Estaba tendida en el suelo. Tardé un segundo en darme cuenta de que había regresado a mi época y a mi cuerpo. Habría pegado un grito de alivio si hubiera tenido fuerzas.
Billy Joe apareció sobre mí y parecía enfadado.
—¿Por qué no me dijiste que podías hacer eso? ¡Me quedé atrapado ahí dentro! ¡Podría haber muerto!
No intenté sentarme, porque el asfalto parecía estar ejerciendo alguna suerte de atracción magnética hacia mi cuerpo.
—No me seas dramático. Tú ya estás muerto —refunfuñé.
—Eso no ha venido a cuento para nada —protestó él.
—Lloriquea todo lo que quieras —sentencié.
Billy Joe estaba a punto de continuar el rifirrafe, pero tuvo que apartarse porque Louis-César se acercó hacia mí y a Billy no le quedaban ganas de andar metiéndose en más cuerpos por el momento.
—Mademoiselle Palmer, ¿se encuentra bien? ¿Puede oírme? —musitó.
—No me toques —le ordene.
Decidí que al final sí que quería sentarme, sobre todo porque la falda se me había subido tanto que se me veía mi ropa interior de encaje rosa, pero también porque no quería tenerle tan cerca. Cada vez que nos tocábamos, acababa dándome un paseo por el tiempo. Mis sentidos habían intentado avisarme antes, pero me había resultado imposible diferenciar las alertas del miedo que me producía tenerle cerca y el pavor que me provocaba en general el hecho de haber sido capturada por el Senado. En cualquier caso, el cupo de excursiones fuera de mi cuerpo ya estaba lleno para mucho tiempo.
—¿Dónde está Tomas? —murmuré.
Todavía estaba enfadada con él, pero tampoco me agradaba pensar que podía haberle matado accidentalmente.
—Aquí —respondió Louis-César apartándose unos centímetros para que pudiera ver a Tomas detrás de él.
Tomas miraba al francés con una expresión rara, como si estuviera aturdido, casi como si no fuera capaz de reconocer a Louis-César.
—¿Estás bien? —le pregunté preocupada.
Esperaba que hubiera alguien en casa, porque no tenía ni idea de cómo ir a buscar espíritus vagabundos. Tomas asintió con la cabeza después de un gran rato, pero de sus labios no salió ni una palabra. Aquello no era una buena señal.
—¿Cuántos dedos tengo aquí? —insistí.
—¡Vamos, por amor de Dios! —Billy Joe se interpuso entre nosotros, con cuidado de no tocar a nadie, y me miró—. Está bien. Volvió hace unos minutos, cuando tú decidiste regresar aquí —continuó, frunciendo el ceño—. Y dime, ¿qué sentido tiene irse de vacaciones cuando aquí estamos en crisis?
Pasé de él directamente.
—Ayúdame a incorporarme.
Tomas creyó que le hablaba a él y se acercó hacia mí, así que Billy salió escopetado para evitar más problemas. Me senté y miré alrededor. Había unos once hombres rata muertos, incluido Jimmy. Sus ojos vidriosos de rata me miraban acusadoramente a través del humo que se iba disipando y yo empecé a blasfemar.
—¡Mierda! ¡Yo quería hablar con él! —bramé.
Mis ojos se dirigieron a Pritkin, que elevaba sus brazos teatralmente, como si estuviera empujando algo, solo que allí no había más que aire.
—¡Tú le mataste antes de que pudiera preguntarle nada sobre mi padre! —le reproché.
Pritkin no me estaba prestando ninguna atención. Sus ojos estaban clavados en algún sitio fuera de nuestro círculo y no tenía buen aspecto. Tenía la cara roja, los ojos vidriosos y el cuello tenso y palpitante a ambos lados.
—No podré resistir mucho más —musitó.
Aquello no tenía mucho sentido hasta que me di cuenta que había una ligera capa azul en el aire que nos envolvía y caí en que estábamos debajo de un escudo mágico de Pritkin. Había creado una burbuja defensiva a nuestro alrededor expandiendo su propia protección; con la diferencia de que esta era más fina y débil, no como sus escudos de toda la vida. Quizá la había estirado demasiado, a fin de cuentas los escudos personales estaban diseñados para una única persona. Tenía razón, no iba a durar mucho así.
—Tenemos que sacar a Cassie de aquí —dijo Tomas, y me di cuenta de que su cara también estaba tensa. No tanto de estar sujetando unos cientos de kilos como Pritkin, sino más bien de miedo. Con todo, Tomas no miraba al mago, ni a nada que estuviese más allá de él. Solo me miraba a mí.
Louis-César era el único que parecía estar normal, sin que se pudieran apreciar signos de cansancio en su hermosa cara.
—Mademoiselle, si ya se ha recuperado lo suficiente, ¿podría sugerirle que regresara a MAGIA? Tomas la llevará —apuntó el francés.
Pritkin farfulló algo y en el aire se dibujó por un instante un símbolo brillante, tan cerca de nosotros que podría haberlo tocado con los dedos, antes de que se disolviera en los escudos. Sabía lo que estaba haciendo porque había visto a uno de los magos que trabajaba en casa de Tony instalar una protección perimetral en su cripta empleando palabras de poder. Me intrigaba el hecho de que hubiera podido lanzar un hechizo protector sobre algo tan intangible como una palabra hablada, pero más tarde me explicó que la estaba usando como una manera de focalizar su propia energía.
La magia procede de múltiples fuentes. Se dice que los duendes y, en mucha menor medida, los licántropos la obtenían directamente de la naturaleza, a partir de la energía masiva que desprende el planeta al moverse a una velocidad de vértigo por el espacio. La gravedad, la luz solar, el influjo de la luna, todo puede convertirse en energía si sabes cómo. Incluso he oído a gente especular con el hecho de que la Tierra genera un campo mágico del mismo modo que se sabe que genera un campo gravitatorio; y que, algún día, alguien sabrá cómo explotarlo. Aun así, esto pasa por ser el Santo Grial de las teorías modernas de la magia y de momento, nadie ha conseguido demostrarlo, aunque se han gastado horas y horas en el intento. Hasta que se resuelva el misterio, los humanos usuarios de magia pueden obtener sólo una pequeña cantidad de la naturaleza: la mayor parte de sus poderes tiene que proceder de ellos mismos. La regla no sirve para los usuarios de magia oscura, que pueden obtener una cantidad enorme de magia robándosela a otros o cogiéndola del inframundo, pero lo cierto es que pagan un alto peaje por ello.
