Adam sale del despacho, con la mirada perdida.
En el pasillo, tiene arcadas y trata de correr en busca de un lavabo, pero no lo encuentra y vomita en el suelo. Le aguanto, pero no puede sentirme.
Mamá va a por él, avanza por el pasillo. Cuando mira a Addie, logra conjurar esa sonrisa mágica en su rostro.
—Pobrecito mío —dice, abrazándole.
Sarah acaba de salir del despacho. Le limpia la boca y la cara con un kleenex, luego se acuclilla para ponerse a su misma altura.
—Siento muchísimo que ese policía te haya dicho esas cosas. Alguien le ha mentido y vamos a descubrir quién es, te lo prometo. Y luego, me imagino que querrá disculparse contigo en persona. Yo lo haría si estuviera en su lugar. Ahora voy a hablar con él.
Mamá coge la mano de Adam.
—Vamos a salir a que nos dé un poco de aire fresco, ¿de acuerdo, cariño?
Le conduce hacia la salida del hospital y Jenny les acompaña.
Mientras les observo desaparecer me acuerdo de un programa de historia que solía ver con Addie mientras tú estabas de rodaje. (El presentador era ese que tanto te desagrada, «como si estuviera besuqueando a la cámara», dices). Durante la publicidad salió un anuncio para un programa de crímenes que iba a emitirse por ese canal. A Addie le causó pesadillas, así que después de aquello Jenny o yo cambiábamos de canal cuando volvía a salir hasta que terminó la campaña. Es algo raro, lo sé, pero me siento como si nuestra vida anterior, nuestra antigua y segura vida, estuviera en el otro canal, y a nosotros nos hubieran arrastrado a uno lleno de violencia y miedo, del que no podemos escapar.
Vuelvo con Sarah al pequeño y asfixiante despacho.
El detective inspector Baker está escribiendo sus notas en un formulario de aspecto oficial; imagino que será un paso burocrático más, para cerrar la investigación: pone el nombre de Adam, registra la reprimenda y asunto terminado.
Ver a Sarah le irrita.
—Necesito que me digas quién es el testigo que afirma haber visto a Adam —dice ella.
—No, no lo necesitas. Tú no formas parte de esta investigación.
—Quienquiera que dijo eso miente.
—Creo que soy el más adecuado para valorar eso. Créeme, no me produce ningún placer tener que reprender a un niño, y mucho menos al sobrino de una oficial de policía.
—¿Dijiste que durante el día de juegos el niño que cumple años se lleva su pastel, con las cerillas, hasta el campo de deportes?
El detective inspector Baker se inclina hacia delante; tiene la camisa arrugada, con el cuello entreabierto, y se ve una gota de sudor cayendo.
—Esta conversación no va a ninguna parte.
—Así que el niño tendría que volver al edificio de la escuela para ir a por su pastel.
—¿Se puede saber qué quieres decir con eso?
—Creo que el pirómano quiso incendiar la escuela el día de los deportes al aire libre porque ese día el edificio estaría prácticamente desierto. Escogió al niño que cumplía años ese día, sabiendo que ese niño volvería a la escuela a por su pastel, con las velas y las cerillas, perfectamente consciente de que sería su chivo expiatorio ideal.
—Estás inventando una historia que…
—No es ninguna historia. La asociación de padres de alumnos de la escuela prepara un calendario anual con la fotografía de los niños que van a cumplir años cada mes.
Adam le regaló uno de esos calendarios por Navidad. Todos los familiares recibíamos uno.
—Así que durante el mes de julio, en el calendario aparece la foto de Adam y de los otros tres niños que cumplen años ese mes —continúa—. El día de ayer aparece claramente marcado como «Deportes al Aire Libre», en letra grande; «Adam Covey cumple 8 años» está en una tipografía más pequeña. Está en la pared de mi cocina. La semana pasada lo vi, y me olvidé.
El detective inspector Baker se alisa la camisa, ocultando el sudor.
—Cualquier persona que tuviera ese calendario en su poder sabría que el día de los deportes al aire libre coincidía con el cumpleaños de Adam —continúa Sarah—. Incluyendo el culpable. Lo planeó todo para que le culparan a él.
