Recuerdo a Sally Healey en televisión, la noche del incendio; su camisa de lino rosa y sus pantalones de color crema y su voz firme y su maquillaje impecable. Y cómo empezó a derrumbarse, su fachada cuidadosamente construida para la entrevista.
AB: ¿Podría decirme qué personas estaban en el edificio en el momento del incendio, según la información de que disponía?
SH: Sí. Había una clase de primero. La otra estaba de visita en el zoológico. Todos los nombres de los niños están en el registro que le he entregado. También estaban Annette Jenks, la secretaria de la escuela; Tilly Rogers, una profesora de primer curso; y por supuesto, Jennifer Covey, que es una profesora adjunta temporal.
AB: ¿El resto del personal estaba fuera de la escuela?
SH: Sí, en el campo de deportes, era día de juegos. Los necesitábamos a todos para organizarlo, porque somos ambiciosos en cuanto al número de actividades que preparamos para ese día, y de otro modo sería caótico. Hace falta suficiente personal para que todo funcione bien.
—Por favor, incluso ahora está tratando de promocionar la escuela —dice Jenny.
AB: ¿Vio a miembros del personal regresando al edificio?
SH: Sí, a Rowena White. O bueno, mejor dicho, no la vi pero me dijeron que había ido a por las medallas.
AB: ¿Alguien más?
SH: No.
AB: Sé que uno de mis oficiales le hizo estas preguntas en la escena del incendio, pero le ruego que si no le importa vuelva a contestarme.
SH: Claro.
AB: ¿Es fácil que alguien se introduzca en la escuela?
SH: Hay una única entrada al recinto, una puerta cerrada. Una verja, con un portero automático con código de acceso. Solamente el personal conoce ese código. Todos los demás necesitan pedir admisión a la oficina. Desgraciadamente, en el pasado algunos padres se portaron de forma irresponsable, y dejaron entrar a gente sin comprobar si pertenecían al entorno de la escuela. Tuvimos un incidente: un completo desconocido logró entrar en el recinto porque un padre le sostuvo la puerta para que entrara, pensando que era otro de los padres. Desde que sucedió aquello, instalé una pantalla en la mesa de nuestra secretaria y ella tiene que observar a la gente que solicita admisión antes de pulsar el botón que abre la puerta.
AB: ¿Así que cree que su escuela es segura?
SH: Por supuesto que sí. La seguridad de los niños es nuestra primera prioridad.
—Como si Annette se tomara la molestia de mirar de verdad esa pantalla —dice Jenny, mordaz.
—La señora Healey debe saber cómo es, ¿no?
—Sí, ahora sí, pero me imagino que cuando la contrató no lo sabía.
—¿Y sabe que algunos padres y niños también se saben el código de acceso?
—Eso le molesta mucho.
Si está mintiendo acerca de la seguridad de su escuela, ¿sobre qué otras cosas podría estar mintiendo?
AB: ¿Sabe de alguien que pueda tener algo contra la escuela?
SH: No, claro que no.
AB: Debo decirle que en este momento todo apunta a que el incendio fue provocado. De modo que si no le importa, ¿podría reflexionar unos instantes y decirme si hay alguien que pueda tener algo contra la escuela?
[SH guarda silencio.]
AB: ¿Señora Healey?
SH: ¿Cómo sería capaz alguien de hacer algo así?
No hay indicaciones de cuál es su estado de ánimo en este punto. ¿Tristeza, furia, pánico?
AB: ¿Podría contestar a la pregunta, por favor?
SH: No puedo pensar en nadie que fuera capaz de hacer algo así.
AB: Quizá un miembro del personal, que…
[SH le interrumpe.]
SH: Nadie podría ser responsable de esto.
AB: ¿Acaba de irse alguien de la escuela? ¿Digamos que en los últimos seis meses?
SH: Pero eso no tiene nada que ver con el fuego.
AB: Por favor, responda a la pregunta.
SH: Sí, dos personas. Elizabeth Fisher, nuestra antigua secretaria. Y Silas Hyman, un profesor de tercero.
AB: ¿En qué circunstancias?
SH: Elizabeth Fisher era demasiado mayor para seguir trabajando. Así que tuve que despedirla, desafortunadamente. No terminamos mal, aunque sé que echa mucho de menos a los niños.
