De camino, Sarah le cuenta a Mohsin la bomba de relojería financiera que hay en Sidley House. Mientras habla, recuerdo a Paul Prezzner, el periodista del Telegraph, hablando con Tara. «El tema es que es un negocio. Un negocio de millones de libras, y ahora es puro humo. Eso es lo que deberías investigar».
Jenny también lo creía así.
—Lo siento —dice Mohsin cuando Sarah termina—. Mandaremos gente para allá de inmediato, para que hablen con la directora e investiguen a los patronos a fondo. Bueno, el procedimiento habitual.
—Gracias.
—Te dejo sola una hora —dice, con voz afectuosa— y abres una nueva línea de investigación. Sospechosa nueva, con motivos nuevos.
—Ajá.
Estamos tan cerca de limpiar la reputación de Adam. Y seguramente esto le ayudará; significa que volverá a hablar, seguro.
Mohsin no dice nada; oímos un par de respiraciones suyas, por el manos libres.
—Baker le ha pedido a Davies que se ponga en contacto contigo para una reunión disciplinaria. Quiere que vengas hoy a las tres. Pero quizá después de esto, se olvide del tema.
—Lo dudo. Aunque no lo demuestre, me preocupa perder mi trabajo, ¿sabes?
—No llegará tan lejos.
—Quizá llegue mucho más lejos que eso. La cuestión es que tengo demasiadas cosas de que preocuparme como para fijarme en que también eso me preocupa. ¿Se ha ido ya Ivo?
—Hace unos veinte minutos. Debería estar llegando al hospital.
Volvemos al hospital, y no veo a Jenny.
Sigo a Sarah hasta la UCI.
Ivo y tú estáis de pie, el uno al lado del otro, en el pasillo. Estás mirando a Jenny a través del cristal, pero Ivo no. ¿Te has fijado?
No, no es una crítica, porque ninguno de nosotros soporta mirarla; pero somos sus padres, así que no nos queda otro remedio.
—Estoy segura de que fue un fraude, Mike —dice Sarah a tus espaldas.
Sigues mirando a Jenny.
—¿Sabes quién fue?
—Aún no. Estamos haciendo comprobaciones, asegurándonos de que podemos documentarlo todo.
No te dice nada de su reunión disciplinaria con Baker; que el hielo bajo sus pies ya se ha roto.
—¿Importa? —dice Ivo, hablando por primera vez—. ¿Quién lo hizo, o por qué?
Entiendo por qué no le importa a él. ¿Servirá para curar su cuerpo y su cara, saber quién lo hizo y por qué? ¿Qué importa nada, en comparación con eso?
Nadie le ha dicho aún que han acusado a Adam de incendiar la escuela, de que él es la razón por la cual importa descubrir el quién y el porqué.
Ivo se gira y se aleja. Las puertas de la UCI se cierran de golpe tras él.
¿Dónde está Jenny?
Le sigo, gritando:
—No, no te vayas. ¡Por favor!
Se apresura, y yo camino a su lado.
—No lo dice de veras, eso de no verte más. Solamente intenta sentirse así, para protegerse, pero no durará. Te quiere, desesperadamente. La conozco bien, sabes. Y ella te adora.
Llega a la escalera mecánica.
—Vendrá a buscarte, pronto. No podrá mantener esta distancia durante mucho tiempo. Y te necesitará a su lado.
Sigue avanzando rápidamente por el pasillo, en dirección a la salida, sin oírme.
—Tienes que estar a su lado.
No se gira.
Le grito:
—¡No le hagas esto!
Llega a la pared de cristal que separa el jardín de los pasillos. Se detiene.
En el patio, Jenny está sentada en el banco de hierro forjado.
Él la mira a través de la pared de cristal, totalmente inmóvil. La gente pasa a su alrededor.
¿Cómo sabe que está ahí? ¿Cómo es posible?
Busca la puerta para salir al patio.
Está a punto de salir, cuando un guardia de seguridad se le acerca.
—No se puede salir al jardín. Es solamente para mirar.
—Tengo que salir fuera.
Desde el punto de vista del guardia, Ivo debe parecerle un loco: tembloroso, pálido y con los ojos extrañamente brillantes.
—Si tiene que salir fuera, salga por la puerta principal, señor. Y si quiere un parque, siga por la calle hasta que encuentre las señalizaciones del más cercano.
