El dolor ha terminado. Se detuvo en el mismo instante en que entré en el hospital, como si este edificio de paredes blancas me ofreciera su propia piel.
Mi madre está sentada al lado de Jenny. Sé que no ha dejado a Addie solo; debe haberse quedado una enfermera con él, o un amigo. En medio de los duros y metálicos aparatos médicos, parece tan dulce con su camisa de algodón y su blusa de estampado Liberty. Sus manos flotan sobre Jenny, como sueles hacer tú también; no podéis tocarla.
Te acercas a Sarah, que está de pie algo alejada, dándole a mamá espacio para estar con Jen, mientras sigue cumpliendo con su obligación de protegerla. No estoy segura de que piense que es necesario, o si solamente lo hace para que te sientas mejor.
—Hyman no estaba allí —le dices—. Y su mujer hará todo lo que ese bastardo le pida.
Entonces mamá te ve.
—¿Hay novedades de Gracie?
—Aún no —contestas—. Tenía que hablar con sus médicos, pero me llamaron de otra parte.
No le dices que te llamaron porque el corazón de Jenny se detuvo. No le has dicho nada a mamá acerca de las tres semanas.
—Dicen que hoy tal vez ya no tengan tiempo —continúas.
—Pero ¿cómo no van a tener tiempo? ¿Lo encontrarán, no? —dice mamá, como si el tiempo fuera uno de sus tapices, y los minutos bordados en la tela, estampados sobre prados con flores de colores.
—Al parecer ha habido un terrible accidente de autobús, y todo el mundo está concentrado en urgencias.
Por un momento, el hospital no habla de nosotros. También existen los demás, Dios sabe cuántos; toda esa angustia y ansiedad, comprimida en los ladrillos y el cristal y las paredes de un único edificio. Me pregunto si se escapa por los resquicios de las ventanas, por el techo; si los pájaros que lo sobrevuelan oyen su rumor al pasar.
Trato de evitar esos pensamientos horrendos, tristes. Sospecho que tú también piensas lo mismo. ¿Morirán algunos de los accidentados del autobús? ¿Servirá alguno de sus corazones para salvar a Jenny? Qué extraño que el amor sin egoísmo le convierta a uno en un ser moralmente despreciable. Hasta malvado.
—Estoy seguro de que me llamarán en cuanto puedan —dices.
Ella asiente.
—Adam está en la sala de familiares —te dice.
—Voy a ir a verle en un momento. Pero antes me gustaría quedarme a solas con Jen primero.
Me voy a la sala de familiares. Un ventilador mueve sus aspas entre el aire caliente.
Addie está apretado contra el señor Hyman, que le rodea con su brazo, mientras le lee un cuento.
El hielo me atenaza.
Jenny está al otro lado de la sala.
—Vio a la abuela G. y a Adam en la cafetería —dice, con calma—. Se ofreció a cuidar a Adam, para que la abuela pudiera estar conmigo.
Y mamá jamás sospecharía nada. Me ha oído hablar maravillas del señor Hyman, y también a Addie, numerosas veces.
Por encima del susurro del ventilador, le oigo leer el cuento. A sus pies hay un ramo de flores.
—Le dijo a su mujer que iba a trabajar. A una obra.
—Pobre tipo. ¿Es que no ha encontrado otro trabajo?
—Le mintió a su mujer, Jen.
—Para poder escaparse, probablemente.
Me mira, y se da cuenta de mi expresión, porque veo la exasperación en sus ojos.
—Ya te he contado lo del acosador, la pintura y todo eso. No puedes seguir pensando que fue Silas.
—¿Es posible que haya una conexión entre los dos? —digo, pensando en voz alta.
—No. Es imposible. No tuvo nada que ver con esos paquetes horribles. Dejando aparte el hecho de que no es ese tipo de persona, ¿por qué iba a hacer algo así?
Yo también tengo que admitir que me parece improbable que Silas Hyman sea el acosador, el perseguidor de mi hija, el incendiario. Incluso si tuviera una razón para mandarle paquetes y cartas amenazadoras, que no la tiene, un hombre educado con formación oxoniense no encaja en el perfil de un perseguidor anónimo que te arroja pintura y te acosa por correo. Simplemente, no puedo imaginarlo recortando las palabras del periódico o de una revista con tijeras, pegándolas en una hoja DIN-A4. Es demasiado sutil e inteligente como para eso.
Pero el fuego quizá no tenga nada que ver con el acosador. Podría ser que fuera una venganza de Silas Hyman contra la escuela. Tú estás convencido de ello.
—Ha tratado de hablar con Addie —dice Jenny—. Pero no puede contestarle nada. Entonces ha empezado a leerle la historia de Percy Jackson. ¿Buena elección, no crees?
