—¡Oh, no! —se lamentó Lauren, desesperada—. ¿Qué he hecho?

Mi hermana se había convertido en una estatua de hielo.

—Nicole, lo siento mucho —dijo Lauren entre sollozos—. ¿Puedes oírme? ¡Oh, lo siento tanto…!

—Metámosla dentro de casa —sugerí, desesperado—. Tal vez allí… podamos descongelarla…

Lauren cogió a Nicole por uno de los brazos y yo la sujeté por el otro. Lentamente, con sumo cuidado, arrastramos su cuerpo inerte hasta la casa. Los dedos desnudos de sus pies, duros como el hielo, dejaron un largo y profundo rastro en la nieve que cubría el jardín.

—¡Está congelada! —gritó Lauren, fuera de sí—. ¿Cómo fundiremos la nieve?

—Llevémosla junto a la estufa —propuse yo—. Tal vez así la nieve se derrita.

La dejamos de pie delante de la estufa y encendí todos los quemadores.

—Esto debería ser suficiente —comenté.

Una capa de sudor cubría mi rostro. ¿Sería a causa de la calefacción… o del miedo?

Lauren y yo observamos a Nicole y aguardamos pacientemente.

No me moví. Mi hermana ni siquiera respiraba y la nieve no se fundía.

—¡Esto no funciona! —gimió Lauren—. ¡Es inútil!

Toqué el brazo de Nicole, que seguía helado.

Procuré mantener la calma, pero me sentía como si cientos de mariposas volaran enloquecidas dentro de mi estómago.

—De acuerdo, esto no funciona. Tenemos que intentar otra cosa. Otra cosa…

Lauren se echó a llorar y preguntó con voz temblorosa:

—¿Qué podemos hacer?

—Bueno… —dije mientras me devanaba los sesos, tratando de hallar un lugar aún más caliente—. ¡La caldera! ¡Llevémosla junto a la caldera!

Arrastramos a mi hermana hasta el cobertizo, donde teníamos la caldera. El hielo que la cubría daba la impresión de pesar una tonelada y tuvimos que recurrir a todas nuestras energías para transportarla hasta allí.

Encendí la caldera al máximo, mientras Lauren sostenía a Nicole delante de la portezuela abierta de la caldera.

Una corriente de aire caliente hizo que Lauren y yo retrocediéramos, alejándonos de aquel calor insoportable.

—Si esto no funciona, nada lo hará —repuso Lauren entre sollozos.

El calor brotaba con un rugido sordo del interior de la caldera y observé el reflejo de las llamas sobre el rostro congelado de Nicole.

Sentía el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. De pronto, advertí esperanzado que la presión gélida de mi hermana comenzaba a gotear.

Sin embargo, el hielo no se derretía y Nicole continuaba rígida como un carámbano… humano.

—Jordan… ¿qué vamos a hacer? —me preguntó Lauren, sin dejar de sollozar.

Ladeé la cabeza tratando de pensar con rapidez.

—La caldera tampoco sirve. ¿Qué otra cosa que produzca calor podemos utilizar?

Me sentía demasiado aterrado para pensar con claridad.

—No te preocupes, Nicole —susurró Lauren a mi hermana—. Te sacaremos de ésta… De alguna manera lo conseguiremos, ya lo verás…

Súbitamente recordé que el cuerpo del Abominable Hombre de las Nieves desprendía calor cuando nos llevó bajo su brazo a través de la tundra, en Alaska, a pesar de encontrarnos, a diez grados bajo cero y rodeados por montañas de nieve.

—Vamos, Lauren, ven conmigo —le ordené—. La llevaremos al cuarto oscuro.

Con gran esfuerzo, empujando y tirando de ella, conseguimos llevar a Nicole al jardín y luego al cuarto oscuro de papá.

—Espera aquí, Lauren. Volveré enseguida.

Corrí hasta la cocina y comencé a abrir todos los cajones y las alacenas buscando desesperadamente cereales.

«Por favor, tiene que haber cereales en casa, por favor…», rogué en silencio.

—¡Sí!

Finalmente encontré una bolsa de plástico llena de cereales detrás de una vieja caja de espaguetis.

La cogí y volví a toda prisa al cuarto oscuro.

Lauren miró la bolsa que traía en la mano.

—¿Qué es eso?

—Cereales.

—¿Cereales…? Jordan, no es un momento oportuno para comer.

—No es para mí… ¡es para él! —repuse, dirigiéndome hacia el baúl.

—¿Qué?

Quité los cerrojos del baúl y abrí la tapa. El Abominable Hombre de las Nieves yacía en su interior, inmóvil, congelado en su bloque de hielo.

Cogí un puñado de cereales y lo esparcí sobre el rostro de la criatura cubierto de hielo.

—¡Despierta! —le supliqué—. ¡Por favor, despierta! Mira, te he traído unos cereales.

—¡Jordan!, ¿te has vuelto loco? —inquirió Lauren—. ¿Qué estás haciendo?

—¡No se me ocurre otro modo de salvar a Nicole! —respondí, irritado.

Mi mano temblaba sin control mientras esparcía los cereales sobre el rostro del Hombre de las Nieves.

—¡Vamos! ¡Sabes que te encantan! ¡Despierta! ¡Por favor, despierta! ¡Sal de ahí y ayúdanos!

Me recliné sobre el baúl y miré fijamente los ojos del monstruo, con la esperanza de detectar algún signo de vida.

Pero sus ojos no parpadearon. Tenía la mirada clavada en mí a través del hielo.

No obstante, me negaba a darme por vencido.

—¡Yum, yum, está buenísimo! —exclamé, desesperado—. ¡Cereales, muchacho, y están muy buenos! —continué, metiendo un puñado en mi boca—. ¡Es delicioso! ¡Vamos, despierta y prueba un poco! ¡Está buenísimo…!

—No se mueve —dijo Lauren entre sollozos—. Déjalo ya, Jordan, no va a funcionar.