[1] La cita de H. Braeton está tomada de M. POLANYI, The Logic of Liberty, Londres, p. 158. La idea matriz del capítulo ha sido asimismo bien expresada por F. W. MAITLAND, «Historical Sketch of Liberty and Equality as Ideals» (1875), en Collected Papers, Cambridge University Press, 1911, L., p. 80: «El ejercicio del poder en forma imprevisible origina algunas de las mayores limitaciones, pues la limitación, cuanto menos previsible, es mayor y más temida. Nos sentimos menos libres cuando sabemos que en cualquier momento y sobre cualquiera de nuestras acciones puede recaer una limitación, y, sin embargo, no podemos prever tales limitaciones… Las reglas conocidas, por muy malas que sean, interfieren menos con la libertad que las decisiones basadas en reglas que no son previamente conocidas». <<

[2] Cfr. F. H. KNIGHT, «Conflicts of Values: Freedom and Justice», en Goals of Economic Life, ed. A. Dudley Ward, Nueva York 1953, p. 208: «La coacción es la arbitraria manipulación de los términos o alternativas de elección de otros y de ordinario podemos calificarla igualmente de interferencia injustificada». Véase también R. M. MACIVER, Society: A Textbook of Sociology, Nueva York 1937, p. 342. <<

[3] Cfr. la máxima legal etsi coactus tamen voluit, derivada del Corpus juris Civilis, Digesto, lib. IV, ii. Para la discusión sobre su significado véase U. VON LÜBTOW, Der Ediktstitel «Quod metus causa gestum erit», Greifswald 1932, pp. 61-71. <<

[4] Cfr. F. WIESER, Das Gesetz der Macht, Viena 1926; B. RUSSELL, Power: A New Social Analysis, Londres 1930; G. FERRERO, The Principles of Power, Londres 1942; B. DE JOUVENEL, Power: The Natural History of its Growth, Londres 1948; G. RITTER, Vom sittlichen Problem der Macht, Berna 1948; del mismo autor, Machtstaat und Utopie, Munich 1940; loRD RADCLIFFE, The Problem of Power, Londres 1952, y LORD MACDERMOT, Protection from Power under English Law, Londres 1957. <<

[5] Las quejas acerca del poder como el mayor de los males son tan viejas como el pensamiento político. Ya Herodoto hace decir a Otanes, en su famoso discurso sobre la democracia, que «incluso el mejor de los hombres, elevado a tal posición (de poder irresponsable), irremisiblemente se cambiaría en el peor de los hombres» (Histories, III, 80); John Milton considera posible que «la larga continuidad en el poder corrompa al más sincero de los hombres» («Ready and Easy Way», en Milton’s Prose, ed. M. W. Wallace, «World’s Classics», Londres 1925, p. 459); Montesquieu afirma: «La constante experiencia demuestra que todos los hombres investidos de poder son capaces de abusar de él y de hacer valer su autoridad tanto como puedan» (Spirit of the Laws, I, p. 150); Kant dice que «la posesión del poder invariablemente envilece el libre juicio de la razón» (Zum Ewigen Frieden, 1795, adición segunda, último párrafo); Edmund Burke confirma que «muchos de los más grandes tiranos que registra la historia iniciaron su reinado de la forma más suave. Sin embargo, la verdad es que tal poder antinatural corrompe el corazón y el entendimiento» («Thoughts on the Causes of Our Present Discontents», en Works. II, p. 307); John Adams afirma que «cuando el poder carece de limites y de equilibrio se abusa siempre de él» (Works, ed. C. F. Adams, Boston 1851, VI, p. 73), y que «el poder absoluto intoxica por igual a los déspotas, monarcas, aristócratas, demócratas, jacobinos y sans culottes» (ibíd., p. 477); James Madison escribe que «todo el poder en manos humanas es susceptible de ser abusivo» y que «el poder, dondequiera que se encuentre, es más o menos susceptible de abuso». (The Complete Madison, ed. S. K. Padover, Nueva York 1953, p. 46); Jakob Burckhardt nunca cesa de reiterar que el poder en si mismo es malo (Force and Freedom, Nueva York 1953, por ejemplo, p. 102), y Lord Acton, desde luego, ha dicho que «el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente» (Hist. Essays, p. 504). <<

[6] L. TROTSKY, The Revolution Betrayed, Nueva York 1937, p. 76. <<

[7] Un ejemplo característico, llegado a mi conocimiento en el momento de escribir esta obra, se encuentra en un análisis de B. F. WITTCOX en Industriel and Labor Relations Review, XI, 1957-1958, p. 273: para justificar la «coacción económica pacífica» de los sindicatos, el autor argumenta que «la competencia pacífica, basada en la libre elección, está razonablememe teñida de coacción. Un vendedor libre de bienes o servicios, al establecer sus precios, coacciona a quien desea comprar; le coacciona en cuanto al pago, en cuanto a prescindir de tales bienes y servicios o buscarlos en otro lugar. El vendedor libre de bienes o servicios, al imponer la condición de que nadie que compre a X le puede comprar a él, coacciona a todo el que quiera comprar; le coacciona haciendo que prescinda de dichos bienes o servicios, que vaya a otro lugar a buscarlos o impidiéndole que los compre a X, de forma que, en última instancia, coacciona incluso a X». Este abuso del término coacción se deriva grandemente de J. R. COMMONS; cfr. su Institutional Economics. Nueva York 1934, especialmente p. 336. Véase también R. L. HALE, «Coercion and Distribution in a Supposedly Non-Coercive State», Political Science Quarterly, XXXVIII, 1923. <<

