Toda mi vida había deseado ver la nieve.

Mi nombre es Jordan Blake y he pasado mis doce años de existencia disfrutando del sol, la arena y el cloro. Nunca he sentido frío, salvo el que pueda llegar a sentirse en los supermercados provistos de aire acondicionado donde, como todo el mundo sabe, no nieva.

Así es, nunca había sentido frío, al menos hasta el momento en que viví la más insólita de las aventuras.

Algunos me consideran un chico afortunado por vivir aquí, en Pasadena, California, donde siempre brilla el sol y disfrutamos de un clima cálido durante todo el año. Supongo que está bien. Sin embargo, si uno no ha visto la nieve, acaba pensando que no es más que el producto de una película de ciencia ficción.

¿Agua helada, esponjosa y blanca que cae blandamente del cielo, que se amontona en el suelo, y con la que se pueden formar muñecos y, lo más divertido, arrojadizas bolas de nieve?

Hay que admitir que parece realmente extraño.

Sin embargo, un día mi deseo se convirtió en realidad y por fin pude ver la nieve, lo que sin duda fue una experiencia mucho más extraña de lo que había supuesto.

—Niños, prestad atención porque lo que voy a deciros os complacerá…

El rostro de papá parecía brillar a la luz roja del cuarto de revelado.

Mi hermana Nicole y yo le observábamos mientras desenrollaba un carrete. Con un par de pinzas sumergió una hoja de papel especial en una bandeja que contenía líquido revelador.

He visto a mi padre repetir la misma operación a lo largo de toda mi vida.

Es fotógrafo profesional, de modo que no resulta nada inusual. Sin embargo, nunca lo había visto tan entusiasmado como con aquella serie de fotografías, lo cual es mucho decir…

Papá toma fotografías que podríamos denominar… «naturales», aunque la verdad es que fotografía todo aquello que se pone al alcance de su máquina.

Lo hace todo el tiempo. Mi madre dice que en cierta ocasión, cuando yo era sólo un bebé, vi a mi padre y me eché a llorar. Al parecer, no le había reconocido con aquella enorme y negra cámara fotográfica cubriéndole el rostro.

También recuerdo que a menudo pensaba que su nariz era un zoom, un teleobjetivo, ya sabéis… una de esas largas lentes.

Nuestra casa está llena de fotografías mías que me resultan embarazosas… En algunas aparezco con pañales y el rostro cubierto de papilla, llorando después de haberme lastimado una rodilla o golpeando a mi hermana…

En fin, será mejor que volvamos a lo nuestro. Papá acababa de regresar de un viaje al Parque Nacional de los Grand Tetons, una cadena montañosa de Wyoming que forma parte de las Rocosas, y estaba trabajando con el material que había fotografiado.

—Chicos, me hubiera encantado que vierais a esos osos… —dijo papá—. Una familia al completo. Los oseznos me recordaron a vosotros dos, no dejaban de jugar y bromear.

Bromear… Papá cree que Nicole y yo sólo bromeamos. Es una forma amable de decirlo, pero lo cierto es que Nicole, la señorita sabelotodo, me vuelve loco.

A veces desearía que no hubiese nacido, y reconozco que una misión fundamental de mi vida consiste en hacer que se sienta de esa manera… ¿Comprendéis a qué me refiero? Veréis, procuro que desee no haber nacido.

—Debiste llevarnos contigo a los Grand Tetons, papá —le dije, afligido.

—En esta época del año hace demasiado frío en Wyoming —objetó Nicole.

—¿Y tú cómo lo sabes, señorita Einstein? —pregunté, propinándole un codazo en las costillas—. Jamás has estado en Wyoming.

—Leí sobre ello mientras papá estuvo ausente —respondió con naturalidad—. Hay un libro de fotografías sobre Wyoming en la biblioteca… Lo digo por si quieres saber algo más del asunto, Jordan. Es ideal para alguien como tú, incluso los niños más pequeños pueden entenderlo.

No se me ocurrió nada que responder. Éste es mi problema: soy demasiado lento para dar respuestas rápidas e ingeniosas. Así pues, opté por propinarle otro codazo.

—Eh, vamos —murmuró papá—. Nada de peleas que estoy trabajando, ¿vale, chicos?