Algunos magos son de forma inherente más fuertes que otros, pero la mayoría usa alguna treta que otra para potenciar sus destrezas. Muchos tienen talismanes para reunir energía natural como si fueran pilas durante largos periodos para después soltarla cuando el mago lo desea. Es algo parecido a lo que ocurre con el collar de Billy. Otros establecen vínculos con otros usuarios de magia que les permiten obtener fuerza en tiempos de necesidad, como ocurre con el Círculo Plateado. Otros se alían con criaturas mágicas que pueden absorber la energía natural mejor que ellos. Yo no sabía qué estaría utilizando Pritkin al margen de su propia fuerza, pero no parecía que estuviera funcionando muy bien. Sus escudos brillaron un poco más al tocarles el símbolo, pero volvieron a debilitarse casi de inmediato. Algo estaba minando su resistencia y a un ritmo muy alto, además.
Miré a mi alrededor, pero no encontré la fuente de la amenaza. El aparcamiento parecía tranquilo, casi hasta un remanso de paz de no ser por el espeso rastro de fuego que salía de dos coches cercanos, cada vez más visibles entre el humo azul que se dispersaba. Centré mi mirada en Louis-César, pero tenía mis dudas de que pudiera decirme gran cosa. Por fortuna, no me hacía falta.
—Billy, ¿qué está pasando?
—¿Con quién hablas? —saltó Louis-César con un aire que parecía menos tranquilo que la primera vez.
—Tal vez esté conmocionada —repuso Tomas—. Ten cuidado con ella.
Yo ignoré las palabras de Louis-César porque Billy estaba flotando cerca de Pritkin y empezó a hacerle gestos a él, luego a todos los demás y finalmente, a todos lados.
—¡Billy! ¿Qué demonios estás haciendo? Vamos, no te puede oír todo el mundo, ¡escúpelo!
—Tu amigo no puede ayudarte, sibila —murmuró una voz procedente de la oscuridad.
Enseguida me di cuenta de que a los cinco vampiros que se amontonaban en los bordes del aparcamiento se les había unido un amigo. Resultaba difícil de ver con aquella luz previa al amanecer, pero las sensaciones que emitía no eran precisamente buenas. Me alegraba no poder ver su cara.
—He lanzado una protección contra él. Nadie puede ayudarte, pero tampoco te va a hacer falta. No estás en peligro, sibila. Ven conmigo y te garantizo que nadie te hará daño. Nosotros apreciamos tus dones y queremos ayudarte a que los desarrolles, no obligarte a que te escondas y a que temas por tu vida. Ven a mí y dejaré que tus amigos, si es que son tus amigos, se marchen en paz.
—Me llamo Cassie. Te has equivocado de chica —solté sin más.
No me interesaba conversar en ese momento, pero Billy Joe intentaba decirme algo y yo tenía que darle tiempo a que acabase de jugar a las películas.
—Solía emplear el tratamiento adecuado, señorita Palmer, aunque tu nombre también resulta interesante. ¿Alguna vez alguien te ha contado cuál es su significado? —se rió—. No me digas que te han permitido crecer en la más absoluta ignorancia. Qué falta de previsión. Nosotros no cometeremos el mismo error.
—Cassandra era una vidente en la mitología griega. Amante de Apolo —repliqué yo.
Eugenie se había asegurado de que diésemos los mitos de griegos y romanos como parte de mi educación escolar. Por lo que se ve, era una parte importante de la educación de una señorita allá en sus tiempos y yo no me había quejado mucho porque, en cierto modo, me resultaban divertidos. Me había olvidado ya de casi todo, pero recordaba de dónde procedía mi nombre. Siempre había creído que Cassandra era un buen nombre para una clarividente, hasta ahora.
—No exactamente, querida —me corrigió.
La voz era firme y sonora, y hubiera resultado atractiva si no hubiese estado acompañada por ese ligero matiz que me recordaba a la fruta podrida: rasgada y terrosa.
—Apolo, el dios de todos los videntes, amaba a la hermosa humana Cassandra, pero ella no le correspondía. Ella fingió que le amaba hasta que obtuvo de él el don de la presciencia. Entonces, se escapó. Al final, Apolo la encontró, por supuesto. Como ocurre contigo, no puedes esconderte eternamente. Su venganza fue dejar que Cassandra mantuviese su don, pero a partir de ese momento sólo podría ver hechos trágicos y nadie creería sus profecías hasta que fuese demasiado tarde.
Un escalofrío me recorrió de arriba abajo, no pude evitarlo. Sus palabras calaron hasta mis huesos. De algún modo, se dio cuenta de que había conseguido lo que pretendía y se rió de nuevo.
—No te preocupes, adorable Cassandra. Te enseñaré que también puede haber belleza en las tinieblas.
—¿Qué está pasando? —siseé en dirección a Billy, más por evadirme de aquella voz horrible y seductora que porque esperase una respuesta.
El mago oscuro respondió, aunque no debería haber sido capaz de escuchar un susurro desde tan lejos.
—Las protecciones del caballero están empezando a fallar, sibila. Pronto hablaremos cara a cara.
Llegué a la conclusión de que no era una charla que fuera a disfrutar precisamente. Volví a mirar a Billy Joe.
—¿Recuerdas los tres días que pasaron después de que me fuera de Filadelfia la última vez? —le pregunté.
Me miró con la expresión en blanco durante un momento y después sacudió violentamente la cabeza y empezó a hacer muchos gestos con la cabeza. Vale, se acordaba.
Sólo me sabía una palabra de poder. No era un arma, más bien estaba pensada para obtener energía en casos de emergencia a partir de las reservas del cuerpo. Y con reservas me refiero a todas las reservas. Era peligroso utilizarla, porque si la fuerza que proporcionaba se agotaba antes de que se marchase la amenaza, uno se quedaba tan indefenso como un gatito delante de los malos. Aun así, mientras duraba, daba un subidón de energía. Ya la había usado para permanecer despierta durante más de tres días después de escaparme de casa de Tony por segunda vez. Primero la busqué y luego la ejercité con uno de los magos de la corte, porque sabía por propia experiencia que los hechizos de rastreo de las protecciones de Tony tardarían setenta y dos horas en desaparecer. La primera vez que me escapé tuve suerte, porque me quedé dormida en un autobús y mis perseguidores no habían sido capaces de distinguir en cuál de la media docena de autobuses que habían salido de la estación abarrotada estaba yo montada. Cuando se dieron cuenta, yo ya me había despertado y, presa del pánico, había cambiado de autobús. Conseguí despistarles durante los tres días necesarios, pero estuve cerca de pifiarla muchas veces y no quise arriesgarme más veces. Los muchachos de Tony ya habían cogido mucha práctica en seguirme el rastro la primera vez que desaparecí así que, en la siguiente, no iba a contar con el factor sorpresa a mí favor.
Mi plan funcionó la segunda vez, pero el precio que tuve que pagar fue muy alto: cuando el hechizo finalmente se deshizo, dormí durante una semana y perdí casi cinco kilos. Quizá podía haber perdido mucho más, hasta la vida misma, pero Billy Joe y yo pensamos entonces que igual el intercambio de energía funcionaría en ambos sentidos. Así, él podría no solo coger energía de mí, sino también darla, y en ese momento estaba lleno.
