[1] The Holmes-Laski Letlers: The Correspondence of Mr. Justice Holmes and Harold J. Laski, 1916-1935, Harvard University Press, 1953,11, p. 942.
Una traducción al alemán de una primera versión de este capítulo apareció en Ordo, X, 1958. <<
[2] Véase, por ejemplo, R. H. TAWNEY, Equality, Londres 1931, p. 47. <<
[3] R. J. WILLIAMS, Free and Unequal: The Biological Basis of Human Liberty, University of Texas Press, 1953, pp, 23 Y 70. Cfr.]. B. S. HALDANE, The Inequality of Man, Londres 1932, y P. B. MEDAWAR, The Uniqueness of the Individual, Londres 1957. <<
[4] R. J. WILLIAMS, op. cit., p. 152. <<
[5] Cfr. la descripción de este punto de vista, hoy de moda, en el artículo de H. M. KALLEN, «Behaviorism», E. S. S., 11, p. 498: «Los niños, al nacer, sea cual fuere su herencia, son tan iguales como los coches “Ford”». <<
[6] Cfr. PLATON, Laws, VI, 757A: «Para los desiguales, los iguales se convierten en desiguales». <<
[7] Cfr. F. H. KNIGHT, Freedom and Reform, University of Chicago Press, 1949, p. 151: «No hay razón visible para que uno tenga más derecho a las ganancias derivadas de las capacidades heredadas que a las de cualquier clase de propiedad heredada». Véase la discusión en W. RÖPKE, Mass and Mitte, Erlenbach-Zurich 1950, pp. 65.75. <<
[8] Esta es la postura de R. H. Tawney, según la resume J. P. PLAMENATZ, «Equality of Opportunity», en Aspects of Human Equality, ed. L. Bryson, N. Y. 1956, p. 100. <<
[9] C. A. R. CROSLAND, The Future of Socialism, Londres 1956, p. 205. <<
[10] J. S. MILL, On Liberty, ed. H. B. MacCallum, Oxford 1946, p. 70. <<
[11] Cfr. W. B. GALLIE, «Liberal Morality and Socialist Morality», en Philosophy Polilics and Society, ed. P. Laslett, Oxford 1956, pp. 123-125, quien presenta como esencia de «moralidad liberal» la pretensión de que en una sociedad libre las recompensas sean iguales al mérito. Esto es verdad de algunos liberales del siglo XIX y a menudo ha extrañado la debilidad de sus razonamientos. Ejemplo característico lo constituye W. G. Summer, quien arguyó (What Social Classes Owe to Each Other, reimpreso en The Freeman, VI, Los Ángeles, p. 141) que, «si todos disfrutan de idénticas oportunidades, proporcionadas o limitadas por la sociedad», se producirán «resultados desiguales, es decir, resultados proporcionales a los méritos de los individuos». Esto es verdad únicamente si «mérito» se utiliza en el sentido en que hemos utilizado «valor», sin ninguna connotación moral, pero nunca si sugiere una proporcionalidad con cualquier esfuerzo para actuar bien o acertadamente o de conformidad con un ideal general.
Ahora bien, como veremos, Mr. Gallie está en lo cierto cuando asegura que el liberalismo, dentro de los términos aristotélicos que él utiliza, tiende a la justicia conmutativa y el socialismo a la justicia distributiva, si bien, al igual que la mayoría de los socialistas, no comprende que la justicia distributiva es irreconciliable con la libertad de elección de actividades del hombre. Se trata de la justicia de una organización jerárquica, no de una sociedad libre. <<
[12] Aunque creo que esta discusión entre mérito y valor es la misma a la que apuntaban Aristóteles y Santo Tomás cuando distinguían entre «justicia distributiva» y «justicia conmutativa», prefiero no complicar mi examen con las dificultades y confusiones que en el curso del tiempo se han asociado a dichos conceptos tradicionales. Parece claro que lo por mi denominado recompensa de acuerdo con el mérito se corresponde con la justicia distributiva aristotélica. El concepto difícil es el de «justicia conmutativa» y el problema estriba en si hablar de justicia en este sentido no es siempre un poco confuso. Cfr. M. SOLOMON, Der Begriff der Gerechtigkeit bei Aristoteles, Leyden 1937, y para un examen de la amplia literatura existente, véase G. DEL VECCHIO, Die Gerechtigkeit, 2.ª ed., Basilea 1950. <<
[13] Las dificultades terminológicas arrancan del hecho de utilizar corrientemente el vocablo «mérito» en un sentido objetivo, y así, nos referimos al «mérito» de una idea, de un libro, de un cuadro, sin que guarde relación con el del autor. En otras ocasiones utilizamos el vocablo para describir lo que consideramos «verdadero» valor de una realización, prescindiendo del valor que señale el mercado. Sin embargo, ni siquiera aquella realización que haya obtenido, en tal sentido, el valor más alto constituye prueba inconcusa de mérito moral por parte del autor. Nos parece que nuestra acepción se halla respaldada por la tradición filosófica. Cfr. D. HUME, Treatise, 11, p. 252: «La actuación externa no tiene mérito; debemos mirar a lo interno para encontrar la cualidad moral… El último objeto de nuestra alabanza y aprobación es el motivo que las produce». <<
