Esa noche cenamos muy temprano. Fue una cena serena y silenciosa.
—Chicos, me alegro mucho de que estéis bien —insistió papá por quinta vez—. Y eso es lo que cuenta.
—Sí… —repuso Nicole, dando un bocado a su porción de pizza.
Suelo comer tres porciones de pizza, pero esa noche apenas pude terminar una, y dejé un trozo en el borde del plato. Pobre papá… Se esforzaba por disimular su decepción ante la pérdida del Abominable Hombre de las Nieves. Sin embargo, Nicole y yo sabíamos cómo se sentía…
Papá dejó en el plato su trozo de pizza a medio comer.
—Informaré a los responsables del Museo de Historia Natural de que tendrán que arreglarse sólo con las fotografías.
—Sí, las fotografías son mejor que nada —convine.
—¿Mejor que nada? ¿Te has vuelto loco? —preguntó Nicole—. ¡Esas fotografías sorprenderán a todo el mundo!
Papá se acomodó en la silla, halagado por las palabras de mi hermana.
—Es cierto —comentó—. Mencioné las fotografías a algunos productores de televisión y se mostraron entusiasmados con ese material. —Se puso en pie y llevó su plato al fregadero. Luego agregó—: Creo que iré ahora mismo a revelar esas fotografías. Estoy seguro de que me levantarán el ánimo. ¡Son históricas…!
Me alegraba comprobar que papá superaba su decepción. Nicole y yo le seguimos al cuarto oscuro, tan ansiosos como él por ver las fotografías.
Nos sentamos en silencio bajo la luz roja, mientras papá desenrollaba los negativos. Por fin sacó de la cubeta la primera hoja de pruebas de contacto. Nicole y yo nos inclinamos para ver el resultado.
—¿Qué…? —exclamó papá, estupefacto.
Nieve… Diez fotografías donde sólo se veía nieve.
—Qué raro —dijo mi padre—. No recuerdo haber sacado estas fotografías.
Nicole me miró maliciosamente. Sabía con exactitud en qué estaba pensando.
Levanté las manos con un gesto de inocencia.
—No es una de mis bromas, lo juro.
—Será mejor que digas la verdad, Jordan, porque no estoy de humor.
Papá se volvió para revelar otro carrete. Cuando sacó de la cubeta de revelado las copias de contacto, nos apresuramos a mirarlas. Más nieve…
—¡Esto no puede estar sucediendo! —exclamó papá—. El Abominable Hombre de las Nieves tendría que estar aquí, en este lugar —dijo señalando un punto en la fotografía.
Sus manos temblaban a medida que iba revelando el resto de carretes y los sostenía bajo la luz roja.
—Las fotografías de la tundra han salido perfectas —dijo, pensativo—. El trineo, los perros, el rebaño de alces… todo está aquí, perfecto. Pero las fotografías que saqué en la cueva del monstruo…
Su voz se debilitó repentinamente y meneó la cabeza amargamente.
—No lo entiendo. Sencillamente no lo entiendo. ¿Cómo es posible? No hay una sola fotografía de la criatura. Ni una sola.
Suspiré hondo. Me sentía fatal por mi padre, y por todos nosotros.
No había una sola fotografía del Abominable Hombre de las Nieves. Era como si jamás hubiese existido, como si aquella aventura nunca hubiese sucedido.
Nicole y yo salimos del cuarto oscuro. Papá se quedó allí, terminando el trabajo. Rodeamos la casa hasta llegar al porche. De pronto, Nicole lanzó un gemido y me cogió por un brazo.
—¡Oh, no, mira allí!
Al otro lado de la calle, en el solar vacío, vi a los gemelos Miller cavando en el montículo de arena.
—¡Están desenterrando las bolas de nieve! —dije con voz ahogada.
—¡Esos tontos! —gruñó Nicole—. ¡Deben de haber estado espiando y nos vieron enterrarlas!
—¡Tenemos que detenerles! —exclamé, decidido.
Cruzamos la calle a toda prisa.
Vi a Kyle cuando abría la bolsa de basura y sacaba de ella una de las bolas de nieve. Balanceó el brazo y apuntó directamente a su hermana Kara.
—¡No, Kyle! ¡Detente! —exclamé—. ¡No arrojes esa bola de nieve! ¡Detente, Kyle! ¡No lo hagas!
¡PLAF!