No pude moverme. Me limité a observar la escena, aterrorizado.
La enorme criatura abrazó a Nicole con tanta fuerza que incluso la levantó del suelo.
—¡Detente! —le ordené—. ¡Le haces daño!
Sin pensar en el peligro, salté sobre él, lo agarré de sus peludos brazos y tiré tratando de apartarlo de mi hermana.
Se deshizo de mí fácilmente y lanzó un gruñido colérico. Tropecé y caí encima de Lauren.
Me volví para observar a la criatura, que seguía sosteniendo a Nicole entre sus brazos.
—¡Jordan, mira allí! —exclamó Lauren, y señaló el suelo.
En ese momento vi que a los pies del cuerpo congelado de Nicole se había formado un pequeño charco. El agua goteaba de su cuerpo y se acumulaba en el suelo, evaporándose al instante.
De repente me pareció que Nicole movía los dedos de los pies.
Di unos pasos hacia la criatura para observar de cerca el rostro de mi hermana y advertí que sus mejillas estaban coloradas.
Fragmentos de hielo se desprendían de su cuerpo y producían un ruido sofocado al caer al suelo antes de fundirse.
Me volví hacia Lauren.
—¡Funciona! —grité, entusiasmado—. ¡Está descongelándola!
Una sonrisa temblorosa iluminó el rostro preocupado de nuestra amiga. Al cabo de unos segundos el monstruo soltó a Nicole. Toda la nieve y el hielo habían desaparecido.
El Hombre de las Nieves lanzó un gruñido de satisfacción y retrocedió.
Nicole movió rígidamente los brazos y se frotó el rostro como si estuviera despertando de un largo y profundo sueño.
—¡Nicole! —exclamé, cogiéndola por los hombros—. ¿Estás bien?
Ella meneó la cabeza, aturdida.
—¿Qué ha sucedido?
Lauren corrió hacia Nicole y la abrazó con ternura.
—¡Estabas congelada! —le explicó—. ¡Como el Hombre de las Nieves! ¡Pero ahora, gracias a Dios, ya estás bien!
Me volví. El Abominable Hombre de las Nieves nos observaba.
—Gracias —le dije sinceramente.
No sé si me comprendió, pero emitió un suave gruñido.
—Salgamos de aquí —me dijo Lauren con voz apremiante—. Hace mucho frío.
—Sí. El sol nos calentará —le dije.
Abrimos la puerta del cuarto oscuro y salimos al exterior.
El sol seguía allí, brillando con fuerza. El aire era sofocante, pero el jardín, el patio y la entrada de coches estaban cubiertos de nieve.
—Había olvidado la nieve —comentó Lauren.
—¡Se escapa! —grité al ver que la extraña criatura también salía del cuarto oscuro.
—¡Papá nos matará! —dijo Nicole.
Los tres gritamos al monstruo que se detuviera, que regresara, pero nos ignoró y continuó avanzando a grandes zancadas.
De pronto miró el árbol cubierto de nieve y se dirigió hacia él, lo rodeó con sus poderosos brazos y lo apretó con fuerza tal como había hecho con Nicole.
La nieve que cubría el árbol comenzó a derretirse, hasta que no quedó un solo vestigio en sus grandes ramas.
El árbol volvía a verse espléndido bajo los rayos del sol.
—¡Uauu! —exclamé, llevándome las manos a las mejillas, incapaz de creer lo que veía.
Sin embargo, la enorme criatura todavía nos reservaba otras sorpresas.
Con un rugido poderoso se dejó caer al suelo y, ante nuestra mirada atónita, comenzó a revolcarse sobre la nieve.
Daba la impresión de que la nieve se adhería a su pelaje y que de inmediato se desvanecía bajo su cuerpo musculoso.
A continuación se revolcó sobre el césped… y fundió la nieve.
Se puso en pie de un salto, abrió los ojos desorbitadamente y lanzó un poderoso grito de dolor.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Lauren.
Aturdido, el Abominable Hombre de las Nieves miró a su alrededor; el césped verde, las palmeras… Luego alzó la mirada y contempló el sol deslumbrante que ardía en el cielo.
Se llevó las manos a la cabeza y dejó escapar un alarido de terror.
Por un momento dio la impresión de que estaba atemorizado, pero de repente volvió a rugir y salió a la calle. Sus enormes garras resonaban con fuerza sobre el pavimento mientras se alejaba.
Corrí tras él.
—¡Espera! ¡Regresa!
Saltó una cerca, atravesó el patio ajardinado de una casa vecina y prosiguió la huida.
Finalmente dejé de perseguirle, era imposible darle alcance. Nicole y Lauren llegaron corriendo a mi lado.
—¿Adónde va? —preguntó Nicole.
—¿Cómo quieres que lo sepa? —respondí irritado, luchando por recuperar el aliento.
—Creo que va en busca de algún lugar frío —comentó Lauren.
—Sí, creo que tienes razón —convino Nicole—. Debe de tener mucho calor. Pasadena no es un buen lugar para el Abominable Hombre de las Nieves.
