18

Sarah se planta frente a mi cama, con su aspecto de vivaz eficiencia de siempre, y me siento agradecida por su destreza. ¿De qué nos serviría un cero a la izquierda en estos momentos?

Maisie sigue a mi lado, en silencio, como si hubiera gastado sus palabras; le tiemblan los dedos.

—Hola Grace, soy yo de nuevo —dice Sarah—. Vaya, esto parece Piccadilly Circus hoy.

—¿Usted también cree que puede oírla? —dice Maisie.

—Por supuesto que sí. Soy Sarah, la cuñada de Grace.

Creo leer nerviosismo en el rostro de Maisie, y es culpa mía. Le he pintado a Sarah como si fuera un dragón durante nuestras charlas sobre la familia.

—Maisie White. Soy una amiga.

—¿Entonces, es la madre de Rowena White? —dice Sarah, una veterana policía que identifica los nombres al instante.

—Sí.

—Hay una cafetería en el hospital. ¿Le gustaría ir a tomar una taza de té? ¿O algo que se le parezca?

No va a darle muchas opciones.

Espero por Dios que logre sacarle a Maisie lo del maltrato, para que Sarah pueda añadir a Donald a su lista de sospechosos. Pero durante todos nuestros años de amistad, Maisie jamás me dejó entrever lo que sucedía. O quizá lo hizo, y yo no fui lo bastante perspicaz —o sensible— como para escucharla.

Cuando se van, Sarah ve el teléfono móvil de Jenny encima de la mesita.

—Es de Jen-Jen —dice Maisie—. Una profesora lo encontró, frente a la escuela. Sabía que le gustaría tenerlo cerca.

Quizá utiliza el diminutivo cariñoso para demostrarle a Sarah que es una amiga cercana de la familia, o para que sepa que tiene derecho a estar ahí, y en cierto modo me emociona ver un atisbo de la antigua y decidida Maisie.

Sarah coge el teléfono y Jenny la observa, tensa. Pero se lo guarda en el bolsillo.

—Estaré en el patio —dice Jenny, claramente frustrada y enfadada—. Y ahora me llamo Jenny. Soy yo quien debería tener mi teléfono, no la tía Sarah.

Por alguna razón, me alegro al ver su estallido de adolescencia; su energía indignada.

Sigo a Sarah y a Maisie hasta la cafetería. ¿Crees que alguien descubrirá que Sarah convierte las salas de familiares y las cafeterías en escenarios de sus interrogatorios?

El Palms Café está vacío, y las luces apagadas, pero la puerta está abierta y la máquina de café funciona. Sarah saca dos vasos grandes de poliestireno con algo que pretende ser té, y se sientan juntas a una mesa de formica.

La única luz llega del pasillo, y convierte esta sala institucional en un espacio de sombras, extraño.

—Estoy tratando de descubrir algo más sobre lo que sucedió ese día —empieza Sarah.

—Grace me contó que usted es policía.

Antes, Sarah la habría corregido bruscamente: «oficial de policía».

—Bueno, ahora solamente soy la cuñada de Grace y la tía de Jenny. ¿Le importaría contarme lo que recuerda de ayer por la tarde?

—Por supuesto. Pero no creo que sea de mucha ayuda. Quiero decir que ya se lo he contado todo a la policía.

—Como le decía, solamente soy un familiar.

—Había ido a buscar a Rowena a la escuela. Bueno, debería decir al trabajo, porque es profesora adjunta, ya no es alumna. Me alegró mucho que me pidiera que la fuera a recoger. Llevaba un tiempo sin verla muy a menudo, ¿sabe? Bueno, así son las chicas jóvenes. —Se distrae—. Perdone, esto no tiene la menor importancia.

Sarah sonríe, animándola a continuar.

