándole, a él y a Donald White.
—Con Donald solamente hablaba de temas de la escuela, y sobre todo años atrás. Pero me parece difícil de creer que sea el tipo de persona capaz de hacer algo así.
—No hay ningún tipo de persona capaz de hacer algo así, en realidad —dice Sarah—. Van y lo hacen. ¿Has hablado con Ads?
La emoción se instala en tu cara. Sacudes la cabeza.
—Iré a verle en cuanto hayáis encontrado a Donald y a Silas.
Sarah asiente.
—Quizá cuando el culpable del incendio esté encerrado sea distinto para Addie —dice.
¿Hablará entonces? Seguramente sí.
Ivo pasa de largo y entra en el ala de Jenny. Pero solamente yo veo que Jenny le acompaña. Se acercan a su cama.
Es la primera vez que se ve desde el incendio. Su cara está peor que entonces, más hinchada y con ampollas. Aunque sabe que no le quedarán cicatrices, me aterra lo que debe sentir al ver su rostro quemado; su cuerpo envuelto en plástico.
Me obligo a mirarla.
Sus lágrimas caen sobre el rostro de Ivo y él las limpia como si fueran las suyas.
Creo que temía que él la rechazara, y se obligó a protegerse rechazándolo antes. Y ahora ya no tiene que hacerlo. Su amor le da fuerzas para mirarse.
Sarah se acerca a Ivo, conmovida por su angustia.
—No tendrá cicatrices —le dice.
—Sí, su padre me lo dijo.
Pero sé que no es su aspecto físico lo que le angustia, es lo mucho que Jenny debe haber sufrido.
Le dices a Sarah y a Ivo que tienes que ir a verme un momento. Sarah quiere ponerse al día con la investigación policial, pero ahora contamos con Ivo como un miembro más de la vigilancia rotativa de Jenny. Y yo confío en él, como tú.
Jenny e Ivo se quedan juntos al lado de la cama de ella.
Me uno a ella.
—¿Ahora papá ha reclutado a Ivo para la vigilancia, también?
—Sí.
Por primera vez no dice que no hace falta custodiarla; no dice que es ridículo. Quizá ahora que Ivo ha llegado, ella puede enfrentarse a su miedo, igual que le ha hecho frente a su cuerpo.
Llegas a mi lado y me tomas de la mano. Mis dedos están pálidos, porque llevan casi cuatro días sin ver el sol; la marca de mi anillo casi ha desaparecido. Pero tus dedos, de pelos oscuros y uñas cuadradas, aún parecen fuertes y capaces.
—Ivo está con Jenny, cariño —me dices—. Creo que es lo que quiere.
—Sí.
Porque yo tenía razón acerca de Jenny después de todo. Sí le quiere. Pero tenía demasiada razón, también, cuando dije que no la conocía; no toda su personalidad. Igual que ya no puedo tomarla en mis brazos y llevarla como cuando era pequeña, ahora tampoco puedo abarcar todo su ser.
—Sé que piensas que es demasiado joven para algo tan serio —dices—. Pero…
—Ya casi es una mujer —termino yo—. Y debería ser capaz de entenderla.
Se ha convertido en una adulta; una joven adulta, es cierto, pero una que es dueña de sus propios espacios.
—Sé que para nosotros siempre será la pequeña Jen —dices.
—Así es.
—Pero tenemos que disimularlo. Por su bien.
Comprendes.
—No creo que ningún padre sea capaz de dejar de preocuparse por sus hijos —te digo.
—Sólo que hay padres que son capaces de fingir mejor —dices.
Mientras hablamos, y solamente yo oigo lo que ambos decimos, aunque tú intuyes mis palabras, vuelvo a recordar que hemos hablado cada día, desde que nos conocimos. Llevamos diecinueve años hablándonos.
Cuando estabas lejos, rodando, hablábamos por teléfono, y a veces la conexión era mala y se oían silbidos y las palabras se desvanecían en la conversación, pero aun así te contaba la estampa de mi día y tú, bueno, iba a decir que me presentabas un paquete limpiamente envuelto, un regalo casi, pero no es lo mismo. Porque quizá nuestro amor ya no era joven, ni nos mirábamos pensando que éramos lo más hermoso de este mundo, pero eres la persona que me da el lienzo sobre el que pinto mi mañana.