Billy se deslizó para abajo, acelerando el ritmo al que movía el brazo y frunciendo el ceño. Intentaba decirme algo que no quería decir a gritos, así que solo quedaba una alternativa. Suspiré.
—Vamos, entra. —Una oleada cálida me recorrió y Billy se coló dentro, proporcionándome mientras se acababa de asentar un nuevo visionado del momento en el que cavaba la tumba de su madre en Irlanda.
—¿Has perdido la cabeza? —vociferó.
—Limítate a decirme si funcionaría. ¿Podemos reforzar los escudos? —espeté.
—¿Qué quieres decir con «podemos»?
Suspiré.
—¡No me jodas, sabes que tienes de sobra! ¿Podemos hacerlo?
—¡Y yo qué coño sé! —Billy era más ácido que nunca—. ¡Yo no voy por ahí recitando palabras de poder! Si a esta cosa le da por romperse, podríamos acabar mal, muy mal.
—La última vez funcionó —repuse.
—¡La última vez casi te mueres!
—¿Y qué, Billy? No sabía que te preocupara. Vamos, responde.
—No lo sé —insistió—. En teoría, debería ser capaz de redirigir el poder hacia fuera en lugar de hacia dentro, pero…
—Estupendo —le interrumpí, volviéndome hacia los escudos brillantes e ignorando el hecho de que Louis-César y Tomas estaban teniendo lo que parecía una discusión. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo hice y si fracasaba, quizá no hubiera una próxima vez. Pritkin estaba ya casi morado y lo único que se podía ver en sus ojos era el color blanco.
—¡Espera! ¡Tengo que pensar un minuto! ¡Para el carro…!
Billy seguía hablando, pero yo desconecté. No teníamos tiempo para seguir discutiendo. No podía extender mi protección como lo había hecho Pritkin; si sus escudos desaparecían a la vez antes de que pudiera fortalecerlos, estábamos perdidos. Me concentré y pronuncié la única palabra de poder que conocía.
La energía fluyó a través de mí hasta el punto de que creí que iba a levitar sobre el asfalto. Un segundo más tarde, Billy forjó una runa dorada en el aire que se quedó suspendida delante de mi rostro durante un rato, brillante, luminosa y perfecta. Sin embargo, no tenía mucho tiempo para quedarme allí contemplándola; un instante después estaba sentada de culo en el suelo, porque la energía salió de mí con la misma rapidez con la que entró. De repente, recordé vivazmente la razón por la que no hacía aquello muy a menudo.
Di un par de vueltas sobre mí misma y solté un gemido de sufrimiento, intentando contener mis ganas de vomitar. Tenía esa sensación última de que no iba a poder conseguirlo. Entonces Billy empezó a traspasarme parte de la energía que había robado. No esperaba sentir nada porque otras veces, cuando me había ayudado, no me había enterado hasta que todo pasaba, pero esta vez sí que lo noté. Una energía centelleante, cálida y maravillosa me recorrió de arriba abajo y yo me incorporé abruptamente. ¡Joder! Me podría hacer adicta a algo así. En mi cabeza resonó la carcajada de Billy y yo sonreí abiertamente. Ya no tenía dudas de por qué a Billy le había dado antes por salir zumbando como un cometa.
—¿Qué has hecho? —preguntó Pritkin incorporándose y mirándome desconcertado—¿Tú has reforzado mis escudos?
Su mirada denotaba incredulidad, pero yo estaba demasiado ocupada admirando el trabajo que habíamos hecho Billy y yo. Muros bastante azulados, tan opacos que probablemente podrían haber sido vistos por la gente normal, y tan gruesos que podría haber hecho circular un coche por el interior de su anillo, iluminado por las luces halógenas.
—Hemos hecho un buen trabajo —felicité a mi ayudante—. Y ya no tengo ni ganas de vomitar.
—¿Qué has hecho? —insistió Pritkin agarrándome de los brazos.
Mi protección chisporroteó ligeramente, así que Pritkin acabó soltándome mientras me lanzaba una mirada de ira y se frotaba las manos.
—No puede ser que tengas tanto poder, no hay ningún humano que lo tenga —siguió protestando.
—Quizá lo tomé prestado —repliqué.
Sus ojos se estrecharon.
—¿De quién, o de qué? —volvió a preguntar.
No me sentía con ganas de explicárselo.
—¿Podría alguien explicarme qué pasa aquí?
Antes de que nadie pudiera responderme, los escudos empezaron a chisporrotear. Lo que parecía ser un nubarrón negro había empezado a roerlos, tragándose aquella fuerza hermosa a pedacitos, como si fuera una plaga de langostas aterrizando en una pradera. Vale, igual todavía no habíamos salido de aquel berenjenal.
Llegué a la conclusión de que tenía que sacar unas cuantas respuestas de la única persona de la que me fiaba allí: Billy.
—Escupe —le ordené.
—¡No me puedo creer que lo hicieras! ¿Tienes idea de lo que podría haber pasado si no hubiese sido capaz de canalizar toda esa fuerza a la vez? Podría haber rebotado en el interior del escudo y dejarnos aquí fritos a todos.
—Ya me gritarás luego —le interrumpí—. Ahora sólo dime qué está pasando, rápido.
—Están peleando magos de los dos círculos y nosotros estamos atrapados entre medias. ¿Suficientemente rápido?
—Vale, ahora la versión que tenga sentido.
De pronto escuché un sonido extraño, como de dientes que rechinaban. No sabía que pudiera hacer eso.
—Me colé dentro del mago oscuro después de que regresaras a tu cuerpo, pero me atrapó y lanzó una protección contra mí. La verdad es que no me veo con fuerzas para repetir lo que hice. El caso es que antes de que me echara a patadas de allí, pude ver que el Círculo Negro está aliado con Rasputín y con otro montón de grupos que no están contentos con el statu quo. Parece que piensan que tiene una oportunidad real de hacerse con todo y no les importa mucho lo que se lleven por delante en el proceso. Y, esto es más divertido todavía, parece que Tony también está de coleguita con ellos. Ha estado vendiendo usuarios de magia a los elfos de la luz y sabe que si alguien se entera de eso en MAGIA, podrá considerarse afortunado si lo único que le hacen es clavarle una estaca.
—¿Cómo? Lo que dices no tiene sentido —repliqué.
Lo único que había sacado en limpio de todo lo que había dicho Billy Joe era que, definitivamente, el Reino de la Fantasía no era un mito. Aparte de eso, estaba claro que no había entendido lo suficiente como para seguir el discurso enmarañado de Billy.
