31

Sarah está esperando en la cafetería, tamborileando con los dedos en la mesa, como haces tú cuando estás impaciente. Ha sacado su libreta de notas estampada de búhos y la está repasando. Noto una subida de energía impresa en su cara cansada. Deja de tamborilear en cuanto ve llegar a Mohsin y a Penny.

—Han arrestado a Natalia Hyman, acusada de violar la ley de comunicaciones malintencionadas, y también por agresión —dice Penny—. Admite todo lo relacionado con los sobres, los paquetes y el acoso por correo, y también lo de la pintura roja.

Sus duras facciones se han suavizado, con la satisfacción de una labor bien hecha.

—Silas Hyman no tuvo nada que ver con las actividades de su esposa —continúa—. Ni siquiera lo sabía.

—¿Y la manipulación del oxígeno de Jenny? —pregunta Sarah.

—Natalia jura y perjura que no fue ella —dice Penny—. Y yo la creo. Es nuestra acosadora, pero la verdad es que no la considero capaz de sabotear las máquinas de respiración asistida.

—¿Y Donald White? —le pregunta Sarah a Mohsin.

—Hemos comprobado su coartada y es buena —responde él—. Estaba en un vuelo a las tres el miércoles por la tarde, a medio camino entre Gatwick y Aberdeen. Pero aún creemos que tenías razón, y que está detrás del incendio. Tuvo que contar con un cómplice.

—Su abogado caro está intentando que le suelten —dice Penny—. Pero Baker se niega, al menos por el momento.

—Tal vez el pirómano fuera Silas Hyman —dice Sarah.

Mohsin y Penny se quedan callados, sorprendidos.

—Creo que mi hermano tenía razón, desde el principio —prosigue Sarah.

Quiero que se calle, ahora mismo. No tengo la capacidad emocional o la energía mental para aguantar esto. Ya lo hemos aclarado todo. Está visto para sentencia. Donald White quemó la escuela para conseguir el dinero del seguro. Posiblemente Jenny vio algo que le incriminaba, y por eso él es la persona que intentó matarla. Natalia Hyman está vengándose injustamente de Jenny. Quizá, solamente es una posibilidad, fue Natalia la persona que manipuló su oxígeno en el hospital. Y punto. Dos personas, todo encaja. No es un paquete limpio, una pila de hechos bien colocada; es un expediente viejo, arrugado, feo y lleno de maldad. Pero ya lo sabemos todo. Ya está. Visto.

—¿No quieres saber la verdad? —la voz de mi niñera interior me pega un latigazo verbal—. ¿No quieres limpiar el nombre de Adam de una vez por todas, y que Jenny esté a salvo? ¿No era eso lo que querías?

Por supuesto que sí. Lo siento.

—Pero sí hemos descubierto lo del fraude —le dice Mohsin a Sarah—. Bueno, tú lo descubriste.

¿Estará también frustrado y cansado, como yo?

—Descubrí un motivo, sí —asiente Sarah—. Pero ahora pienso que el pirómano también pudo haber sido Silas Hyman.

—¿Vengándose de la escuela? —pregunta Mohsin.

—Sí.

—Jamás creí que Silas Hyman fuera el culpable del incendio —dice Penny, tajante—. Ni la primera vez.

—Creo que lo descartamos demasiado deprisa —dice Sarah.

—Pero ¿qué hay de la coartada que su mujer le dio? —pregunta Mohsin—. Ella claramente le odia, así que no es probable que mintiera para sacarle del brete, ¿no?

—Si a él le meten en la cárcel, ella se convierte en una madre sola, con tres hijos y sin ingresos —dice Sarah—. Mentir para sacarle del brete es defender sus intereses. En cualquier caso, creo que ella sigue queriéndole, a su extraña y pervertida manera.

Estoy de acuerdo, porque cuando estuvimos en el coche con Natalia, mientras escupía su rabia, su maldad apasionada, vislumbré algo frágil y herido. «A ella se la tiraba, pero a mí me hacía el amor».

—¿Podríais darme diez minutos? —pregunta Sarah, y antes de que puedan responder, se levanta, sosteniendo su cuaderno. Mohsin parece perplejo y Penny irritada.

