19

A nuestro alrededor, por los cuatro costados, las luces eléctricas parpadean y se introducen por las ventanas; es el amanecer de hospital, fruto del ser humano, dos horas después de que en el exterior se produzca el de verdad, el natural.

Parece imposible que solamente anteayer estuviera poniendo un bizcocho de chocolate en el horno. Como si hubiera habido un terremoto en el tiempo y el fuego separara las placas tectónicas de nuestro pasado y nuestro presente, irrevocablemente. De acuerdo, suena un poco pomposo, ¿pero a quién se lo voy a decir sino? La pobre Jen seguramente pensaría que estaba poniéndola a prueba, repasando para sus exámenes de acceso a la universidad, o algo así.

Tan pronto como veo tu rostro, sé que no han encontrado ningún corazón para ella. Me acerco a ti, y me dices que aún hay tiempo. ¡Sí, lo hay! ¡Todo saldrá bien! ¡No hay que ser derrotistas! Se pondrá bien. Por supuesto que se pondrá bien. No hace falta que hables, soy capaz de percibir tu charla de duro optimismo en silencio. Porque aunque ya no compartamos un amor que golpea en el plexo solar, gozamos del amor casado, ese que hace que tu voz —tú— esté siempre en mi cabeza.

Sarah aparece, con la ropa arrugada y sin maquillaje. Debe haberse turnado contigo, para velar a Jenny durante toda la noche.

—He podido hablar con Ivo —dice—. Está tratando de conseguir un vuelo.

Tú solamente asientes.

Lo sabías, ¿verdad, Mike? Debías saberlo, porque si no Sarah no tendría el número de teléfono de Ivo. ¿Y pensaste que era buena idea? Mi voz no debe estar en tu cabeza, porque es una idea terrible. O quizá mi voz está ahí, pero te limitas a ignorarme. Sí, estoy enfadada. ¡Por supuesto que lo estoy, y mucho!

¿Le ha dicho Sarah qué aspecto tiene Jenny ahora?

¿Es que alguien puede describir la cara y el cuerpo que ahora tiene Jenny?

El pasado sábado se fueron a pasar el día al parque de Chiswick House. «¿Qué hicisteis?», le pregunté esa noche, pensando que habrían ido a una cafetería, o de picnic, o que habrían leído algo. Cuando no me contestó, creí que se habrían besado y toqueteado. Finalmente, algo avergonzada, me lo dijo: se habían estado mirando, habían pasado todo el soleado día mirándose el uno al otro.

Quizá si hubieras sabido cómo habían pasado esa tarde, sabrías que hacerle venir no era buena idea.

¿Qué pensará ahora, cuando la mire?

¿Cómo soportará ella su rechazo?

Lo siento. Crees que está inconsciente, que no se dará cuenta de su presencia. No tienes ni idea del daño que esta visita puede causarle.

Me enfado y me disculpo. Como en nuestra antigua vida juntos, nuestros hijos nos separan tan frecuentemente como nos unen; causan tensiones entre los dos que ni siquiera sabíamos que existían cuando nos casamos, aunque en estos momentos soy la única que es consciente de ello.

Sarah detalla su plan para el día de hoy —quiere hablar con Rowena y luego ir a la comisaría— pero tú te quedas aquí; tu única misión, cuidar de Jenny. A pesar de la multitud de personal médico que hay en la UCI, no piensas dejar tu puesto.

En el pasillo, Jenny está resplandeciente.

—Va a conseguir vuelo. La tía Sarah le ha llamado.

—¿Le ha…? —¿Cómo voy a preguntarlo?

—No, no le ha dicho qué aspecto tengo ahora, si eso es lo que te preocupa. No importa. Eso es una estupidez. Por supuesto que importa. Lo que quiero decir es que no cambiará nada.

¿Qué voy a decirle? ¿Que solamente un amor casado, duro como un par de botas viejas, puede aguantar esto; y no su frágil romance de cinco meses? Que «el amor que muda cuando al mudar mira, amor no es» no vale para los chicos adolescentes.

«Amor joven», solías decir, sonriendo, y yo tenía ganas de arrojarte una patata, o lo que fuera que estaba lavando o pelando en ese momento, como si este tipo de relación pudiera llegar a la edad de las arrugas y de las comisuras de sonrisa marcadas. Porque lo que Ivo siente por Jenny tiene su propia obsolescencia programada, incluso aunque el incendio no hubiera tenido lugar.

