6

Tony es un cabronazo, pero no se le puede decir que no tenga sentido de los negocios. El Dante, situado en una perfecta ubicación junto al Luxor, estaba lleno hasta los topes incluso a las cuatro y media de la mañana. No me sorprendía: era perfecto para Las Vegas. Inspirado en la Divina Comedia, tenía nueve áreas diferentes, cada una con un tema que se correspondía con uno de los nueve círculos del Infierno de Dante Aligheri. Los visitantes accedían a través de una serie de puertas enormes forjadas en hierro y decoradas con estatuas de basalto que se retorcían agonizantes y el famoso lema «Abandonad, los que aquí entráis, toda esperanza». A continuación, al visitante se le transportaba a través de un río no muy hondo en una barca comandada por uno de los Carontes enfundado en ropajes grises que allí había. Finalmente, se les depositaba en un vestíbulo con forma de cueva en cuyas paredes había un mural con una representación en rojo y oro del lugar.

Un tipo vestido como el rey Minos, con su correspondiente etiqueta explicativa que aclaraba que él era el tío que asignaba castigos a los pecadores, nos entregaba mapas del lugar a nuestra llegada, pero a mí no me hacían falta. La disposición era bastante lógica: el bufé, por ejemplo, estaba en el tercer círculo, donde se castigaba el pecado dela gula. No resultaba difícil imaginarse dónde tenía que buscar a Jimmy: ¿qué mejor sitio que el círculo dos, donde se castiga a todos aquellos culpables del pecado de la lujuria, para encontrar a un sátiro de verdad?

Por supuesto, la flauta de Pan era el sitio por el que salía agua para todo el segundo círculo. Para aquellos a los que se les escapasen las referencias al tema del Infierno y de la condenación que poblaban aquel lugar, el bar podía resultar un tanto explícito. A mí no me impresionó mucho entrar allí, porque ya había visto salas similares anteriormente. Para alguien un tanto más sensible, sin embargo, debía ser impactante entrar en una sala decorada casi completamente con esqueletos desmembrados. El Renacimiento italiano, la época en la que nació Tony, experimentaba con cierta regularidad brotes de plagas. Y, ciertamente, ver morir a tus amigos y a tu familia, y escuchar historias de pueblos enteros barridos del mapa hace que una persona se abandone al morbo. Osarios, capillas repletas de huesos de muertos, tal era el panorama más extremo de la época, y el hogar de Tony no representaba ninguna excepción. También había lámparas de araña muy elaboradas, realizadas con lo que parecían (y, conociendo a Tony, posiblemente eran) huesos humanos que se balanceaban desde el techo, intercalados con coronas de cráneos. Otras calaveras se usaban para sujetar velas y las bebidas se servían también en cálices con forma de cráneo. Aquellas sí eran de mentira, tenían hasta «rubíes» de cristal del malo a modo de ojos, pero no estaba tan segura de que otras calaveras que había por allí lo fueran también. Las servilletas mostraban la Danza de la Muerte en negro sobre un fondo rojo, con un esqueleto sonriente guiando a una procesión de pecadores hacia la perdición. Toda vez que los visitantes se adaptaban a todo aquello, supongo que los camareros dejaban de resultar sorprendentes.

Yo esperaba humanos con togas y pantalones de pieles, pero la criatura que me recibió a la entrada era de verdad. ¿Cómo coño hacían creer a la gente que sus camareros tan solo llevaban trajes muy currados que, por otro lado, yo no había visto nunca? Los cuernos rudimentarios que asomaban del nido de rizos caoba del sátiro podían haber sido tan falsos como el anillo de hojas de acanto que llevaba, pero su traje, compuesto únicamente por un tanga terriblemente tenso, no ocultaba sus muslos, cubiertos por pelo de verdad, ni sus pezuñas negras brillantes. También mostraba sin duda que aprobaba el vertiginoso escote de mi top de elastano negro recién robado. Dado que los sátiros por lo general daban su aprobación a cualquiera que cumpliese con dos requisitos, ser mujer y respirar, no me lo tomé como un cumplido.