[8] Cfr. el pasaje de F. H. Knight citado en la nota 1 de este capítulo. <<

[9] La expresión «propiedad varia» (o «plural») usada por sir Henry Maine (también nota 10 de este capítulo) es en muchos respectos más apropiada que la más familiar de propiedad privada y ocasionalmente la utilizaremos en lugar de la segunda. <<

[10] ACTON, Hist. of Freedom, p. 297. <<

[11] SIR HENRY MAINE, Village Communities. Nueva York 1880, p. 230. <<

[12] B. MALINOWSKI, Freedom and Civilization, Londres 1944, pp. 132-133. <<

[13] No quiero sugerir que esta sea una forma deseable de vida. Sin embargo, reviste cierta importancia en la actualidad el que una parte no despreciable de los hombres que influyen grandemente la opinión pública, tales como periodistas y escritores, a menudo vivan durame largos periodos con un mínimo de posesiones personales. Esto, indudablemente, afecta a sus puntos de vista. Parece que algunos han llegado incluso a considerar las posesiones materiales más como un impedimento que como una ayuda, al menos mientras disfrutan de ingresos suficientes para comprar lo que necesitan. <<

[14] I. KANT, Critique of Practical Reason, ed. L. W. Beck, University of Chicago Press, 1949, p. 87: «Actúa de modo que siempre trates a la humanidad, en tu propia persona o en la de otro, como un fin y nunca como un medio solamente». A la vez que esto significa que nadie debiera verse obligado a hacer nada que sirviese sólo a los propósitos de otros, entraña también otra manera de afirmar que la coacción debe evitarse. Sin embargo, si la máxima se interpreta queriendo significar que cuando colaboremos con otros hombres hemos de guiamos no sólo por nuestro propósito, sino también por el de ellos, se entra en conflicto con la libertad de estos últimos muy pronto, es decir, tantas veces cuantas no estemos de acuerdo con sus fines. Para tales interpretaciones véase, por ejemplo, J. CLARK, The Ethical Basis of Economic Freedom (Kazanijan Foundation), Westport. Conn., 1955, p. 26, y la literatura alemana discutida en la obra citada en la nota siguiente. <<

[15] Cfr. L. VON MISES, Socialism, nueva edición, Yale University Press, 1951, pp. 193 y 430.431. <<

[16] En vista de la frecuentemente alegada falta de libertad individual en la Grecia clásica, merece mencionarse la inviolabilidad de domicilio de la Atenas del siglo V ames de Jesucristo, tan perfectamente reconocida que incluso bajo el gobierno de los treinta tiranos «podía salvarse la vida quedándose en casa». Véase J. W. JONES, The Law and Legal Theory of the Greeks, Oxford 1958, p. 91, con referencia a Demóstenes, XXIV, 52. <<

[17] J. S. MILL, On Liberty, ed. R. B. McCallum, Oxford 1946, cap. IV. <<

[18] Cfr. ibíd., p. 84: «En muchos casos un individuo, al perseguir un objetivo legítimo, origina necesaria y legítimamente daños o pérdidas a los otros o intercepta un bien que estos razonablemente esperaban obtener». Véase también el significativo cambio de la equívoca formulación de la Declaración Francesa de Derechos de 1789, «la liberté consiste à pouvoir faire tout ce qui ne nuit pas à autrui», por la correcta formulación del artículo sexto de la Declaración de 1793: «La liberté est le pouvoir qui appanient a l’homme de faire tout ce que ne nuit pas aux droits d’autrui». <<

[19] Un ejemplo muy conocido de este problema, que reviste caracteres agudos para nuestra sociedad, lo constituye el tratamiento de la homosexualidad. Como BERTRAND RUSSELL ha observado («John Stuart Mill», Proceedings of the British Academy, LXI, 1955, p. 55): «Si todavía se creyera, como se creyó en otras épocas, que la tolerancia de tal conducta expondría a la comunidad a la suerte de Sodoma y Gomorra, dicha comunidad tendría toda la razón para inmiscuirse». Ahora bien, donde tales creencias no prevalecen, la práctica privada entre adultos, por muy repugnante que para la mayoría pueda ser, no constituye materia propia de la acción coactiva de un Estado cuyo objetivo sea minimizar la coacción. <<

[20] C. A. R. CROSLAND, The Future of Socialism, Londres 1956, p. 206. <<

[21] La declaración citada ha sido atribuida a Ignazio Silone. Cfr. también JAKOB BURCKHARDT, op. cit., p. 105: «Para el Estado es una degeneración, una insolencia filosófica y burocrática, intentar cumplir propósitos morales directamente, pues sólo la sociedad puede Física y moralmente hacerlo». También H. STEARNS (Liberalism in America, Nueva York 1919, p. 69): «La coacción en nombre de la virtud es tan repugnante como la coacción en nombre del vicio. Si los liberales americanos no están dispuestos a combatir el principio de la coacción en el caso de la Prohibition Amendment, simplemente porque no tienen interés en que: su país beba o no, incurrirán en el descrédito tan pronto como luchen por otros objetivos que les puedan interesar». La actitud típica socialista en estos problemas la expone de la manera más explicita R. L. HALL, The Economic System in a Socialist State, Londres 1937, p. 202, argumentando (con respecto al deber de incrementar el capital del país) que «el hecho de que sea necesario usar palabras tales como obligación moral y deber demuestra que no se trata de un problema de cálculo certero y que nos enfrentamos con decisiones que no sólo pueden adoptarse, sino que deben serio, por la comunidad como conjunto; es decir, nos enfrentamos con decisiones políticas». Para la defensa conservadora del uso del poder político como fuerza de obligar en pro de los principios morales, véase W. BERNS, Freedom. Virtue and the First Amendment. Louisiana State Universitv Press, 1957. <<

[22] J. S. MILL op. cit., cap. III. <<