El detective inspector se gira hacia Sarah, malévolamente incómodo.
—Supongamos, por un momento, que tienes razón. Vamos a creer que así es. Entonces, ¿por qué Adam no negó nada? Cuando se callan, son culpables, ¿no es cierto? ¿No es eso lo que tu experiencia te dice?
Disfruta interpelándola.
—Cuando se callan, son criminales adultos, no niños de ocho años.
—Solamente tenía que decir que no con la cabeza, se lo dije. Ni siquiera hizo eso.
—Creo que es muy posible que esté sufriendo amnesia.
—Oh, vamos.
—Es otro de los síntomas reconocidos del síndrome de estrés postraumático.
—Está claro que aprendiste mucho con esa ONG.
—Los recuerdos del trauma, y a menudo hechos sucedidos poco antes o después del evento, se suprimen. El cerebro actúa así como medida de protección.
—¿Así que muy convenientemente, se ha olvidado de todo? — pregunta, abiertamente sarcástico.
—No, el recuerdo sigue ahí, pero el mecanismo de defensa bloquea el acceso.
El detective inspector Baker se dirige a la puerta, dándole la espalda.
—Es el motivo por el cual no responde a tus preguntas —dice Sarah—. No puede. Porque sencillamente no se acuerda. Y es un niño honesto, así que no negaría nada que no puede recordar. Solamente espero que no se crea tu veredicto acerca de él.
Baker se gira.
—La única vez que he visto a alguien amnésico de verdad es cuando un detenido estaba ciego de droga o acababan de darle un golpe en la cabeza. Has soltado un montón de tonterías y lo sabes.
—La amnesia disociativa es una enfermedad psicológica reconocida oficialmente.
—Es charlatanería para abogados defensores, no para oficiales de policía.
—Se llama amnesia retroactiva, y se produce después de un acontecimiento traumático.
Sé cómo es Sarah, así que es probable que sepa de lo que está hablando. Pero debe haber repasado esos conceptos para poder manejar la terminología con la velocidad con que ahora lo hace. Por eso estaba comprobando su Blackberry mientras esperaba que Adam llegase. Solía desesperarme el tiempo que se pasaba pendiente de ese artefacto.
Aunque no creo que Adam esté sufriendo amnesia, sino más bien todo lo contrario. Creo que no ha olvidado lo sucedido en absoluto, sino que está atrapado en un bucle del que no puede salir. Y por eso no puede hablar.
Tengo que encontrarle.
Me voy del despacho, recordando que mamá dijo que iba a sacarle fuera para que le diera el aire, su solución para casi todas las enfermedades. «Si fuera por ti, Georgie», solía decir papá, tomándole el pelo, «solamente prescribiría paseos de medio kilómetro a todos mis pacientes».
Jenny está en el atrio, en la entrada del hospital, mirando al otro lado de las paredes de cristal.
—Está con la abuela G. y la tía Sarah —dice, y hace una señal hacia un pedazo de césped municipal, algo alejado. Les veo.
—Traté de salir —continúa—. Pero me dolía. Duele mucho cuando lo intentas.
Me muero por estar a su lado, por salir hacia él, pero Jenny también está sola, y siento su infelicidad.
Observamos a Addie desde el otro lado de la pared de cristal.
—Quizá no termine tan mal —dice Jenny, y me acuerdo de cómo me traía té caliente a las seis de la tarde, cuando yo tuve gripe; con dulzura, un gesto inútil, tratando de hacerme sentir mejor.
—Tú y papá y yo y la tía Sarah y la abuela G., todos sabemos que Adam no lo hizo —prosigue—. Si su familia cree en él, entonces…
—Crecerá con ello —digo, interrumpiéndola sin querer—. Será el chico que trató de matar a su hermana y a su madre. Durante todo el tiempo que esté en el instituto, durante la universidad. Allí donde vaya, esto llegará antes que él, siempre. Esta cosa terrible que dicen de él.
Guarda silencio durante un rato, observando a Addie.
