[1] Essays, I, 125. La idea, aparentemente, tiene su fuente en los grandes debates del siglo precedente. William Haller reimprimió como frontispicio del volumen primero de Tracts on Liberty in the Puritan Revolution 1638-1647, Columbia University Press, 1934, un lema que acompaña a un grabado de Wenceslas Hollar, fechado en 1641 y encabezado por las siguientes palabras: «El mundo está gobernado y dominado por la opinión». <<

[2] Sobre la concepción del Estado «total» y la oposición del totalitarismo al liberalismo, pero no a la democracia, véase la primitiva discusión en H. O. ZIEGLER, Autoritarer oder totaler Staat, Tubinga 1932, especialmente pp. 6-14; cfr. F. NEUMANN, The Democratic and the Authoritarian State, Glencoe, III, 1957. Buena ilustración de lo que a lo largo de este capítulo denominaremos demócratas dogmáticos son E. MIMS, JR., The Majority of the People, N. Y. 1941, y H. S. COMMAGER, Majority Rule and Minority Rights, N. Y. 1943. <<

[3] Cfr., por ejemplo, JOSÉ ORTEGA Y GASSET, Invertebrate Spain (España invertebrada), N. Y. 1937, p. 125: «Pues acaece que liberalismo y democracia son dos cosas que empiezan por no tener nada que ver entre sí y acaban por ser, en cuanto tendencias, de sentido antagónico». «Democracia y liberalismo son dos respuestas a dos cuestiones de Derecho político completamente distintas. La democracia responde a esta pregunta: ¿quién debe ejercer el poder público? La respuesta es: el ejercicio del poder público corresponde a la colectividad de los ciudadanos. Pero en esa pregunta no se habla de qué extensión deba tener el poder público. Se trata sólo de determinar el sujeto a quien compete el mando. La democracia propone que mandemos todos, es decir, que todos intervengamos soberanamente en “los hechos sociales”. El liberalismo, en cambio, responde a esta otra pregunta: quienquiera que ejerza el poder público, ¿cuáles deben ser los límites de este? La respuesta suena así: el poder público, ejérzalo un autócrata o el pueblo, no puede ser absoluto, sino que las personas tienen derechos previos a toda injerencia del Estado». (La cita transcrita procede de El Espectador, V, pp. 416 y 417. Vid. t. II de Obras Completas. N. del T.). Véase también, del mismo autor, The Revolt of the Masses (La rebelión de las masas), Londres 1932, p. 83.

No menos enfático, en lo que respecta a la posición democrática, es Max Lerner en «Minority Rule and Constitutional Tradition», en The Constitución Reconsidered, ed. Gonyers Read, Columbia University Press, 1938, p. 199: «Cuando aquí hablo de democracia, quiero distinguirla agudamente de liberalismo. No hay mayor confusión en la mente de los legisladores que la tendencia a identificar ambos términos». Cfr. también H. KELSEN, «Foundations of Democracy», Ethics, LXVI, 1955, p. 3: «Es importante tener conciencia de que los principios de la democracia y el liberalismo no son idénticos; que incluso existe un cierto antagonismo entre ellos».

Una de las mejores exposiciones históricas sobre la materia se encuentra en F. SCHNABEL, Deutsche Geschichte im neunzehnten Jahrhundert, II, Friburgo 1933, p. 98: «Liberalismo y democracia no eran, por tanto, dos magnitudes opuestas y mutuamente excluyentes, sino que se referían a dos cosas distintas: el liberalismo hablaba del ámbito de acción del Estado, la democracia de los titulares o poseedores de la soberanía estatal». Cfr. también A. L. LOWELL, «Democracy and Liberty», en Essays on Government, Boston 1889; C. SCHMITT, Die geistesgeschichtliche Grundlagen des heutigen Parlamentarismus, Munich 1923; G. RADBRUCH, Rechtsphilosophie, 4.ª ed., Stuttgart, 1950, pp. 137 y ss., especialmente p. 160; B. CROCE, «Liberalism as a Concept of Life», Politics and Morals, N. Y. 1945, y L. VON WIESE, «Liberalismus and Demokratismus in ihren Zusammenhängen und Gegensätzen», Zeitschrift für Politik, IX, 1916. Un examen actual de parte de la literatura sobre la materia se encuentra en J. THÜR, Demokratik und Liberalismus in ihrem gegenseitigen Verhältnis, Zurich 1944. <<