[14] Cfr. el importante ensayo de A. A. ALCHIAN, «Uncertaimy, Evolution and Economic Theory», J. P. E., XLVIII, 1950, especialmente la sección n, pp. 213-14, bajo el renglón «Succss is Based on Results, Not Motivation». Probablemente, no sea accidental que el economista americano que más ha comribuido a la divulgación de la sociedad libre, F. H. Knight, haya comenzado su carrera profesional con un estudio titulado Risk, Uncerrtainty and Profit. Cfr. también B. DE JOUVENEL, Power, Londres 1948, p. 298. <<
[15] A menudo se afirma que en justicia la remuneración ha de ser proporcional a la molestia producida por el trabajo, y que, por esta razón, el barrendero o el pocero deberían percibir mejores remuneraciones que el médico o el burócrata. Ciertamente esta sería la consecuencia del principio de remuneración de acuerdo con el mérito (o «justicia distributiva»). En el mercado, la indicada fórmula solamente podría dar resultado si todos los individuos gozaran de idéntica habilidad para toda suerte de ocupaciones, de tal forma que quienes fueran capaces de ganar tamo como cualesquiera otros en las ocupaciones más agradables, percibieran mayor retribución por tomar a su cargo los empleos desagradables. En el mundo actual, esos empleos desagradables proporcionan a aquellos cuya utilidad en el desempeño de ocupaciones más atractivas es pequeña una oportunidad de ganar más de lo que ganarían en otros empleos. El que personas que pueden ofrecer pocos beneficios a sus semejames sean capaces de ganar una renta similar a la del resto, con un sacrificio mucho mayor, constituye una inevitable consecuencia del orden en cuya virtud al individuo se le permite escoger su propia esfera de utilidad. <<
[16] Cfr. CROSLAND, op. cit., p. 235: «La posibilidad de convencer a todos los fracasados de que disfrutan de iguales oportunidades, no solamente no mitigaría su descontento, sino que lo intensificaría. Cuando se conoce que las oportunidades son desiguales y la selección tiende claramente a favorecer la riqueza o el linaje, los humanos se conforman con el fracaso diciendo que nunca tuvieron una buena oportunidad, que el sistema es injusto y que la balanza está demasiado inclinada en su contra. Sin embargo, cuando la selección se realiza notoriamente según el mérito, la aludida fuente de alivio desaparece y el fracaso provoca un total sentimiento de inferioridad, sin posible disculpa o consuelo, lo que, por natural reacción de la naturaleza humana, incrementa la envidia y el resentimiento que suscita el éxito de los otros». Cfr. también, más adelante, en el cap. XXIV, la nota 8. Al tiempo que escribo esto no conozco todavía la obra de Michael Young, The Rise of Meritocracy, Londres 1958, que, a juzgar por las críticas, parece destacar estos problemas muy claramente. <<
[17] Véase la interesante discusión en R. G. COLLINGWOOD, «Economics as a Philosophical Science», Ethics, XXXVII, 1926, quien concluye (p. 174): «Un precio justo, un salario justo, un tipo de interés justo es una contradictio in terminis. La cuestión referente a lo que las gentes deberían obtener a cambio de sus bienes y trabajo es un problema carente de significado. La única cuestión válida es lo que una persona puede obtener a cambio de sus bienes y trabajo y si le convendrá venderlos o no». <<
[18] Desde luego, es posible establecer una distinción legal bastante precisa entre ingresos, plusvalías o incrementos «ganados» y «no ganados», pero su significado, en tal supuesto, rápidamente deja de corresponderse con la diferenciación moral que le proporciona justificación. Toda tentativa seria de aplicar distinciones morales, en la práctica, encuentra pronto las mismas e insuperables dificultades que cualquier intento de valorar el mérito subjetivo. Lo poco que, en general, entienden estas dificultades los filósofos (excepto en casos raros, como el citado en la notra precedente) queda bien ilustrado por la discusión de L. S. STERRING, Thinking to Some Purpose, Pelikan Books, Londres 1939, p. 184, donde, como ejemplo de distinción cierta, pero no patente, recoge la existente entre beneficios «legítimos» y «excesivos» y afirma: «Existe indudable distinción entre “beneficios excesivos” (o “beneficios usurarios”) y “beneficios legítimos”, aunque no se trate de una distinción muy nítida». <<