—El banco Restive se instaló hace 15 años, en esa casa —siguió Antonio—. Cuando se hizo el trabajo para empotrar la caja fuerte principal en la pared, los albañiles le llevaron el sable y la carta al señor Porta. El gerente sabía que se trataba de una reliquia y debía entregarla al gobierno. Sin embargo, se dijo que un hallazgo así, en la inauguración de un banco, era un talismán de buena fortuna, un símbolo auspicioso de éxito. Se justificó, también, pensando que la voluntad del general San Martín era dejar empotrado en aquella pared el sable. Decidió dejar el sable en su lugar, en la caja fuerte, hasta que el banco marchara viento en popa, y luego entregarlo a las autoridades. Agosto del próximo año era la fecha que se había fijado; ahora no sabemos si alguna vez va a poder entregarlo. Si la policía descubre el sable en manos de los ladrones y su procedencia, antes que nosotros, el señor Porta saldría terriblemente desprestigiado. Si no lo encontramos, el señor Porta se sentirá culpable el resto de su vida por haberle arrebatado al país la reliquia.

—¿Y por qué lo estás buscando vos? —interrumpí.

—Por muchos motivos. Creo que de esto depende el destino del banco, y mi trabajo. Hay una gran recompensa si lo encuentro. Y además, cuando después del robo el señor Porta me confió la historia y me mostró la carta de San Martín, (que afortunadamente no guardó en la caja fuerte, sino en un cristal para que no se ajara), bueno… me pidió ayuda y… ¿te acordás que te recomendé La Máquina del Tiempo?

—Entiendo —dije.

—¿Y en qué te podemos ayudar? —preguntó Aslamim, ya en confianza.

—Averigüen quién entró los billetes robados en la escuela. Es muy raro, si son ladrones comunes ¿cómo largaron así nomás billetes marcados?

—¿Los ladrones conocen el valor del sable? —pregunté.

—No lo sé. Quizás lo vendieron a una casa de antigüedades o lo tiraron por ahí. Estoy usando mi tiempo en registrar remates, magnates, coleccionistas. Es un problema con los objetos de valor simbólico: según quien los aprecie pueden ser de oro o de nada.

—¿Y el sable corvo que está en el Regimiento de Granaderos? —pregunté recordando una excursión en la escuela primaria.

—Es el que usó en reemplazo, después de empotrar en la pared éste que estamos buscando.