«Cassie, mírame».

Luché con él, sabiendo como sabía desde que era niña que mirar a un vampiro directamente a los ojos hacía que le resultara más fácil controlarte, pero todo el mundo nos ignoró, supongo que porque daban por supuesto que lo único que yo hacía era bailar horriblemente.

Al contrario de lo que dice la leyenda, su cuerpo se venció hacia el mío y lo sentí caliente y suave como raso firme, aunque bien pudiera ser que lo tuviera esculpido en acero por todas las ganas que tenía de acabar con su control. Mi pulso se aceleró y pensé que me iba a desmayar cuando inclinó la cabeza y sentí como sus labios planeaban sobre mi cuello. De hecho, creo que mi corazón llegó a pararse cuando besó delicadamente mi piel como queriendo adivinar el pulso que yacía bajo la superficie. Era como si mi sangre pudiera sentirle, como si se volviese más lenta y espesa en mis venas, esperando a que él la liberara. Empecé a sudar, y no porque hiciera calor o porque hubiera tantos cuerpos hacinados en tan poco espacio. ¿Me iba a matar allí mismo, delante de unos doscientos testigos?

Debería haber sabido que algo así iba a ocurrir. Cada vez que me fiaba de alguien, me traicionaba; cada vez que me enamoraba de alguien, moría. Dado que él ya estaba muerto, supongo que la regla seguía cumpliéndose.