Y sólo ahora, en este momento, me doy cuenta y aprecio lo que significa que estés aquí sentado, que aún hables conmigo. A cada minuto que puedes, cuando Sarah e Ivo pueden vigilar a Jenny en tu lugar, vienes a verme.
¿Recuerdas la lectura de Sarah, en nuestra boda?
En aquel momento no me di cuenta. Solamente nos casábamos por la iglesia para tener contento a mi padre («Significará mucho para él», y yo quería hacerle feliz para compensar el hecho de que me casaba embarazada) y habíamos optado por el típico texto, ideal para los enlaces, de los corintios.
«El amor es paciente y bondadoso», leyó Sarah en voz alta, de pie en el púlpito. Pero mientras leía, yo distaba mucho de sentir paciencia y bondad, ¡iba tan lenta! Los zapatos me apretaban, mamá tenía razón sobre eso, y tenía los dedos de los pies en carne viva. ¿Por qué dejaban que los invitados se sentasen, pero nosotros teníamos que estar de pie?
«El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta».
Excepto los zapatos de tacón alto en un suelo de madera.
Pero recuerdo el final de su lectura.
«… ahora permanecen estas tres virtudes: fe, esperanza y amor. Y la más grande de ellas es el amor».
Y creo que para seguir amándome, te ha hecho falta fe.
Y que para seguir teniendo fe en que te sigo oyendo, te ha hecho falta amor.
De nuevo, volvemos al lado de Jenny con la esperanza del que no ha mirado la olla mientras hervía.
Pero no está ahí.
Una enfermera ve tu mirada de pánico y te dice que acaban de llevársela para hacerle pruebas a la sala de los escáneres, y que su novio y un médico de la UCI se han ido con ella.
Sales fuera, deprisa.
La UCI es segura, con sus puertas y su alta ratio de personal médico por paciente, pero el peligro merodea por los pasillos y se desliza dentro de los ascensores a reventar y quizá haya un asesino caminando en dirección a nuestra hija vulnerable.
Trato de calmar mi propio pánico. Ivo está con ella. Y un médico, también. No permitirán que le pase nada. Además, seguramente tanto Donald como Silas son demasiado inteligentes como para arriesgarse a que les descubran en pleno intento de agresión.
Ralentizo mi marcha, camino; tú corres.
Paso frente a la capilla y oigo un sonido bajo, animal. Entro.
Está arrodillada frente al altar. Sus sollozos son el ruido de la desesperación; un grito fragmentado en lágrimas.
Cada uno de mis nervios se conjura para correr hacia ella y abrazarla.
—No quería estar con él, mamá.
—Pero te quiere, lo he visto. Me he dado cuenta. Solamente se ha ido para acompañarte durante las pruebas, porque papá estaba conmigo. No te ha rechazado, si es eso lo que te preocupa…
—Sé que me quiere. Siempre lo he sabido.
Se gira hacia mí y no soporto contemplar la angustia que contorsiona su rostro. Es tan duro como mirar su cara hinchada y llena de ampollas. El dolor la destroza, frente a mí.
—Sabía que si le veía querría vivir, demasiado.
—Jenny, cariño…
—¡No quiero morir! —grita, y el eco recorre las paredes de la capilla hasta que se produce un estallido de emoción capaz de romper huesos.
—¡No quiero morir!
—Jen, escúchame…
Su cara empieza a brillar. Es demasiado resplandeciente, casi no puedo mirarla. Cuando sucedió la última vez, fue porque su corazón se había detenido.
No puede suceder esto. No ahora. Por favor.
No puede ser.
Corro hasta la sala del escáner, por los pasillos, cruzando las puertas batientes, dejando atrás a demasiada gente, sus rostros duros bajo las frías luces.
Necesita un corazón, ahora mismo. Necesita un corazón ahora. Los cirujanos tienen que extraer su corazón dañado e implantar uno que la mantenga con vida.
Corro hasta los ascensores y me meto dentro justo cuando se cierran las puertas.
Pero la señorita Logan ya te lo ha dicho, ha insistido en ello, tiene que estabilizarse primero. No puede morir. No puede suceder esto.
Pienso en el terrible ruido de sus sollozos en la capilla.