—Hay algo que no te dije —dice— acerca del acosador. Me arrojó una lata de pintura. De barniz.
Dios mío. La siguió. Llegó a verla.
—¿Viste quién era? —pregunto, tratando de conservar la calma.
—No. Me la tiró por detrás. No me acuerdo de nada que sea útil. Nada que pueda ayudar a Addie. Solamente recuerdo a una mujer, chillando sin parar. El barniz era de color rojo brillante, y ella pensó que era sangre. Me manchó toda la parte de atrás del abrigo, y el pelo.
¿Fue intencionado? ¿Quiso cubrirla de sangre? ¿Era una abyecta advertencia de la violencia que estaba por venir?
—Fue el diez de mayo —dice.
Eso fue hace unas semanas. Hace solamente unas semanas. El acoso no se había detenido en absoluto. Había empeorado. No se había limitado a enviarle cartas malvadas, sino que la seguía para arrojarle pintura. ¿Sigue acosándola, aún hoy? Quizá la haya atacado de verdad, esta vez.
—Si lo hubiera denunciado, si se lo hubiera contado a la policía, le habrían encontrado —dice—. Le habrían detenido a tiempo. Y Addie…
La culpa contorsiona su rostro; está más cerca de ser una niña que una adolescente de diecisiete años, ahora.
Le pongo la mano en el brazo, pero me aparta, como si la empatía lo empeorara todo.
—Traté de convencerme de que no fue el acosador quien le prendió fuego a la escuela, pero ahora con todo esto… Después de que hayan acusado a Addie, y yo no puedo…
Admite la horrible posibilidad, porque quiere a Adam.
—¿Por qué no nos lo dijiste, Jen?
—Pensé que era lo correcto —dice en voz baja.
Antes del fuego, le habría dicho que lo correcto hubiera sido que se comportara como una persona responsable y nos lo dijera, a nosotros y a la policía. Antes del fuego, seguiría los dictados de mi niñera interior y le diría que esto no iba de «estar castigada» o de que yo me pusiera «como la policía», sino que lo único que quería era protegerla, y no podía hacerlo si no me contaba lo que le pasaba, en cuyo caso corría peligro.
—¿Quién más lo sabe? —pregunté.
—Solamente Ivo —responde—. Le hice prometer que no se lo contaría a nadie.
Pensarás que es injusto que odie a Ivo ahora, pero debería habérnoslo dicho.
—¿Cuándo vuelve? —pregunto.
—Dentro de diez días. Pero seguramente se enterará de esto, y volverá antes.
Asiento, pero dudo que se suba a un avión para estar a su lado antes. Y tú piensas que mi duda es injusta con él.
Mientras miro por la pared de cristal, un hombre pasa a mi lado, rozándome.
Es el señor Hyman.
El shock me electriza. Me pongo a temblar. ¿Qué está haciendo aquí?
Lleva bermudas y una camiseta, y está tan moreno que no parece pertenecer a este lugar. En la escuela llevaba un traje formal, y sus piernas y brazos desnudos me parecen demasiado íntimos.
Está cerca de una máquina, espera que salga un ticket.
Cruza una puerta que hasta ahora yo no había visto.
Le sigo.
—¿Mamá?
—Quiero saber qué hace aquí.
—Seguro que no es nada.
Pero me acompaña de todos modos.
La puerta lleva a unos peldaños de cemento muy inclinados. Se cierra a nuestras espaldas.
Le seguimos hasta el aparcamiento del sótano. Después del brillante sol del patio, este sótano es oscuro, nos aplasta con su silencio. El calor huele a gasolina y humo de tubo de escape. El cemento del suelo está manchado de aceite, el techo es demasiado bajo. Automáticamente, busco las salidas.
Aquí abajo solamente estamos nosotras dos y el señor Hyman.
—Esto no me gusta nada —digo.
—Solamente es un aparcamiento subterráneo, mamá. Estaba sacando su ticket.
—Eres invisible —replica la voz de mi niñera interior, mucho más dura que Jenny—. Y probablemente ya estés medio muerta. ¿Qué crees que puede pasarte?