Ivo no se mueve.
El guardia de seguridad espera un momento, y luego decide que tiene cosas más importantes que hacer, y se va. Me pregunto si llamará a Psiquiatría para ver si se les ha escapado alguien.
Pienso eso para no sentir la emoción de Ivo, que parece capaz de romper el cristal que los separa. No es una marea hormonal, como yo supuse con tanta negligencia, hecha de un exceso de glándulas hormonales, sino algo más hermoso y ligero y puro. Es amor joven.
También me equivoqué con él. Y tanto, tan horriblemente. No confiaba en él porque es tan diferente a ti, amor. Y porque prefería sentir desconfianza y escepticismo, antes que los lacerantes celos.
Cuando Jenny me dijo que se habían quedado mirándose toda la tarde en Chiswick, en el parque, traté de enterrar en mi interior cuánto echaba de menos la forma en que solías mirarme: «Se entrelazaron las miradas, tejiendo / en una doble trenza nuestros ojos».
Pero en algún momento, no sé cuándo o si sucedió repentinamente o de forma casual, la doble trenza se volvió un doméstico hilo de tender la ropa.
¿Quién va a quedarse mirando la cara de una mujer de treinta y nueve años durante toda una tarde?
En el fondo, siempre supe que mi animosidad hacia Ivo era por mí, y no por él.
Que ver a Ivo y Jenny juntos era mirar lo que había perdido.
—¡Por Dios, crece de una vez! —dice mi niñera interior—. Deja de quejarte ya, ¡eres una mujer de treinta y nueve años con dos hijos!, ¿qué esperabas?
Tiene razón. Lo siento.
Ivo entra en el jardín prohibido.
Avanza hacia Jenny.
Pero ella se va, corriendo.
—¿Jenny…? —digo.
—Quiero que me deje en paz.
La miro sin comprender.
—¡No quiero verle! ¡Ya te lo he dicho!
Se aleja rápidamente del jardín y de Ivo.
Él mira a su alrededor, como si la buscara. Luego se va también, confuso y herido. Como si supiera que se le escapa entre los dedos.
Y quizá a mí también, en cierto modo.
Porque no la entiendo, Mike.
No la conozco, y creía que sí la conocía.
Ivo espera en el jardín, esperando que regrese. Yo también espero, pero no hay señales de ella.
No estoy segura de cuánto tiempo llevamos así, y Jenny sigue sin aparecer. Acabo de ver a Mohsin andando por un pasillo, un poco más arriba.
Cuando le alcanzo, está a punto de encontrarse con Sarah.
—Traté de llamarte al móvil pero lo tienes apagado —dice.
—En la UCI tienes que hacerlo.
—Lo del fraude encaja. La directora de la escuela está prestando declaración y sostiene lo que tú afirmabas. Davies está analizando el perfil de los inversores con lupa. La compañía Whitehall Park Road invirtió dos millones de libras en Sidley House hace trece años —hace una pausa y sigue— y es propiedad de Donald White.
Ahora el fraude tiene rostro; uno que parecía cálido y paternal y que la luz del hospital y el análisis convirtió en duro y cruel.
—Cuadra con lo que sospechabas —continúa Mohsin—. Si es capaz de maltratar a su familia, entonces creo que puede ser sospechoso de incendiar el colegio.
Abraza a Sarah.
—Baker está «evaluando» el informe del testigo contra Adam. Que es como admitir que la ha cagado. Ahora piensa —como todos nosotros— que el incendio fue un intento de fraude contra la aseguradora. Y que Adam no tuvo nada que ver con el fuego.
El alivio es como un viento fresco; un bálsamo. Sarah siente lo mismo. Quiero que vaya a buscarte corriendo, ahora mismo, y te lo diga.
—Donald White pudo ser el atacante de Jenny la primera noche en el hospital —dice Sarah— cuando manipularon el tubo de oxígeno. Su hija estaba en la unidad de quemados. Si le hubieran descubierto, nadie habría preguntado qué hacía aquí.
—Baker le ha citado para interrogarle —dice Mohsin—. Ahora voy a hablar con Rowena y Maisie White. A ver si pueden arrojar un poco de luz sobre las actividades de papá.
Voy con Mohsin hasta la unidad de quemados y nos dirigimos a la habitación de Rowena.
