[1] The Economic Consequences of the Peace, Londres 1919, p. 220. La observación de Keynes se inspiró en otra similar atribuida a Lenin: «La mejor manera de destruir el sistema capitalista consiste en envilecer la moneda». Cfr. asimismo la posterior declaración de KEYNES en A Tract on Monetary Reform, Londres 1923, p. 45: «El capitalismo individualista de hoy, precisamente porque confía sus ahorros a inversores individuales y la producción a asalariados individuales, implica disponer de una moneda estable y carece de eficiencia —y quizá ni siquiera pueda sobrevivir— si tal circunstancia no concurre». <<
[2] Cfr. L. VON MISES, Human Action, Yale University Press, 1949, pp. 429-445. <<
[3] Aun cuando estoy convencido de que el moderno sistema de crédito bancario, en la forma como se ha desarrollado, requiere instituciones públicas tales como los bancos centrales, es discutible la necesidad o conveniencia de si dichas entidades (o los propios gobiernos) deben disfrutar del monopolio de emitir moneda. El Estado, desde luego, tiene el derecho de proteger la valuta que él emite (o cualquier otra autorizada al efecto), y si emite «dólares» se halla facultado para adoptar las medidas oportunas para que nadie le suplante en dicha función. Como es su misión velar por el cumplimiento de los contratos, ha de declarar el medio de pago de «curso legal» con poder liberatorio de cualquier obligación contraída. Ahora bien, no veo que exista razón alguna para que el Estado prohíba en todos los casos el uso de otras clases de medios de cambio, ya sea alguna mercancía o los signos monetarios que emitan organismos nacionales o extranjeros. No cabe duda que una de las medidas más eficaces para proteger la libertad sería que las constituciones prohibieran en tiempos de paz la adopción de medidas restrictivas sobre la disposición y uso de cualquier clase de moneda o metales preciosos. <<
[4] De estas mutaciones temporales y reversibles de la demanda, que se producen como consecuencia previsible de las alteraciones monetarias, las más importantes son aquellas que tienen lugar en la demanda relativa de bienes de consumo y bienes de inversión. El problema no puede ser examinado aquí sin entrar de lleno en la discutida temática de la teoría del ciclo económico. <<
[5] Véase un análisis detallado de este problema en mi Monetary Nationalism and International Stability, Londres 1937. <<
[6] Véase R. S. SAYERS, Central Banking. After Bagehot, Londres 1956, pp. 92-107. <<
[7] Véase COLIN CLARK, «Public Finance and Changes in the Value of Money», E. J., LV, 1945, y compárese con el examen que de esta misma tesis hacen J. A. PECHMAN, T. MAYER y D. T. SMITH en R. E. & S., XXXIV, 1952. <<
[8] Las cifras citadas en el texto son el resultado de cálculos que a requerimiento mío ha establecido Salvador V. Ferrera, cuya colaboración agradezco. Necesariamente se limitan a aquellos países cuyo índice del coste de la vida, en el período total de cuarenta años, pudo obtenerse. A propio intento, en el texto doy sólo cifras redondas, pues creo que los resultados de esta clase de cálculos únicamente proporcionan una indicación elemental de los órdenes de magnitud que entrañan.
Para los que desean cifras exactas incluyo a continuación los resultados de todos los países en cuestión, con un decimal.