—Quizás encuentre una cueva en las montañas —dije—. Allí arriba hace frío. Espero que también encuentre cereales.
Regresamos al patio de nuestra casa. Todo volvía a estar verde y resplandeciente. Hacía un calor infernal.
Sabía que Nicole y yo no podíamos dejar de pensar en papá.
Nos había dado instrucciones muy precisas acerca del baúl. Y habíamos ignorado su advertencia. Además, el Hombre de las Nieves, el gran descubrimiento de papá, su gran oportunidad para alcanzar la fama, se había marchado.
Y todo por nuestra culpa.
—Al menos papá tiene sus fotografías —murmuré—. Esas fotografías por sí solas resultarán sorprendentes para todo el mundo.
—Supongo que sí —dijo Nicole con amargura, pellizcándose nerviosamente el labio inferior.
Entramos en el cuarto oscuro para cerrar el baúl de suministros. Eché un vistazo a su interior y descubrí que todavía quedaban un par de bolas de nieve, bolas mágicas, nieve embrujada…
—Es peligroso. Será mejor que nos deshagamos de ellas —me advirtió Nicole.
—No pienso tocarlas —repuso Lauren, apartándose del baúl.
—Tienes razón —le dije a mi hermana—. Tenemos que ocultarlas en alguna parte. Son demasiado peligrosas para que permanezcan al alcance de cualquier irresponsable…
Nicole corrió hasta la casa y regresó con una bolsa de basura.
—¡Rápido, ponlas aquí dentro!
Con sumo cuidado cogí una a una las bolas de nieve y las metí en la bolsa. Luego la cerré con un fuerte nudo.
—¿Y ahora qué hacemos? —inquirió Lauren.
—Deberíamos enviarlas al espacio exterior —dijo Nicole—. Si alguien las encuentra y comienza a producir nieve por todas partes… nos encontraremos en un verdadero problema. Sólo nuestro amigo, el Abominable Hombre de las Nieves es capaz de deshacerse de la nieve… y se ha marchado.
—¡Pasadena podría convertirse en un centro de deportes de invierno! —ironicé—. Podríamos patinar sobre hielo en la piscina de los gemelos Miller.
Me estremecí. No quería pensar en Kyle ni en Kara, y tampoco en la nieve.
—Creo que deberíamos enterrar las bolas de nieve —propuse—. La pregunta es… ¿dónde?
—Pues no será en mi jardín —replicó Lauren.
Por supuesto, tampoco quería enterrarlas en nuestro patio.
¿Qué sucedería con las bolas de nieve cuando estuvieran enterradas? ¿Acaso extenderían la nieve también bajo la tierra? ¿Y si la nieve emergía a la superficie?
Salimos del cuarto oscuro y examinamos los alrededores en busca de un lugar donde deshacernos de las bolas mágicas.
—¿Qué me decís de ese solar vacío? —sugirió Nicole.
Al otro lado de la calle, contiguo a la casa de Kyle y Kara Miller, los tres nos quedamos mirando el solar desierto, donde sólo había unas cuantas botellas vacías y un montículo de arena.
—Es perfecto —respondí—. Nadie encontrará jamás las bolas de nieve en ese sitio.
Nicole corrió hasta el garaje y cogió una pala. Cruzamos la calle comprobando que nadie veía lo que hacíamos.
—No hay moros en la costa —dije.
Cavé un profundo hoyo en la arena. Tardé más tiempo del que había previsto porque a cada palada la arena se desplomaba por los bordes.
Cuando por fin tuvo la profundidad adecuada, Nicole arrojó la bolsa de basura que contenía las dos bolas de nieve mágica.
—Adiós, bolas de nieve —dijo Nicole—. Adiós, Alaska.
Cubrí el hoyo con arena.
Lauren alisó la superficie para que no se notara que alguien había estado cavando en el montículo.
—¡Por fin! —exclamé, secándome el sudor del rostro—. Me alegro de que todo haya terminado. Vamos a casa a refrescarnos un poco —propuse, aliviado.
Dejé la pala en el garaje y luego Nicole, Lauren y yo nos preparamos un zumo de manzanas bien frío y nos desplomamos delante del televisor.
Poco después oímos el coche de papá que avanzaba por la entrada del garaje.
—Oh, oh —murmuró Lauren con voz sofocada—. Creo que será mejor que me marche a mi casa. Hasta luego, chicos. ¡Buena suerte! —Y salió deprisa por la puerta trasera.
Miré a Nicole con ansiedad.
—¿Crees que papá se enfadará mucho? A fin de cuentas… ¿qué ha sucedido? Sólo ha encontrado una criatura increíble, consigue traerla a casa, nosotros la dejamos salir del baúl hermético y la criatura huye. No es tan malo, ¿no crees?
Nicole se estremeció.
—Tal vez si le contamos toda la historia, se alegrará de que no nos haya sucedido nada malo, de que a pesar de todo tú y yo estemos bien…
—Sí, tal vez —convine sin el menor convencimiento.
La puerta de entrada se abrió y papá entró en casa.
—¡Hola, chicos, ya he llegado! ¿Cómo está nuestro Hombre de las Nieves?