—Quiero ver a Jimmy —solté bruscamente.

Los enormes ojos marrones del sátiro, que hasta entonces centelleaban de agrado, se nublaron lentamente. Me cogió por el brazo en un intento de acercarme a él, pero yo di un paso atrás. Por supuesto, él me siguió. Era joven y guapo, siempre que el medio cuerpo de cabra no te hiciera salir corriendo. Los sátiros tienden a estar bien dotados en comparación con los estándares humanos y su caso superaba incluso la media de los suyos. Como el vigor sexual es el elemento distintivo entre los sátiros, probablemente estaba acostumbrado a atraer enormemente la atención. A mí, en cambio, no me impresionaba demasiado, pero tampoco quería ser descortés haciendo ver que no había reparado. Los sátiros, hasta los más viejos y calvos, se creen regalos de Dios para las mujeres, así que tirarles por tierra esta fantasía no suele traer buenos resultados. No es que se vuelvan violentos, su estilo es más de correr que de pelear, pero un sátiro deprimido no es algo agradable a la vista. Se emborrachan, cantan canciones tristes y se quejan amargamente de la hipocresía de las mujeres. Una vez que empiezan, no paran hasta que pierden el conocimiento y lo que yo quería era información.

Durante unos minutos, le dejé que me dijera lo guapa que era. Aquello parecía hacerle feliz, así que aceptó ir a ver si Jimmy estaba disponible, después de que yo le jurase que el jefe y yo éramos solamente amigos. Deseaba de veras que Billy se hubiera equivocado por una vez con respecto a los apuros en los que supuestamente se había metido Jimmy. Dar vueltas por los niveles más bajos de la versión del Infierno recreada por Tony no era algo que me emocionase precisamente.

Había pensado un plan por el camino que podía granjearme la información que quería obtener, suponiendo que Jimmy estuviese aún vivo para facilitármela. Dado que le había visto más de una vez en el exterior a plena luz del día, estaba bastante segura de que no era un vampiro. La mayoría de las criaturas no pueden ser convertidas, por no mencionar que algunos vampiros me habían dicho que los sátiros sabían realmente mal, pero no estaba tan segura de que aquello fuese lo que había sucedido con Jimmy. Sabía que no era un sátiro del todo, porque tenía piernas humanas y sus cuernos sólo eran visibles si se cortaba mucho el pelo. Había muchas otras cosas que sí podían desvelar que era un sátiro, pero nunca le había visto hacer ninguna demostración de fuerza especialmente impresionante, o volverse morado o algo así, así que estaba bastante segura de que era medio humano. Eso encajaría con la costumbre que tenía Tony de rodearse de unos cuantos no vampiros para encargarse de los asuntos cuando sus matones habituales estuvieran durmiendo. No estaba totalmente segura de que un híbrido humano-sátiro no pudiese ser convertido y algunos de los vampiros más poderosos pueden aguantar la luz solar en pequeñas dosis si están dispuestos a gastar un montón de energía a cambio. Pero realmente tenía dudas de que un maestro de primer o segundo nivel le estuviese haciendo recados a Tony. Además, nunca había podido percibir esa vieja sensación de vampiro en torno a Jimmy. Por todo ello, y a no ser que Jimmy estuviese protegido hasta arriba, Billy Joe debería ser capaz de conseguir poseerle aunque sólo fuera brevemente.

A Billy no le había gustado la idea cuando le expliqué en el coche lo que quería. En ese momento se sentía realmente poderoso y si tenía que malgastar toda aquella fuerza en una posesión, se negaba rotundamente a que Jimmy fuese el elegido. Pero, como le dije, solo necesitaba el tiempo suficiente para que aquel perdedor me dijera lo que quería saber y confesase sus pecados a la policía de Las Vegas. Aunque lo acabase negando después, si había dado suficientes detalles sobre un montón de casos sin resolver, tendría muchos problemas en eludir a la justicia. Y, si el plan A no funcionaba, siempre podía dispararle. Ya estaba huyendo de Tony, de sus familias aliadas, del Círculo Plateado y del Senado vampiro; después de eso, los polis no me asustaban demasiado.