—Es una larga historia. Lo único que tienes que saber es que Tony quiere protección. Los elfos oscuros le han expuesto el problema y no están contentos. No pueden permitir que la estirpe de los duendes de la luz se mezcle con la suya, pero si los usuarios de magia fértiles tienen que echar una mano con la escasez de población, eso es precisamente lo que va a acabar pasando dentro de muy poco —apostilló Billy—. Y entonces, la luz gobernará todo el Reino de la Fantasía.
—Pero eso es bueno, ¿no? —repuse yo.
No sabía cuántas historias que oí en mi infancia estaban basadas en ese hecho, pero si el lado oscuro de lo fantástico estaba compuesto por troles, banshees, trasgos y cosas por el estilo, ¿no sería mejor que la luz acabase saliendo victoriosa?
Billy soltó un suspiro.
—Tú y yo tenemos que hablar largo y tendido alguna vez. No, no sería bueno. No es que me fíe de nadie de los duendes, pero al menos los oscuros tienen reglas. La luz se ha vuelto cada vez más anárquica últimamente, en los últimos siglos quiero decir, y no quiero ni pensar lo que harán si no hay nadie que haga de contrapeso a su poder. Por eso aquel duendecillo demente estaba aquí. Normalmente, le importaría una mierda que hubiera humanos esclavizados, pero si con eso era la luz la que iba a verse favorecida, tenía que detenerlo. En cualquier caso, lo que nos importa es que Rasputín ha prometido proteger a Tony a cambio de que él te mate a ti. No fue un trato muy difícil, la verdad.
—No me cabe duda.
O sea que tenía otro enemigo. Tendría que empezar a hacer una lista.
—¿Por qué quiere matarme Rasputín? —incidí.
—Él te ve como una amenaza, pero no sé por qué. El mago quizá lo sepa, pero yo no pude sacárselo. Lo que sí descubrí es que Rasputín llamó a los muchachos de Tony hace una media hora y dijo que estabas de camino aquí. Probablemente por eso Jimmy seguía vivo. Estaban demasiado ocupados desplegando a todos sus matones alrededor del casino para atraparte, así que ni se molestaron en acabar de rematarle. Lo único que no se esperaban era que salieras por la puerta principal. Estaban vigilando las puertas laterales y traseras, así que les has dejado un poco por los suelos.
Vale, por lo menos aquello explicaba por qué no me había encontrado con nadie durante mi travesía por los pasillos desiertos.
De pronto, me dio por pensar algo.
—Ni siquiera yo sabía que iba a venir aquí hasta que me marché del casino. ¿Cómo pudo saberlo Rasputín? —pregunté.
—Buena pregunta —refrendó Billy.
Decidí dejar zanjada aquella cuestión, al menos por el momento.
—Pero ¿por qué desafiaría Tony a Mircea y al círculo con algo tan arriesgado como esclavizar gente? —insistí.
El tráfico de usuarios de magia no era algo desconocido, pero la mayor parte de la gente había llegado a la conclusión de que los enormes beneficios que se obtenían de vender poderosos telépatas o hacedores de protecciones no compensaban los castigos que imponía el círculo en caso de que el infractor fuera descubierto. Yo misma escuché a Tony decir que era una estupidez hacer algo así. Por eso mismo, ¿qué le había hecho cambiar de opinión?
—Mircea le va a matar —resumí.
—No si Rasputín liquida antes a Mircea y al resto del Senado. De ser así, Tony conseguiría un asiento en el Senado, fuera del control de su maestro, y sin más deudas que saldar. Poder y dinero, los sospechosos habituales.
—Tony no es lo suficientemente fuerte como para establecerse por su cuenta, incluso aunque no tuviese a Mircea. Como mucho, es de tercer nivel, lo sabes —repliqué.
—Tal vez piense que Ras le va a ayudar. O quizá se ha estado conteniendo. Es lo suficientemente mayor como para avanzar hasta el segundo nivel, si es que lo va a hacer alguna vez. Puede que no se lo haya dicho a nadie, porque eso habría hecho que Mircea no le quitase el ojo d’encima. Puede que haya estado esperando a que llegase una oportunidad de romper con él, pero que no se atreviese a hacer ningún movimiento hasta tener un aliado de garantías.
—Que ahora si tiene —apostillé.
—Eso parece. Entonces, compañera, ¿qué quiés q’hagamos?
—¿A qué nos enfrentamos exactamente?
Billy Joe suspiró teatralmente. Era el sonido que solía hacer cuando sabía que no me iba a gustar lo que me iba a decir.
—Dos magos oscuros, cinco vampiros aquí y quince más desperdigados por toda la zona, y al menos seis son maestros. Ah, y ocho normales armados hasta los dientes.
—¿Cómo?
—Bueno, ¿q’esperabas? Las Vegas es uno de los centros de operaciones de Tony. Y vendrán más, vi a otra docena de normales y ocho o nueve vampiros en el sótano. En cuanto se enteren de que estás aquí, vendrán enseguida. Este sitio está a punto de abarrotarse de gente.
Me quedé allí sentada, sin saber muy bien qué hacer.
—Pues estamos bien jodidos —musité.
—Sobre eso no hay duda. El plan ahora es dejar que Tomas te agarre y te saque de aquí volando, mientras Louis-César y el mago se quedan intentando sujetar a todos estos el tiempo suficiente para que te escapes.
—¡Eso sería un suicidio!
—Seh, y lo peor es que probablemente ni siquiera funcionaría. Estamos rodeados, querida. No hay forma de que Tomas se abra paso en medio de todos ellos.
—Mierda —blasfemé de nuevo mientras seguía pensando—. ¿Y qué hay de los refuerzos?
Mis pensamientos se vieron interrumpidos por Louis-César, que me gritaba al oído.
—Mademoiselle, ¿puede oírme? —vociferó.
Yo me aparté bruscamente antes de que llegara a tocarme.
—¿Qué quieres? Estoy algo ocupada —respondí.
Me miró extrañado, pero moderó su tono de voz.
—Tiene que irse ahora, mademoiselle. Lo siento, pero no podemos proporcionarle más tiempo para que siga recuperándose.
—Yo no me voy a ningún lado. Tomas nunca podrá atravesar un cinturón así y lo sabes. ¿Dos caballeros negros, seis maestros y al menos catorce vampiros más? Venga ya —rezongué.
En ese momento descubrí la cara que ponía Louis-César cuando alguien le dejaba fuera de juego.
—¿Cómo es posible que sepas a qué nos enfrentamos? —me interrogó.
—Su siervo fantasma se lo dijo —explicó Pritkin, justo en el momento en el que me di cuenta de que ya estaba otra vez de rodillas, concentrándose en los escudos que se estaban evaporando a gran velocidad.
—¿Puedes ver a Billy? —le pregunté yo sorprendida, porque muy poca gente puede hacerlo.