Maisie está con ella, sacando cremas y productos de belleza de un neceser estampado.
—Y te he traído tu jabón de Clinique, y el gel ese tan agradable también… —Se calla en cuanto ve a Mohsin. Creo que tiene miedo.
—¿Maisie White? —Él tiende la mano y ella la acepta, estrechándola—. Soy el sargento detective Farouk. —Se gira hacia Rowena—. ¿Es usted Rowena White?
—Sí.
—Me gustaría hacerles unas preguntas.
Maisie da un paso hacia Rowena.
—No se encuentra lo bastante bien como para…
—Por eso he venido aquí en lugar de pedirles que me acompañen a la comisaría.
Rowena posa su mano vendada con suavidad encima de la de su madre.
—Mamá, estoy bien. De verdad.
—¿Es cierto que el señor White es propietario de una parte de Sidley House, en tanto que inversor en la propiedad? —pregunta Mohsin.
—Sí —dice Maisie, su voz extrañamente tensa.
—¿Por qué no utilizó su nombre para dicha operación?
—No queríamos que se hiciera público —dice Maisie. Parece preocupada—. ¿Por qué quiere saberlo?
—Limítese a responder mis preguntas, por favor. ¿Dice que no quería que se hiciera público?
—Sí. Quiero decir, no queríamos que Rowena recibiese un trato distinto al de los demás niños cuando fuera a la escuela. No queríamos que nadie pensara que era así. Y bueno, yo tenía una o dos muy buenas amigas allí. No quería obligarlas a vigilar lo que decían sobre la escuela cuando estuviesen conmigo. Al emplear una empresa, y no nuestro nombre, también sentíamos como si no fuera con nosotros, ¿entiende? Quiero decir que Donald invirtió el dinero y muy pronto nos olvidamos del tema.
—¿Se olvidaron de una inversión de dos millones de libras? —pregunta Mohsin.
—Mamá no quería decir eso —dice Rowena—. Más bien disociamos la escuela de la inversión financiera que papá había hecho.
Maisie ha enrojecido y seguro que se siente como una ¡tonta! Lo siento por ella, porque la creo. Se limitó a guardar el secreto bajo la alfombra y siguió siendo una mamá normal del colegio.
—¿Pero esa inversión generaba ingresos, no? —pregunta Mohsin.
—Durante mucho tiempo, no —dice Maisie—. Hace poco empezó a rendir algo.
—De hecho, se ha convertido en nuestra única fuente de ingresos —dice Rowena—. Los demás negocios de papá no han aguantado la recesión muy bien.
—¿Sabían que estaban a punto de perder todo ese dinero, y cualquier renta procedente de la inversión?
—Sí —dice Rowena de inmediato—. Lo hablamos, como una familia.
Está tratando de ser adulta, madura.
—No era para tanto —dice Maisie—. Sé que suena tonto, pero el dinero no lo es todo, ¿verdad? Y las cosas irán bien, quiero decir, quizá tengamos que vender la casa, irnos a otra parte, algo más pequeño y de alquiler. Pero teniendo en cuenta el panorama de cosas verdaderamente importantes, bueno, la felicidad no es solamente eso, ¿no? ¿El lugar donde uno vive? Además, Rowena ya se ha graduado, de modo que no tendremos más gastos escolares. Eso habría sido lo más duro de cambiar, si hubiera tenido que cambiar de escuela.
—¿Y qué opina su marido de todo esto?
—Está decepcionado —dice Maisie, en voz baja—. Quería dárselo todo a Rowena. Durante su segundo año en Oxford tiene que dejar de vivir en el college, y Donald se había planeado comprarle un pequeño apartamento, sólo para ella. No queríamos que acabara en una residencia de estudiantes, lejos de sus clases y sin seguridad. También pensamos que sería una buena inversión. Pero bueno, eso ahora… claramente, ya no es posible. Fue un golpe para la pobre Rowena.
Se me ocurre que quizá haya una razón más siniestra para que Donald quiera comprarle un apartamento a Rowena. ¿Tal vez quería seguir controlándola, disfrazado de padre generoso?
—No me importa lo del apartamento —dice Rowena—. De verdad, no me importa en absoluto.