—Sí.
Tú te perdiste la fase de Percy Jackson de Addie: es un niño en edad escolar que siempre logra vencer un montón de monstruos malvados aunque lo tenga todo en contra. El señor Hyman sabe que a Addie le encantan las leyendas artúricas, pero los caballeros son demasiado adultos, no tienen ningún tipo de vulnerabilidad infantil; no podría sentirse identificado con ellos, no ahora. No le ofrecerían una vía de escape fantasiosa, frente a lo que está viviendo. Esto es una elección más acertada.
Me perturba lo bien que conoce a Addie.
Antes me gustaba su presencia física, la forma en que estaba; pero ahora no quiero que rodee a mi hijo con su brazo, y preferiría que llevara un traje y camisa, en lugar de bermudas y una camiseta pegada al cuerpo.
El señor Hyman. Silas.
Dos nombres. Dos hombres.
Jenny y yo estábamos en el salón, la noche antes de su examen de inglés. Jenny tenía el pijama puesto, y el pelo aún mojado después de ducharse.
—¿Sabes cómo llamaba Dryden a Shakespeare? —le pregunté.
Sacudió la cabeza, y el agua salpicó el papel que sostenía en mi mano.
—Un poeta de Janos —dije—. ¿Porque…?
—¿Tenía dos lados?
—Tenía dos caras —corregí yo, mientras una de sus zapatillas colgaba de su pie—. Janos también era el dios de las puertas y las entradas, de los principios y finales. Enero viene de ahí, de Janos, porque el año empieza con ese mes.
—Mamá, de verdad que no necesito ese nivel de información.
—Pero es interesante, ¿no?
Me sonrió.
—Comprendo que debería serlo —dijo—. Y también comprendo por qué fuiste a Cambridge, y yo tendré suerte si me admiten en una universidad.
Contemplo el rostro de Janos de Silas, tan cerca del de Adam.
Recuerdo de nuevo las palabras de Maisie durante la entrega de premios. «No deberían haber permitido que ese hombre se acercara a nuestros hijos». Y yo también quiero que se aleje de mis hijos. ¡Fuera de aquí!
Entonces entra mi madre. Ha logrado recuperar el color de las mejillas, e insuflar de nuevo energía en su voz, y esa sonrisa mágica que ilumina su cara.
—¿Te lo has pasado bien con la historia, Addie? —Se vuelve hacia Silas Hyman—. Gracias por permitirme pasar un poco de tiempo con mi nieta.
—Claro que sí, ha sido genial estar un rato con Addie —se levanta—. Será mejor que me vaya.
Adam le mira como si quisiera seguirle.
—Papá llegará enseguida —dice mi madre—. Vamos a esperarle aquí, ¿de acuerdo?
Silas recoge el ramo de flores y abandona la estancia. Le sigo. Las flores son rosas amarillas, pequeños capullos que jamás se abrirán, envueltos en plástico y sin aroma. Debe haberlos comprado en la floristería del hospital, porque no los llevaba cuando Jenny y yo le seguimos en el aparcamiento.
Aprieta el botón de la puerta de la UCI. Una enfermera rubia y bonita se acerca para atenderle. Veo que repara en su atractivo, o quizá es su vigorosa salud, que destaca en un sitio como este.
La enfermera abre la puerta y le explica que no puede pasar con las flores porque existe peligro de infección. Le habla con un cierto tono de flirteo en la voz, pero eso no es infeccioso, ¿verdad? Por muy poco apropiado que me parezca.
—Pues para usted, entonces —dice él, sonriéndole. Ella acepta el ramo y le deja pasar.
Una sonrisa y un ramo de flores.
Así de sencillo.
Estoy detrás de él.
Para ser justos con la linda enfermera, se queda a su lado todo el tiempo, y le hace esperar mientras pone las flores en agua, en el mostrador de las enfermeras, lejos de los pacientes. Pero ¿son todas las enfermeras tan cuidadosas?
Él la sigue hasta la sección donde se encuentra la cama de Jenny.
A través de la pared de cristal te veo sentado a su lado. Sarah está apostada un poco más lejos.
Silas Hyman no la reconoce. La bonita enfermera tiene que señalar.
—Esa de ahí es Jennifer Covey —dice.
Ya no parece sano ni guapo, sino que está pálido y como si estuviera a punto de vomitar. El sudor perla su frente; está conmocionado por lo que ve.
Creo que le oigo susurrar:
—Dios mío.
Se da la vuelta y sacude la cabeza, mirando a la enfermera. No piensa acercarse más.
O bien está fingiendo que es la primera vez que la ve desde el fuego. ¿Es eso? ¿Una brillante interpretación para que nadie sospeche que fue él quien saboteó su máquina de respiración artificial?