—Creí que estaría fuera, en el campo de juegos, ayudando con las actividades. Pero Gracie me dijo que había ido a la escuela con Addie, a buscar el pastel. Uno, imitando una trinchera, que habían hecho juntos… —Vuelve a quedarse en silencio, y se pone el nudillo contra la boca para apagar un sollozo—. Es que no puedo pensar en eso, no sé cómo, en Addie y en su mamá tan… Es que no puedo…

—No se preocupe. Tómese su tiempo.

Maisie revuelve el té con la cucharilla, como si ese frágil pedazo de plástico fuera algo a lo que agarrarse; decidida a continuar.

—Fui a buscarla. Cuando llegué a la escuela hice una parada en el baño, el de los adultos. Acababa de meterme dentro cuando oí un ruido muy fuerte, como una sirena antiaviones o algo así. No se parecía en nada a las alarmas de incendios de cuando era pequeña, así que me llevó algunos segundos comprender qué era. Salí corriendo, preocupada por Rowena. Entonces la vi, saliendo del despacho de la secretaria.

Mientras sigue removiendo el té, parte del líquido se vierte sobre la mesa de fórmica.

—A través de la ventana del despacho vi que Adam estaba sano y salvo, cerca de la estatua. Pensé que todo iba bien. No sabía que Jenny estaba allí. Ni siquiera la llamé. No sabía que tenía que haberlo hecho.

—¿En qué piso está el despacho de la secretaria? —pregunta Sarah.

—En el principal, justo al lado de la puerta de entrada. Le dije a Rowena que cuidara de Addie y fui a ayudar a la clase de primer año. La directora Healey piensa que son demasiado jóvenes como para asistir al día de juegos. Disculpe. Lo que quiero decir es que sabía que estarían en el interior del edificio.

Sarah limpia el té derramado de Maisie con su servilleta, y ese sencillo gesto de amabilidad parece relajar a Maisie. Los dragones no limpian el té derramado.

—¿Y después? —dice Sarah.

—Bajé al piso de abajo, donde están las aulas. Ahí no había tanto humo, y hay una salida de incendios especial, con una rampa que conduce hacia el exterior de la escuela. Tilly —la señorita Rogers— estaba supervisando la evacuación de los niños. Yo la ayudé, calmándolos. Los conozco a todos, ¿sabe? Voy a las clases de lectura con ellos una vez a la semana, así que pude ayudar a tranquilizarlos.

Su voz se suaviza, y sé que está pensando en los niños de cuatro años, en sus perfiles aún borrosos, como si pudieras tocar su aura, antes que acariciar la seda de sus cabellos o sus rostros de piel de melocotón. Aún son pequeños y hermosos bebés, en cierto modo. Solía pensar que Maisie se ocupaba de la clase de lectura de esos niños, después de que Rowena ya se hubiera hecho mayor, porque echaba de menos a la bebé que había sido su hija. Y que tal vez, una tarde a la semana, intentaba regresar a un tiempo antes del maltrato; a unos días en que ella y Rowena eran felices. Cuando de verdad todo le importaba ¡un carajo!

—¿Vio a alguien más, aparte de Rowena, Adam y la profesora de primer curso?

—No. Bueno, no en la escuela, si es lo que quiere decir. Pero unos cinco minutos después, la nueva secretaria salió del edificio. Ya había mucho humo entonces, pero estaba sonriendo, como si lo estuviera disfrutando, o al menos no parecía preocupada y llevaba su pintalabios puesto. Qué tontería. Perdone.

—¿Cinco minutos después de que saltara la alarma? ¿Está segura?

—No, quiero decir, no puedo estar totalmente segura. No se me dan muy bien los plazos de tiempo. Pero ya habíamos sacado a los niños y estaban a salvo, en fila, los habíamos contado cinco veces. Ella le trajo a Tilly el registro de alumnos, para comprobar que estaban todos, pero sabíamos que así era. Justo después de que la secretaria saliera, el incendio empeoró. Hubo una gran explosión y las llamas y el humo salían por las ventanas.

—¿Vio a alguien más?

—No.

—¿Está segura?

—Sí. Me he esforzado por recordar ese momento, pero no creo que viera a nadie más. Aunque podrían haber estado, ¿entiende? Es un edificio muy grande, después de todo.

