¡Crack!

El bloque de hielo se agrietó.

Nicole y yo nos acurrucamos contra la pared, observando horrorizados lo que sucedía ante nuestros ojos.

El Abominable Hombre de las Nieves brotó del hielo en medio de una lluvia de fragmentos helados que estallaban contra el suelo.

El monstruo se sacudió violentamente y gruñó como si fuera un lobo rabioso.

—¡Corre! —grité a Nicole.

Nicole y yo iniciamos la fuga, sólo que no había sitio alguno adonde ir. Nos arrastramos hasta el otro extremo de la cueva, alejándonos de la criatura tanto como nos fue posible.

—¡El pasadizo! —recordé en voz alta.

Y de inmediato me agaché para avanzar por el estrecho túnel, apoyado en las manos y las rodillas.

Nicole me detuvo, sujetándome frenéticamente.

—¡Espera, Jordan! ¡El pasadizo está bloqueado! ¿Recuerdas la avalancha…?

Era cierto, la salida de la cueva estaba obturada por toneladas de nieve.

Al otro lado de la caverna el monstruo lanzó un rugido espantoso que hizo temblar las paredes.

Nicole y yo nos acurrucamos en un rincón, presos del terror.

—Tal vez no nos haya visto —susurré al oído de Nicole, que no dejaba de temblar.

—¿Y por qué ruge de ese modo? —inquirió con un murmullo apenas audible.

El monstruo levantó su nariz de gorila en el aire, olfateando en todas direcciones.

«¡Oh, no! ¿Podrá olfatearnos desde el otro extremo de la cueva?», pensé, desolado.

La criatura movió la enorme cabeza hacia ambos lados.

Comprendí que estaba buscándonos. Sin duda era capaz de detectar nuestra presencia en su morada.

—¡Arggg! —rugió y dirigió la mirada hacia el extremo de la cueva… donde nos encontrábamos.

—¡Oh, no! —gimió Nicole—. ¡Nos ha visto!

El monstruo de las nieves se encaminó hacia nosotros. Avanzaba con pasos tambaleantes y, con cada zancada, lanzaba uno de sus temibles rugidos.

Apreté mi cuerpo contra la pared de la caverna deseando con todas mis fuerzas que aquel muro nos engullera.

¡Cualquier cosa era preferible a que aquella bestia nos devorara!

El monstruo continuaba acercándose. Su poderoso avance hacía estremecer el suelo de la cueva.

¡Boom, boom, boom…!

Nos echamos al suelo, procurando pasar inadvertidos.

El Hombre de las Nieves se detuvo a unos centímetros de nosotros y volvió a rugir.

—¡Mira sus dientes! —chilló Nicole.

Yo también los había visto. La criatura tenía unas grandes fauces donde brillaban dos hileras de dientes enormes y afilados como navajas.

El monstruo rugió y se lanzó sobre nosotros.

Sus garras, largas como puñales, brillaron levemente ante nuestros ojos.

Me lanzó un golpe, pero conseguí evitarlo. El monstruo gruñó de frustración y volvió a intentarlo… De repente, su enorme garra impactó contra la cabeza de Nicole.

—¡Socorro! —exclamó Nicole—. ¡Va a destrozarme!