CAPÍTULO 106

22 de julio de 510 a. C.

Milón ordenó que todo el ejército de Crotona avanzara a marchas forzadas hacia el campamento militar de los sibaritas. No quería que Telis y sus hombres tuvieran tiempo para reaccionar a la noticia de que las tropas de Crotona se abalanzaban sobre ellos.

Tras la declaración de guerra por parte de la embajada sibarita, Milón había asumido el mando con firmeza. Las leyes crotoniatas y su prestigio determinaban que podía tomar las decisiones que creyera oportunas sin tener que consultar al Consejo.

—Retened a los embajadores sibaritas —fue su primera orden—. Cuando yo haya partido con el ejército, los dejaréis libres.

—¡Esto es una ignominia! —protestó Isandro, el lugarteniente de Telis que encabezaba la embajada—. ¡Un deshonor para toda Crotona!

—Tranquilo, ilustre embajador —ironizó Milón—. Dentro de unas horas podréis correr junto a Telis. Para entonces ya le habrán informado sus vigías de que nuestro ejército arremete contra él. Pero ahora entenderéis que no queramos regalaros una ventaja adicional.

El impulsivo Isandro intentó escapar y tuvo que ser reducido. Afortunadamente les habían quitado las armas antes de que entraran en el Consejo. Mientras ataban a Isandro, Milón se acercó a él para dirigirle unas últimas palabras. Era el momento de iniciar el plan que habían preparado por si estallaba la guerra, y que sólo conocían sus generales de confianza y Pitágoras.

—Esta noche lamentaréis habernos declarado la guerra —dijo Milón—. Despediros del sol cuando se oculte, porque no veréis un nuevo amanecer.

Retener a la embajada y decirles que iban a atacarlos esa noche era el primer punto de su estrategia. Por supuesto, si realmente pensaran atacar esa noche no se lo habría dicho.

Milón salió del Consejo y abandonó la ciudad por la puerta norte para ponerse al mando del ejército. Dio inmediatamente la orden de avanzar. Cuando la vanguardia del ejército de Crotona había avanzado varios kilómetros, Isandro y el resto de la embajada los adelantaron al galope. A través de la cadena jerárquica de mando se había transmitido la orden de no atacarlos, pero eso no evitó que les llovieran insultos y alguna pedrada durante los diez largos minutos que tardaron en bordear las tropas crotoniatas.

Quince mil hombres, quinientos caballos y cientos de animales de carga no podían desplazarse por un camino angosto, por lo que la mayoría del ejército avanzaba campo a través. Al llegar a una zona abrupta se vieron obligados a estrechar el frente y estirar la columna de tropas. La vanguardia quedó distanciada en más de una hora de marcha de los últimos hombres.

Había varias razones por las que Milón había decidido alejarse de Crotona para combatir. La primera, evitar que algunas tropas enemigas decidieran saquear la ciudad durante la batalla, lo cual no era descartable debido a la superioridad numérica y la falta de disciplina de las tropas sibaritas. Además, en caso de derrota los mensajeros transmitirían la noticia a la ciudad dos o tres horas antes de que llegara el enemigo, mientras que combatiendo a las puertas el saqueo sería inmediato a la derrota. Por otra parte, Milón necesitaba un terreno adecuado para maniobrar con los diferentes cuerpos de su ejército. La disposición y el movimiento de las tropas eran claves en una batalla, debían hacer valer su mayor experiencia y disciplina. Justo al sur del campamento sibarita había una explanada perfecta para el combate.

Milón echó un vistazo a derecha e izquierda. Sus mejores generales cabalgaban a su lado. En sus semblantes se mezclaba la preocupación con la determinación de enfrentarse a su destino. Milón pensó que él debía de tener una expresión similar. Él también estaba tan decidido como preocupado.

«¡Maldita caballería!».

Ese pensamiento era el más repetido en su cabeza desde hacía dos días, cuando supo que Telis contaba con cuatro veces más efectivos de caballería que él. Los jinetes de Crotona eran mejores soldados, pero los caballos de Síbaris eran más grandes y fuertes. Aunque consiguieran anularlos uno a uno con su propia caballería, quedarían mil quinientas bestias que aplastarían a su infantería como si pisotearan hierba.

Se mordió el labio inferior sin darse cuenta, pensando en las distintas tácticas que había desarrollado con sus generales para los posibles desarrollos de la batalla. Tenía que reconocer que la mayoría eran planes desesperados. Determinaban lo mejor que podía hacerse en cada caso, pero ni él ni sus generales creían que la victoria fuese posible enfrentándose a una carga de dos mil caballos.