—Llamaré a comisaría —dice Penny, enojada. Se levanta. Mohsin se va a la barra para pedir otra taza de té.

Sola, pienso en Jenny. «Soy demasiado mayor para cuentos de hadas, mamá».

Recuerdo que solías leerle un cuento cada noche; tus manos grandes, los nudillos cubiertos de pelo negro, rudos y masculinos, abrazando un libro de tapas brillantes y salpicadas de purpurina. Sus historias favoritas eran las tradicionales, las que empezaban con el «Érase una vez», y así, como dictan las convenciones, deben terminar con un «y vivieron felices y comieron perdices».

Pero costaba llegar a ese final feliz. Esas princesas hermosas, las muchachas de pura y blanca piel, los niños desamparados, tenían que luchar contra crueles monstruos. Una bruja que encarcela a los niños, engordándolos para después devorarlos; una madrastra que abandona a sus pupilos en un bosque, para que mueran; otra que le pide a un leñador que mate a su hermosa hijastra, y le traiga su corazón para comérselo.

Entre las brillantes tapas de los libros, había un mundo en el que el bien luchaba contra el mal; la inocencia pura y blanca se enfrentaba a la más oscura violencia.

Y a pesar de la maldad, los niños y las muchachas injustamente tratadas, y las princesas inocentes ganaban la partida. Sobrevivían, siempre, hasta llegar a su final feliz.

Yo ahora sí creo en los cuentos de hadas, ¿no te lo había dicho? Porque he cruzado al otro lado del espejo; me he metido por el fondo del armario. La joven conseguirá a su príncipe, los niños se reunirán con su amado padre, y Jen vivirá.

Ella vivirá.

Mohsin termina su taza de té cuando Sarah regresa a la cafetería, con Penny tras ella. Vuelvo a pensar en la maldad oscura, en los cómos y los porqués de nuestra historia. A diferencia de los cuentos de hadas, la narración no es lineal, sino que es un círculo que sigue llevando hasta Silas Hyman.

—De acuerdo, repasemos esa idea tuya, de que Hyman es el pirómano —le dice Penny a Sarah, con una nota de burla en la voz—. Digamos que quería prenderle fuego al edificio. Incluso si sabía el código de acceso de la verja —venga, ya le tenemos dentro del recinto—, ¿cómo habría podido pasearse por la escuela hasta llegar al segundo piso sin que nadie se diera cuenta de su presencia?

—He pensado en eso —contesta Sarah, con calma—. Aunque la mayoría de los profesores y del personal estaban ese día en el campo de juegos, aún quedaban tres empleados en el edificio, y habría sido muy arriesgado.

—Exacto. Así que…

—De modo que lo hizo un cómplice suyo. Alguien que se aseguró de que no había moros en la costa.

La expresión de Penny es más impaciente y furiosa a cada minuto que pasa. Espero que sus niños sean inteligentes y rápidos, o la hora de los deberes debe ser una pesadilla en su casa.

—¿Y si fue Rowena White la persona que le ayudó? —pregunta Sarah—. Se ocupó de la vigilancia para garantizar que él podía ir y venir a su antojo. Quizá incluso distrajo a la secretaria, mientras él entraba.

—¿Y por qué demonios iba a hacer eso? —pregunta Penny.

—Porque creo que Silas Hyman sí mantenía un romance con alguien en la escuela. Con una profesora adjunta. Pero no era Jenny, sino Rowena.

Me quedo sin palabras. ¿Rowena?

—Eso es absurdo —dice Penny—. Entiendo que no te guste la idea de que tu sobrina estuviera manteniendo relaciones con él. Pero Natalia Hyman estaba segura de que era Jenny. Los vio juntos.

—Sí, vio a su marido flirteando con Jenny —dice Sarah—. Pero eso lo hacía con prácticamente todas las mujeres que había en ese colegio. Elizabeth Fisher dijo que era el gallo del gallinero. Creo que también flirteó con Rowena White, y que fue más lejos en su caso.

Ahora están frente a Mohsin, que las escucha atentamente.

—¿Y qué hay de la advertencia de la directora, lo de atar corto a su marido? —dice Penny—. Sally Healey sabía que se trataba de Jennifer.