Billy Joe y yo nos sentamos al final del bar. No le había visto con tanta energía en mucho tiempo, el tragarse aquellas protecciones seguro que tenía algo que ver con aquel estado. Tenía un aspecto casi completamente sólido, hasta el punto de que podía apreciar que, en el momento de su muerte, llevaba uno o dos días sin afeitarse. Sin embargo, nadie parecía darse cuenta de su presencia, aunque tampoco nadie se sentó donde estaba él. Si lo hubieran hecho, y fueran personas normales, hubieran tenido la misma sensación que la de un cubo de agua helada cayéndoles encima de la cabeza. Por esta misma razón nos sentamos en un lugar alejado del resto de la gente.

—¿Me vas a decir por qué estamos aquí? —preguntó Billy Joe.

Eché un vistazo, pero no había nadie lo suficientemente cerca como para extrañarse si empezaba a hablar sola. La mayoría de la gente del bar, que parecía tener una clientela exclusivamente femenina, estaba preocupada por comerse con los ojos a los camareros, que muy contentos también se comían a la clientela con los suyos. Un apuesto sátiro de pelo negro que estaba cerca de nosotros animaba a una de las clientas a que mirase bien para ver si podía adivinar dónde empezaba su «traje». Ella tenía esa mirada vidriosa de quien lleva un rato bebiendo, pero las manos que deslizaba por el elegante costado negro del sátiro se movían con firmeza. Fruncí el ceño; si todavía estuviese con Tony, habría ido a contárselo enseguida. El sátiro estaba prácticamente pidiéndole a alguien que se fijara en lo que no debía saber para que saliese corriendo a contárselo a la poli.

—Ya sabes la razón —respondí—. Él mató a mis padres. Tiene que saber cosas sobre ellos.

—¿Estás arriesgándote a que el Senado nos coja, y esta vez no van a subestimarte de nuevo, si me permites que lo añada, para hacerle un par de preguntas sobre dos personas que ni recuerdas? ¿No te vas a cargar a ese tipo, verdad? ¿Y si lo olvidas a cambio de que me siga metiendo en líos contigo? No es que me importe, pero podría llamar un poco la atención.

Ignoré la pregunta mientras comía cacahuetes de un cuenco color rojo sangre. Eliminar a Jimmy no sería tan satisfactorio como quitarse de en medio a Tony, pero al menos sería algo. Como si lanzara una señal al universo de que ya había tenido suficiente gente destrozándome la vida y de que era perfectamente capaz de hacer todo aquello por mí misma. El único problema del plan era la parte del asesinato, que para ser honestos me provocaba náuseas con sólo pensarlo.

—Verás lo que hizo en un minuto si todo va bien con la posesión —le expliqué.

—Ése es un si demasiado grande. Los demonios son expertos en temas de posesión; yo solo soy un modesto fantasma —replicó él.

—Conmigo nunca tienes problemas.

Billy Joe se había abandonado al vino, las mujeres y las canciones en vida, con un énfasis especial en los dos primeros. No puedo ayudarle demasiado con su segunda necesidad y aborrezco su gusto musical, que se mueve entre Elvis y Hank Williams. Sin embargo, en ocasiones le recompenso con una bebida si se ha portado excepcionalmente bien, y, por supuesto, eso significa algo más que comprarle seis latas. Aquellas cosas no eran, en realidad, una posesión propiamente dicha. Yo le dejaba que se apropiara de mis papilas gustativas, pero seguía teniendo control absoluto de mi cuerpo. En aquellos raros momentos él solía portarse bien porque sabía que, en caso contrario, cuando se le acabara el poder, enterraría el collar en el medio de la nada y dejaría que se pudriese. Sin embargo, mientras se atuviese a las reglas, le dejaría entrar en ocasiones especiales para que pudiese comer, beber y, en suma, alegrarle la vida. Como no tengo la costumbre de beber a morir, no llegamos nunca al punto salvaje que a él le gustaría, pero siempre es mejor que nada.