Estaba tan asustada, frente a la muerte. Estaba aterrorizada.
Pero se ha pasado todo el tiempo haciéndose la valiente, protegiéndome con su humor negro.
Protegiéndome a mí.
He descubierto que es adulta; pero no me había dado cuenta de su valor.
El ascensor sube lentamente. Es demasiado lento.
Pienso en la agresión con pintura roja. «Dijo que no quería preocupar a sus padres…». No me detuve a pensar en lo que significaban.
¿Cuánto tiempo lleva protegiéndonos? Y yo pensando que era una chica inmadura.
Sarah no se había sorprendido.
El ascensor se detiene, ¡por fin! La gente espera educadamente para entrar. Corro hacia las escaleras.
Pienso en la gravilla hiriéndole los pies y el sol quemando su piel mientras se obligaba a recordar el fuego, para ayudar a Adam. Porque lo ama y es valiente, en su amor hacia su hermano.
Alcanzo la planta baja, la sala de los escáneres.
Pienso en todas las veces que he sido brutal, insensible y mandona, cuando ella sólo me tomaba el pelo; con su espíritu generoso.
Casi estoy ahí. Casi.
¿Por qué no la he visto antes? ¿Por qué no he visto a Jenny? La maravillosa persona en que se ha convertido.
Ya no es una niña; es una adulta asombrosa.
—Pero tu hija, sí. Siempre.
Hay un cubículo y el personal médico se afana hacia él.
Entro.
Los médicos la rodean y su maquinaria de salvación emite ruidos inhumanos y tú estás ahí y yo pienso en la laguna Estigia y en Jenny, dentro de una barca, mientras Caronte acompaña su alma al inframundo. Pero los médicos tratan de alcanzarla, tiran cuerdas con ganchos para detener la barcaza, y tiran de ellas, tiran de ella de vuelta a la tierra de los vivos.
Miras la pantalla.
Hay señal.
¡Hay señal de vida!
Me siento eufórica.
—Su estado físico se ha deteriorado gravemente —te dice la señorita Logan, mientras Sarah y tú estáis al lado de la cama de Jenny—. Podremos mantenerla estable quizá durante dos o tres días a lo sumo.
—¿Y después? —preguntas.
—No nos quedan opciones. Tengo que decirle que las posibilidades de encontrar un donante compatible en el espacio de tiempo que tenemos son cercanas a cero.
Siento tu cansancio. La piedra de amor que has acarreado hasta la cima de la montaña acaba de deslizarse hacia abajo del todo. Y tienes que volver a empezar con esa tarea hercúlea, de nuevo.
—¡Te equivocas, mamá! —me dijo Addie—. El de la piedra no era Hércules. Hércules tuvo que matar un montón de monstruos, peligrosos de verdad, horribles, ¿sabes?, como el Cerbero. Aunque también tuvo que limpiar un establo de vacas.
—Eso parece más fácil.
—No, porque eran vacas especiales y sagradas, y había montañas de excrementos y tuvo que desviar un río para limpiarlos. Fue Sísifo el que tenía que empujar una piedra montaña arriba.
—Pobre Sísifo.
—Yo preferiría empujar una piedra antes que luchar contra un monstruo.
Mohsin llega a la sala.
—Lo siento, pero creo que debéis saberlo ahora mismo. Fue deliberado. Justo ahora, cuando estaba en la sala del escáner, alguien desconectó su máquina de respiración artificial.
En el jardín, me siento con Jenny.
—Ahora tendrás vigilancia policial como debe ser —digo—. Parece que Baker va a mandar a la mitad de los efectivos de la comisaría de Chiswick, lo menos. Y Penny ya ha empezado a tomar declaraciones al personal.
—Como ponerle un cerrojo al gallinero cuando el zorro ya ha entrado.
—Sí.
Entonces, hablamos, como es debido; en privado.
No estaría bien que te contara toda nuestra conversación; eso es decisión de Jenny, algún día, si es que lo recuerda. Pero sí puedo decirte que le pedí disculpas y que voy a contarle mi analogía de los zapatos, porque creo que le gustará.
Me mira, divertida.
—¿Así que un día llevo patucos y después me calcé mis botas y me alejé de ti?