—Y tendrá que pedir un préstamo y conseguir un trabajo mientras sigue estudiando —dice Maisie—. Va a ser duro para ella. Quiero decir, mientras uno tiene que estudiar. A mí no me importa. De hecho, siempre tuve ganas de buscarme un trabajo, la verdad.
—Mamá, el policía no quiere oír todo eso.
—¿Cree que lo único que sintió su padre fue decepción? —le pregunta Mohsin a Rowena.
Maisie responde rápidamente en su lugar.
—Por supuesto, también se sintió mal, fue un disgusto. Pero nadie podía hacer nada al respecto.
—Debo informarla de que le hemos pedido a su marido que nos acompañe a la comisaría de Chiswick para ser interrogado.
—No lo entiendo.
Rowena está pálida.
—El fuego, mamá. Deben creer que lo provocaron para cobrar de la aseguradora.
—¡Eso es ridículo! —dice Maisie—. Una vez bromeó diciendo que si por él fuera, quemaría ese colegio hasta los cimientos, pero fue una broma, nada más. Uno no bromea sobre algo así si piensa hacerlo de verdad, ¿no le parece?
—Querría que hablásemos más tarde en privado, señora White, pero por ahora quiero hacerle algunas preguntas a Rowena.
—No tiene nada que decirles. Nada.
—¿Rowena? ¿Puedo hablar contigo sin tu…?
Los ojos de Rowena se encuentran con los de Maisie.
—Me gustaría que mi mamá se quedara.
Amable y cuidadoso, Mohsin tantea a Rowena acerca de Donald, pero cada vía de abordaje es bloqueada por la lealtad de Rowena. ¡No, jamás ha perdido los estribos! ¡No! No le haría daño de ninguna de las maneras. Es un padre ejemplar.
Mientras escucho el temblor en la sincera voz de Rowena, pienso en lo distinta que es de Jenny. No es sólo lo seria que es, y todo lo que ha tenido que soportar en su corta vida, sino también las palabras que emplea. Ninguna estaría en el diccionario que Jenny me regaló. Me pregunto cuántas veces habla con sus coetáneos; o si tiene algún amigo.
—¡No lo entienden, se equivocan por completo! —estalla, por fin—. Papá no hizo nada. No le haría daño ni a una mosca. ¡No entienden nada!
Mientras Rowena se echa a llorar, Maisie la abraza, protectora.
Ambas han ocultado la maldad de su padre y marido durante años, y seguramente en este momento siguen protegiéndole.
Jenny pensó que Rowena entró en el edificio en llamas para que Donald se sintiera orgulloso de ella, pero ¿y si fue para protegerle de nuevo, tratando de limitar el daño que había hecho?
Pensaba que para entrar en ese lugar, lo único que podía empujarte era el amor. Quizá sí fue amor, por su padre, aunque no lo mereciera, lo que la impulsó a entrar.
Mohsin, claramente frustrado, da por cerrada la entrevista. Maisie piensa ir a la comisaría, a pesar de que Mohsin le ha dicho que no le permitirán ver a Donald. No entiendo por qué sigue siendo tan leal hacia él, y menos con Rowena como blanco de su maltrato, ahora también. Simplemente, no lo entiendo.
Pero ahora eso no importa. Los cómos y los porqués.
Adam es inocente.
Estás conmigo, en silencio. No estoy segura de lo que esperaba, o deseaba ver, quizá no una sonrisa pero sí una cierta relajación en tu cuerpo, ahora que Adam ha sido exonerado. Pero tus músculos siguen tensos, tanto que pareces antinaturalmente rígido, como una marioneta.
¿Dónde está el hombre con el que hablé en la tetería de Cambridge, que iba a escalar y hacer rappel y rafting por la vida?
Cuando llego a la cama me estás contando lo del fraude; que han decidido que Adam es inocente. «¡A buenas horas!», y por un instante hay energía en tu voz, pero ese es el único alivio que te permites sentir. Porque siguen sin encontrar corazón para Jenny, y yo aún estoy en coma.
Luego me dices que encontrarán ese corazón para Jen y que yo me despertaré. Y ese hombre está a mi lado, velándome. No es una marioneta, es un escalador. Qué absurdo por mi parte pensar que podías relajarte; qué insensible y estúpida. Cada fibra de tu fortaleza es necesaria, para subirnos a los dos a la montaña de la esperanza; nuestro peso, el del amor que sientes por nosotros. Una carga casi imposible de soportar.