—Contigo es una excepción. Es mucho más difícil con el resto de la gente. Da igual, volvamos a lo de antes y contéstame a la pregunta —insistió.

Jugueteé con el agitador del vaso, que terminaba en una calavera, y me pregunté por qué estaba dudando. La muerte de mis padres no era algo de lo que me resultase tan difícil hablar. Tenía recuerdos de mis años en la calle que no querría rescatar nunca, pero como bien había dicho Billy Joe, sólo tenía cuatro años cuando Tony ordenó que los mataran. Mis recuerdos anteriores son confusos: mamá es más un olor que otra cosa, concretamente una fragancia de polvos de talco rosa que debía gustarle, y papá es una sensación. Recuerdo unas manos fuertes lanzándome al aire y dándome vueltas al recogerme; también sé cómo era su risa, profunda y entre dientes, que me reconfortaba de pies a cabeza y me hacía sentir protegida. La seguridad no era precisamente una sensación que tuviese a menudo, así que quizá por eso mis recuerdos son tan nítidos en ese sentido. Aparte de eso, lo único que sé de ellos procede de la visión que tuve a los catorce años.

Junto con la pubertad, mi regalo cósmico de cumpleaños ese año fue ver cómo explotaba el coche de mis padres en medio de una bola de fuego negra y naranja que solo dejó trozos de metal y asientos de piel en llamas. Lo pude ver desde el coche de Jimmy mientras él hacía una llamada al jefe. Encendió un cigarrillo y le explicó con calma que el ataque se había llevado a cabo según lo planeado y que tenía que arrebatarle a la niña de los brazos de la canguro antes de que los polis empezaran a buscarme. Después, aquella imagen se fundió con otra en la que yo estaba sola en mi dormitorio en la casa de Tony en el campo, con escalofríos constantes. Se puede decir que la infancia acabó para mí aquella noche. Una hora después ya había huido, cuando el sol ya despuntaba y todos los pequeños vampiros buenos estaban a salvo en sus habitaciones. Estuve desaparecida durante tres años.

Como no me había molestado en planear mi fuga por adelantado, no tenía ninguna de las ventajas que los federales me propusieron a conciencia la segunda vez, para que la experiencia no fuera tan traumática. No tenía ni una tarjeta de la seguridad social ni un certificado de nacimiento falsos, no tenía un trabajo asegurado ni nadie a quien acudir si las cosas se ponían feas. Tampoco tenía ni idea de cómo funcionaba el mundo exterior al margen de la corte de Tony, donde la gente podía ser torturada hasta la muerte de vez en cuando, pero donde nadie aparecía vestido con andrajos ni llegaba con hambre. Si no hubiera recibido ayuda de alguien de quien no habría cabido esperarla, nunca lo habría superado.

Mi mejor amiga de la infancia fue Laura, el espíritu de la niña más pequeña de una familia a la que Tony había asesinado hacia finales del siglo XIX. Su casa familiar era una antigua granja de construcción alemana que se asentaba sobre una superficie de casi 250.000 metros cuadrados, a las afueras de Filadelfia. Tenía algunos árboles enormes que probablemente ya eran viejos en la época en la que Benjamin Franklin vivía por la zona. También había un puente de piedra sobre un pequeño río, pero no era la belleza del lugar lo que más atraía a Tony. Le gustaba porque estaba apartado y porque seguía estando a solo una hora de la ciudad, así que no le cayó muy bien la negativa de la familia a vender la propiedad. Por supuesto, podría haber comprado cualquier otra casa de la zona, pero dudo que aquello le rondase siquiera por la cabeza. Supongo que perder nuestras familias por la ambición de Tony creó un vínculo entre nosotras. Fuera cual fuera la razón, ella se había negado a quedarse en la tumba que le habían preparado bajo el viejo granero y vagaba por la propiedad a su antojo.

