Si alguien les dijera que la recuperación de un millón de dólares no es considerada importante por cierta persona, pensarían que la tal persona es Onassis o alguien más rico. Pero cuando Aslamim y yo nos enteramos que el millón de dólares robado al banco Restive había sido encontrado, nos pareció una noticia intrascendente.
Luego de la charla con Antonio, habíamos pasado el resto de la madrugada en la confitería El Botánico, sobre Santa Fe, hasta que se hizo la hora de ir a la escuela (yo ni siquiera fui a correr); hablando del sable corvo de San Martín, por completo olvidados del dinero, excepto los dos billetes, como pista. En la estación de subte, camino a la escuela, leímos el titular del diario Mañana informando el hallazgo del botín del Restive. La aparición del dinero aumentaba las posibilidades de que el objeto del robo fuese el sable.
El titular y los hechos, fueron así:
Pues bien, sí. Nuestro querido profesor Rafaelli había encontrado la plata. ¿Dónde, cómo? Ya va. Según el diario, y los alborozados alumnos, la misma tarde en que nosotros habíamos hecho contacto con Ignacio y Antonio, el profesor de Matemáticas, señor Rafaelli, había encontrado el botín del Restive en un tacho de basura situado en la puerta de nuestra amada escuela. La noticia consignaba que faltaban solo dos billetes, uno que poseía con anterioridad la policía, y otro con paradero desconocido.
El hallazgo había sido completamente fortuito. Rafaelli se había quedado corrigiendo pruebas hasta después del horario escolar. Al salir, el sol ya no brillaba. Tiró su paquete de cigarrillos vacío al tacho de basura barrial (esos inmensos cilindros verdes) que está justo enfrente de la puerta de la escuela, en la misma vereda. Quiso encender un cigarrillo de su tercer atado y notó que había tirado el encendedor dentro del paquete vacío. Fue a buscarlo y encontró un millón de dólares en billetes de cincuenta pesos, menos cien pesos.
De inmediato se dirigió a la comisaría más cercana. El caso estaba resuelto. El gerente estaba contento e iba a recompensar a Rafaelli con una sustanciosa suma.
Elíseo Rafaelli, en el recuadro donde se transcribía un reportaje, decía al periodista que pediría licencia para disfrutar la recompensa en Mendoza.
Del billete que faltaba, de culpables o sospechosos, no había una sola hipótesis. La única interpretación estaba dedicada al abandono del botín: los ladrones consideraron que la plata estaba muy marcada, y el riesgo de llevarla encima no se compensaba con lo que pudieran darles los reducidores de dinero.
Cuando terminamos de leer la noticia, rumoreada por todo el patio en el primer recreo de la mañana, Aslamim hizo un comentario inadecuado que, como pasa siempre con las cosas realmente desubicadas, nos condujo a gran parte de la verdad.
—Esto va a parecer un partido de fútbol local de un equipo que está en la Copa Libertadores —dijo.
Lo miré un largo rato pensando que se había vuelto loco. En ese caso yo tendría que pagar el manicomio, pues en Venecia estaba bajo mi responsabilidad.
—No entiendo —le dije a Aslamim—. ¿Qué tiene que ver?
—Mira, Huracán hace mucho que no va a la copa. Pero River, por ejemplo, cuando se clasifica para la copa, juega dos campeonatos simultáneamente: el Internacional de la Libertadores y el Nacional. Entonces, como le dan más importancia a la copa, en los partidos locales ponen suplentes en los puestos de los mejores jugadores, para no cansarlos. Y puede llegar a haber toda una delantera o todo un equipo de suplentes. Tengo que darte este discurso porque no sabes nada de fútbol profesional, pero lo que digo es: nuestro plantel de profesores va a tener tres suplentes en la delantera, Matemática, Geografía e Historia.
—Sí —dije yo—. Tres suplentes. Historia, Matemática y Geografía. —Y me quedé pensando.