AB: ¿Podrá darme sus datos de contacto?
SH: Sí, tengo su número y su dirección en mi móvil.
AB: ¿También mencionó a Silas Hyman, un profesor de tercer curso?
SH: Sí. Aquí las circunstancias no fueron tan fáciles. Se produjo un accidente en el patio mientras él estaba de vigilancia.
AB: ¿Cuándo fue eso?
SH: La última semana de marzo. Tuve que pedirle que se fuera. Como ya le he dicho, la salud y la seguridad de nuestros alumnos es lo primero.
AB: De hecho solamente dijo que la seguridad de les alumnos era su prioridad.
SH: Bueno, es lo mismo, al final, ¿no? Tenemos que proteger a los niños y cuidarles, evitar que sufran cualquier tipo de daño, físico o criminal.
Las palabras «o ambos» debieron flotar en el aire, pero nadie las registró en la transcripción.
AB: ¿También dispone de los datos de contacto de Silas Hyman en su móvil?
SH: Sí. No los he borrado.
AB: ¿Podría apuntarlos?
SH: ¿Ahora mismo?
AB: Sí.
[SH escribe los datos de contacto de Silas Hyman en una hoja de papel.]
AB: Discúlpeme un momento, por favor.
[AB se va de la sala y vuelve seis minutos más tarde ]
Baker debió salir a contarle a Penny quién era Silas Hyman. Seguramente también mandó a un policía a por él. Te dijo que habían interrogado a Silas Hyman esa misma noche.
AB: Estábamos hablando de la seguridad de la escuela. ¿Podría hablarme de la política de prevención de incendios de la escuela?
SH: Disponemos del equipamiento antiincendios reglamentario: extintores tanto de espuma como de agua, mantas y bolsas de arena en cada una de las plantas y en áreas vulnerables como la cocina. La distancia a pie entre extintores no supera los treinta metros. El personal está entrenado para utilizar dicho equipamiento en caso de necesidad. Tenemos las salidas señalizadas debidamente, tanto pictóricamente como con un cartel con texto, en todas las aulas y también en espacios como la sala de arte, el comedor y la cocina. También llevamos a cabo simulaciones de forma rutinaria. Hay detectores de humo y de calor, con certificación oficial, que están conectados a la estación de bomberos. Realizamos un mantenimiento trimestral, anual y trianual, y se ocupa de ello un ingeniero cualificado, tal y como lo indica la regulación BS 5839.
—Parece como si se lo acabara de aprender de memoria —dice Jen y estoy de acuerdo con ella, pero ¿con qué objeto?
AB: ¿Se acuerda de todos esos detalles?
Así que AB también se ha fijado en eso.
SH: Soy la directora de una escuela de primaria. Como acabo de decirle, la seguridad de nuestros alumnos es mi prioridad número uno. Decidí ocuparme personalmente de ese aspecto, de modo que soy la encargada de la seguridad antiincendios. Por lo tanto, sí, me acuerdo de todos esos detalles.
AB: Los bomberos informaron de que las ventanas del piso superior estaban abiertas de par en par. ¿Qué tiene que decir a eso?
SH: Eso no es posible. Tenemos cerraduras en todas las ventanas para prevenir que puedan abrirse más de diez centímetros.
AB: ¿Dónde están las llaves de esas ventanas?
SH: En la mesa del profesor. Pero…
En este momento, debió quedarse sin palabras. Vuelvo a imaginarme una figura ascendiendo hasta el último piso del edificio, pero ahora no bastaba con abrir fácilmente las ventanas y dejar que la brisa atrajera el fuego hacia arriba.
AB: ¿Dice usted que su personal recibía entrenamiento antiincendios?
SH: Sí. Claramente, la contención junto con una evacuación adecuada son el mejor método para minimizar el impacto de un fuego.
AB: Pero su personal estaba fuera, en el campo de juegos, lejos del edificio. Excepto los tres que acaba de mencionar, ¿no?
[SH asiente.]
AB: ¿Por qué no estaba en el campo de juegos Jennifer Covey, y en lugar de eso se encontraba en el interior del edificio?
SH: Estaba al frente de la enfermería. Por si se producían pequeñas lesiones.