Sarah no se ha bebido el té, concentrando hasta el último ápice de energía en Maisie, y al mismo tiempo no lo ha dejado traslucir.

—¿Y después?

—Unos minutos más tarde, creo, vi a Gracie corriendo hacia la escuela, creo que estaba gritando, pero la alarma de incendios sonaba tan fuerte que no puedo estar segura.

Por un instante, hace una pausa, como si me estuviera viendo, avanzando a toda prisa hacia la escuela.

—Sabía que estaría aliviada en cuanto viera a Adam, y así fue, y pensé que todo estaba bien. Pero entonces me di cuenta de que gritaba el nombre de Jenny, una y otra vez, y comprendí que Jenny debía haberse quedado dentro. Y Gracie entró en el fuego.

Veo las lágrimas agolpándose, escondidas tras el rostro pétreo de Maisie. Aprieta las yemas de los dedos con fuerza contra la piel de sus sienes, como si así pudiera obligarlas a quedarse dentro.

Sarah la mira intensamente.

—¿Sabía que han acusado a Adam de provocar el incendio?

Maisie se queda asombrada. ¿Se lo habrá dicho por eso, para evaluar su reacción? Ahora debe ver que la sorpresa de Maisie es auténtica.

—Dios mío, esa pobre familia.

Las lágrimas se liberan y caen por sus mejillas.

—Lo siento, qué egoísta por mi parte. No tengo derecho a llorar, yo no, con Gracie y Jenny así…

Sarah toma la taza de té de Maisie.

—¿Quiere otra?

—Gracias.

Ese pequeño gesto de amabilidad parece relajar un poco a Maisie.

—¿Qué sabe de Silas Hyman? —pregunta Sarah, mientras se acerca a la máquina de las bebidas.

—Es peligroso —responde Maisie de inmediato—. Violento. Pero uno nunca lo diría, viéndole. Quiero decir que es un mentiroso. Y logra que la gente le tenga afecto, los jóvenes sobre todo. Explota lo que ellos sienten por él.

Su vehemencia me sorprende, y lo segura que está de lo que dice. ¿Cómo lo sabe?

—¿Qué quiere decir con que es un mentiroso? —dice Sarah.

—Yo pensaba que era amable de verdad, que las cosas le importaban genuinamente —dice Maisie—. Bueno, que era maravilloso. Yo solía ocuparme de la sesión de lectura de los pequeños. Los sacaba de uno en uno de su clase, y los acompañaba al aula del primer piso donde están los libros de lectura, y allí nos sentábamos juntos a leer.

Maisie está hablando desde el otro lado de la extensión de sombras, como si fuera un alivio hablar, sus palabras salen a trompicones.

—El señor Hyman daba clase en la otra aula que había en ese piso. En su clase siempre se oían risas, y música. Les ponía canciones, melodías… Al final me di cuenta de que era Mozart cuando tocaban matemáticas, y jazz para cambiarse e ir a hacer deporte, porque así salían más animados. Una vez le oí riñendo a Robert Fleming, aunque no le gritó. No necesitaba cerrar la puerta de la clase, como hacen algunos profesores por si los padres pasamos por ahí por casualidad. Tenía motes y apodos para todos: parecía concentrarse completamente en los niños, como si no le importase hacer carrera o asegurarse de que colgaba dibujos bonitos en la pared, para que los padres los viesen. Solamente los niños, inspirarles y hacerles felices. Así que ya puede imaginárselo, ¿no? La forma en que me tuvo engañada. Quiero decir, a todos. La forma en que nos engañó a todos, creo.

Sarah se sienta de nuevo en la mesa, con las dos nuevas tazas de té. En todo el tiempo que la conozco, nunca ha bebido té, solamente café, y no soporta el instantáneo, tiene que ser café auténtico. Quizá su personalidad policial bebe té porque aunque le haya dicho a Maisie que solamente está hablando con un miembro de nuestra familia, estoy asistiendo a una sesión de interrogatorio de la Sarah profesional.

