El Cuervo me esperaba junto a la fuente de los patos del Parque Centenario. Solo dos de la barra estaban con él, no todos los lugartenientes del Cuervo soportan la atmósfera exterior a FlashBack, sus bránqueas no se los permiten. Resultaba gracioso ver al Cuervo sin su campera de cuero, vestía un buzo negro y pantalones jogging, también negros. No tenía puesto un cigarrillo en la comisura del labio, el frío le hacía echar humo por la boca, salticaba en el lugar; aunque ridículo, tenía algo de imponente. Yo llegué al duelo con un buzo blanco y shorts azul marino, acompañado de Aslamim. Eran las tres de la tarde.
Cristina estaba en casa, sabía del desafío y de lo que se jugaba; sin embargo, no se dio por enterada ni me deseó suerte. Largamos de la esquina del Instituto Pasteur, era a tres vueltas.
En esquinas estratégicas, se ubicaban Aslamim y los lugartenientes del Cuervo para controlar que no cortáramos camino.
A diferencia de lo que yo pensaba, el Cuervo, en vez de comenzar a correr rápido y atolondrado como un animal, imitó mi trote parejo. De todos modos, en la primera vuelta ya le había sacado buena ventaja. Y fue ahí, estando a buena distancia e iniciada la segunda vuelta, cuando la extraña capacidad resolutiva que poseo al correr hizo que me surgiera una idea por completo ajena a mi normal comportamiento. Se me ocurrió que si el Cuervo había sido capaz de aceptar mi desafío, de entrenar y animarse a jugarme en un campo para él desconocido, tal vez no fuera la peor de las personas, tal vez hubiese una o dos personas antes en la escala mundial de malas personas. Y si mi hermana había aceptado sus fichas, ¿a qué estaba yo corriendo para que no la invitaran a bailar? Pues estaba claro que, pese a nuestra apuesta, lo del Cuervo sería finalmente una invitación, porque mi hermana no había dado su consentimiento. Pensé también que si había aceptado las fichas del Cuervo, el siguiente paso tendría que resolverlo sola (a no ser que peligrara su integridad física). Y por último y más importante, no podía imaginarme FlashBack sin el Cuervo.
Fue así que a la vuelta y media abandoné la carrera sin dar explicaciones a mi oponente. Pasé por la esquina de Aslamim, lo tomé por el hombro y lo invité a cruzar la calle. Ahora sí el Cuervo corrió como un desesperado, y me preguntó si me retiraba. De mala gana, le dije que sí.
Aslamim se metió las manos en el bolsillo, le saqué la mano del hombro y lo imité.
—Le ganabas fácil —dijo—, ¿qué te pasó?
—Es largo de explicar. Pero fundamentalmente, no sé.
—¿No te querés acostumbrar a ganar?
—Vos sabes que yo tengo teorías muy sólidas acerca de los que ganan y los que pierden, pero se me están resquebrajando. Creo que voy a ponerme a estudiar la teoría de la relatividad.
—¿Einstein? —preguntó Aslamim.
—Podría ser —dije—. Mañana tenemos física, voy a preguntarle al profesor.
—Física —resopló Aslamim—. ¡Qué plomo! ¿Qué podemos inventar con Física?