—Solamente dijo que era una profesora adjunta —replica Sarah—. Fue Natalia la que sacó sus propias conclusiones después de eso. Y si pones a las dos chicas una al lado de la otra, es fácil ver por qué escogió a Jenny.

—Vale, voy a ser brutal, ¿de acuerdo? —dice Penny—. Jennifer: piernas largas, una hermosa melena rubia, una cara bonita. Jenny, eso sí me lo creo.

Ve la reacción de Sarah cuando dice «una cara bonita», y Mohsin la mira, enfadado.

—Lo siento. Pero ¿por qué iba a escoger a Rowena White, feúcha y regordeta, cuando tiene a Natalia, que no está tan mal, en casa?

—¿Porque Natalia es el tipo de mujer que manda mierda por correo? —aventura Mohsin.

—Y Rowena es extremadamente inteligente —dice Sarah—. Va a estudiar ciencia en Oxford. Quizá se siente atraído por eso. O tal vez sabe que puede seducirla, precisamente porque es vulnerable. O porque tiene diecisiete años, y eso es belleza suficiente. No sé por qué.

—No lo sabes porque no hay ningún motivo —dice Penny.

—Hay algo más —dice Sarah, rebuscando en su bolso—. Tengo mis notas aquí, de cuando hablé con Maisie White.

Penny la mira, alarmada.

—¿Pero joder, con quién no hablaste? ¿Lo sabe Baker?

Llegas tú y les interrumpes.

—¿Está sola Jenny? —dice Sarah, preocupada. Porque si el culpable es Silas Hyman, como ella piensa, sigue suelto y representa una amenaza.

—Ivo está con ella —dices—, con un montón de médicos. Recordé algo sobre Rowena White, después de que hablásemos.

Penny y Mohsin parecen incómodos con tu presencia aquí. Penny incluso se sonroja. Debe ser que les afecta emocionalmente estar cerca de alguien que está emocionalmente expuesto, en carne viva.

—Cuando hablé con la esposa de Silas Hyman —dices— me acusó de hacer que despidieran a su marido. De que «queríamos echarlo».

Recuerdo cómo Natalia te siguió hasta el coche; su hostilidad, un perfume fuerte y barato, rodeándola.

—Pensé que se refería a mí como padre —continúas—, uno más de la escuela. Pero ahora creo que quería decir personalmente. Pensaba que yo le había echado, seguramente porque creía que mantenía relaciones con mi hija.

Sarah asiente y veo la alianza que habéis construido, la que existe entre dos hermanos.

—Se equivocó de chica, de modo que le echó la culpa al padre equivocado —dices.

Penny guarda silencio. No debe ser una práctica policial aceptada llevarle la contraria al padre de una chica que está en la UCI; ni tampoco insinuarle al padre angustiado que la moral de la mencionada hija pueda no ser impecable. Y ahora comprendo por qué estás aquí; la razón por la que en lugar de esperar a que Sarah vaya a ti, has interrumpido su reunión con sus colegas.

Dijiste que la idea de que Jenny y Silas Hyman mantuvieran relaciones era «jodidamente ridícula». No quieres que circulen mentiras sobre Jenny, o algo que pueda manchar su reputación: que tenía una relación con un hombre casado.

Cuando te vas, hay una pausa antes de retomar la conversación.

—Creo que Mike tiene razón —dice Sarah—. Y eso encaja con la idea de que el ataque con pintura roja quisiera castigar a Jenny, por liarse con Silas. Explicaría la escalada de violencia. Sencillamente, se equivocó de chica.

—¿Dices que hablaste con Maisie White? —pregunta Mohsin.

—Sí.

Abre su libreta de notas. Al mismo tiempo, me acuerdo de la cafetería en penumbra y de Sarah apuntando trabajosamente, cuando Maisie volvió al lado de Rowena.

—Hablé con Maisie White el jueves doce de julio, el día después del incendio, a las nueve de la noche.

Sarah se concentra en el cuaderno, pero debe notar la desaprobación de Penny.

—Me dijo: «Está mal hacer que alguien te adore, cuando son mucho más jóvenes y no pueden decidir por sí mismos». Pensé que estaba hablando de Silas y de Adam. Pero ahora creo que se refería a su hija adolescente. Dijo que Silas conseguía que la gente le quisiera porque nadie veía que tenía dos caras. Dijo que «se aprovechaba» de la gente, e hizo hincapié en esa palabra.