[4] Véase F. A. HERMENS, Democracy of Anarchy?, Notre Dame, Ind., 1941. <<

[5] Es útil recordar que en la más vieja y afortunada democracia europea, Suiza, las mujeres se hallan todavía excluidas del derecho de voto y aparentemente con la aprobación de la mayoría de ellas. Incluso parece posible que en condiciones primitivas sólo el sufragio limitado, por ejemplo, a los propietarios de tierras, lograría parlamentos suficientemente independientes del gobierno, con vistas a controlarlo efectivamente. <<

[6] Cfr. F. W. MAITLAND, Collected Papers, I, Cambridge University Press, 1911, p. 84: «Los que tomaron el camino de la democracia como camino hacia la libertad confundieron el significado temporal con el fin último». También J. SCHUMPETER, Capitalism, Socialism and Democracy, N. Y. 1942, p. 242: «La democracia es un método político, es decir, un cierto tipo de orden institucional para llegar a decisiones políticas, legislativas y administrativas y, por lo tanto, incapaz de constituir un fin por sí mismo con irrelevancia de las decisiones que produzca bajo determinadas condiciones históricas». <<

[7] Cfr. E. A. HOEBEL, The Law of Primitive Man, Harvard University Press, 1954, p. 100, y F. FLEINER, Tradition, Dogma, Entwicklung als aufbauende Kräfte der schweizerischen Demokratie, Zurich 1933, reimpreso en la obra del mismo autor Ausgewählte Reden und Schriften, Zurich 1941; también MENGER, Untersuchungen, p. 277. <<

[8] Cfr., por ejemplo, el discurso de Joseph Chamberlain al club «Eighty», 28 de abril de 1885 (publicado en The Times, Londres, 29 de abril de 1885): «Cuando el gobierno estaba representado únicamente por la autoridad de la corona y los puntos de vista de una clase determinada, puedo comprender que el primer deber de los hombres amantes de la libertad fuese restringir aquella autoridad y limitar los gastos. Sin embargo, todo ha cambiado. Ahora el gobierno es la expresión organizada del deseo y la voluntad del pueblo, y bajo tales circunstancias debemos dejar de considerarle con recelo. El recelo es el producto de épocas pretéritas, de circunstancias que han desaparecido hace tiempo. Hoy nuestra tarea consiste en extender sus funciones y ver de qué manera puede ampliarse útilmente su actuación». Sin embargo, véase J. S. Mili, quien ya en 1848 argüía contra idéntico punto de vista en Principles, lib. V, cap. XI, párr. 3, p. 944, y también en On Liberty, ed. R. B. McCallum, Oxford 1946, p. 3. <<

[9] H. FINER, Road to Reaction, Boston 1943, p. 60. <<

[10] Véase J. F. STEPHEN, Liberty, Equality, Fraternity, Londres 1873, p. 27: «Estamos de acuerdo en que hay que tratar de fortalecerse contando cabezas en vez de rompiéndolas… No es el sector más sabio el triunfador, sino aquel que en su momento muestra su superior fortaleza (uno de cuyos elementos constitutivos, sin duda alguna, es la sabiduría) enrolando la máxima cantidad de simpatía activa en su ayuda. La minoría no cede porque esté convencida de su equivocación, sino porque se ha convencido de que es minoría». Cfr. también L. VON MISES, Human Action, Yale Univ. Press, 1949, p. 150: «Por amor a la paz interna, el liberalismo tiende al gobierno democrático. La democracia, por tanto, no es una institución revolucionaria, sino el medio apropiado de impedir las revoluciones y las guerras civiles. Produce un método de reajuste pacífico del gobierno de acuerdo con la voluntad de la mayoría». Singularmente, K. R. POPPER, «Predictkm and Prophecy and their Significance for Social Theory», Proceedings of the 10th Annual Congress of Pbilosophy, I, Ámsterdam 1948, especialmente p. 90: «Personalmente, al sistema de gobierno que puede ser modificado sin violencia le llamo democracia y al resto tiranía». <<