AB: ¿Dónde está la enfermería?
SH: En el tercer piso.
AB: ¿En lo alto del edificio?
SH: Sí. Solíamos utilizar el despacho de la secretaria porque Elizabeth Fisher era enfermera, tenía el diploma. Allí había un sofá y teníamos una manta. Lo justo para cuidar del niño hasta que llegara el padre y se lo llevara a casa. Pero la nueva secretaria no es enfermera, de modo que no tenía sentido seguir como hasta ahora. El señor Davidson, el responsable de los últimos cursos de nuestra escuela, se ocupa de la enfermería y está en su planta. Tiene formación en primeros auxilios, pero ese día le necesitábamos en el campo de juego.
AB: ¿Desde cuándo sabía que Jennifer Covey sería la enfermera ese día?
SH: Enfermera no es la palabra adecuada. Lo que está claro es que no esperaba que una chica de su edad tuviera que enfrentarse a nada serio, ni remotamente.
—Hice un curso en el St. John, bruja —exclama Jenny mientras lee la transcripción, y me alegro de que se concentre en la respuesta de Sally Healey, y no en la pregunta de Baker. Porque demuestra que desde el principio, en ese momento, pensó que el fuego era un ataque contra ella. Supongo que al introducir su nombre en sus bases de datos, el caso del acoso por correo debió aparecer de inmediato.
AB: ¿Le importaría contestar a mi pregunta? ¿Desde cuándo sabía que Jennifer Covey sería la enfermera esa tarde?
SH: Lo anuncié en la reunión de personal del jueves la semana pasada. No era mi plan original, pero decidí que a resultas de la forma en que Jennifer se vestía, siempre inapropiadamente, durante el verano, sería mejor que los padres no la vieran.
—Una verdadera bruja, eso es lo que es, mamá —dice Jenny.
AB: ¿Plan original?
SH: Inicialmente, pensé que Rowena White podría ocuparse de la tarea perfectamente. Ha hecho un curso de primeros auxilios en el St. John. No le gustó mi decisión, pero la tomé porque pensé que era lo mejor.
Jenny se vuelve hacia mí.
—¿Crees que Rowena pudo haberle contado a su padre que iba a ser la enfermera ese día, para que se sintiera orgulloso, ya sabes, pero luego no le dijo que yo la había sustituido?
—Es posible —digo.
¿Es posible que le hicieran daño a la chica equivocada?
AB: ¿Quién estaba en la reunión de personal del jueves, cuando anunció el cambio?
SH: El equipo de dirección. Luego ellos se ocupan de comunicar la información al resto de su equipo.
[SH guarda silencio.]
AB: ¿Señora Healey, qué le pasa?
SH: ¿Va a morir Jenny?
[SH llora.]
En la transcripción no dice cuánto tiempo duraron sus lágrimas.
Sarah extrae la ultima fotocopia de su bolsa. Esperaba que fuese una transcripción del interrogatorio de Silas Hyman, pero es la de Tilly Rogers, ese arquetipo de profesora de primer curso: mejillas sonrosadas, largo pelo dorado y cara sonriente de dientes blancos, como perlas. Una chica estupenda, sana, de buenas costumbres, que seguirá enseñando durante unos años hasta casarse y tener una familia propia. Los niños de su clase la adoran, los padres la idolatran, y las madres la miran como a una hija.
No puedo imaginar que tenga nada que ver con el incendio.
La entrevista con Tilly empezó a las seis y media, así que fue después de la señora Healey. El inspector Baker, AB, fue el encargado de interrogarla.
La leo de pasada, me concentro en los hechos. Estaba con su clase cuando sonó la alarma. Maisie White ayudó a evacuar a los niños, que ya la conocían porque era una madre voluntaria de las sesiones de lectura. No mencionó ningún retraso antes de que Annette trajera el registro, quizá porque no se fijó o porque no pensó que fuera importante. Nadie había caído en ello, nadie le había preguntado. Llevo dos páginas de lectura cuando veo una pregunta que parece relevante.
AB: ¿Conoce a Silas Hyman?
