18 de abril de 510 a. C.
Si Akenón hubiese vislumbrado a lo que iba a enfrentarse, habría subido inmediatamente en el primer barco hacia Cartago. Sin embargo, tras despertarse se limitó a permanecer sentado en la cama, disfrutando de una agradable sensación de calma. Sus planes más inmediatos se limitaban al paseo que iba a dar con Pitágoras. Tenía intención de esquivar el tema de su participación en la investigación del asesinato… o rechazarlo de pleno, si era necesario.
Se levantó y comprobó de nuevo la cerradura del arcón. Quedó satisfecho, parecía muy sólida. Salió de su cuarto y atravesó un amplio patio interior rodeado de habitaciones similares a la suya. En la comunidad había cuatro edificios destinados a vivienda, todos de una sola planta y con las habitaciones dispuestas alrededor de un gran patio.
Llegó al exterior y encontró a Pitágoras aguardándolo. Tras saludarse, caminaron juntos hacia el pórtico de la comunidad iniciando una charla despreocupada. Cruzaron el pórtico y giraron a la derecha en dirección a un bosque cercano.
Akenón preguntó a Pitágoras por su familia. Esperaba que así el maestro le hablara de Ariadna.
—Tengo tres hijos, y Ariadna es la mayor —respondió Pitágoras sin poder contener un matiz de orgullo—. Es la más dotada de los tres para las matemáticas, pero también es la menos interesada en el resto de la doctrina. Quizás sea debido a su carácter independiente. Supongo que, igual que no es fácil ser a la vez padre y maestro, tampoco lo es ser hija y discípula.
Pitágoras calló y se acarició la barba distraídamente. Akenón sintió que por la mente del maestro pasaba algo triste relacionado con Ariadna. Reprimió el impulso de seguir indagando sobre ella y Pitágoras continuó hablando.
—Damo es dos años menor que Ariadna. Siempre ha sido extremadamente obediente y disciplinada, además de brillante. Se podría decir que dirige junto con su madre, Téano, la parte femenina de la comunidad. Mi esposa Téano es una excelente matemática y tiene grandes dotes curativas, y Damo progresa velozmente junto a ella en ambos campos. Yo diría que puede acabar superando a su madre. Ya ha obtenido logros muy notables para su juventud.
»Telauges es mi único hijo varón. Tiene sólo veintisiete años, pero desde hace unos meses dirige la pequeña comunidad de Catania. Deposité grandes esperanzas en él cuando lo envié a Catania y en ningún momento las ha defraudado. No obstante, a pesar de sus innegables progresos, es demasiado inexperto para poder considerarlo candidato a mi sucesión.
Akenón levantó una ceja en actitud interrogativa. Era la primera referencia que hacía Pitágoras a su sucesión.
El maestro no aclaró ese punto. Tenía pensado hablar de ello más adelante.
—Doy por hecho —continuó con repentino buen ánimo— que habrás oído hablar de mi legendario yerno Milón.
Akenón frunció el ceño al oír que Pitágoras tenía un yerno.
«¿Quién está casada con Milón: Damo o Ariadna?