—Creía que te alegrarías —dice Jenny, algo sorprendida—. Quiero decir que sé que no te cae bien. —Deja una breve pausa, suficiente para que yo la contradiga, pero no lo hago y prosigue—. Ahora les contará a los policías lo de la pintura roja, ¿no lo ves?

—Sí, claro.

Sarah pasa a nuestro lado, hablando por el móvil.

—Esto tiene prioridad —dice, y hace una pausa—. No lo sé. [Pausa]. No, mejor te vas de vacaciones. [Pausa]. No tengo tiempo para esto ahora mismo.

Debe estar hablando con Roger. Intentas que te guste por lealtad a tu hermana, pero cada año su cara burlona en la mesa de Navidad me repatea, cuando trata de ganar en todos los juegos, pero es la única persona de la mesa que no juega limpio. Es competitivo cuando habla de sus hijos, y desprecia a los nuestros; francamente, le detesto, y quizá por esa razón no me gustaba Sarah, porque era parte de la misma unidad que él.

No te ha mencionado a su familia ni a su trabajo en todo este tiempo; te ha puesto por delante de todo. Yo estoy descubriendo que la manera en que alguien se comporta en su vida cotidiana no tiene nada que ver con cómo se comportarán el día que realmente tengas que contar con ellos. Quizá Roger —en las circunstancias adecuadas— jugaría limpio, dejaría que Addie ganara. Aunque en estos momentos no parece que esté adoptando una actitud muy caballerosa, a juzgar por la mitad de la conversación de Sarah. Creo que veo decepción en su cara, pero no sorpresa.

—Ella y el tío Roger ya no se llevan bien —me dice Jenny, como si me leyera la mente. Así que Sarah le ha hablado a Jenny de su matrimonio. Por Dios, ¿hay alguien que no lo haya hecho? Quizá una hija adolescente no suaviza las relaciones entre adultos, pero está claro que comparten sus quejas más a gusto.

Sarah pone fin abruptamente a la conversación, diciendo que tiene que irse.

Jenny y yo vamos con ella.

Una enfermera atiende la puerta cerrada de la unidad de quemados; su aspecto al ver a Sarah es de sorpresa.

—Jenny está en la UCI, ¿no se lo han…?

—Sí, vengo a ver a Rowena White, de hecho. Es amiga de Jenny desde primaria, y ya sabe que luego uno se hace amigo de toda la familia.

Cuando habla, vacila; Sarah nunca ha sido de las que cuentan medias verdades, igual que nunca llevaba la ropa arrugada antes de ahora.

La enfermera la deja pasar y la seguimos a la salita contigua a la habitación de Rowena. Alguien pasa empujando a una mujer en camilla.

—Ahora mismo no puedo estar aquí, mamá —dice Jenny y me maldigo por haberla traído a la unidad de quemados—. Vuelvo en un momento, ¿de acuerdo?

—Claro.

Se va.

En la salita, una enfermera está retirando las vendas de las manos de Rowena.

Sarah espera, a prudente distancia de la puerta abierta, a que la enfermera termine.

—Las quemaduras están peor —le dice la enfermera a Rowena, sorprendida—. Algunas ampollas se han reventado. ¿Qué…?

—Sí, lo sé. Lo siento.

—No es culpa tuya, cariño. ¿Pero cómo ha sido?

En el umbral, veo que Sarah escucha atentamente el intercambio, pero la enfermera y Rowena no se han dado cuenta de su presencia. Recuerdo que Sarah pasó dos años en la unidad de violencia doméstica.

—Se lo conté a la otra enfermera ayer —dice Rowena.

La enfermera repasa el historial de Rowena.

—Sí, veo que sí. ¿Resbalaste y…?

—Sí. Es que soy muy patosa.

Me estremezco, es el mismo vocabulario que utiliza Maisie.

—Pero también te has lesionado la parte superior de las manos, además de las palmas.

Rowena guarda silencio y no sostiene la mirada de la enfermera.

—¿Te han examinado los médicos? —continúa.

—Sí. ¿Eso quiere decir que tendré que quedarme aquí más tiempo?

—Tal vez. Tenemos que ir con mucho cuidado por si hay infección. ¿Lo sabes, no? Creo que ya te lo expliqué.

—Sí, lo hizo. Muchas gracias.

—Volveré a verte en un rato.

Cuando la enfermera se va, Sarah entra.

—Hola, Rowena. Soy Sarah, la tía de Jenny. ¿Tu madre no está aquí?