Ahora Penny guarda silencio; como Mohsin, escucha atentamente.

—Le pregunté cuándo había cambiado de idea acerca de Silas Hyman. Mis notas indican que no respondió de inmediato.

Recuerdo que Maisie jugueteaba con la bolsita de sacarina, sin contestar.

—Luego dijo que fue durante la entrega de premios —continúa Sarah—. Pero creo que sucedió antes, cuando descubrió lo que había entre Silas y su hija.

Recuerdo el rostro pálido de Maisie durante la entrega de premios. Lo impropio de ella que era odiar a alguien. La recuerdo diciendo, «no deberían haber permitido que ese hombre se acercara a nuestros hijos».

Silas Hyman no era profesor en la escuela cuando Rowena estudiaba allí. Pero sí estuvo el pasado verano, cuando era una profesora adjunta de dieciséis años. ¿Cómo no me di cuenta de que hablaba de Rowena? ¿Y por qué no me había contado la verdad, ni después a Sarah?

Creo que es probablemente porque, como tú, cree que mancharía la reputación de su hija. Piensa que Silas se ha aprovechado de Rowena, y no quiere perjudicarla más haciéndolo público. Ni siquiera contándoselo a una amiga.

Y ella sabe guardar secretos.

—Cuando hablé con Rowena al día siguiente —dice Sarah— me dijo que Silas era una persona violenta.

—¿También tienes notas de esa entrevista? —pregunta Mohsin.

¿Le está tomando el pelo? No. Es el procedimiento estándar, tomar notas el mismo día en que se produce el interrogatorio.

Sarah asiente y le entrega la libreta.

Nunca había entendido la obsesión policial con el procedimiento, las notas y la atención burocrática al detalle; Sarah ha sido siempre excelente en ese aspecto. Ahora sí lo entiendo.

—Es interesante, eso del buen ángel y el demonio —dice Mohsin mientras repasa las notas.

—Si le ayudó en lo del incendio —dice Penny—, explicaría su motivo para regresar dentro. Quizá no se le había ocurrido que podría haber heridos.

—Vamos a hablar con ella —dice Mohsin, levantándose.

—Llamaré a la comisaría —dice Penny— para que se den prisa en detener a Silas.

Sigo a Mohsin y a Sarah, pensando en Ivo que está montando guardia frente a la cama de Jenny mientras tú te acercas a hablar con Sarah y sus colegas. Me alegra que confíes lo bastante en él como para dejarle custodiarla en tu lugar; que no sientas los mismos prejuicios hacia él que yo sentía.

Llegamos a la unidad de quemados y miro por la ventana de cristal hacia la habitación de Rowena. Como ya he dicho antes, no me parece fea ni normal; ¿cómo voy a pensar eso de un rostro sin cicatrices, a partir de ahora? Pero sí entiendo la brutal observación de Penny sobre su aspecto físico.

De pequeña era una niña preciosa. Como salida de un país mágico, con ojos enormes y cara de elfa y pelo sedoso y rubio. ¿Recuerdas la estatua de bronce que la señora Healey encargó para conmemorar el primer año de funcionamiento de Sidley House? Se supone que no debíamos saberlo, pero todo el mundo adivinó correctamente que el modelo había sido Rowena. Pero a los seis años, sus pequeñas perlitas desaparecieron y en su lugar le salieron dientes demasiado grandes y descoloridos. Sus ojos se encogieron, cuando su cara se hizo más grande, y su pelo brillante terminó de color marrón apagado. ¿Te parece raro que me fijara en detalles así? Cuando frecuentas el colegio, observas cómo crecen y cambian los niños, y no puedes evitar darte cuenta. Lo sentí por ella. Debió ser muy duro, pasar de ser una niña linda y hermosa, a convertirse en una muchacha normal. Maisie me contaba que lloraba cuando iban al dentista, porque quería recuperar sus dientecitos blancos y perfectos, como si supiera incluso en el mismo instante en que sucedía, que estaba perdiendo su belleza infantil. Solía preguntarme si era tan competitiva por esa razón; para intentar demostrar que era excelente, en otros aspectos.