[11] Sir JOHN CULPEPER, An Exact Collection of All the Remonstrances, etc., Londres 1643, p. 266. <<

[12] La fascinación que experimentan los liberales racionalistas por aquella clase de gobierno que adopta las decisiones políticas no «mediante el juicio o la voluntad exteriorizados, directa o indirectamente, por una masa carente de instrucción y compuesta tanto por caballeros como por patanes, sino con arreglo al criterio reflexivo de unos pocos, relativamente, pero educados de modo especial para la tarea», queda bien ilustrada en el primitivo ensayo de J. S. MILL sobre «Democracy and Government», del que tomo esta sentencia (London Review, 1835, reimpreso en Early Essays, Londres 1897, p. 384). Mili continúa señalando que «de todos los gobiernos antiguos y modernos, el único que posee esta excelencia en grado sumo es el gobierno de Prusia, la más poderosa y habilidosa aristocracia organizada sobre la base de los hombres de más alta educación del reino». Cfr. también el pasaje contenido en On Liberty, ed. R. B. McCallum, Oxford 1946, p. 9: «Con respecto a la aplicabilidad de la libertad y la democracia al sector del pueblo menos civilizado, algunos de los viejos whigs eran considerablemente más liberales que los últimos radicales». T. B. Macaulay, por ejemplo, dice en alguna parte: «Muchos políticos de nuestro tiempo tienen la costumbre de establecer como proposición por sí misma evidente, que ningún pueblo debiera ser libre hasta que estuviese en condiciones de utilizar su libertad. La máxima es tan válida como aquella de los locos del viejo cuento que resolvieron no entrar en el agua hasta que hubieran aprendido a nadar. Si los hombres han de aguardar la libertad hasta que se conviertan en buenos y sabios dentro de la esclavitud, ciertamente esperarán siempre». <<

[13] Esta parece ser la explicación del confuso contraste entre la persistente crítica de la democracia en casi todos sus especiales puntos, por parte de Tocqueville, y la enfática aceptación del principio que tanto caracteriza su obra. <<

[14] Cfr. el pasaje de Dicey citado en la nota núm. 15. <<

[15] J. S. MILL, «Bentham», London and Westminster Review, 1838, reimpreso en Dissertations and Discussions, I, 3.ª ed., Londres 1875, p. 330. El pasaje continúa: «Los dos escritores de que hablamos —es decir, Bentham y Coleridge— nunca fueron leídos por la multitud. Sus lectores han sido poco numerosos, excepción hecha de lo más ligero de sus obras. Sin embargo, ambos han sido maestros de maestros. Difícilmente se encuentra en Inglaterra un individuo de alguna importancia en el mundo del pensamiento que (cualesquiera que fuesen las opiniones que después adoptase) no haya leído primeramente a alguno de estos dos escritores, y aunque sus influencias hayan comenzado a difundirse entre la sociedad a través de tales canales intermediarios, escasamente existe una publicación de cierta entidad dirigida a las clases educadas, que sin la existencia de dichas personas hubiera sido lo que es». Cfr. el pasaje frecuentemente citado por Lord Keynes, quien constituye el más eminente ejemplo de la mencionada influencia en nuestra generación, argumentando para finalizar su The General Theory of Employment, Interest and Money, Londres 1936, p. 383, que «las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando están en lo cierto como cuando se equivocan, son más poderosas de lo que generalmente se cree. Ciertamente, al mundo lo gobiernan unos pocos. Los hombres prácticos que se creen totalmente exentos de influencias intelectuales son de ordinario esclavos de algunos economistas difuntos. Locos con autoridad que escuchan voces en el aire, destilan su extravío de algún mal escritor académico de unos pocos años atrás. Estoy seguro de que el poder de los intereses creados se exagera enormemente en comparación con la gradual intrusión de las ideas, que ciertamente no operan de inmediato, sino después de un cierto intervalo, pues no son muchos los que se influyen con las nuevas teorías económicas y filosófico-políticas hasta tanto no envejecen veinticinco o treinta años, de forma que las ideas que los funcionarios civiles e incluso agitadores aplican a los sucesos de cada día, probablemente no son las más nuevas. Sin embargo, pronto o tarde son las ideas, no los intereses creados, las que resultan peligrosas para el bien y para el mal». <<