Quizá se siente observado.
A través de la pared de cristal, te das cuenta de que está ahí cuando se gira para irse. Sales corriendo tras él. Las puertas de la UCI se cierran a sus espaldas y tú le sigues.
Le alcanzas en el pasillo, tu rabia resbalando sobre el linóleo, rebotando por las paredes.
—¿Qué demonios está haciendo aquí?
—Vi a Adam y a su abuela un rato antes y…
—Su mujer dijo que estaba trabajando en una obra.
Por un instante, se queda sin habla; le han pillado.
—¿Una mentira, verdad? Como su coartada. ¡Bastardo mentiroso!
Ahora estás gritando, el sonido retumba por la puerta abierta de la sala de familiares, donde Adam te espera.
Él y mi madre salen, pero no les ves. Estás furioso y obcecado con Silas Hyman.
—¿Quién mintió en su lugar? ¿Quién mintió acerca de mi hijo?
—¿Qué quiere decir?
Mi madre trata de calmarle.
—Alguien mintió, dijo que había visto que Addie empezó el incendio —le dice.
—Pero eso es una tontería —dice el señor Hyman—. Por el amor de Dios, de entre todas las personas a las que acusar de… —Se da la vuelta hacia Adam—. Sé que tú no harías eso, Sir Covey.
Se inclina hacia Adam, quizá para acariciarle o darle un abrazo.
—¡No se acerque a él! —ruges, moviéndote hacia él, como si fueras a pegarle.
Y de repente es Adam quien se interpone entre tú y Silas Hyman; es él quien te aparta, para protegerle; es él quien está furioso contigo. Toda su fuerza se concentra en sus manitas, mientras te empuja lejos.
Veo cuánto te duele.
Es la primera vez que ves a Adam, desde que se produjo el incendio.
Silas se gira y se aleja.
Mamá toma la mano de Adam entre las suyas y dice:
—Vamos, cariño. Es hora de volver a casa.
Le acompaña.
—¡Ves tras él! —te digo—. Tienes que decirle que sabes que no fue él.
Lo que Silas Hyman dijo, enseguida: «Sé que tú no harías eso, Sir Covey».
Pero te das la vuelta y te vas.
Debes pensar que él ya sabe que tú sabes que es inocente.
Ruego a Dios que así sea.
Vuelves al lado de Jenny. Sarah no sabe lo que acaba de suceder en el pasillo.
—¿Puedes quedarte aquí? —dices.
Hay algo en tu voz que suena a amenaza, y por eso ella no acepta de inmediato.
—¿Por qué?
—Hyman le dijo a su mujer que estaba trabajando en una obra de construcción —dices—. Pero el bastardo se pasó todo este rato aquí, aquí mismo, con Adam.
—¿Está bien Addie?
—Sí.
Dudas un instante, pero no le cuentas a Sarah lo de Addie; que te ha apartado de su lado.
—Necesito que descubras a quién convenció Hyman para que mintiera acerca de Adam —dices—. Necesito que lo hagas por él.
Pero Addie solamente necesita que tú estés con él, que te mantengas firme a su lado, como si fuerais soldados de la infantería romana. Me entristece tanto que no lo sepas.
—Descubrir quién es el testigo —y el pirómano— es mi trabajo —dice Sarah—. Soy policía, es lo que hago cada día.
—Creía que Baker te había obligado a cogerte la baja.
—Es cierto —dice Sarah. Hace una pausa y prosigue—. De acuerdo, sabemos que solamente había dos miembros del profesorado, aparte de Jenny, que no estaban en el campo durante los juegos al aire libre: una profesora del aula de repaso y una secretaria. Tenemos que hablar con las dos, pero sobre todo con la secretaria porque ella es la encargada de dejar pasar a la gente al recinto de la escuela, con el código restringido de la puerta principal.
—Iré ahora mismo —dices, levantándote.
Te detiene, poniendo la mano en su brazo.
—Es mi hijo.
—Exacto. ¿Qué pasa si te reconoce? ¿Crees que te ayudará en algo si descubre que estás implicado en la investigación hasta ese punto?
Su lógica te acalla y te frustra.
—Lo más útil que puedes hacer es quedarte aquí y cuidar de Jenny —dice, y no estoy segura de que realmente piense que a Jenny le hace falta que la cuides, con tanto personal médico revoloteando a su alrededor; o más bien presiente que estás perdiendo el control y quiere que sigas velando a Jenny para que estés quieto y atado a un lugar.
—Esto es lo que vamos a hacer —dice, utilizando una de tus expresiones, o quizá fue ella la que la empleó primero y tú la copiaste cuando creciste—: Te lo contaré todo, te mantendré absolutamente informado y serás el primero en saber lo que descubra.
