CAPÍTULO 115

26 de julio de 510 a. C.

En ese momento, en la comunidad pitagórica, el último mensaje del general Milón estaba a punto de sobrecogerlos.

Pitágoras lo estaba abriendo esperanzado. Se encontraban en su casa, en la habitación donde solían reunirse. El filósofo tenía frente a él a la mayor parte de su comité de sucesión: Téano, Evandro, Hipocreonte y también Ariadna. Faltaba Milón, y en esa reunión también tendría que estar Akenón, pero no habían conseguido localizarlo.

Ariadna vio que su padre se permitía una sonrisa al leer las primeras líneas.

—Milón nos dice que ha conseguido que el ejército abandone Síbaris, por lo que el saqueo ha concluido. Ya sólo permanecen dentro unas tropas de confianza para mantener el orden. —Continuó leyendo en silencio y su expresión se oscureció—. Para detener el saqueo ha tenido que ejecutar a cientos de soldados y oficiales… y a muchos los ha ajusticiado él mismo. —Detuvo la lectura y se masajeó las sienes con los ojos cerrados. Téano se inclinó sobre él y le puso una mano en el hombro. Al cabo de un rato, Pitágoras continuó con la voz teñida de infinita tristeza—. Milón cuenta que ha hecho torturar a varios oficiales para que confesaran por qué habían desobedecido sus órdenes de no atacar. Nos confirma que Cilón y el enmascarado están detrás de todo.

Evandro intervino casi gritando:

—¡¿Eso no es suficiente para detener a Cilón?!

—Este crimen sería razón más que suficiente, por supuesto —respondió Pitágoras—. Y quizás a través de Cilón podríamos apresar al enmascarado. El problema es que ahora mismo tienen el apoyo de la mayoría del Consejo, y por lo visto también de una buena parte del ejército. —Concluyó dirigiéndose a Evandro con un tono más profundo y pausado—: Tenemos que actuar con mucho tiento o corremos el riesgo de desencadenar una guerra civil.

Ariadna se apoyó bruscamente en el respaldo de su silla. Se sentía frustrada e irritada. Hasta ese momento habían descubierto coincidencias en venenos, monedas y elementos matemáticos; habían destapado la actuación de Atma, Crisipo y otros implicados; habían viajado, interrogado, vigilado… Gracias a toda esa labor investigadora sabían que el enmascarado estaba detrás de los asesinatos de Cleoménides, Daaruk, Orestes y Aristómaco, así como de la orden de exilio de Akenón, la revuelta contra los aristócratas sibaritas y el saqueo de Síbaris.

«No nos sirve de nada saber todo eso. No hemos sido capaces de atraparlo y ni siquiera conocemos su identidad». Y lo peor era que, ahora que podían intentar apresarlo a través de Cilón, tenían las manos atadas porque sus enemigos dominaban la mitad de las fuerzas de la ciudad.

Asintió para sí misma. «Estoy segura de que no es una casualidad que el rastro del enmascarado se haga más visible precisamente cuando perdemos el control del Consejo». Aquello era otra muestra del estremecedor dominio de la situación que el enmascarado había exhibido siempre.

Las palabras de su padre la sacaron de su ensimismamiento.

—Milón también nos informa de que llegará mañana por la tarde. Tendremos que dedicar mucho tiempo a controlar la situación en el Consejo, pero además debemos centrarnos en preparar nuestro concilio.

«Sólo quedan tres días», recordó Ariadna sorprendiéndose. Era una lástima que aquella reunión se celebrara en medio de un ambiente tan revuelto. Se trataba de un acontecimiento único para la orden pitagórica: acudirían decenas de grandes maestros y los dirigentes de todas las comunidades; se designarían órganos de gobierno, se planificaría el futuro de la hermandad…

Ariadna se removió inquieta en el asiento. La perspectiva del concilio resultaba emocionante, pero su mente volvía una y otra vez a Akenón.