—No —murmuró Pritkin entre dientes. Su mandíbula estaba tan tensa que le sobresalía ese pequeño músculo del lateral de la cara—. Lo que sí me han contado son las cosas que puedes hacer. Al menos, algunas.
Ríos de sudor caían por su rostro, empapando su camisa mientras seguía mirándome con gesto de desesperación.
—Si tienes más trucos, te sugiero que los uses. Sólo puedo ralentizar el proceso, pero no pararlo —farfulló.
Suspiré. ¿Por qué tenía la sensación de que me iba a arrepentir de esto?
—Dame un minuto —musité.
Volví dentro para preguntarle a Billy Joe si se le ocurría alguna idea brillante. Se le ocurría, pero no le gustaba.
—No puedo poseer al mago porque l’han protegido contra mí. Pero tú eres mucho más fuerte como espíritu que yo, porque estás viva. Si pudiéramos repetir lo que pasó antes…
—¡No! —le interrumpí—. ¡Ni de coña voy a poseer a nadie más! ¿Y si no puedo volver? ¿Y si me quedo atrapada? Piensa otra cosa.
No me había gustado ser Louis-César y definitivamente no quería descubrir cómo era estar en el interior de un mago oscuro.
—No creo que te quedes atrapada. Es un mago. Una vez que estés dentro, no vas a tener mucho tiempo antes de que te saque de allí. Pero tampoco necesitarás mucho. Si puedes distraerle un par de minutos, apuesto a que nuestros tres héroes podrán encargarse de los vampiros.
—¿Tres contra veinte? ¿No crees que estás siendo un poco optimista? —refunfuñé.
—Lo que pasa es que no quieres hacerlo, ya está —me recriminó.
—Ahí le has dado —apunté yo.
—¿Tienes alguna idea mejor? —insistió.
Tragué saliva. Tenía que haber una alternativa. El Senado había mandado a tres poderosos operarios exclusivamente para sacarme del Dante, así que debían de tener mucho interés por mí. Si no regresábamos y nadie daba cuenta de lo que pasaba, seguro que mandarían refuerzos, pero no había forma de saber cuánto iban a tardar en llegar.
—¿Cuánto queda para el amanecer? —pregunté—. Quizá podamos contener a los chicos de Tony hasta que tengan que ir a resguardarse. Louis-César debería ser capaz de aguantar un poco de sol y estaba segura de que Tomas podía.
Billy Joe se rió, pero no parecía que fuese porque estuviese contento.
—Claro, ¿y tú crees que nuestro mago va a aguantar tanto?
Miré a Pritkin y me di cuenta de que no podía rebatir tal argumento. Los ojos se le salían de las órbitas y era como si hubiesen reventado vasijas de sangre, porque de su rostro parecían brotar lágrimas rojas. Sin embargo, yo no me encontraba en posición de ayudarle. Había visto un montón de magia durante muchos años, pero ya había ejecutado lo único que sabía hacer y Billy Joe no iba a ser capaz de reponer tal cantidad de energía por segunda vez. Pero si no hacía algo pronto, mi excursión para vengarme de Jimmy podría acabar costando tres vidas.
—Vale —admití, tragando saliva de nuevo—. Hazlo.
No podía ver a Billy Joe cuando se metía dentro de mí y se me daba mejor percibir sus sentimientos que descifrar la expresión de su rostro; en aquel momento, se mostraba escéptico.
—¿Estás segura? —insistió—. Lo digo porque no quiero tener que oír hablar de esto constantemente durante toda la eternidad si al final acabas como un espíritu permanente. Te conozco. Irías a por mí.
—¡Creí que habías dicho que eso no iba a pasar! —repliqué.
—Dije que lo más probable es que no pase. Yo soy nuevo en esto.
—Como me dijiste tú a mí, ¿tienes algún otro plan? Porque si no…
Sólo pude llegar hasta ese punto de la frase, porque entonces Billy Joe se metió dentro de mí con la misma fuerza que un defensa haciendo una entrada dura a un delantero. Siguió oprimiéndome hasta que tuve ganas de interrumpir aquello, hacer algo, decir algo, cualquier cosa que detuviese aquella horrible presión, pero no podía moverme. Era como estar atrapada entre una apisonadora y la ladera de una montaña: no había escapatoria. Un segundo más tarde llegué a la conclusión de que iba a morir si aquella presión no cesaba. De repente, sentí como si pudiera volar libre. Fue un alivio enorme, pero esa agradable sensación de estar flotando duró solo un segundo, puesto que enseguida me di de bruces contra algo que parecía como un muro de ladrillos. Me dolió tanto que habría pensado que no me había quedado un hueso sano en el cuerpo de no ser porque de repente me di cuenta de que no tenía cuerpo.
Oí el eco de una carcajada a mi alrededor.
—Oh, no, pequeño fantasma. Ya te lo advertí. Esta vez no me engañarás tan fácilmente. Vuelve con tu ama antes de que te mande a un lugar que no te gustará demasiado.
Me di cuenta de qué era el muro: representaba las protecciones del mago y eran mucho más imponentes de lo que yo esperaba. Pero no supe cómo seguir su consejo. No sabía cómo salir de allí sin la ayuda de Billy Joe, así que tuve que ir hacia delante. Atravesar esas protecciones era, literalmente, un asunto de vida o muerte.
Uno se puede proteger con escudos hechos de lo que se quiera, siempre y cuando ese material tenga un sentido para su protegido: rocas, metal, agua, hasta el aire puede valer. No es más que una cuestión de visualizar y manipular el poder de su propietario. Eugenie tenía un escudo de niebla, cosa que a mí me parecía rara, pero a ella parecía funcionarle. Las protecciones del mago eran fuertes, pero de un tipo bastante normal: como yo, él había imaginado una muralla, pero, en lugar de ser de fuego como la mía, la suya había sido siempre de madera. Cuando me concentraba, era capaz de ver una fortaleza de árboles enormes, como los bosques de secuoyas de California, tan altos que su cima era imposible de divisar. Me di cuenta de que fuese al punto que fuese de su línea de protección, seguiría viendo el mismo muro impenetrable.
Volví a mirar el punto en el que había «aterrizado» y me di cuenta de que en los troncos de los árboles se había quedado marcada a fuego una huella con la forma de mi cuerpo, y del impacto habían saltado astillas por todo el lugar. Aquello me daba una muestra de lo que yo habría representado para él al llegar allí. No había oído hablar de nadie que hubiera hecho esto antes, pero tampoco importaba mucho, una cosa más para añadir a mi lista de esa noche. Me concentré no en sus protecciones, sino en las mías.