Me parece que no la crees. Hace años que sabes que en plena investigación solamente cuenta lo imprescindible, pequeños detalles, nunca más de lo que se publica en la prensa, pantallazos de la realidad más dura. Es una policía que respeta las leyes; es una hermana mayor de lo más frustrante.
—Crees que el pirómano es Silas Hyman, que tiene un cómplice que mintió sobre Adam, y no dejaremos de investigar eso, pero también tenemos que seguir la pista del acosador.
Espera a que la contradigas. Como yo, te ha oído negar categóricamente que el acosador pueda ser el responsable de esto, cuando hablabas con el detective inspector Baker y, como yo, adivinó que era porque si la persona que amenazó por correo a tu hija era la misma que provocó el incendio, pensarías que había sido culpa tuya por no proteger a Jenny.
Pero no la contradices. Es por el bien de Addie: necesitas la verdad, de modo que no vas a cerrarte a ninguna opción. Tu amor por Adam es mucho más fuerte que el miedo a que la culpa de todo esto termine siendo tuya.
—Al enviarle correo amenazador, el tipo que la acosó nos demuestra que es capaz de realizar actos agresivos —prosigue Sarah—. Y tiene un motivo para provocar el incendio: quiere hacerle daño a Jenny, por alguna razón.
Y la atacó con pintura roja, añado en silencio. Apenas hace unas semanas de eso.
—Las amenazas por correo son un crimen —dice Sarah— y la policía está autorizada a investigarlas.
—No sirvió de mucho la última vez.
—El detective inspector Baker solicitó que se ampliara esa investigación.
—¿Crees que aún piensa seguir por esa vía?
—Mis compañeros no le dejarán otra alternativa. Quieren ayudarnos, no importa si creen que Adam lo hizo o no. Profundizarán mucho más en la investigación: estudiarán más grabaciones de cámaras de vigilancia, habrá más análisis de ADN. Ya me entiendes.
—¿Y Hyman?
—Al cerrarse el caso del incendio, no tenemos motivos para seguir investigándole.
—¿Pero lo harás?
Sarah vacila un instante.
—Todas las entrevistas que realice a partir de ahora son ilegales —dice—. Así que tenemos que tener muy claro cuál es nuestro objetivo, porque estoy caminando sobre una capa de hielo que va a romperse en cualquier momento. La única incógnita es cuánta información puedo obtener antes de que eso suceda.
—¿Estás diciendo que no piensas hablar con él?
—No. Lo que digo es que antes de hacerlo, tengo que reunir datos. Antes de hablar con nadie —incluyendo a Silas Hyman— necesito leer las declaraciones de los testigos y las transcripciones de los interrogatorios que se produjeron justo después del incendio. Necesitamos documentarnos al máximo antes de intentar aproximarnos a cualquier sospechoso.
Estoy asombrada ante la cantidad de reglas que Sarah está dispuesta a violar.
—Silas Hyman era el profesor al frente de las tutorías de Addie, ¿no es cierto? —dice Sarah—. Eso significa que estaban muy unidos, ¿no?
—Adam no le prendería fuego a nada, por mucho que quisiera a alguien —dices.
Oigo el dolor en la palabra «quisiera».
Recuerdo la expresión dolida de tu cara, cuando tu hijo te apartó para proteger a Silas Hyman. Ahora me doy cuenta de que sientes celos.
Por eso pensabas que la relación entre Silas y Addie era antinatural; por eso le odiabas incluso antes del incendio. No me extraña que dijeras que trabajabas jodidamente duro para pagar la escuela de tu hijo, mientras otro hombre se pasaba el día con Addie. Ahora entiendo por qué no sentiste ningún remordimiento cuando le despidieron.
Pero en ese momento no me di cuenta.
Lo siento muchísimo.
—¿Estabas en contacto con Silas Hyman antes de la entrega de premios? —pregunta Sarah—. ¿Hay alguna otra cosa que explique la hostilidad que sientes hacia él?
—¿No te basta con lo que te he contado?
Sarah no responde.
Daría lo que fuera por poder decirle a Sarah que Silas Hyman es un fraude, que finge ser un hombre que no es. Que Adam quiere a un hombre que no existe.
Vuelvo a pensar que es como Janos, no sólo un dios de dos caras sino como él, el principio y el fin de todo. Porque si fue Silas Hyman el que empezó todo este horror, también estará al final del camino.
Tacones contra el linóleo, un ruido incongruente en la UCI. Me giro y veo a la doctora Bailstrom y sus zapatos rojos. Quizá se los ponga para avisar a los pacientes y a sus familias de que se aproxima.
Dentro de una hora tienes una reunión con el equipo de médicos que supervisa mi estado.