Aquello era toda una suerte para mí, porque la única chica además de ella que estaba en el entorno de Tony era Christina, una vampiresa de 180 años cuya idea de jugar no se correspondía con la mía, o con la de cualquier otra persona cuerda. Laura tenía probablemente un siglo, pero su aspecto y su comportamiento siempre era el de una niña de seis años. Aquello la convertía, en el momento de mi llegada a casa de Tony, en una hermana para mí, pero algo mayor y con más mundo. Ella me enseñó lo divertido que era hacer pasteles de barro y gastar bromas. Años después, me enseñó dónde podía encontrar el escondite de su padre, en el que estaban guardados más de diez mil dólares que a Tony se le habían pasado por alto, y también me hizo de vigilante la primera vez que me escapé. Laura era capaz de hacer viable algo que parecía casi imposible, pero nunca tuve la oportunidad de darle las gracias.

Cuando volví, ya se había marchado. Supongo que había hecho su trabajo y simplemente se fue.

Los diez mil dólares, amén de la paranoia que desarrollé en casa de Tony, me permitieron sobrevivir en las calles, pero seguía siendo una época sobre la que intentaba no pensar. No fue la ausencia de comodidades materiales o los peligros ocasionales lo queme convencieron para volver. Aquella decisión la tomé porque me di cuenta de que nunca conseguiría vengarme desde fuera de la organización. Si quería que Tony sufriese por lo que había hecho, tendría que volver.

Era sin discusión lo más duro que había hecho nunca, no sólo porque odiaba a Tony con todas mis fuerzas, sino también porque no sabía hasta qué punto su avaricia superaba su ira. Sí, hice que ganara mucho dinero y fui un arma útil que él hizo pender sobre las cabezas de la competencia. Nunca sabían qué podría decirles sobre ellos y, aunque no acababan de ser del todo sinceros, aquello servía para ahorrarle a Tony las mentiras más flagrantes. Aquello no me hacía sentir del todo segura. Tony no siempre es predecible: es listo y normalmente sus decisiones tienen una motivación económica, pero hay veces en las que su temperamento le sobrepasa.

Una vez se enfrentó con otro maestro por un asunto territorial sin importancia que se podía haber resuelto sentando durante unas horas a negociadores de cada parte. En lugar de eso, fuimos a la guerra, lo cual siempre es un asunto peligroso (si el Senado se entera, estás muerto, ganes o pierdas), y perdió más de treinta vampiros. Algunos de ellos se encontraban en el grupo de los primeros vampiros que hizo Tony. Le vi llorar sobre sus cuerpos cuando la brigada de limpieza nos los devolvió, pero yo sabía que aquello no le haría cambiar de forma de actuar la próxima vez. Nada lo hacía. Teniendo todas esas cosas en cuenta, no sabía si esperarme una recepción con los brazos abiertos o una sesión en el sótano. Fue lo primero, pero siempre tuve la impresión de que aquello se debió principalmente tanto a que pillé a Tony en un buen día y a que yo le resultaba de utilidad.

Tardé tres años en reunir suficientes pruebas como para destruir el centro de operaciones de Tony ante el sistema de justicia humana. No podía acudir al Senado, porque nada de lo que había hecho Tony violaba las leyes de los vampiros. Matar a mis padres era algo perfectamente razonable, porque ni había estado apoyado por otro maestro, ni dejaba de pasar por algo que no hubieran podido hacer delincuentes humanos. En lo que respecta al uso incorrecto de mis poderes, el Senado probablemente habría aplaudido su ojo para los negocios. Suponiendo que consiguiese siquiera una audiencia, simplemente me habrían devuelto a mi maestro para que me castigase convenientemente. Sin embargo, ninguna autoridad humana iba a estar dispuesta a escuchar lo que tenía que decir si empezaba a hablarle de vampiros, así que no digamos ya si le contaba algunas de las cosas que ocurrían en casa de Tony con regularidad.

Al final, conseguí acorralarle del mismo modo que los federales hicieron con Capone. Conseguimos reunir suficientes cargos contra él por chantaje y evasión de impuestos como para encerrarle durante cien años. Aquello no era tanto para un ser inmortal, pero yo tenía la esperanza de que el Senado le asestase un estacazo por llamar demasiado la atención sobre sí mismo antes siquiera de que pudiese preocuparse por si su celda tenía una ventana o no.