Jenny, por el contrario, recorrió el camino opuesto; nuestro patito feo se convirtió en una hermosa adolescente, mientras Rowena pasaba esa etapa con la cara cubierta de acné. Debió ser duro crecer para Rowena, incluso descontando el hecho de que su padre la maltratara físicamente. Dudo que los chicos de su edad le hicieran mucho caso.

¿Fue la combinación de todos esos factores —el hecho de que se sintiera una chica del montón, incluso fea, y lo cruel que era su padre con ella— lo que la convirtió en un blanco vulnerable para un hombre como Silas Hyman?

Sarah y Mohsin entran en su habitación.

—Hola Rowena —dice Mohsin—. Nos gustaría hacerte unas cuantas preguntas más.

Rowena asiente, pero mira a Sarah.

—Puesto que eres menor de dieciocho años —dice Mohsin—, un adulto debería acompañarte durante el interrogatorio para…

—¿Puede quedarse conmigo la tía de Jenny?

—Sí, si eso es lo que prefieres.

Mohsin cruza una mirada con Sarah y ambos se entienden.

Sarah se sienta en la silla que hay al lado de la cama de Rowena.

—La última vez que hablamos —dice Sarah—, me dijiste que Silas Hyman era guapo.

Rowena aparta la mirada de Sarah, avergonzada.

—¿Me dijiste que solías observarlo…?

Rowena parece tan incómoda que hasta yo siento lo embarazoso de la situación.

—¿Te parecía atractivo? —pregunta Sarah, amable.

Rowena sigue callada.

—¿Rowena?

—Me enamoré de él en cuanto le vi.

Aparta la mirada para no ver a Mohsin, como si no le gustara que él estuviera aquí, y el policía da un paso atrás, retirándose hacia la puerta.

—Sabía que jamás haría caso a una persona como yo —continúa Rowena, hablando con Sarah—. Los hombres como él jamás lo hacen. Ya sabes, los guapos.

Deja de hablar. Sarah no interrumpe su silencio, esperando a que Rowena prosiga.

—Si pudiera cambiar mi inteligencia por ser bonita —dice en voz baja Rowena— lo haría.

—También me dijiste que podía ser violento.

Es como si Sarah le hubiera dado un bofetón.

—No debería haberlo dicho —replica—. No estuvo bien.

—¿Tal vez fue honesto?

—No. Fue una estupidez. La verdad es que no le veo así, en absoluto. Quiero decir que imaginaba que podía serlo. Pero eso nos pasa a todos, ¿no? Quiero decir que todo el mundo es capaz de ser violento, ¿no es cierto?

—¿Por qué te enamoraste de él si pensabas que podía ser violento?

Rowena no dice nada.

—¿Fue violento contigo, alguna vez? —pregunta Mohsin.

—¡No! Jamás me tocó. Quiero decir, no así. No me hizo daño.

—Pero sí te tocó —dice Sarah.

Rowena asiente.

—¿Mantenías una relación con Silas Hyman? —pregunta Mohsin.

Rowena mira a Sarah, desgarrada.

—Soy un oficial de policía que te está haciendo una pregunta —dice Mohsin—. Y tienes que decirme la verdad. No importa lo que hayas prometido.

—Sí —admite Rowena.

—Pero dices que no te hizo caso, ¿no? —dice Sarah, suavemente.

—No, no lo hizo. Al principio, no. Él quería a Jenny. Estaba fascinado por ella, flirteaba constantemente con ella. Jenny no le hacía caso, creo que hasta se hartó un poco. Pero yo siempre estuve ahí. Y por fin, se fijó en mí.

—¿Cómo te sentiste? —pregunta Sarah.

—Increíblemente afortunada.

Por un instante parece una muchacha feliz y orgullosa.

—Lo que has dicho antes, Rowena —dice Sarah—. ¿Dices que nunca te hizo daño?

Rowena asiente.

—¿Nunca? ¿Tal vez accidentalmente, o…?

Rowena aparta la mirada.

—¿Rowena?

No responde.

—Una vez me dijiste que una persona puede tener un ángel y un demonio en su interior —dice Sarah, tratando de convencerla—. ¿Y que tú eras la que tenía que luchar contra ese demonio, y alejarlo?

Rowena se gira y la mira de frente.