—Más o menos. Bueno, estoy bastante orgullosa de la analogía. Creo que dice bastante: habla de cómo creces, con la sutileza del detalle del velcro; y lo de la compra supervisada, hasta el día en que te independizas y eliges tú sola.
Me sonríe.
—Es verdad —digo yo—. Y el día en que ya no hace falta velcro, es triste. Hay un antes y un después.
Eso la hace sonreír aún más.
—¿Tú me compraste esas sandalias con bisutería, verdad?
—Sí.
—Me encantan.
Quizá no debería haberme obsesionado con la idea de que crecer es una pérdida.
Espero a que mi niñera interior diga algo burlón y mordaz. Suele hacerlo cuando me aventuro en territorio desconocido. Pero no dice nada.
Tal vez yo también he crecido, y me las he arreglado para expulsarla.
—¿Cuándo me operarán? —dice Jenny.
—Mañana a primera hora.
Penny está en el pequeño despacho oficial donde una vez Baker acusó a Adam. Con ella, hay un médico de rostro de color ceniza. Ivo está esperando fuera.
—¿Y está seguro de que estuvo con ella todo el tiempo? —pregunta Penny.
—Sí, ya se lo he dicho. A su lado. —El médico se calla cuando entran Sarah y Mohsin, pero Penny le hace un gesto para que prosiga—. Alguien debió pasar cerca y tiró rápidamente del tubo endotraqueal. Digo que debió ser rápido, porque no lo vi. Quiero decir que apenas aparté la vista de ella unos instantes. Estaba observando su historial y comprobando los detalles de su escáner. No esperaba que nadie fuera a… Luego oí la alarma, el aparato que nos avisa de que ha habido parada cardíaca. Y me ocupé de eso. Sólo cuando llegaron los demás para ayudar, vi el tubo de la máquina de respiración artificial. Vi que lo habían desconectado.
—Gracias —dice Penny—. ¿Le importaría esperar en el pasillo? Uno de mis colegas le tomará una declaración completa.
Cuando se va de la habitación, Penny se vuelve a Sarah y Mohsin y dice:
—La sala de escáner tiene cuatro cubículos separados y una salita de espera, con cambiadores y taquillas. Hay un código de acceso, pero pasa muchísima más gente por ahí que en la UCI. Hay personal administrativo además de los equipos médicos: no sólo acceden los doctores y las enfermeras que trabajan con los aparatos de resonancia magnética, sino también camilleros que acompañan a los enfermos, o pacientes ambulatorios, que no están ingresados y a veces traen acompañante. Tengo a Connor interrogando al personal de recepción, y espero que su novio viera algo.
—¿Tienes fotografías de Donald White y de Silas Hyman para identificación? —dice Mohsin.
—Estamos tratando de organizarlo, pero no es fácil conseguir fotos cuando no tenemos ni idea de dónde están. Y ninguna de las esposas está ayudándonos.
Llama a Ivo.
Una vez pensé que yacía en el pavimento, golpeado por los hechos, indefenso. Ahora entra por la puerta y parece decididamente alto.
—No va a morir —dice.
Me recuerda a ti. No porque se niegue a ver los hechos, ni por ese optimismo ciego, sino por la fuerza que hace falta para caminar erguido entre todo esto. Así que después de todo, también ella ha escogido un hombre como su padre.
Todas las revelaciones, tan rápidas. No me extraña que mi niñera interior haya desaparecido; el paisaje de mi mente ya no debe parecerle cómodo ni acogedor, de tanto que ha cambiado.
—¿Podrías contarme lo que viste? —pregunta Penny.
—Nada. No vi nada.
Está enfadado consigo mismo.
—Si pudieras decirme…
—No me dejaron entrar con ella. Había otros pacientes con acompañantes, los vi, pero a mí no me dejaron.
Su voz suena furiosa, esta vez está enfadado con los demás. Porque los adultos han descontado a Ivo como yo hice una vez; solamente es el novio adolescente de la chica. Está a mundos de distancia de una pareja de adultos casados.
—Le dije a su padre que cuidaría de ella. Le dije que estaría con ella en todo momento. Para que él pudiera ir a ver a su mujer un rato.
—Se lo explicaré y lo entenderá —dice Sarah.
—¿Cómo? Ni yo mismo podría explicárselo.