—¿Cuándo se dio cuenta de que la había engañado? —pregunta.

Maisie prepara su té y se entretiene con la bolsita de sacarina antes de contestar:

—En la entrega de premios de la escuela. Damos un premio cada año, ¿sabe? En ciencia. Rowena va a estudiar ciencia en Oxford, en St. Hilda’s. Lo siento, quiero decir que por ese motivo estábamos ahí. —Hace una pausa, como si recordara—. Entró como una tromba, con aspecto enfadado, y luego insultó a la directora. Nos amenazó a todos. Pero nadie se lo tomó en serio, quiero decir que solamente les pareció una situación incómoda, no lo vieron como una amenaza.

—¿Pero usted sí se lo tomó en serio?

—Sí.

En la entrega de premios, Donald estaba sentado al lado de su mujer. Maisie sabe bien que las amenazas de violencia pueden convertirse en realidad. O quizá Donald ni siquiera ofrece ninguna advertencia.

—¿Le contó a alguien lo que pensaba de él? —pregunta Sarah.

—Sí. Llamé a Sally Healey, la directora, esa misma tarde, y le dije que debería asegurarse de que la policía le impidiera acercarse a la escuela. Ese hombre necesitaba una orden de alejamiento. Se llaman así, ¿verdad? No estoy segura. Algo que le impida estar cerca de los niños.

—¿Y ella siguió su consejo?

Maisie sacudió la cabeza y vi el malestar pintado en su cara.

—¿Dice que hace que los jóvenes le quieran y luego se aprovecha de sus sentimientos? —continúa Sarah.

Pero ahora Maisie parece haberse bloqueado, perdida en sus propios pensamientos.

—¿Maisie? —dice Sarah, pero la otra guarda silencio.

Sarah espera, paciente, dándole tiempo a Maisie.

—Grace me dijo que Addie le adoraba —dice Maisie, por fin—. Pero no me di cuenta de cuánto hasta el día de la entrega de premios.

—¿Qué sucedió?

—¿Nadie se lo ha contado?

—No.

Tú no le dijiste nada a Sarah, y yo no tenía una relación tan cercana con ella como para arriesgarme a sacar ese espinoso tema.

—Addie se levantó frente a toda la escuela y defendió a Silas Hyman —dice Maisie—. Le dijo a todo el mundo que no deberían haberle despedido.

—Eso es valiente —dice Sarah.

Debería haberme arriesgado a contárselo.

—Pero está mal hacer que alguien te adore así —dice Maisie, su voz temblorosa por la emoción—. Cuando son tan jóvenes, y aún no pueden tomar decisiones por sí mismos. Eso es abusar, es malvado. Y se les puede manipular tan fácilmente, hacer que hagan lo que uno quiera.

Su furia es sorprendente y conmovedora a la vez. Sé lo que está insinuando, y Sarah también. Pero nadie podría haber convencido a Addie para que prendiera fuego a la escuela.

No culpo a Maisie por pensar que Adam sea tan fácilmente manipulable. Siempre ha sido muy tímido con los adultos, incluso con ella. Y después de la entrega de premios parecía tan asustado, apartándose del encendedor de Donald.

—Debería volver al lado de mi hija —dice Maisie—. Le dije que no tardaría.

—Por supuesto —dice Sarah, levantándose—. Uno de mis colegas habló con un bombero que estuvo presente en el lugar del incendio. Me habló de su valentía.

—Sí.

—Me gustaría hablar con ella, ¿le parece bien? Sólo quiero tener las cosas claras, por mí.

—Ahora no se encuentra bien —dice Maisie, con aspecto temeroso—. Está un poco alterada. Quiero decir, es comprensible, ¿no? Después de todo lo que ha pasado. ¿Le importaría esperar un poco?

¿Tiene miedo de que Rowena le hable de Donald a Sarah?

