Al día siguiente, corrí en busca de Corsican y le hallé en el gran salón. Había pasado la noche junto a Fabián, que aún no se había repuesto de la terrible emoción que le había causado el nombre del marido de Elena. ¿Acaso una secreta intención le hacía comprender que Drake no estaba sólo a bordo? ¿La presencia de aquel hombre le revelaba la de Elena? ¿Adivinaba que la pobre loca era la niña a quien adoraba hacía tantos años? Corsican no pudo decírmelo, porque Fabián no había pronunciado una palabra en toda la noche.
Corsican sentía, hacia Fabián, una especie de pasión fraternal. Desde la infancia, su intrépida naturaleza le había seducido. Estaba desesperado.
—He intervenido demasiado tarde —me dijo—. ¡Antes que Fabián levantara su mano sobre Drake, he debido abofetear a ese miserable!
—Inútil violencia —le dije—. Drake no os hubiera seguido al terreno a que pretendíais llevarle. Buscaba a Fabián, y era inevitable la catástrofe.
—Tenéis razón —me dijo—. Ese canalla ha conseguido su objeto. Conocía todo lo pasado, todo el amor de Fabián. Tal vez Elena, privada de su razón, le ha revelado sus más secretos pensamientos. Tal vez, antes de su matrimonio, la leal Elena le contó lo que ignoraba de su vida de niña y de joven. Impulsado por sus malos instintos, hallándose en contacto con Fabián, ha buscado este lance, reservándose el papel de ofendido. Ese tuno debe de ser un espadachín consumado, un matón.
—Sí —respondí—. Cuenta varios lances de este género.
—No es el desafío lo que yo temo —respondió Casican—. El capitán Fabián Macelwin es uno de esos hombres a quienes no turba ningún peligro. Lo que temo son las consecuencias. Si Fabián mata a ese hombre, por vil que sea, abre un abismo entre Elena y él. Sabe Dios que, en el estado en que esa infeliz mujer se encuentra, necesita un apoyo como Fabián.
—Pero, suceda lo que suceda, lo que debemos desear, por Elena y Fabián, es que Drake sucumba. La justicia está de nuestra parte.
—Cierto, pero debemos temerlo todo, y estoy traspasado de dolor, pues, a costa de mi vida, hubiera querido evitar a Fabián este encuentro.
—Capitán —respondí cogiendo la mano de tan adicto amigo—, aún no hemos recibido la visita de los padrinos de Drake. Aunque todas las circunstancias os dan la razón, aún no puedo desesperar.
—¿Conocéis algún medio de evitar el desafío?
—No, hasta ahora, al menos. Sin embargo, ese desafío, si ha de efectuarse, ha de ser en América, y antes de llegar, la casualidad, que ha creado esta situación, puede libramos de ella.
Corsican movió la cabeza, como hombre que no admite la eficacia de la casualidad en los negocios humanos. En aquel momento subió Fabián la escalera que conducía a la cubierta. Me impresionó su palidez. La herida sangrienta de su corazón había vuelto a abrirse. Entristecía su aspecto. La seguimos. Erraba, sin objeto, evocando aquella pobre alma medio libre de su cubierta mortal, y trataba de evitarnos.
—¡Era ella! ¡La loca! —dijo—. Era Elena, ¿no es verdad? ¡Pobre Elena mía!
Dudaba aún, y se alejó de nosotros, sin esperar una respuesta que no hubiéramos tenido valor para darle.