Una pequeña nube de polvo se aproximó desde el norte. El sol acababa de ponerse, aunque todavía había bastante claridad. Quien se acercaba no había sido interceptado por las tropas avanzadas, por lo que debía de tratarse de alguien de su ejército. Poco después, Milón pudo ver que era uno de sus exploradores. Desde hacía días los enviaba en un flujo constante, gracias a lo cual cada media hora recibía información actualizada del campamento enemigo.

—No hay movimiento, señor. —El recién llegado hizo que su caballo avanzara junto al de Milón—. Media hora antes de que yo me marchara, llegó al campamento la embajada sibarita. No parece que eso les haya decidido a mover las tropas, al menos hasta hace casi una hora, que es cuando yo partí.

—¿La estructura del campamento sigue siendo defensiva?

—Sí, señor.

Milón reflexionó unos instantes.

—Bien. Buen trabajo, soldado. Ve a retaguardia y descansa.

Dos horas más tarde, con el cielo negro como un mal presagio, Milón ordenó que comenzaran las maniobras de confusión. Apenas habían empezado a establecer el campamento y sólo había llegado un tercio de su ejército, pero era preferible iniciarlas cuanto antes.

Los sibaritas preferían un combate a la luz del día, sencillo y directo para aprovechar su mayor fuerza bruta. Pensaban que el ejército de Crotona querría combatir por la noche para compensar con su mayor experiencia militar la diferencia de fuerzas.

«No dudaría en atacar de noche si pudiera pillarlos por sorpresa», pensó Milón mientras supervisaba el despliegue de sus tropas.

Un ataque nocturno inesperado y contundente podía acabar con fuerzas diez veces superiores, pero los sibaritas estaban muy alertas. Demasiado alertas, de hecho. Milón iba a tratar de aprovechar aquello con las maniobras que estaba poniendo en marcha en estos momentos.

Durante toda la noche, en turnos de dos horas para que no perdieran mucho sueño, quinientos soldados simularían que todo el ejército de Crotona iniciaba un sigiloso ataque sorpresa. Era relativamente fácil producir esa impresión con unos cuantos hombres, algunos caballos y jugando al despiste con fogatas y antorchas. El objetivo de Milón era que el grueso de sus fuerzas descansara toda la noche, mientras que los sibaritas se mantendrían despiertos y en tensión en todo momento, especialmente el escuadrón de caballería.

Aquella táctica debilitaría al enemigo, aunque apenas compensaría mínimamente la enorme diferencia de fuerzas.

«Si sólo se enfrentaran nuestros cuerpos de infantería…».

Milón sentía que había caído sobre ellos la maldición de algún dios. Estaba muy orgulloso de sus soldados y le daba rabia la injusticia de poder perder un combate contra un ejército improvisado por unos aficionados exaltados. «Mis quince mil soldados podrían aplastar a los veinticinco o treinta mil de Síbaris sin sufrir más de mil bajas». En las batallas las masacres se producían casi siempre en el momento en que uno de los ejércitos rompía la formación e iniciaba la huída. Tenía la certeza de que la mayoría de sus soldados aguantaría hasta la muerte antes de retirarse. En cambio, muchos sibaritas entrarían en pánico y saldrían corriendo si se veían en dificultades. El problema era que la caballería sibarita impediría que eso ocurriera.

A veces dos ejércitos se pasaban varios días el uno frente al otro sin combatir. Podían caer en una rutina diaria de desplegar las fuerzas y replegarlas en espera de que algo cambiara, sin llegar a decidirse. En ocasiones eso terminaba con la retirada de uno de los ejércitos sin haber llegado a batallar. Sin embargo, Milón sabía que eso no iba a ocurrir entre ellos. Si uno no iniciaba el combate al día siguiente, lo haría el otro. Los de Síbaris eran demasiado impulsivos para contenerse teniendo enfrente al enemigo, y a ellos les interesaba aprovechar el cansancio que tendrían mañana los sibaritas tras la noche en vela.

«Además, cada hora que pasa los sibaritas se refuerzan con más hombres y armas».

Milón se volvió hacia el campamento enemigo situado a dos kilómetros. Las nubes tapaban la luna llena, pero eso no le impedía advertir la presencia de las tropas de Síbaris. Contempló pensativo el mar de hogueras desplegado al otro extremo de la llanura. Cerca de alguna de esas fogatas estaría el cabecilla sibarita.

Milón endureció la mirada.

«Telis, uno de los dos morirá al amanecer».