—Claro que no —dice Sarah—. Ha sido muy amable ya dedicándome tanto tiempo. Me pasaré por el hospital mañana. A ver si se encuentra mejor y se anima a hablar conmigo.

—Aún no se lo he dicho —dice Maisie—. Lo mal que están las dos.

—Entiendo.

Maisie se va y Sarah registra la conversación, escrupulosamente, en su libreta estampada de búhos.

—Pues que declare ahora mismo —dices, vehemente.

Sarah está contigo, al lado de la cama de Jenny.

—Dile a Baker que hay alguien más que sabe que es violento —continúas—. Por Dios, si Maisie piensa eso de él, habrá otros que también tendrán esa opinión.

—En estos momentos no sirve de nada hacer eso —dice Sarah, pacientemente—. No a menos que logremos demostrar que su coartada es falsa. Y al mismo tiempo también quiero explorar otras opciones.

Te obliga a ir a dormir, y ocupa tu lugar velando a Jenny.

Vuelvo al jardín, donde mi hija me espera.

Ahora, a última hora de la tarde, se está bien. Hace fresco. Alguien ha regado las flores y ha llenado el estanque de agua. Si miras hacia arriba, más allá de las paredes perpendiculares por los cuatro lados, repletas de ventanas de cristal, se puede ver el cielo, ese enfoque azul oscuro que ofrecen los anocheceres de verano, con estrellas perforando la tela del cielo.

No sentimos dolor aquí, y creo que es porque aunque estamos fuera, el jardín está en medio del hospital y esas paredes perpendiculares que se elevan a nuestro alrededor nos protegen.

Mis sentidos están más receptivos ahora. Puedo oler el aroma más sutil, como si al no tener cuerpo, mis sentidos se hubieran quedado expuestos, temblorosos.

Yo, que ni siquiera me daba cuenta de cuándo se quemaban las tostadas, ¡Grace, por el amor de Dios, si están carbonizadas!

Ahora en el aire pesan los perfumes del cálido verano, el jazmín y las rosas y las madreselvas; son estratos de aromas que cubren el aire como las rayas de colores de la jarra de arena de Adam.

Y luego hay otro olor. Más dulce que los demás, despierta una emoción que no debería sentir, no ahora, una mezcla de nervios y excitación, sin límites ni final. El tiempo se abre frente a mí, libre: un río pasa por Grantchester y luego sigue alejándose, relojes que pasan de las diez a las tres, hacia Londres y más allá; hasta infinitas posibilidades.

Son las magnolias. El aroma de las flores por la noche me transporta hasta el jardín de Newnham, una cálida noche de verano, cerca de la primera parte de mi vida, cuando mi mente estaba llena de pintura, libros e ideas. Estoy contigo. Y las magnolias desprenden su fragancia, como si fuera confeti sobre mi amor por ti, mis nervios por los exámenes y mi excitación por el futuro.

Los recuerdos son como la reproducción de un DVD que no está conectado a la habitación en la que estás mientras rememoras.

Pero estoy allí, Mike. Mis sentimientos son dolorosamente reales.

El amor me golpea en el plexo solar.

Luego termina, y vuelvo a esta caja de verano.

El vacío que siento es frío y en él no hay vida ni color.

No tengo tiempo para la autocompasión. Hay algo importante en lo que acaba de suceder, algo que puedo utilizar para ayudar a mis hijos. Pero la semilla de la idea se desvanece y casi tengo que agarrarla por el borde de la camisa para lograr que se quede conmigo.

Era Jenny hablando de la alarma antiincendios en la escuela. «Fue como si estuviera en la escuela, allí otra vez, de verdad».

Me giro hacia ella.

—Cuando vimos a Donald White con Maisie y Rowena, ¿recuerdas haber olido algo?

Porque yo recuerdo ahora el olor de la loción de Donald y de sus cigarrillos.

—Quizá. Sí —responde Jenny.

—¿Crees que por eso oíste la alarma antiincendios? —digo.

—¿Mi acúfeno de loca? Es posible, supongo que sí. No me detuve a pensarlo.