Sin embargo, cuando se procedió a efectuar la detención, Tony no aparecía por ninguna parte. Los federales se las apañaron para rodear e incriminar a algunos de sus sirvientes humanos, pero no había ni rastro del gordo. Tanto sus almacenes en Filadelfia como su mansión en el campo estaban vacías y mi antigua cuidadora apareció hecha pedazos en el sótano. Tony me dejó una carta explicándome cómo su instinto le había avisado de que algo iba mal y que por eso había ordenado a Jimmy que torturase a Eugenie para enterarse de qué estaba pasando. Los vampiros pueden aguantar mucho dolor y Genie me adoraba; tardó mucho tiempo en confesar, pero, como decía Tony, él era un tipo paciente. En la carta también decía que me había dejado el cuerpo para que pudiese disponer de él como quisiera, porque sabía lo mucho que ella significaba para mí. Y también porque así sabría lo que me esperaba a mí cualquier día.

—No sé qué voy a hacer —admití—. Pero mis padres no fueron los únicos a los que asesinó que me importaban.

—Lo siento —murmuró Billy Joe.

Era de agradecer que sabía cuándo tenía que dejar de presionarme, así que nos quedamos allí sentados en silencio hasta que el camarero regresó disculpándose con grandes aspavientos. El jefe no estaba disponible aquella noche. Al parecer, a Jimmy le dolía la cabeza y se había ido a casa.

Flirteé unos segundos con el sátiro antes de mandarle a por otra copa. Según se iba, Billy saltó de su sitio con no muy buenos modales.

—¡Y yo que pensaba que tenía una mente sucia! ¡Ni siquiera te importa lo que piense de ti!

—Exacto. Entonces, ¿dónde está Jimmy?

—En el sótano, como te dije. Han tenido una baja de última hora, así que van a mandar a Jimmy al cuadrilátero.

Hablando de infantilismos. El Senado no permitiría que Tony me matase, así que Tony descargaba su rabia con otro. Me levanté y me dirigí a la salida. Quería preguntarle a Jimmy unas cuantas cosas antes de que hiciese su contribución al espectáculo de esa noche, pero sabía que tenía que darme prisa.

El cuadrilátero era el espectáculo preferido de Tony, pero solía tener un efecto perjudicial en los contendientes. Hace un siglo Tony llegó a la conclusión de que era una pena matar sin más a alguien que le disgustaba, así que puso un ring de boxeo para dirimir estas cosas. La única diferencia con el boxeo normal es que no se usaba para boxear y que sólo uno de los dos luchadores salía vivo después de la contienda. Aquel espectáculo superaba las peleas habituales de lucha extrema de Las Vegas y, como ellas, estaba normalmente trucado para que perdiese quien tenía que perder.

—¿Cómo llego ahí abajo? —pregunté.

Billy me encontró una escalera de servicio junto al servicio de señoras, mientras él desaparecía bajo el suelo para ir haciendo una exploración previa. Cuando yo estaba a punto de llegar a los niveles inferiores, reapareció con noticias menos buenas.

—El siguiente en salir al cuadrilátero es Jimmy y le han emparejado contra un hombre lobo. Creo que es uno de esos que formaban parte de la manada a la que se enfrentó Tony hace unos años —me adelantó Billy.

Hice una mueca de fastidio. Estupendo. Tony había ordenado la muerte de su macho dominante para obligarles a salir de su territorio y Jimmy había sido el brazo ejecutor de aquella orden. Cualquier miembro de la manada que le tuviese a la vista le mataría o moriría intentándolo. Si Jimmy subía al cuadrilátero, no bajaría vivo de él.

Me dirigí hacia la puerta de servicio y me topé con Billy de nuevo obstaculizándome el paso.

—Muévete. Ya sabes que no me gusta caminar a través de ti —le espeté, recordando que con una vez que le había alimentado esta noche ya era suficiente.

—No vas a meterte ahí dentro —respondió tajante—. Lo digo en serio, ni se te ocurra.