—Sé que suena medieval. Se puede decir de mil maneras, en la jerga del siglo XXI se habla de múltiples personalidades, pero la cura es la misma, creo yo. Amor. Amar a alguien puede arrojar al demonio lejos de él, y hacer que la persona vuelva a estar bien, mentalmente. Si uno ama lo suficiente.

—¿Ha venido a verte Silas mientras estabas en el hospital? —pregunta Mohsin.

—No. Lo nuestro terminó. Hace bastante tiempo, de hecho. Pero aunque estuviéramos juntos, bueno, él no querría que mamá nos viera.

—¿A tu mamá él no le gustaba, verdad? —dice Sarah.

—No. Quería que rompiéramos.

—¿Y lo hiciste?

—Sí. No quería que mi madre se preocupara tanto. Pero no creo que él lo entendiera.

—¿Fueron tus padres los que le hablaron al Richmond Post de Silas, después del incidente del patio? —pregunta Mohsin.

—Fue mamá. Papá dijo que no era justo echar a alguien así como así, no por motivos personales. Dijo que no estaba bien. Pero mamá odia a Silas. Así que llamó al periódico.

Bien por Maisie. Un vestigio de la persona que yo conocí siguió intacto, cuando fue necesario. Quizá no dejó a Donald, pero defendió a su hija frente a Silas.

No estoy segura de que se diera cuenta de que esa llamada empujaría a su familia a la bancarrota. Pero incluso si lo sabía, creo que lo habría hecho de todos modos.

—¿Cuántos años tenías el verano pasado, cuando empezasteis vuestra relación? —pregunta Sarah.

—Dieciséis. Pero cumplo años en agosto, así que ya tenía casi diecisiete.

—Después de romper, debiste echarle de menos.

Rowena asiente, triste.

—¿Trató de volver a ponerse en contacto contigo?

Asiente, derramando lágrimas.

—¿Te pidió que hicieras algo por él, alguna vez? ¿Algo que sabías que estaba mal?

—No, por supuesto que no. Silas no me pediría que hiciera nada parecido. Siempre ha sido bueno conmigo.

Es una mentirosa terrible.

Una enfermera entra.

—Tengo que cambiarle las vendas y administrarle los antibióticos.

Mohsin se levanta.

—Nos veremos más tarde, Rowena, ¿de acuerdo?

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Mohsin y Sarah se van.

—De manual: niña maltratada busca pareja maltratadora, ¿no? —dice Mohsin.

—Un ejemplo perfecto para el próximo seminario sobre violencia doméstica —dice Sarah—. Algunos expertos dicen que las chicas maltratadas quieren lograr que su pareja las quiera y las trate bien. Y que eso es una especie de compensación por lo que su padre les hacía. Hacen que los padres las quieran por persona interpuesta.

—Me parece un montón de tonterías —dice Mohsin—. Llamaré a la comisaría para que manden a alguien con grabadora y material para un interrogatorio formal. Lo haremos todo según el jodido protocolo de Baker.

Sarah asiente.

—¿Crees que Silas Hyman le pidió que incendiara la escuela? —dice Mohsin.

—No lo sé. Es posible, pero creo que es más probable que el papel de ella fuera de cómplice. Claramente, es vulnerable en lo que respecta a él, y seguramente se aprovechó de eso. Pero lo mismo vale para su padre. Creo que tanto Silas Hyman como Donald White son capaces de aprovecharse de Rowena, si eso sirve a sus fines.

Penny se acerca apresuradamente por el pasillo hacia ellos.

—Han soltado a Donald White, sin cargos —dice. Ve la expresión del rostro de Sarah—. Tiene coartada y un buen abogado. Legalmente, no podíamos hacer nada para retenerle en la comisaría.

—¿Sabes dónde ha ido? —pregunta Sarah.

—No.

—¿Y Silas Hyman?

—Estamos peinando las obras en construcción de la zona. No tenemos nada.

Así que tanto Donald White como Silas Hyman podrían estar en el hospital.

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Sigo a Sarah por un pasillo acristalado hasta la UCI. Mientras miro hacia abajo, en dirección al jardín caluroso y cuarteado, veo la cabeza rubia de Jenny, y a su lado está Ivo, que se mueve lentamente hacia ella. Jenny acerca su cuerpo al de él.