El señor Hyman llega a un viejo Fiat amarillo y pone el ticket del aparcamiento en el parabrisas. Hay tres asientos infantiles apretados en la parte de atrás del coche.
—¿Qué hace aquí? —pregunto.
—Probablemente ha venido a buscar a Tara, para sacarle los colores —dice Jenny—. Se lo merece.
—Pero ¿cómo sabe que está aquí?
—Quizá lo ha adivinado, correctamente —dice Jenny—. No lo sé. O simplemente trata de pasar tiempo lejos de su mujer. Solía fingir que estaba a cargo del club de manualidades de la escuela para poder pasar más tiempo ahí.
Sonríe como si fuera divertido, pero yo no.
—No es culpa suya, de verdad. Ella se porta terriblemente con él —continúa Jenny—. Le dijo que era un fracasado, y eso fue cuando aún tenía trabajo. Que estaba avergonzada, aunque no van a divorciarse. Dice que si la deja, nunca volverá a ver a sus hijos.
Miro los tres asientos del coche, un osito de peluche abandonado, un libro de cuentos de Postman Pat.
—¿Te dijo todo eso? —pregunto.
—Sí, ¿y qué?
Pues que el verano pasado tenías dieciséis años y él tiene treinta, eso es lo que pasa, quiero decir, pero no lo hago.
—Quizá ha venido a vernos —dice Jenny—. A traernos flores o algo así. Era muy amable, ¿te acuerdas, mamá? ¿Te acuerdas de eso, no?
Es un reto recordarlo como solía hacerlo.
Lo seguimos mientras avanza por el aparcamiento, de regreso a las escaleras, y observo su espalda como si mirándole con la misma intensidad que una máquina de rayos X pudiera ver su alma. Tiene calor, está sudando. La camiseta se le pega al cuerpo. Es musculoso.
Me alivia volver al patio de paredes acristaladas, a la luz del día y a la gente y el ruido.
Veo a Adam regresando con mamá y Sarah. Me distraigo, y pierdo de vista al señor Hyman.
Mamá está rodeando a Adam con el brazo.
—Aún tienen que acabar de cuidar un poco más a tu mamá —dice, reduciendo los escáneres y las tomografías y Dios sabe qué más a meros cuidados. La quiero tanto—. Así que vamos a beber un poco de agua para que tu barriguita se calme y la veremos después.
Cuando papá murió, descubrí que mis padres eran el techo que me había protegido. Los vientos helados del dolor arrasaron lo que una vez había sido un lugar cálido en el que me encontraba a salvo; el terror desgarró las puertas y se abrió paso. Ahora mamá está erigiendo el mismo biombo de protección para Adam, y admiro su fuerza al tratar de protegerle también a él.
Me acerco a Sarah. Estoy desesperada, necesito hablar con ella. Porque tengo información que estoy segura exonerará a Addie.
El acosador atacó a Jenny con pintura roja, no se detuvo en febrero como todo el mundo piensa, sino que siguió persiguiéndola hasta el mes de mayo, hace apenas unas semanas. Y quizá sigue atacándola aún ahora, ya no simbólicamente, con pintura roja, sino que trató de matarla.
Porque sé que ese hombre saboteó la máquina de respiración artificial de Jenny. Porque yo le vi mientras lo hacía.
También creo que tienes razón al sospechar de Silas Hyman. ¿Qué demonios hace un hombre de treinta años contándole esas cosas acerca de su mujer a una chica de dieciséis años? ¿Qué hace aquí, en este hospital, ahora?
He visto a Donald y su malvado comportamiento con Rowena, y pienso que probablemente lleva años maltratando a su mujer y a su hija. Ambas estaban en la escuela cuando se declaró el incendio. Pero no le contará nada a nadie acerca de él, si llevan años callando y ocultando lo que les hace.
Me siento como si fuera la guardiana de las llaves de todos los secretos, y estoy segura de que una de ellas abrirá la puerta de la verdad.
Mi misión consiste en descubrir todo lo que pueda.
Luego me aseguraré de demostrar que Adam es inocente.
Tengo que hacerlo.
Eso es todo lo que tengo que hacer.