El castañeteo de mis dientes se hizo insoportable. Tembloroso, cerré con fuerza los ojos y esperé a que el monstruo nos atacara.
Pasó un segundo; luego otro, pero no sucedió nada.
Por fin abrí los ojos y vi que el Abominable Hombre de las Nieves no se había movido.
Nicole avanzó hacia él y exclamó:
—¡Está congelado!
—¿Qué? —farfullé, envuelto en aquella luz tenue, con un parpadeo de incredulidad.
Era cierto. El Hombre de las Nieves estaba allí, de pie, inmóvil, congelado en un bloque de hielo translúcido.
Toqué el féretro de hielo.
El monstruo permanecía en su interior como si fuera una estatua.
—Si está congelado en el bloque de hielo, incapaz de moverse… ¿quién ha dejado esas gigantescas huellas en la nieve? —pregunté.
Nicole se agachó para examinar de cerca las huellas. Advertí que se estremecía al comprobar el impresionante tamaño de las huellas.
—Conducen directamente al bloque de hielo —dijo—. Ha sido la criatura, Jordan. De alguna manera ha sido el propio Hombre de las Nieves quien ha dejado esas huellas en el suelo nevado.
—Tal vez regresó andando hasta aquí y se congeló —sugerí.
Me acerqué a la pared de la cueva y la toqué con la mano.
Una especie de cortina de agua gélida, procedente de lo más alto, se deslizaba a lo largo del muro.
—O quizá se resguardó aquí dentro para descansar —reflexioné en voz alta—. Ya sabes, como el conde Drácula… que al anochecer se refugia dentro de su ataúd.
Retrocedí un paso.
Estar tan cerca de aquella criatura monstruosa resultaba aterrador, aunque permanecía completamente inmóvil dentro del grueso bloque de hielo.
Nicole se inclinó para ver de cerca a la criatura. Luego dijo:
—¡Mira sus manos, o garras… o lo que sean!
Al igual que el resto de su cuerpo, las manos estaban cubiertas de un espeso pelo de color marrón. Sus dedos eran gruesos y sólidos, como los de un hombre, aunque del extremo sobresalían unas garras largas y afiladas.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo ante la visión de aquellas garras letales. ¿Para qué las utilizaría? ¿Para destrozar a sus presas? ¿Para desgarrar a quienes se cruzaran en su camino?
Tenía las piernas robustas y musculosas, con unas garras más pequeñas, pero igualmente letales, en los dedos de los pies.
Observé su rostro con atención. Toda la cabeza estaba cubierta de pelo, excepto un pequeño círculo que abarcaba los ojos, la nariz y la boca. La piel tenía un color rojizo. Los labios, anchos, carnosos y blancos, se curvaban en una mueca mezquina.
—Sin duda se trata de un mamífero —aseguró Nicole—. El pelaje lo delata.
—Oh, vamos, Nicole, no es el momento más oportuno para una lección de biología, ¿vale? Espera a que papá vea esto. ¡Se volverá loco! ¡Si consiguiera sacar una fotografía de esta criatura, se haría famoso!
—Sí —convino Nicole con un suspiro—. Si es que podemos encontrar a papá, y conseguimos salir de aquí.
—Tiene que haber una salida —comenté, convencido.
Me acerqué a los muros laterales de la cueva y presioné sobre ellos con las dos manos, buscando un agujero, una grieta en la roca, lo que fuera.
Al cabo de unos minutos, encontré una pequeña fractura en la roca.
—¡Nicole! —exclamé—. ¡He encontrado algo!
Mi hermana corrió hacia mí y le indiqué la pequeña grieta en la pared de la cueva.
Nicole frunció el entrecejo y dijo, apesadumbrada:
—Es una grieta muy pequeña.
—No entiendes nada —protesté, indignado—. Tal vez haya una puerta secreta, un pasadizo oculto o algo por el estilo, no lo sé.
—Bueno… supongo que esto no es peor que recibir un disparo en el pecho —se burló con su suspiro.
A pesar de su desaliento, trabajamos juntos. Hicimos fuerza contra la pared en el lugar donde se abría la estrecha fisura.
Introdujimos los dedos en ella y presionamos hacia los lados. La golpeamos varias veces e incluso intenté practicar con ella algunos golpes de kárate. Todo resultó inútil.
—Siento tener que decir esto, porque estoy segura de que va a desanimarte, Jordan —comentó Nicole—. Pero, como de costumbre, yo estaba en lo cierto. No es más que una simple grieta en la pared.
—Pues seguiré buscando —repliqué con un gruñido—. ¡Tenemos que salir de aquí!
Proseguí con mi exploración y recorrí con mis manos cada palmo de los muros, dando la espalda al horrible monstruo congelado.
De pronto, me pareció oír una especie de crujido.
—¡Nicole! —grité—. ¿Has encontrado algo?
Me volví con rapidez… sólo para comprobar que Nicole no era la responsable de aquel crujido.
Mi hermana estaba completamente inmóvil mirando al monstruo con una expresión de terror.
—¿Qué ocurre, Nicole? —le pregunté yo—. ¿Algo va mal?
Escuché otro crujido.
¡Crack!
—¡El hielo se está rompiendo! —exclamó Nicole—. ¡El monstruo está a punto de salir de su prisión!