Siento muchísimo lo que he dicho antes, sobre Ivo y nosotros. Porque yo sé que nos queremos, lo sé bien. No con el amor joven e intensamente perfecto que sentimos una vez, pero con algo más fuerte y perdurable. Nuestro amor ha envejecido a nuestro lado; es menos hermoso, sí, pero tiene más fuerza y es más robusto. Es amor casado, que se construye para durar.
Regreso contigo a la UCI para vuestro cambio de guardia, el tuyo y de Sarah, en la cama de Jenny. A pesar de que Donald está en la comisaría, te has negado a dejar de vigilarla.
—No hasta que ese bastardo haya confesado. No hasta que estemos totalmente seguros.
Quizá te cuesta dejar atrás tus sospechas sobre Silas Hyman, a pesar de las pruebas contra Donald. Necesitas una confesión escrita; algo tangible, antes de abandonar tu puesto.
Como yo, creo que cada vez que te vas de su unidad y vuelves, te permites la esperanza de que haya aparecido un corazón para ella. Y que, tal vez, no estar ahí incrementa las posibilidades de que eso suceda; una olla que se mira constantemente nunca hierve, a escala de vida y muerte.
Nada ha cambiado.
Jenny está fuera de la UCI.
—¿No hay corazón? —dice, y espera un momento—. Parece que estemos jugando al bridge.
—Jen…
—Ya, humor negro. Lo siento. La tía Sarah ha llamado a Addie y a la abuela. —Su cara se arruga de felicidad y su alivio se derrama en lágrimas—. Ya está, ya saben que no lo hizo, mamá.
Su amor por Addie es uno de los hechos imperturbables de la vida, una base de cobre que la define y que nunca cambia.
—Jen, sobre Ivo…
Se aparta bruscamente de mí.
—No me interrogues, ¿vale? Por favor.
Se aleja y la miro.
Creo ver a alguien con un abrigo de color azul marino, saliendo del ascensor. Me apresuro hacia él. ¿Está girando por la esquina, en dirección a la UCI? Dios, ojalá estuvieras aquí.
Corro para alcanzarlo.
Un grupo de médicos entran en la UCI, y no puedo ver a nadie con un abrigo azul.
Quizá es el que está alejándose, medio oculto tras un enfermero que empuja una camilla.
Es imposible que hayan soltado a Donald ya. ¿Verdad que es imposible?
Ahora, nada. Los pasillos están vacíos, solamente hay dos enfermeras en el ascensor.
No estoy segura de haberlo visto. Probablemente las sombras me hacen saltar en exceso.
En el aparcamiento, Mohsin está esperando a Sarah.
—No es de buena educación llegar tarde a tu propia reunión disciplinaria —le dice, tomándole el pelo. Pero ella no sonríe.
—Addie sigue sin hablar —dice Sarah.
Pero ahora que sabe que todo el mundo le considera inocente, se sentirá mejor, ¿no? Ahora por fin podrá darle la espalda al edificio en llamas.
—Acabo de hablar con Georgina —dice Sarah—. Pensé que cuando supiera que ya no le acusaban de prenderle fuego a la escuela, las cosas cambiarían, pero…
Hasta ahora siempre habla cuidadosamente, terminando correctamente las frases, pero no hay nada cuidadoso o correcto acerca de esto.
—Dale un poco más de tiempo —dice Mohsin—. Quizá aún no lo ha entendido.
Tanto Sarah como yo nos aferramos a sus palabras.
La acompaña hasta la comisaría. El ambiente del coche es denso a causa del calor, mientras el aire acondicionado escupe un inútil chorro de aire caliente. La neblina de calor despliega espejismos en el asfalto. Sarah se queda callada por unos instantes.
—Dicen que Grace no tiene funciones cerebrales —suelta abruptamente.
—Pero dijiste…
—Fui una cobarde.
Quiero gritarles que estoy ahí, como si de repente pudieran descubrirme y avergonzarse de sus palabras.
—He discutido con ellos. Me he peleado, les he dicho que no saben nada. Porque no soporto la idea de que Mike la pierda. No puedo soportar que tenga que pasar por eso.
Mohsin posa su mano sobre la de ella, mientras sigue conduciendo, y ese gesto me recuerda a ti.