Normalmente no siento mis protecciones. La técnica está tan arraigada que es como caminar de pie: te resulta difícil cuando tienes nueve meses, pero cuando llegas a adulto, no tienes que pararte a pensar para poder cruzar una habitación. Sin embargo, en ese momento me tomé unos cuantos segundos para concentrarme y esa familiar cortina de llamas se alzó a mi alrededor, proporcionándome una calidez reconfortante más que un calor asfixiante. Seguí concentrándome y, lentamente, una llamarada con la forma de la mano de un niño salió de mi protección para tocar el tronco más cercano. Prendió enseguida como si fuera yesca seca ungida por la luz del sol e inmediatamente toda esa parte del muro estaba en llamas. Pude escuchar vagamente como el mago me maldecía, lanzándome amenazas y jurando que me enviaría a lo más profundo del Infierno para toda la eternidad. Le ignoré. Mantener el incendio y evitar que salieran nuevos árboles sobre los rescoldos de los viejos copaba todas mis fuerzas. No me quedaban más para soltarle alguna contestación inteligente.
Al final, después de lo que a mí me pareció una semana, se abrió un minúsculo agujero en medio del bosque. No esperé a que se hiciera más grande, me metí enseguida a través de él. Era estrecho y me daba la sensación de que las astillas me dejaban arañazos sangrientos por mi cuerpo a mi paso, aunque sabía que aquello era imposible. De repente, el humo y el fuego del bosque en llamas desaparecieron y pude ver con claridad. El oscuro aparcamiento se abrió ante mí y noté cómo una brisa me soplaba por el rostro. Pritkin, Tomas y Louis-César estaban en el aparcamiento, y mi cuerpo me miraba con los ojos como platos.
—¡Estoy bien! ¡Todo bajo control! —grité a Billy Joe.
—¡Entonces detén el puto ataque! ¡A Pritkin le va a dar algo! —vociferó él.
Miré confundida a mi alrededor y después escruté el lugar donde estaban ellos.
—¡Si no estoy haciendo nada! —me defendí.
Era verdad, al menos por lo que yo sabía. Había dado por supuesto que mi ataque rompería la concentración del mago y solucionaría el problema. Pero podía ver que los escudos de Pritkin se habían encogido hasta el punto de que apenas cubrían ya a los tres hombres y tenían pinta de fallar en cualquier momento.
—¿Y ahora qué? —pregunté.
Pude ver como mi cuerpo se inclinaba hacia Pritkin y le susurraba. Después volvía la vista hacia mí y yo hacía aspavientos. Sus ojos se abrían aún más. Estaba diciendo algo, pero no podía escucharlo.
—¿Qué? —grité.
—¡El brazalete! —se oyó por todo el aparcamiento, mientras Billy gritaba con mi cuerpo a pleno pulmón—. ¡Dice que lo destruyas!
Una sombra oscura empezó a correr hacia mí a través del aparcamiento. Desprendía la misma sensación absolutamente malsana que antes había percibido del mago, así que no hizo falta que me dieran instrucciones. De algún modo u otro, el otro caballero oscuro se había enterado de lo que estaba pasando y no le gustaba nada.
Miré hacia abajo y vi que el mago llevaba un brazalete en la muñeca izquierda. Era plateado y estaba formado por lo que parecían minúsculas dagas entrelazadas. No fui capaz de encontrarle el cierre; era como si estuviese soldado a su brazo. Dirigí mi vista hacia Pritkin y vi un gesto de desesperación en su rostro. Joder, había que acabar con esto ya. Tiré del brazalete y como no funcionó, lo mordí, tratando de arrancarlo con los dientes, concentrándome en el punto en el que se juntaban dos de las dagas. Al final, una vez que sus dedos se habían convertido en una maraña sangrienta, el brazalete se soltó.
No tuve que preguntar si lo había conseguido, porque enseguida Pritkin se desplomó contra el suelo, jadeando aliviado, y los vampiros que lo rodeaban se activaron de inmediato. Louis-César lanzó un cuchillo volador a un vampiro que tenía a mi lado y bien podría haberle rebanado el cuello, pero se acabó estampando contra el enorme collar de acero que llevaba encima. Con todo, aquello no le permitió ganar mucho tiempo. Tomas estiró su brazo y pude ver lo que había pasado antes en el almacén. El vampiro cayó sobre sus rodillas, emitió un gorgoteo ahogado y su corazón salió literalmente de su pecho. Tras arrancarlo del cuerpo, Tomas sujetó el corazón entre sus manos como si fuera una pelota de béisbol un poco más grande de lo normal.
El otro caballero oscuro estaba a menos de dos coches de distancia de mí. Se detuvo y levantó una mano, y de repente, yo no me podía mover. Pero antes de que el pánico se apoderara de mí, las tres brujas a las que había liberado en el casino salieron de detrás de una furgoneta aparcada y formaron un círculo en torno a él. Estaba a punto de gritarles que fueran a por él, pero, de repente, el mago se derrumbó entre chillidos y yo sentí aflojar la presión sobre mi cuerpo.
Fue un alivio, pero la sensación de bienestar no duró mucho. Enseguida, lo que parecía un chorro de agua helada empezó a chapotear a mis pies. No veía nada, pero mis protecciones empezaron a chisporrotear ahí abajo. Si me concentraba, podía ver cómo un chorro emergía desde el suelo hacia donde estaba yo. Mago listo: podía usar escudos hechos con más de un elemento. Y mi fuego no parecía ser tan caliente contra su agua. A medida que las llamas se apagaban, una serie de minúsculas ramas, algunas de ellas con hojas, empezaron a enrollarse en torno a lo que metafísicamente serían mis piernas.
Estupendo. El mago oscuro iba a estar muy enfadado cuando volviese a tener el control y a juzgar por el ritmo al que iba, aquello no iba a tardar ni dos minutos.
—¿Qué pasa contigo?
Vi cómo un vampiro corría hacia mí. Me sonaba vagamente de la corte de Tony. Era un rubio grande y desgreñado al que siempre creí que le vendría bien broncearse un poco: su aire de surfero no pegaba muy bien con una piel tan pálida.
—¡Dijiste que podías neutralizarle! ¡Este tío nos va a dar para el pelo! —dijo.
Seguí sus gestos hacia el punto en el que se había reanudado la pelea. Me preguntaba a qué «tío» se refería aquel tipo, porque la verdad es que los tres me parecían terribles.