—Ha ido a buscar algunas de mis cosas a casa.

Rowena parece tranquila con Sarah; no debe saber que ha estado escuchando su conversación con la enfermera.

—¿Cómo estás? —dice Sarah.

—Bien. Ya me siento mejor.

—Fue increíblemente valiente, eso que hiciste.

Rowena parece avergonzada.

—¿Lo vio en el periódico? —pregunta.

El esfuerzo de rescate de Rowena estaba enterrado en las páginas centrales del Richmond Post. No creo que llegaras a leer hasta ahí. Estaba escrito en el estilo de un típico artículo sobre «Pequeño terremoto. Pocos heridos»: «Chica corre al rescate pero no saca a nadie y se lesiona levemente». Tara no dejaría que nada nos distrajera de la historia principal, la hermosa Jenny que está muriéndose.

—Sí, lo vi —dice Sarah—. Pero un colega me habló de ello. También soy policía.

—Claro que sí. Mamá ya me lo había dicho. Qué tonta. Bueno, pero no fue por valentía. Quiero decir que no tuve tiempo de ser valiente. No pensé nada, de hecho.

—Bueno, pues no estoy de acuerdo —dice Sarah. Se sienta a su lado.

—Mamá me contó lo de Adam —dice Rowena—. Es terrible. Es que Adam es un niño encantador. Bueno, usted es su tía, ya sabe cómo es.

Su forma de hablar es insegura, aun cuando trata de sostener un argumento. Su rostro joven, tan decidido y preocupado.

—¿Conoces a Adam, no? —dice Sarah.

—Sí. Bueno, cuando yo estaba en Sidley House con Jenny solamente era un bebé. Pero le conocí bien el último verano, cuando estuve de profesora adjunta. Me tocó su clase y era tan… bueno. Y reflexivo. Muy educado, además. Algo que no es común en un niño de su edad. Y lo que dicen de él está mal. Es horrible, de hecho.

No sabía que Rowena era valiente ni tampoco que se había convertido en una joven amable, de buenas intuiciones; como si le hubieran puesto papel de secar a la amabilidad de Maisie, y Rowena fuera la efigie que emergiera.

—Y cualquier persona podría haber entrado —dice Rowena, vehemente—. Annette —la secretaria de la escuela—, bueno, pues no es muy estricta con la seguridad que digamos. Aprieta el botón para dejar pasar a la gente sin ni siquiera mirar la pantalla que hay en su escritorio. No quiero causarle problemas, pero es importante decir la verdad, especialmente ahora que le están echando la culpa a Adam, ¿no?

Sarah asiente.

—¿Puedes contarme lo que recuerdes del miércoles?

—Sí. Bueno, ¿qué parte?

—¿Y si me hablas del momento en que te dirigiste a la escuela, acompañando a Adam?

—De acuerdo. Quería su pastel de cumpleaños. Sabía que se avergonzaría un poco si su mamá iba con él. Quiero decir que adora a su madre, sé que la quiere, pero delante de los amiguitos no queda bien ir con la madre, ¿sabe? Así que le pregunté si quería que yo le acompañara. De todas formas tenía que ir a por las medallas. No le tomé de la mano hasta que llegamos al camino. Solamente la aguanté ese trocito. Perdón, eso no es importante, ¿verdad? Bueno, pues entramos juntos en la escuela, como le decía, y yo me fui derecha al despacho de la secretaria y Adam fue a por su pastel.

—¿Se fue solo?

—Sí. Íbamos a encontrarnos de nuevo en el despacho, para volver juntos al campo de juegos. Debería haberle acompañado, ¿verdad? Si lo hubiera hecho…

Se queda en silencio, entristecida.

—¿En qué piso está el aula de Adam? —pregunta Sarah.

—En el segundo. Pero está al otro lado del pasillo de la sala de arte. Dicen que ahí empezó el fuego, ¿no? Quiero decir que también está en el segundo piso, pero no está cerca.

Parece joven, y no muy convincente, mientras intenta ayudar a Adam.

—Así que tú te quedaste en el despacho mientras Adam subió a su clase —dice Sarah, animándola a continuar.

—Sí. Annette estaba allí, y parloteó de tonterías, como de costumbre. Y entonces saltó la alarma. Era un ruido muy fuerte. Salí del despacho, llamé a Adam. Y luego oí a mi madre llamándome a mí.

—¿Así que estabas en el despacho de Annette cuando se disparó la alarma?

—Sí.