—La única persona que me puede contar algo sobre mis padres está a punto de ser engullida. ¡Apártate! —le ordené.

—¿Para qué, para que corras su misma suerte? —replicó Billy señalándome con un dedo muy corpóreo—. Detrás de esa puerta hay un vestíbulo. Al final de él hay dos guardias armados. Son humanos, pero si consigues el milagro de rebasarlos, hay una sala entera llena de vampiros al otro lado. Métete ahí y estás muerta, y sin ti, yo me desvaneceré demasiado como para poder hacer daño a nadie. Resultado final: Tony gana. ¿Es eso lo que quieres?

Le miré fijamente. Odiaba cuando tenía razón.

—Entonces, ¿qué sugieres? No voy a irme hasta que le vea —le amenacé.

Billy soltó una mueca de disgusto.

—Ven por aquí, rápido.

Nos apresuramos por el pasillo en la dirección contraria y pronto me congratulé de que Billy estuviera allí para guiarme. Aquel sitio era un laberinto de túneles, todos pintados en el mismo color gris industrial. En unos minutos no tenía ni idea de dónde estaba. Nos paramos varias veces para meternos en distintas salas, la mayoría de las cuales estaban repletas de suministros de limpieza, máquinas tragaperras estropeadas e incluso ordenadores amontonados uno detrás de otro. Lo único que no había en ellas era gente, supongo que todo el mundo se había tomado un rato libre para ver las peleas.

Supuse que estábamos intentando pasar desapercibidos cuando Billy desapareció entre otras paredes, así que esta vez ni me molesté en dejar la puerta abierta. En esta ocasión me encontré con una sala enorme con un montón de elementos de atrezo y de decorado que llegaban hasta el techo. Había una colección de máscaras y lanzas africanas junto a una armadura a la que le faltaba la parte de debajo de una pierna. Una cabeza de león bastante zarrapastrosa se apoyaba en el ataúd de una momia, que alguien había modificado para insertar un cartel en el que se anunciaba un espectáculo de magia. Encima, una enorme estatua de Anubis, el dios egipcio con cabeza de chacal, parecía estar mirando algo desde una esquina alejada. Seguí la línea de su mirada fija y vidriosa y me topé con la cara fea de Jimmy haciendo esfuerzos por asomar por detrás de la jaula reforzada a conciencia en la que se encontraba. Sus rasgos afilados, su pelo negro hacia atrás y su mirada furtiva eran los que yo recordaba, pero debía haberle ido muy bien últimamente porque su habitual atuendo informal había sido sustituido por uno muy elegante que parecía hecho a medida.

Tardó unos pocos segundos en ubicarme. En la época en la que él me recordaba, el pelo me llegaba hasta los riñones y mi vestuario se ajustaba a la versión de lo que Eugenie consideraba apropiado para las jovencitas, esto es, faldas largas y blusas de cuello alto. El pelo largo lo cambié por un corte más práctico, menos largo y evidentemente menos espectacular cuando me puse en contacto con la gente de Protección de Testigos. Desde entonces había crecido algo, pero tampoco demasiado como para que se notase la diferencia. A lo que había que sumar que Jimmy nunca me había visto en nada parecido a ese atuendo de cuero que llevaba. Con todo y con eso, después de unos segundos de confusión, reaccionó. Demasiado, para mi sorpresa.

—¡Cassandra! ¡Joder, cómo me alegro de verte! Siempre supe que algún día volverías. Sácame de aquí, por favor. ¡Ha habido un gran malentendido! —vociferó.

—¿Malentendido? —grité sorprendida.

Me resultaba difícil creer que realmente pensaba que había regresado a la organización. Tony quizá podría perdonar a una muchacha de catorce años que se hubiera fugado por lo que él entendía que podía ser un ataque de angustia adolescente, pero un adulto que había conspirado para destruirle era otra cosa. Dudé si dejar a Jimmy donde estaba, pero, aunque me agradaba tenerle bien metido entre rejas, prefería hablar en otro sitio en el que fuese menos posible que los matones de Tony nos interrumpiesen en cualquier momento.