—¿Esperaste a que terminaran? —pregunta Penny.
—Sí. Frente a la sala. En el pasillo.
—¿Viste a alguien?
—No me fijé en nadie. Lo de siempre en un hospital: médicos, enfermeras, camilleros. Y pacientes, algunos con traje de calle, así que supongo que no están ingresados.
Ivo se levanta para volver con Jenny. Penny contesta su teléfono.
—Ya se está muriendo, por el amor de Dios —le dice Sarah a Mohsin—. Se está muriendo. ¿Para qué iba a querer acortar su vida más de lo que ya está?
¿Por qué le hacen eso?
—Quizá Donald White o Silas Hyman, o quienquiera que esté atacándola, no sabe que está muriéndose —dice Mohsin—. Cuando hablaste de ella, solamente mencionaste lo de que necesitaba un trasplante. Quizá el agresor se ha enterado de eso, y nada más.
—Pero ese trasplante nunca iba a producirse, en realidad. Solamente queríamos… Era una posibilidad entre un millón… En el tiempo que le queda. Y ahora…
Mohsin toma su mano.
—Quizá él no lo sabía —dice—. Tal vez le preocupaba la posibilidad de que reciba un trasplante.
—Estuve ahí, todo el tiempo, joder, estuve ahí y no le detuve. No pude cuidarla bien. Estuve ahí, joder, ahí mismo.
Se derrumba. Mohsin la abraza.
—Cariño…
—¿Cómo puedo ayudar a Mike? —pregunta Sarah—. ¿Qué hago?
Es la voz de un padre la que habla, alguien que quiere hacer algo; porque ha sido un padre y una madre para ti, y jamás caí en la cuenta antes.
Se aparta bruscamente de Mohsin, y se suena la nariz con rabia.
—Tenemos que encontrar a ese bastardo.
—¿Estás segura de que…?
—Su hija está muriéndose y su esposa está prácticamente muerta, y yo no puedo hacer nada por ayudarle. Solamente puedo hacer lo que me han enseñado. Y ahora tal vez no le importe la justicia, porque ¿qué demonios importa eso ahora, por Dios? Pero dentro de unos años quizá, será lo único que hicimos bien. Una sola cosa. Además, es lo único que puedo hacer.
Penny cuelga el teléfono.
—Baker quiere que le esperemos antes de interrogar a Rowena White. Quince minutos. Esta vez le sacaremos la verdad.
Estás a mi lado. Callado, pero ya me he acostumbrado a eso; como si pudieras darte cuenta de los momentos en que te hago compañía.
Ivo está con Jenny, me alegra que vuelvas a confiar en él y le permitas cuidarla.
Te alcanzo y te rodeo con los brazos.
Me dices que los médicos han dicho que solamente le quedan dos días.
—Dos días, Gracie.
Y cuando me lo dices, la verdad de lo que acabas de contarme te golpea. Ese prado abierto y verde que es tu mente, con su granero lleno de esperanza, se inunda de terror por el destino de nuestra hija. No puedes aferrarte a la esperanza, ya no.
Quiero que me hables de la persona que hizo esto. Quiero que jures venganza, quiero que seas Máximo Décimo Meridio.
Pero si su furia sigue viva, no te das cuenta.
Pienso en el tsunami que tuvo lugar en Nochebuena, y las imágenes de una mujer que dio a luz aferrada a las ramas de un árbol, luchando porque su parto saliera adelante, cerrando los ojos a la violenta destrucción que la rodeaba. Solamente importaban ella y la vida de su bebé.
Me coges la mano y siento que estás temblando y que no puedo ayudarte.
Una enfermera y un camillero llegan para bajarme abajo, para una resonancia. Es la que tienes que fingir que golpeas una pelota para decir que sí, y entonces una parte de tu cerebro se ilumina en la pantalla.
El camillero desbloquea las ruedas de mi camilla, y es como si estuviera en un carrito.
—Dale fuerte para decir que sí, Gracie —dices—. Tan fuerte como puedas. Por favor.
Recuerdo que le prometí a mi madre que le daría tan fuerte como Roger-el-jodido-Federer.
El camillero me empuja fuera de la sala, con la enfermera a mi lado.
Pero yo me quedo contigo, sosteniéndote la mano.
Lo siento.