Sarah debe estar tachando nombres de su lista de sospechosos.

El despacho está dos pisos por debajo de la sala de arte. Ni Rowena ni Annette podían ser los testigos que supuestamente vieron a Adam. Y ninguna de las dos pudo haber incendiado la escuela. Me cuesta imaginarme a Annette —y menos a Rowena— como pirómana.

—Vi que Adam salía corriendo de la escuela —prosigue Rowena—. Mamá me dijo que saliera con Addie y luego ella fue a ayudar a los niños de primero.

—¿Recuerdas si Adam sostenía algo en su mano?

—No, estoy segura de que no era así. Me habría fijado. ¿Quiere que se lo diga a alguien? ¿Es importante?

Sarah sacude la cabeza. Presumiblemente, el detective inspector Baker diría que Adam podría haberse desecho de las cerillas con facilidad para entonces.

—¿Viste a alguien más? —pregunta Sarah.

—No estoy segura. Bueno, no estaba mirando. Creo que quizá sí. Fue una imagen fugaz. Lo siento, no es de mucha ayuda, pero no puedo recordar nada más.

—Si lo haces…

—Sí, claro. Se lo contaré a la policía, de inmediato. Trato de recordar, pero cuanto más me esfuerzo, menos tangible se vuelve la imagen, ni siquiera estoy segura de si vi algo o nada en absoluto, y sencillamente me lo imaginé.

—Bien —dice Sarah—. Así que saliste fuera, para estar con Adam. ¿Qué pasó entonces?

—Estaba aterrorizado, buscando a Jenny. Dijo que no estaba en el campo de juegos. Cuando vi a Annette saliendo, le pregunté si había sacado el libro de registros. Ya sabe, el libro en el que se firma al entrar y salir. Pero no lo había hecho. Dijo que no pasaba nada, que no había nadie más en el edificio. Le pregunté si estaba segura y me dijo que sí. Para entonces, el incendio estaba devorando la escuela. Había habido una explosión, y más humo y llamas saliendo de las ventanas. —Parece afectada—. Jamás pensé que Jenny podía estar ahí dentro aún.

—¿Porque Annette dijo que todo el mundo había salido?

—No sólo por eso. No se me ocurrió que siguiera allí arriba, de cualquier modo. Bueno, no la conozco bien, nunca hemos sido amigas íntimas, lo cual es una tontería porque fuimos juntas a la escuela y todo eso, pero creí que ya habría salido. Bueno, porque debió pasar un rato muy aburrido allí arriba, y hacía un sol divino y todo eso. No creo que nadie pensara que iba a pasarse toda la tarde en la enfermería, ahogada de calor. Pero lo hizo.

¿Fue porque yo había insinuado que no era lo bastante responsable como para ser enfermera?

—Entonces Adam vio a su madre corriendo hacia el edificio, gritando el nombre de Jenny —continúa Rowena—. Trató de seguirla. Tuve que detenerle. Fue horrible.

—¿Y entonces fue cuando te metiste dentro?

Asiente. Sarah parece a punto de decir algo más, pero repara en la extraña expresión de Rowena.

—Antes de entrar, cuando aún estabas frente a la escuela con Adam, ¿te acuerdas cuánto tardó Annette en reunirse con vosotros?

—Supongo, sí, que tardó un poco. Bueno, me acuerdo de mamá ayudando a Tilly, la profesora de primero, y yo estaba con Addie. Supongo que si tuviera que decir una cifra, diría unos minutos.

—Tu mamá dijo que llevaba pintalabios, bien aplicado.

—No me acuerdo de eso. ¿Es importante?

—Es un poco raro llevar pintalabios —dice Sarah— en esas circunstancias, ¿no crees?

Creo que está confiando en Rowena para a su vez lograr que confíe más en ella. Tal vez detecta que Rowena le oculta algo.

—No sé si es raro —dice, algo más rígida—. Y no me fijé, la verdad. Eso del maquillaje no se me da muy bien.

Está incómoda, y lo siento por ella. Hace un par de meses me topé con las dos, con Rowena y con Maisie, en Westfield. Llevaba ropa sin gracia, y a pesar de sus granitos ni siquiera llevaba una suave capa de maquillaje que los disimulara. Pensé que era una chica de aspecto normal, que no sabía cómo lucir más bonita. Recuerdo que deseé que Maisie se la hubiera llevado de compras, en busca de un vestido bonito, o de algo que le sentara bien. Ahora, cuando recuerdo lo superficial que era con respecto a las apariencias, me duele.