Qué tonta es Nicole. Bueno, en realidad es muy lista, pero parece tonta, al menos ésta es mi opinión. Sin embargo, es tan inteligente que se saltó un curso y… ¡aterrizó directamente en mi clase! Es un año menor que yo, está en mi clase… ¡y siempre saca las mejores notas!

Las fotografías de papá flotaban en el baño químico, haciéndose cada vez más claras.

—Dime, papá, ¿nevaba en las montañas mientras estabas allí? —le pregunté.

—Por supuesto —respondió concentrado en su trabajo.

—¿Has podido esquiar? —inquirí.

Mi padre negó con la cabeza y repuso:

—No, estaba demasiado ocupado trabajando.

—¿Y qué me dices de ir a patinar, papá? —le preguntó Nicole.

Nicole siempre actúa como si lo supiera todo. Sin embargo, al igual que yo, tampoco ha visto la nieve. Jamás nos hemos alejado del sur de California, lo que sin duda salta a la vista, ya que los dos estamos bronceados todo el año. El cabello de Nicole tiene un tono rubio verdoso debido al cloro de la piscina pública; el mío es castaño con mechones más rubios. Ambos formamos parte del equipo de natación del instituto.

—Apuesto a que en este instante está nevando en la casa de mamá —dijo Nicole.

—Es posible —convino papá.

Nuestros padres están divorciados. Mamá acaba de mudarse a Pensilvania y nosotros iremos a pasar el verano con ella. Entretanto, mi hermana y yo nos quedamos en California para acabar el curso.

Mamá nos envió algunas fotografías de su nueva casa y en ellas ésta aparecía cubierta de nieve. Las miré fijamente y traté de imaginar cómo sería el frío.

—Me hubiera gustado que nos quedáramos con mamá mientras tú estabas de viaje —dije.

—Jordan, ya hemos hablado de ese asunto —repuso papá, y noté en su voz un atisbo de impaciencia—. Puedes ir a visitar a tu madre cuando esté definitivamente instalada. Ni siquiera ha comprado los muebles para la casa. ¿Dónde dormiríais?

—Preferiría dormir en el suelo antes que escuchar a la señora Witchens roncando en el sofá —refunfuñé.

La señora Witchens se quedó con nosotros mientras papá estuvo ausente. Fue una verdadera pesadilla. Cada mañana teníamos que limpiar nuestra habitación y luego ella aparecía para inspeccionarla en busca de alguna mota de polvo. Cada noche nos preparaba la misma cena, hígado, coles de Bruselas y sopa de cabeza de pescado con un gran vaso de leche de soja.

—Su nombre no es Witchens[1] —me corrigió Nicole—. Se llama señora Hitchens.

—Ya lo sé, Witchcole-Nicole —le repliqué despectivamente. Bajo la luz rojiza del cuarto oscuro las fotografías comenzaron a aclararse. Papá se sentía entusiasmado con su trabajo.

—Si estas fotografías han salido bien, podría publicarlas en un libro —dijo con alegría—. Lo llamaré Los osos pardos de Wyoming, por Garrison Blake. Sí, señor, es un título con gancho…

Se interrumpió para sacar una de las fotografías de la cubeta y sostenerla en el aire, mientras la examinaba con atención.

—¡Qué extraño! —murmuró.

—¿Qué es extraño? —preguntó Nicole.

Papá nos mostró la fotografía sin añadir una sola palabra. Nicole y yo nos inclinamos para observarla mejor.

—Papá —objetó Nicole—, odio tener que decirlo, pero parece un oso de peluche.

Sin duda era la fotografía de un oso de peluche, un oso de juguete, blando, relleno de estopa y con una mueca extraña en el rostro, sentado en la hierba. Por supuesto, no se trataba de la clase de criatura que suele encontrarse en los Grand Tetons.

—Tiene que tratarse de un error —comentó papá—. Esperad a que revele el resto de las fotografías. Ya lo veréis… ¡es sorprendente!

Extrajo con las pinzas otra fotografía de la bandeja y la examinó atentamente.

—¿Eh…?

Cogí la fotografía. Se trataba de otro oso de peluche.

Papá observó otras dos fotografías, moviéndose cada vez más deprisa.

—¡Más osos de peluche! —gritó, frenético.

Incluso allí dentro, en el cuarto oscuro, pude ver con claridad el pánico que reflejaba su rostro.

—¿Qué sucede? —inquirió—. ¿Dónde están las fotografías que yo saqué?