[16] La descripción de la forma en que las ideas afectan a la política tras largos intervalos de tiempo sigue siendo la clásica de Dicey, Law and Opinion, pp. 28 y ss., y especialmente p. 34: «La opinión que cambia la ley es, en un sentido, la opinión del tiempo en que la ley se altera; en otro sentido, en Inglaterra ha sido a menudo la opinión que prevalecía veinte o treinta años antes, es decir, no la opinión de hoy, sino la de ayer».

«La opinión legislativa debe ser la opinión del día, porque cuando las leyes se alteran, tal alteración, necesariamente, se lleva a cabo por legisladores que actúan bajo la creencia de que el cambio es una enmienda; sin embargo, esta opinión de los que hacen la ley es también la opinión de ayer, porque la creencia que al fin ha obtenido y ganado tal impronta sobre la legislatura como para producir la alteración de la ley, generalmente es producto de escritores o pensadores que ejercieron su influencia mucho antes de que el cambio legislativo tuviera jugar. Así, puede muy bien ocurrir que una innovación se lleve a cabo en un momento en que los maestros que facilitaron los argumentos a favor descansan ya en sus tumbas o incluso —y esto es bien digno de notarse— cuando en el mundo de la especulación tiene lugar ya un movimiento contra las ideas que están ejerciendo su completa influencia en el mundo de la acción y de la legislación». <<

[17] Cfr. H. SCHOECK, «What is Meant by Politically Imposible?», Pall Mall Quarterly, I, 1958. Véase también C. PHILBROOK, «“Realism” in Policy Exposal», A. E. R., XLII, 1953. <<

[18] Cfr. la observación de A. Marshall (Memorials to Alfred Marshall, ed. A. C. Pigou, Londres 1925, p. 89): «Los estudiosos de la ciencia social deben tener la aprobación popular; el mal está con ellos cuando todos los colman de elogios. Si existe un sistema de opiniones bajo cuyo patrocinio un periódico puede incrementar su venta, el estudioso que desee dejar al mundo en general y a su país en particular mejor de lo que estarían si él no hubiese nacido, se halla obligado a encastillarse contra las limitaciones, defectos, y errores que puedan existir en ese conjunto de opiniones y jamás abogar por ellas incondicionalmente, ni siquiera en una discusión ad hoc. Al estudioso le resulta casi imposibles ser un patriota y gozar de dicha reputación en su propio tiempo». <<

[19] Cfr. una discusión más completa sobre estas cuestiones en el capítulo V de mi obra The Road to Serfdom, Londres y Chicago 1944, y en WALTER LIPPMANN, An Inquiry into the Principles to the Good Society, Boston 1937, p. 267: «El pueblo únicamente puede gobernar cuando ha logrado compenetrarse profundamente con la teoría y la práctica del régimen democrático; debe comprender que su intervención se limita a designar representantes que han de instituir, revisar y hacer que se cumplan las leyes que declaran los derechos, obligaciones, privilegios e inmunidades de los individuos, asociaciones, agrupaciones ciudadanas de ámbito territorial e incluso de la propia administración del Estado».

«Tal es el fundamento de los Estados libres. En el siglo XVIII, los filósofos de la democracia quedaban perplejos ante supuestos conflictos entre ley y libertad —entre orden público y libertad individual— porque no se percataban con la debida lucidez de que el gobierno representativo implica, como ineludible corolario, un particular estilo de gobernar. En realidad, en aquellos países en que el control social se lleva a cabo mediante el ordenamiento jurídico de derechos y obligaciones recíprocas, no surgen tales conflictos. En una sociedad libre el Estado no administra los negocios de los ciudadanos; administra justicia a individuos que permanecen dueños y rectores de sus propios quehaceres». <<