País | % | País | % | País | % |
Suiza | 70,0 | Nueva Zelanda | 49,9 | Alemania | 37,1 |
Canadá | 59,7 | Noruega | 49,4 | Bélgica | 28,8 |
Estados Unidos | 58,3 | Egipto | 48,2 | Perú | 20,6 |
Sudáfrica | 52,3 | Dinamarca | 48,1 | Italia | 11,4 |
Reino Unido | 50,2 | Países Bajos | 44,0 | Francia | 11,4 |
Suecia | 50,1 | Irlanda | 42,1 | Grecia | 8,4 |
[9] En lo que respecta a Francia, no se tienen en cuenta los efectos de la considerable depreciación (y consiguiente devaluación) del franco francés en el curso de 1958. <<
[10] No hay ninguna serie de índices continuos disponible para la totalidad de este período de doscientos años, pero la tendencia aproximada de los precios puede deducirse extrapolando los datos facilitados por EUZABETH W. GILBOY, «The Cost of Living and Real Wages in Eighteenth Century England», R. E. & S., XVIII, 1936, y R. S. TUCKER, «Real Wages of Artisans in London, 1729-1935», Journal of the American Statistical Association, XXXI, 1936. <<
[11] Esta declaración se basa en los números índices de los precios al por mayor en los Estados Unidos; véase Bureau of Labor Statistics Chart Series, Washington, U. S. Government Printing Office, cuadro E-11. <<
[12] Cfr. W. RÖPKE, Welfare, Freedom and Inflation, Londres 1957. <<
[13] Cfr. mi ensayo «Full Employment, Planning and Inflation», Review of the Institute of Publce Affairs, Melbourne, Victoria, IV, 1950, y la versión alemana en Vollbeschäftigung, Inflation und Planwirtschaft, ed. A. Hunold, Zurich 1951, y F. A. LUTZ, «Inflationsgefahr und Konjunkturpolitik», Schweizrische Zeitschrift für Volkwitschaft und Statistik y «Cost and Demand Induced Inflation», Banea Nazionale del Lavoro Quarterly Review, XLIV, 1958. <<
[14] J. M. KEYNES, A Tract on Monetary Reform, Londres 1923, p. 80. <<
[15] Ensayo de HENRY C. SIMONS originariamente publicado en J P. E., XLIV, 1936, y reimpreso en sus Economic Policy for a Free Society, University of Chicago Press, 1948. <<
[16] Lo expuesto es aplicable, al menos, a los tradicionales instrumentos de la política monetaria, aunque no a disposiciones más recientes tales como las variaciones que se ordenan en las reservas obligatorias de los bancos. <<
[17] Los errores fatales comienzan tras la primera guerra mundial, con el intento inglés de restaurar la primitiva paridad oro de la libra esterlina, en vez de establecer una nueva paridad más en consonancia con el reducido valor de aquella. Tal intento no encajaba en los principios del patrón oro y se hallaba en pugna con las mejores enseñanzas clásicas. D. Ricardo había afirmado explícitamente, frente a una situación similar, cien años antes, que «nunca aconsejaría al gobierno que restaurase plenamente una moneda depreciada en un 30 por 100 con respecto a su primitiva paridad. Yo recomendaría lo que usted propone, aunque no en la misma forma: que disminuyese la paridad de la moneda de acuerdo con el valor depreciado y que no tuviesen lugar posteriores depreciaciones» (carta a John Wheatley, 18 de septiembre de 1821, en The Works and Correspondence of David Ricardo, ed. P. Sraffa, Cambridge University Press, 1952, p. 73). <<
[18] Desde luego, existen argumentos de peso en favor de la completa liberalización del comercio del oro y parece deseable avanzar resueltamente en tal sentido. Es probable que nada contribuyese tanto a la estabilidad monetaria internacional como la firma de tratados entre los distintos países comprometiéndose a no poner obstáculos, de la clase que fueran, a la libre contratación de sus respectivas valutas. (Es posible que incluso existan razones poderosas para ir más lejos por este camino y permitir que los respectivos bancos operen libremente en sus territorios). Ahora bien, aunque la adopción de tal política supondría un avance real en la restauración de un patrón monetario estable, a escala internacional el control del valor de dicho patrón continuaría en manos de las autoridades de los más poderosos países participantes. <<
[19] Cfr. mi ensayo «A Commodity Reserve Currency», E. J., LXXX, 1943, reimpreso en Individualism and Economic Order, Londres y Chicago 1948. <<
[20] Véase mi ensayo citado en la nota 4 anterior. <<