CAPÍTULO 37

24 de abril de 510 a. C.

La vegetación estaba cubierta por un fino manto de rocío. Los colores grisáceos del amanecer pintaban el paisaje con un matiz acuoso. En medio de la quietud, un arbusto se agitó provocando una lluvia de pequeñas gotas. El rostro de Atma asomó entre las ramas y escudriñó el entorno. Cuando decidió que no había nadie cerca abandonó su refugio.

—Por fin —dibujaron sus labios sin que llegara a emitir ningún sonido.

La noche anterior le había resultado sencillo escabullirse de Akenón y Ariadna. Tras colocar la pira funeraria en medio de la corriente, regresó a la orilla y se alejó en la noche negra manteniendo los pies en el agua para no dejar rastro. Sus visitantes estuvieron un rato con la atención centrada en la pira antes de comenzar a buscarlo. Para entonces Atma ya estaba fuera del alcance de sus sentidos. Remontó la corriente varios cientos de metros, se internó en el bosque y se ocultó dentro de un tupido grupo de arbustos. Allí estuvo pendiente de cada sonido durante una hora, pero la falta de sueño, el trabajo duro y las intensas emociones hicieron que cayera profundamente dormido.

Se estiró para desentumecer el cuerpo sin poder dejar de temblar. Estaba helado, pero había merecido la pena. Si hubiese regresado a la comunidad, tal vez esa mañana no podría moverse a sus anchas, y había llegado el momento de pasar a la siguiente fase de su plan. Metió la mano por debajo de la túnica y extrajo el segundo de los documentos.

«Esto es todo lo que necesito».

Volvió a guardarlo pegado al pecho. El día anterior lo había enterrado orilla arriba para protegerlo de un eventual registro y del agua del río. Gracias a eso, además de servir para su plan de futuro ahora estaba seco y le ayudaba a conservar el calor del cuerpo.

Repasó los acontecimientos de las últimas horas mientras daba saltos de una pierna a otra y se frotaba los brazos. Se estremeció al recordar la imagen de Daaruk tirado en el suelo como un muñeco roto, con la cara empapada de sangre y aquella espuma amarilla provocada por el veneno. Ése había sido el peor momento.

«Y también cuando prendí fuego a la pira».

Las emociones volvieron a acumularse y la garganta se le agarrotó, pero algo había cambiado. Comenzaba a sentir que aquello pertenecía al pasado, que debía concentrarse en el futuro que se abría ante él.

Estaba en el momento de transición entre dos vidas muy distintas.

El sol saldría dentro de poco. Lo mejor sería acercarse al río a beber y luego ir a Crotona para confundirse entre los trabajadores del puerto. Tenía que pasar desapercibido durante unas pocas horas.

«Después podré utilizar el documento y desapareceré de Crotona para siempre».

Palpó su pecho y sintió el abultamiento del sello de cera con el símbolo del pentáculo. Lo acarició por encima de la túnica y sus labios comenzaron a curvarse, primero poco a poco y después abiertamente en una sonrisa eufórica.

Estaba tan cerca de conseguirlo que le daban ganas de reír a carcajadas.