Oigo a un niño gritando.

Es Adam.

Giro la cabeza. No está aquí.

—¡No! No está muerta. ¡No lo está!

Es una voz demasiado pequeña para palabras tan graves.

Corro hacia él.

Está inclinado sobre mi cama, en silencio. No ha gritado, pero yo le he oído. Mi madre le está abrazando.

—Estoy aquí —digo—. A tu lado. Nadie lo sabe, pero pronto se darán cuenta. Y me despertaré, cariño. Por supuesto que sí. Te estoy besando, y no puedes sentirlo, pero estoy aquí. Besándote, ahora mismo.

Apenas tengo un hilo de voz.

Grito en mi pesadilla, sin sonido.

Me obligo a entrar en mi cuerpo pero mis cuerdas vocales aún están rotas y son inservibles y mis párpados siguen cerrados, soldados a mi piel. Intento tocarlo con todas mis fuerzas, pero mis brazos son rayos de un peso imposible. En este lugar negro, vil e inerte, no puedo hacer nada para alcanzarle.

Y fuera, está en un océano furioso y oscuro, ahogándose.

El pánico me domina y empiezo a respirar más rápido. Trato de ralentizar mi respiración, ¡y lo logro! Inspiro y espiro muy rápido, el aire entra y sale —y luego, más lento, deliberadamente— y mi madre seguro que lo nota. ¡Tiene que darse cuenta de que me estoy comunicando! ¡Y Adam también!

¡Soy capaz de hacer algo! Quizá eso signifique que no tendremos que esperar años para que me despierte.

Mientras me obligo a respirar lentamente, pienso en cómo hinchaba los manguitos naranjas de Adam antes de que supiera nadar, y luego se los ponía alrededor de sus finos bracitos blancos. Recuerdo que saltaba feliz hacia el agua, sin sentir miedo; mi respiración le protegía.

Salgo de mi cuerpo. Seguramente ahora mi madre estará llamando a un médico, para que note esta señal, que les dirá que estoy aquí y Adam dejará de llorar.

Pero mamá está con Adam, a mi lado, y su rostro está pálido mientras trata de consolarle durante sus lágrimas. Quizá debería sentirme furiosa, estar enfadada con ella. Pero veo que está destrozada, y entiendo lo mucho que le ha costado decirle a mi hijo que no voy a despertar.

Addie se aparta y echa a correr. Ella le sigue, le abraza y forcejean. Él se queda quieto de repente y mi madre le abraza, como si fuera un protector corporal contra el terrible dolor que siente. Le lleva medio en brazos al exterior de la sala y yo les sigo.

Está tan blanco como una sábana, con ojeras oscuras bajo los ojos. Se ha retraído aún más, se ha encogido hacia el interior de su ser, como si todo su cuerpo hubiera enmudecido. Le abrazo con fuerza.

En el próximo Halloween, mamá, me voy a bañar en tinta invisible. ¡Seré invisible!

—No creo que funcione así.

—¿Por qué no?

Bueno

—Me pondré un guante. Para que todo el mundo sepa que hay alguien ahí. Quiero decir que de otro modo, ¿cómo voy a conseguir caramelos?

Aún faltaban cuatro meses para Halloween. Para entonces, habría cambiado de idea.

—Lo del guante está bien pensado.

—Ajá.

No puede verme, ni sentir mi abrazo.

Me despertaré. Un día me despertaré.

Ha caído la noche. A través de la pared de cristal que da al jardín, la mayoría de las alas están en la penumbra. En una de las habitaciones, a través de la ventana sin cortinas, veo a un niño en la cama, una diminuta forma, con brazos pequeñitos. Otra silueta más grande, que imagino su padre, acaricia el pelo del niño y espera. La silueta recostada en la cama se queda inmóvil a medida que el niño se duerme. El padre se queda ahí, rígidamente en pie y solo, agitando sus brazos ligeramente, arriba y abajo, arriba y abajo, como si quisiera salir volando, llevándose a su hijo consigo.