—Cuando mamá y papá murieron, le prometí que no volvería a pasarle nada malo.
—¿A qué edad fue eso? —dice Mohsin—. ¿A los dieciocho?
—Sí. Pero seguí pensando así, toda la vida. Hasta el miércoles, pensaba que como ya le había pasado algo horrible, ya está, no volvería a sucederle nada. Ni una tragedia más. Como si las cosas terribles, y perder a la gente que uno quiere, se distribuyan equitativamente. Dios, soy oficial de policía, tendría que haberlo sabido. Y ahora, esto, es demasiado para él. Y yo soy incapaz de impedirlo. No puedo hacer que las cosas sean más fáciles.
Comprendo ahora que te quiere como una madre; como yo quiero a Jenny y a Adam.
En la comisaría, para luchar contra el calor, las chaquetas se dejan en una silla y los cinturones se aflojan. Sarah entra en el despacho del detective inspector Baker, cerrando la puerta tras ella. No tengo por qué ser su sombra ahora, no cuando ya sabemos quién fue el pirómano, y Adam está libre de culpa. Pero me gustaría acompañarla cuando vengan las duras.
Solamente quiero acompañarla.
La cara redonda de Baker brilla del sudor, y su ropa demasiado ceñida se aprieta contra su cuerpo panzudo. El aire está estancado.
Levanta la vista cuando Sarah entra, y su voz es metálica.
—Tome asiento.
Hace una señal hacia una silla de plástico pero Sarah se queda de pie. Se acerca a él.
—¿Está claro ya que este caso no va de un niño pequeño jugando con cerillas?
Su furia me pilla por sorpresa, y también al detective inspector Baker.
—Sargento detective McBride, está aquí para…
—Le debe a Adam una disculpa oficial y pública.
Su energía furiosa y tensa me recuerda a ti.
—Esta reunión es para debatir sobre su conducta. Es sobre…
—¿Va a presentar cargos contra su supuesto «testigo» por lo que él o ella le ha hecho a Adam?
¿Es que Sarah cree que su carrera ya está perdida? ¿Por eso ha entrado en esta salita con las pistolas cargadas, porque no tiene nada que perder?
—Esta reunión no es para debatir sobre el caso, o las averiguaciones que ha hecho a través de sus métodos ilegales. El fin no justifica los medios, sargento detective. Incluso antes de que se aprobara la ley sobre comportamiento policial, esto va más allá de lo aceptable. Comprendo la tensión emocional a la que estuvo sometida, pero no hay excusa posible. Todas las reformas de los últimos veinticinco años han logrado que la policía siga un protocolo de investigación, una guía. Y eso es bueno.
—Pero usted se saltó ese protocolo. Se saltó las páginas y decidió el final que tenía esa guía, por seguir con su metáfora. No se preocupó en absoluto de investigar. Por culpa de su pereza y de su inmensa falta de visión y estupidez, un niño podría haber cargado con la culpa de ese incendio durante toda su vida, y el verdadero pirómano habría salido indemne.
—¿Me está pidiendo un pacto de silencio mutuo, es decir, está tratando de chantajearme, sargento detective?
Yo veo a una mujer que no tiene nada que perder. Él ve a una chantajista.
—Por suerte —continúa, y su voz es helada en la habitación calurosa— la persona que formuló una queja oficial contra usted acaba de retirarla, hace una hora.
Quizá la señora Healey sintió compasión por Sarah, cuando supo que era la tía de Jenny y mi cuñada. O tal vez pensó que la policía la trataría mejor si mostraba flexibilidad ante el comportamiento de sus compañeros de comisaría.
—Pero eso no le resta un ápice de gravedad a su comportamiento —continúa Baker, pero una llamada a la puerta le interrumpe. Los rasgos duros de Penny Pierson aparecen en la sala.
—¿Qué pasa? —ladra Baker.
—Silas Hyman entregó una muestra de ADN el miércoles por la noche, cuando le interrogamos sobre el fuego. Su ADN no encajaba con ningún resto encontrado en el lugar del incendio, pero se introdujo en nuestra base de datos.
—¿Y qué? —dice Baker, impaciente.
Penny se gira hacia Sarah. Creo ver un asomo de disculpa en su rostro.
—El ADN de Silas Hyman corresponde con el semen que había en el condón que le mandaron a Jennifer.