TR: Sí. Era un profesor de tercer curso en Sidley House. Hasta abril, quiero decir. Pero no puede decirse que le conociera. Enseñábamos en plantas diferentes, yo estoy justo al final… Bueno, ya lo sabe. Y las clases de primero no se integran demasiado con el resto de la escuela, no hasta que los chicos pasan de curso.
¿Está diciendo la verdad? ¿No conocía a Silas Hyman, o existe la posibilidad de que sea su cómplice? ¿Abandonó Tilly Rogers, la muchacha de carita fresca y vestidos estampados de flores, a todos los niños de su clase con sus cuentos infantiles y sus cintas del osito Teddy, para subir arriba, sacar las llaves que abrían las ventanas, y abrirlas porque él se lo había pedido? ¿Derramó el disolvente en la sala de arte? ¿Encontró una cerilla?
Una vez lo digo, es imposible imaginarlo.
Pero es que nada es imposible de imaginar, ya no.
Lo cierto es que no veo cómo pudo haber regresado a tiempo a por su clase. Porque si fue ella la que prendió fuego a la escuela, Maisie habría llegado para colaborar con la evacuación de los niños y solamente habría encontrado una clase asustada, sin su profesora.
AB: ¿Alguna cosa más que le parezca relevante?
TR: Rowena White. No sé si es relevante, pero fue extraordinario.
AB: Prosiga.
TR: Yo estaba fuera, con los niños, pero para entonces la mayoría de las madres habían llegado y pude mirar a mi alrededor. Vi a Rowena corriendo hacia el cobertizo del jardinero, y salió con una toalla. Una de piscina. Los niños las dejan allí, a veces. En la gravilla del paseo había dos garrafas de agua tiradas en el suelo, al lado de la puerta de la cocina. De las de cuatro litros, ¿sabe? Y ella empapó la toalla con el agua, y la vi entrar en la escuela. Cuando alcanzó la puerta, vi que se puso la toalla encima de la cara. Fue tan valiente.
Sarah se levanta para ir en tu busca. Jenny y yo esperamos un momento, las dos calladas y decepcionadas. No hay ninguna frase mágica, nada que libere a Adam de la culpa.
—Quizá la tía Sarah haya visto algo que nosotras no hemos sabido detectar —digo—. O ha sacado alguna pista en limpio.
—Eso.
Un rato más tarde, nos reunimos contigo y con Sarah en el pasillo de la UCI. Estás mirando a través del vidrio a Jenny, sosteniendo una de las hojas de los interrogatorios.
Jenny está de pie, a cierta distancia, para no verse a través del cristal.
—¿Crees que es como mi móvil? —pregunta—. ¿Riesgo de infección?
—Debe ser eso.
Pero me pregunto si los papeles fotocopiados son realmente un foco de infección o si Sarah está tratando de ser lo más discreta posible, y evitar la cama de Jenny, siempre rodeada de enfermeras y personal médico.
Estás repasando el interrogatorio de Annette Jenks. Espero la opinión de Sarah, porque hasta ahora solamente podía intentar adivinar lo que pensaba.
—¿Cómo demonios firmó el registro Jen? —dices, mientras lees—. No lo entiendo. ¿Salió de la escuela y volvió a entrar?
—Aún no estoy convencida de que firmara ese registro —dice Sarah—. Tal vez Annette Jenks solamente quiere que la gente deje de echarle la culpa. Ya sabes, una actitud parecida a la del conductor que atropella a un ciclista y se larga sin ayudar.
—De modo que no hemos sacado nada en limpio.
—Yo no diría eso. Por su declaración, está claro que no pudo ser ella la que inició el fuego. Dice que estaba con Rowena White en el despacho cuando saltó la alarma, y Rowena me dijo lo mismo un poco antes. El despacho está en el entresuelo; la sala de arte, en el segundo piso. De modo que ninguna de los dos pudo haberlo hecho.
—¿Es posible que dejara entrar a Hyman?
—Afirma que no le conoce y que no ha oído hablar de él, pero me parece un poco extraño que no le llegaran los cotilleos sobre el profesor caído en desgracia. Me parece una chica muy aficionada a la rumorología. Así que no sé por qué razón, pero creo que está mintiendo. Y sabemos, por Maisie y por Rowena White, que esperó unos minutos antes de salir. Y en su declaración no menciona ese lapso de tiempo. Tenemos que averiguar qué hizo.