Pritkin podía ser un hijo de puta hostil, pero era cojonudo tenerlo en tu bando en una pelea. Estaba en el suelo, pero sus increíbles cuchillos flotantes volvían a estar en torno a él. En realidad, parecía como si todo su arsenal estuviera de camino. Mientras yo seguía observándole, se deshizo de un vampiro con un disparo e hizo aterrizar cinco cuchillos sobre otro, y uno de ellos casi le corta la cabeza. El vampiro debía de ser un maestro, porque no quedó abatido, sino que siguió en pie mientras los cuchillos le perseguían, clavándose en su cuerpo y saliendo de él como si fueran un enjambre de avispas mortales. El vampiro los golpeaba violentamente mientras la sangre empezaba a brotarle de un par de docenas de cortes profundos que tenía repartidos por todo su cuerpo, pero los cuchillos siempre acababan regresando hacia él. Rugía de rabia, pero prefería que le rebanaran en pedacitos allí mismo antes que salir corriendo. En otro sitio, un par de vampiros que estaban siendo perseguidos por granadas optaban por no seguir el ejemplo del primero. Llegué a la conclusión de que si aquella era la forma que Pritkin tenía de luchar cuando estaba medio muerto, no quería ni pensar lo que podría hacer a plena capacidad.
Tomas también se estaba encargando bien de su parte, que se centraba principalmente en una lucha a cuchillo con dos vampiros que estaba resultando tan rápida y furibunda que yo no podía seguirla más que a través de los reflejos que producían ocasionalmente las luces del aparcamiento sobre los filos de las navajas. Un buen puñado de vampiros más yacía cerca de él con los agujeros característicos en el pecho que les iba dejando Tomas. Louis-César, mientras tanto, había decidido lanzarse a la ofensiva por su cuenta. Mientras Pritkin y Tomas mantenían ocupados a los atacantes, él se encargó del montón de vampiros que me rodeaban a mí. El chulo de playa no debía haber oído hablar de la reputación del francés, porque saltó sobre él y le duró más o menos un segundo. Aquel extraño estoque volvía a entrar en acción, pero ensartar a aquel vampiro tampoco interrumpió la cadencia de carrera de Louis-César. Arrojó un cuchillo al segundo mago oscuro, pero le rebotó como si llevase armadura. Sin embargo, fuera lo que fuese lo que estaban haciendo las tres brujas, estaba teniendo más que efecto. El mago estaba en el suelo, tratando de escabullirse gateando tan infructuosamente como un escarabajo que se hubiese dado la vuelta, mientras ellas empezaban a cercarle, pronunciando un lema al unísono.
En un principio me agradó ver al francés, porque solo bastó con que le echara un vistazo para que el resto de los vampiros que me quedaban cerca saliesen pitando de allí, pero rápidamente cambié de opinión. En un abrir y cerrar de ojos, el filo ensangrentado del cuchillo de Louis-César llegó, de una forma u otra, a mi mentón. La mirada de sus ojos dejó bien claro que no tenía ni idea de quién era yo.
—Su círculo cometió un error al retarnos —comentó con tanta tranquilidad como si estuviera en una fiesta—. Por suerte, monsieur, no le necesito con vida para lanzar una declaración de guerra. Debería ser suficiente que deje su cuerpo en algún lugar que suela frecuentar su gente.
—¡Louis-César, no!
Yo no podía hablar por miedo a que su estoque se acabara clavando en mi garganta, pero la voz que venía de detrás de mí era mía en cualquier caso, como también lo era la mano que empuñaba su espada. Parecía que Billy Joe había decidido reivindicar su valía.
—Mademoiselle, por favor, regrese con Tomas. Esto no será agradable —musitó Louis-César.
—Tomas está algo liao ahora mismo —replicó Billy— y yo no soy Cassie. Ella está ahí dentro —matizó, señalándome a mí—. Y no sé qué ocurriría si te cargas ese cuerpo mientras ella está dentro. Quizá vuelva con nosotros, pero quizá no.
La voz de Louis-César se suavizó ligeramente.
—Es una ilusión, mademoiselle. Quizá esté conmocionada, no debe realizar esfuerzos. Deme un momento y yo mismo la acompañaré para salir de aquí.
Tragué saliva. Sabía que con la fuerza que tenía, podría atravesarme con el estoque incluso aunque Billy Joe le estuviese sujetando el brazo. Podía sentir también el pánico del mago y su pavor avivaba la batalla de deseos que estábamos teniendo. Una oleada de algo que parecía ser agua fresca me llegó hasta las rodillas.
—¡Billy! ¿Cómo salgo de aquí?
El movimiento de mi boca hizo que el extremo del estoque penetrase en la piel del mago y pude sentir como una hilera cálida de sangre afloraba por su cuello. Alguien gritó dentro de mi cabeza, pero lo ignoré.
—No lo sé —respondió.
Billy Joe agarraba a Louis-César por el brazo con ambas manos, hasta el punto de que parecía que fuera a arrancárselo de cuajo. Ríos de sudor corrían por mi rostro, pero aquello no parecía producir ningún cambio en la actitud del francés.
—Estoy atrapado aquí hasta que vuelvas. Tu cuerpo sabe que moriría sin un espíritu, así que se aferra a mí como un muerto. No hay manera de que pueda ayudarte —añadió Billy Joe.
—¡No puedo creer que me convencieras para hacer esto! —gruñí.
—¿Y cómo coño te crees que me siento yo? ¡No quiero acabar dentro del cuerpo de una mujer! —se detuvo un instante—. Bueno, al menos no de esta manera.
A Louis-César se le estaba agotando la paciencia. Con un rápido movimiento que ni siquiera hizo que el estoque se moviera ni un poco, cogió a Billy Joe y le apretó la cabeza contra su pecho.
—Quizá desee cerrar los ojos, mademoiselle. Por nada del mundo desearía ocasionarle más molestias —espetó Louis-César.
—Creo que no está de más decir que matarla también cuenta como forma de molestarla —soltó Billy, pero Louis-César no le estaba prestando ninguna atención.
Me había encasillado en el rol de fémina histérica, así que como tal me trataba. Si salía de todo aquel lío con vida, le iba a demostrar lo que era ser histérica de verdad.
Sólo tenía una idea y era una posibilidad remota.
—¡No me mates! ¡Sé lo de Françoise! —vociferé.
Era todo lo que se me ocurría, el único hecho sobre Louis-César que sabía que el mago probablemente no sabría, pero no pareció impresionarle mucho.
—No te salvarás con mentiras ridículas, Jonathan. Conozco tus trucos desde hace tiempo —replicó despectivamente.
—¿Qué me dices de Carcassonne? ¿Eh? ¿Y de la maldita sala de tortura? ¡Yo… tú… la viste arder! Hemos hablado de ello hace unas horas tan solo —proseguí.
—¡Suficiente! Ahora morirás —sentenció él.
Billy Joe dio una patada hacia arriba y en el último momento golpeó la espada de tal modo que atravesó el hombro del mago en lugar de su corazón, pero con todo y con eso dolía un huevo. Grité de dolor y me intenté sacar el estoque, pero era tan largo que todavía una parte de mí quedó ensartada, como una mariposa en un alfiler.