—¿Dices que fuiste profesora adjunta de la clase de Adam el pasado verano? —pregunta Sarah—. ¿Trabajaste con Silas Hyman?

—No. Addie aún estaba en el segundo curso, y el señor Hyman tiene a los de tercero.

—¿Pero le conociste?

Rowena sacude la cabeza negativamente.

—No habría hablado con alguien como yo. No se habría fijado en mí.

—¿Pero tú sí te fijaste en él?

—Bueno, es bastante guapo, ¿no?

—¿Qué pensabas de él?

Rowena duda unos instantes, luego aparta la vista.

—Pensé que podía ser un hombre violento.

—¿Por lo que hizo en la entrega de premios?

—Yo no estuve ahí.

—Entonces, ¿por qué pensabas eso?

Creo que quizá sean los años de violencia de su padre: tiene más facilidad de la normal para detectar la maldad, igual que la piel herida es más sensible al tacto.

—Solía observarlo —dice Rowena—. Era muy fácil porque él jamás me miraba, así que no se daba cuenta de que yo le estaba mirando.

—¿Viste a través de su máscara?

—No creo que sea eso, como si estuviera ocultando a su verdadero yo, quiero decir. Es más bien como si fuera dos personas diferentes.

—¿Una buena y la otra mala?

—Sé que suena raro, una tontería quizá, pero si lee sobre eso, quiero decir literatura antigua, es algo que lleva sucediendo durante siglos. ¿Se acuerda de las alegorías morales de la Edad Media, del ángel bueno y del demonio? Y las obras teatrales de la época jacobina, con los personajes luchando por el alma de alguien. No es culpa de la persona que el diablo esté presente. Uno tiene que ayudarle a expulsarlo de sí.

¿Estaba hablando de Silas Hyman o de su padre? Iba a estudiar ciencias, de modo que no se había aprendido todo eso para sus exámenes. Debía haber buscado libros en busca de una respuesta, de algo que tuviera sentido, que la hiciera sentir mejor. Porque si hay demonios y ángeles, y dos de ellos habitan en su padre, un día el demonio quedará exiliado para siempre, y el ángel ganará la batalla y su padre la querrá.

—Dices que no pensabas en nada —apunta Sarah—. Cuando entraste en la escuela.

—Eso es.

—Pero pensabas lo suficiente como para ir a por una toalla y empaparla en agua.

—Debería haberme llevado tres, ¿verdad? Y aun así no sirvió de nada. De nada. —Empieza a llorar—. Lo siento. Soy una estúpida sensiblera.

Las mismas palabras denigrantes que Maisie utiliza; una palabra de mediana edad, una palabra que estigmatiza.

—No digas eso, por favor no digas eso —imploro—. No es una palabra para una adolescente. Especialmente, no para ti. Entraste en un edificio en llamas, por el amor de Dios.

—¿Mamá?

Veo que Jenny ha entrado en la salita.

—Lo hizo. Y no me digas que fue por Donald, porque quería que su padre estuviera orgulloso de ella.

—De acuerdo, de acuerdo.

—No eres una víctima, Rowena. ¡Escúchame! Tienes redaños, eres lista. Y no importa por qué lo hiciste —no importa la razón—, eres extraordinaria. No dejaré que los abusos de tu padre me impidan ver, a mí o a nadie más, lo valiente que fuiste.

—Caramba, mamá. Se lo has dejado claro, a grito limpio. Pero en bien, ya me entiendes.

—Es una pena que no pueda oírme.

—Seguro que te oirá. En estéreo, ya verás. Todos lo harán. Yo también se lo diré.

Sarah está repasando sus notas.

—¿Podemos volver a la secretaria por un instante? —dice—. ¿Estás segura de que te dijo que todos habían salido?

—Sí, seguro. Más tarde, cuando ya habían sacado a Jenny, dijo que Jenny había firmado el libro de registros, como si hubiera salido. Dijo que recordaba que lo había hecho.

—Eso explicaría por qué tu teléfono estaba fuera —le digo a Jen.

—Quizá sí —dice, en voz inusualmente baja. La miro y está pálida y nerviosa, retorciéndose los dedos—. Es que no me acuerdo mamá, joder, no puedo acordarme de nada. Lo siento. Sé que no tiene ni pies ni cabeza. ¿Por qué iba a firmar en el libro de registros mi salida, y luego volver a entrar? ¿Pero, por qué iba a mentir Annette?