XXIX

Una semana después fue con el notario a casa del judío Nissen. Los tres subieron la escalera hasta la habitación de Schemarjah. Schemarjah se levantó y cerró el libro.

Ya no huía de los extraños. Se levantó y permaneció de pie junto a la mesa, ante su libro cerrado.

El notario, en presencia de dos testigos, el hermano Eustachius y el comerciante Nissen Pitschenik, notificó que el servidor de la sinagoga Schemarjah Korpus era el único heredero del recientemente fallecido coronel Nikolaus Tarabas. La herencia consistía en un saquito lleno de monedas de oro cuyo valor ascendía a quinientos veinte francos oro, y en unos centenares de francos en billetes.

El notario depositó el dinero sobre la mesa. El hermano Eustachius y el comerciante Nissen contaron las piezas de oro, y el notario volvió a amontonarlas y a meterlas en el saquito. Se hizo entrega del saquito a Schemarjah por encima de la mesa.

Lo sopesó en su mano, se rió a medias y lo pasó a la mano izquierda. Lo sostuvo por el cordón, lo golpeó con un dedo de la mano derecha y lo hizo rodar y tintinear. Lo contempló unos instantes con una mirada risueña y finalmente volvió a dejarlo caer en la mesa.

—¡No lo necesito! —dijo al fin Schemarjah—. ¡Lleváoslo de nuevo!

En vista de que ninguno de los presentes se movía, se puso a ofrecerlo sin decir palabra, primero al notario, luego al comerciante, después al hermano Eustachius. Todos lo rehusaron.

Schemarjah esperó unos momentos. Después tomó el saquito, se encaminó a su cama y lo metió debajo de la almohada.

Los tres hombres le dejaron. Aún en la escalera, el notario dijo:

—¡Lástima de dinero! ¡Ha vivido en vano ese Tarabas!

—¡Nunca se sabe! —dijo el hermano Eustachius—. ¡No se puede saber nunca!

Se despidieron del comerciante Nissen.

—Pasemos ahora por casa de Kristianpoller —propuso el notario.

No tardaron en hallarse sentados en la sala de la posada de Kristianpoller. El posadero, ciego de un ojo, se acercó a la mesa y dijo:

—¡Sí, ahora está muerto!

—¡Era su huésped! —observó el notario.

—¡Fue mi huésped durante mucho tiempo! —respondió el judío Kristianpoller.

—¡De todos modos, era un huésped extraño en la posada de Kristianpoller!

—Era —dijo el notario— un huésped extraño en la tierra.

El hermano Eustachius aguzó el oído. Decidió poner en la lápida de Tarabas esta inscripción:

CORONEL NIKOLAUS TARABAS,

UN HUÉSPED DE ESTA TIERRA.

Le pareció que esta inscripción sería justa, modesta y apropiada.