Finalmente, recibí una pequeña ayuda en forma de pequeño tubito sobre mi mano. Aparentemente, Don Mago había decidido que estábamos luchando por una causa común. El tubito se parecía a uno de los pequeños recipientes que Pritkin tenía en su cinturón, pero este había saltado de algún bolsillo interior. El agua fresca me llegaba hasta la cadera y no sabía qué pasaría si seguía subiéndome, pero en ese momento me preocupaba más Louis-César. No traté de resistirme a los impulsos que me recorrían la cabeza, así que directamente le arrojé el tubito.
—Te cortaré el cuello antes de que puedas invocar el hechizo —prometió, pero me di cuenta de que miraba de reojo al minúsculo tubito con un cierto respeto.
—No necesito el hechizo a este nivel. Mátame y morirás. Y ella también.
Las palabras aparecieron en mi cerebro, pero no eran mías. Fuera como fuera, las dije. Y parecieron surtir efecto, porque Louis-César dudó.
El mago debía haber estado esperando esa reacción, porque aprovechó la oportunidad para mejorar su posición en la pelea que estaba desarrollándose en su interior. De repente, yo estaba cubierta hasta el cuello de agua helada.
—¡Billy! Me está ganando, ¿qué hago? —grité.
—Estoy pensando… ¿dejarle? —repuso, sin que la respuesta sonara muy convincente por su parte, pero la verdad es que él había hecho esto muchas más veces que yo.
—¿Cómo dices? —repliqué yo.
Si respondió, no lo oí, porque el agua me rebasó la cabeza. Sin embargo, en lugar de ahogarme como me esperaba en cierto modo, me encontré abruptamente volando de nuevo. El aterrizaje fue duro y la desorientación que sentí cuando Tomas y yo regresamos no tuvo ni punto de comparación con lo que me golpeó un segundo más tarde. Era como si hubiera dos yo y cada uno iba en una dirección distinta, desgarrándome por ende durante el proceso. Grité y alguien me sujetó aún más fuerte por la cadera. La sangre me palpitaba dentro de las venas como si fuese a explotar por mi cabeza y el dolor era terrible. Parecía como si estuviese sintiendo de golpe todas las migrañas que había padecido a lo largo de mi vida. Quería desmayarme, pero no cayó esa breva. Permanecí consciente mientras el mundo me machacaba a mi alrededor como si un desfile de carnaval se hubiera vuelto loco, hasta que vomité sobre el asfalto.
—¡Cassie, Cassie!
Billy Joe apareció delante de mí, con los ojos tan abiertos que podía ver el blanco alrededor de toda su pupila. Tardé un segundo en darme cuenta de que eran sus ojos y que se encontraba en su forma habitual de apostador-vaquero-hombre para señoritas en lugar de bajo mi piel. Su camisa arrugada era de color rojo brillante y sus ojos color avellana refulgían tan claros y nítidos como si no llevara un siglo y medio muerto. En ese momento, realmente creí que podría sacar la mano, tocarle y comprobar que estaba sólido. Después se me ocurrió pensar que si sus ojos brillaban así y sus mejillas estaban tan sonrosadas, sería por mi energía. Cabrón. Le habría echado la bronca por dejarme casi seca cuando más necesitaba mi energía, pero me sentía demasiado débil. Me sentía como si alguien hubiera entrado dentro de mío y me hubiese volteado el estómago. Quería vomitar otra vez, pero no tenía fuerzas.
Louis-César me levantó como si no pesase más que una muñeca de trapo y yo miré a mi alrededor, desconcertada. ¿Cómo podía levantarme con un solo brazo? ¿No necesitaba el otro para sujetar el estoque con el que amenazaba al mago? Entonces me di cuenta de que no había mago ni cuerpo. Sólo estábamos yo, un maestro vampiro y un fantasma con el depósito lleno; nada por lo que hubiera que preocuparse.
Nos volvimos a encontrar con Pritkin y Tomas, aunque a mí me llevaban porque no tenía fuerzas para caminar. Ya estaba teniendo suficientes problemas para averiguar qué parte de lo que veía era la de arriba, porque aquello parecía cambiar con cierta regularidad. Me di cuenta de que Tomas parecía ocupado lanzando hechizos sobre un grupo de gente bastante amplio, en el que había varios agentes de policía, que se había congregado allí para ver qué pasaba. No sabía que Tomas pudiese hechizar a muchos normales a la vez. Pensándolo bien, no sabía que nadie pudiera. Una prueba más de que no estaba tratando con un vampiro corriente y moliente. No, esos sujetos estaban desperdigados por todo aquel lugar, entremezclados con los hombres rata muertos. Los corazones y las cabezas estaban a varios metros de los cuerpos, pero al menos parecía que estaban todos allí.
Pritkin estaba escondiendo su arsenal, que pendía delante de él formando una fila estricta, con cada arma esperando su turno. Me miró estrechando los ojos mientras limpiaba sus cuchillos ensangrentados y se los guardaba.
—Has poseído a un miembro del Círculo Negro —me recriminó, como si aquello fuera una novedad— y tienes brujas poderosas a tu servicio. ¿Quiénes eran?
Volví la vista hacia donde habían estado las mujeres, pero allí solo estaba el cuerpo del segundo caballero, tendido en un ángulo nada natural, con su rostro blanco como un hueso vuelto hacia arriba, a punto de recibir los primeros rayos del sol. Tenía los ojos abiertos, pero yo dudaba que pudiese ver nada. Me di cuenta de que debían haberle matado, pero en aquel momento no me importaba mucho.
—No lo sé —repuse.
Mi voz sonó ronca; lo cual, teniendo en cuenta el abuso al que había sometido a mis cuerdas vocales últimamente, no debería haber sido una sorpresa. Pero lo fue.
—Tú no eres humana.
No era una pregunta y Pritkin se quedó allí como esperando que me brotase otra cabeza en cualquier momento.
—Siento decepcionarte, pero no soy un demonio —le contradije.
Por lo que se veía, había tenido que decir eso bastante a menudo últimamente. Probablemente, aquello no era una buena señal.
—Entonces, ¿qué eres? —insistió.
Billy Joe apareció flotando y me hizo una indicación con los pulgares hacia arriba y una sonrisa de oreja a oreja.
—Voy a comprobar unas cosas. Hasta luego.
Suspiré. Ya estaba a punto de amanecer y aquel era quizá el peor momento para meterse en problemas, incluso en Las Vegas. Entonces, ¿por qué estaba absolutamente segura de que Billy Joe se las apañaría?
—Soy su simpática vecina clarividente —le dije a Pritkin con un tono cansino—. Cúbrame la mano de plata, meester, y le leeré el futuro. Nada más.
Un enorme bostezo me interrumpió unos segundos antes de concluir.
—Probablemente no te gustará —apostillé, antes de acurrucarme contra el muro de algodón cálido que estaba detrás de mí y sumirme en un sueño profundo.