Como esperaba, Sarah ha acertado de pleno.
Lees la declaración de Sally Healey, y te detienes a comentar el momento en que describe la prevención antiincendios de su escuela.
—Es como si se hubiera aprendido de memoria el manual —le dices a Sarah.
—Estoy de acuerdo. Baker también se fijó. Creo que Sally Healey estaba preocupada por la posibilidad de que se produjera un incendio, de verdad. Casi como si supiera que algo iba a suceder, y tratara de minimizar las consecuencias. —Sarah ve tu mirada—. No hay reglamento antiincendios ni extintores ni alarmas que pudieran luchar contra un disolvente que aceleró el fuego, ventanas abiertas y un edificio antiguo con carpintería de madera.
—¿Tal vez lo sabía?
—No veo qué ganaba prendiéndole fuego a su propia escuela. Pero algo no encaja. Aparte de lo mucho que le preocupaba la posibilidad de un incendio, dice que no terminó mal con Elizabeth Fisher, la antigua secretaria, pero eso no es así. Al menos no por parte de su exempleada.
—¿Crees que eso es relevante? —preguntas, algo impaciente.
—Aún no lo sé.
Me siento mal mientras releo la declaración de la directora.
Porque esta vez, cuando le dice a Baker que la enfermería está en el tercer piso, justo en lo más alto del edificio, caigo en ello. También lo de que anunció al personal que Jenny sería la enfermera, y de que la información se comunicaría a todo el resto del equipo por parte de los responsables de departamento.
Todo el mundo. Todos en la escuela sabían que Jenny estaría arriba, en el tercer piso, sola, en un edificio virtualmente desierto.
—¿Eso es todo lo que tienes? —preguntas.
—Sí, me temo que sí.
—¿No puedes…?
—Solamente pude hacerme con estas copias porque los documentos estaban, temporalmente, en una área sin vigilancia. Todo lo demás estará archivado, y custodiado, a estas alturas.
—¿Pero piensas hablar con Silas Hyman?
—Sí. Y ya he fijado una cita con la directora y también con Elizabeth Fisher. Mientras yo hago eso, tú vete a casa y habla con Addie.
Te quedas en silencio.
—En la UCI hay mucha gente, Mike. Si aún estás preocupado, puedo pedirle a Mohsin que venga a vigilarla.
Sigues callado y ella no lo entiende.
—Addie solamente te tiene a ti, Mike. Necesita que estés con él.
Sacudes la cabeza.
Sus ojos grises y azules te miran, se sumergen en los tuyos, como si buscaran ahí la respuesta. Porque eres un padre cariñoso; no eres un hombre capaz de ignorar a su hijo de ocho años, y menos ahora. Seguramente, en algún lugar detrás de la expresión pétrea de tu cara, piensa encontrar al chico que ha conocido durante toda su vida.
Apartas la mirada de Sarah cuando hablas, para que no pueda seguir leyendo tu rostro; le ocultas al hombre que hay en tu interior.
—A Jenny solamente le quedan tres semanas de vida a menos que consiga un transplante de corazón. Hoy tiene un día menos.
—Dios mío, Mike…
—No puedo dejarla.
—No.
—Logrará ese corazón… —empiezas, pero yo estoy mirando a Jenny, que oye un coche acelerando contra ella. La muerte no es callada sino un ruido atronador, ensordecedor, que se aproxima. Una parca montada en una moto que se sube a la acera, directamente a por ella, y no tiene donde esconderse.
Se va de la habitación y yo corro tras ella.
—Jen, por favor…
En el pasillo, se detiene y se gira hacia mí.
—Deberías habérmelo dicho. —Su cara está blanca y su voz temblorosa—. Tengo derecho a saberlo.
Querría decirle que intentaba protegerla, que tejí una capa de mentiras para envolverla en ella; que creo en la esperanza que albergas para ella.
—Ya no soy una niña. Sí soy tu hija, eso siempre lo seré. Pero…
—Jen, cariño…
—¿Es que no lo entiendes, mamá? Ahora soy una adulta. No puedes decidir por mí, por mi vida. Por lo que quede de ella. Mi vida es mía, y mi muerte también.