—¡Déjala en paz! —vociferé, aterrorizado y enfurecido, aunque sabía que todos mis esfuerzos serían inútiles.

El Abominable Hombre de las Nieves lanzó otro rugido y con un violento golpe hizo que Nicole se volviera. Luego se inclinó sobre ella, le arrancó la mochila que llevaba sujeta a la espalda y, de un golpe preciso y feroz, cortó limpiamente las correas que la sujetaban a sus hombros.

—¡Eh! —chillé, horrorizado.

Utilizó una de sus afiladas garras para abrir la lona impermeable de la mochila, dejó al descubierto lo que había en su interior y cogió algo de ella.

Perplejos, Nicole y yo observamos cómo engullía una bolsa de cereales.

—¡Es increíble! —exclamé, estupefacto—. Le gustan los cereales.

El monstruo estrujó la bolsa, la arrojó a un lado y se inclinó nuevamente sobre la mochila de Nicole.

—¡Es todo lo que tenía! —susurró mi hermana.

Con un rugido de furia el monstruo apartó de un zarpazo la mochila de Nicole.

—¿Y ahora qué? —preguntó ella en voz baja.

Busqué frenéticamente en mí propia mochila y extraje mi bolsa de cereales. Luego se la arrojé al monstruo.

La bolsa se deslizó hasta los pies de la criatura, que se inclinó para cogerla, la rasgó y tragó de un bocado el contenido.

Cuando hubo terminado, le lancé mi mochila.

Una vez más, gruñó y vació todo el contenido de la mochila sobre el suelo, a sus pies. Pero los cereales se habían terminado.

Aquel horrible ser se incorporó y rugió con fuerza. Luego se inclinó y con sus gigantescos dos brazos nos levantó en el aire para observarnos atentamente. Pudimos ver sus dientes afilados de cerca. Estaba dispuesto a engullirnos.