Seh. Uno de mis ayudantes está intentando ascender por la vía rápida y le contó al jefe unas cuantas mentiras sobre mí. Puedo arreglarlo, pero tengo que hablar con Tony…

—Te estás tomando tu tiempo —dijo una voz.

Miré a mi alrededor pero no vi nada.

—Encontré a las brujas, pero uno de los vampiros me atrapó. ¡Sácame de aquí! —insistió la voz.

—¿Quién ha dicho eso? —murmuré, mirando a Billy.

—¡Estoy aquí! ¿Estás ciega o qué? —seguí el chillido hasta llegar a una pequeña jaula de pájaros que estaba escondida debajo de un abanico de plumas de pavo real. Dentro de ella había una mujer de unos veinte centímetros de alto, que estaba como una avispa desquiciada. Su cara de Barbie estaba perfectamente rematada por un pelo de color rojo vivo y unos ojos color lavanda terriblemente enojados. Parpadeé. ¿Qué cojones le estarían echando a la bebida en aquel bar?

—Es un duendecillo, Cass —saltó Billy con cara de disgusto, girándose hacia la jaula mientras ella le fruncía el ceño.

Unos puños diminutos se agarraban a los barrotes de su celda y los golpeaban con furia.

—¿Estás sorda? ¡He dicho que me saques de aquí! ¡Y aparta esa cosa de mí! —prosiguió.

—A ésta en concreto no la había visto —musitó Billy Joe meneando su cabeza—, pero he visto a otros como ella. No la escuches, Cass. Los duendes no traen más que problemas.

—Probablemente haya venido por el anillo —protesté yo, intentando asimilar el hecho de que Tony había dado por fin con el modo de llegar al Reino de la Fantasía, que no era solo un mito.

—¡Estos barrotes son de hierro, humana! Estar aquí dentro me pone enferma. ¡Libérame ya! —siguió chillando, mientras yo parpadeaba, sin salir del asombro que me producía escuchar cómo una voz tan diminuta podía hacer tanto eco.

—No lo hagas, Cass —me advirtió Billy—. Hacer favores a los duendes nunca es una buena idea. Siempre se acaban volviendo contra ti.

La cara de la pequeña criatura se encendió de un rojo horrible y a continuación vomitó una retahíla de vituperios en un idioma que yo no conocía, pero Billy Joe sí.

—¡Criatura inmunda y vil! —balbuceó Billy Joe—. ¡Déjala que vaya a por el anillo y que le den!

Resoplé. Fuese lo que fuese o quien fuese, yo no iba a dejar que nadie se quedase allí para divertir al cabrón o a sus muchachos.

—Si te dejo salir, tienes que prometer no interferir en nada de lo que esté haciendo —le avisé con voz grave—. No nos descubras, ¿de acuerdo?

—Has perdido la cabeza —replicó rotundamente—. ¿Y cuándo te cambiaste la ropa? ¿Qué está pasando aquí?

Eso es lo que yo quería saber.

—¿Te conozco? —musité.

—Me parece mentira —repuso disgustada, con sus minúsculas alas color verde y lavanda batiéndose agitadamente a su espalda—. Estoy metida en una misión con una idiota.

Sus ojos se estrecharon mientras me miraba de arriba abajo.

—Oh, no. No eres mi Cassandra, ¿verdad? —continuó, llevándose las manos a la cabeza—. ¡Lo sabía! Tenía que haber hecho caso a la Gran Dama: ¡no trabajes nunca, nunca, con humanos!

—Eh, una ayudita por aquí —murmuró Jimmy a mi espalda.

—Vete —me dijo el duendecillo—. Y llévate al fantasma y a la rata contigo. Ya me apaño yo con esto.

Me daba la sensación de que tenía que saber qué estaba pasando allí, pero quedarse en aquel sitio para seguir con la conversación quizá no era muy inteligente. Ignoré los comentarios de Billy y retiré el pestillo de su jaula. Después me acerqué a la de Jimmy, pero, por desgracia, hacía falta la llave para abrir su candado.

—¿Y cómo te saco yo de aquí? —pregunté.

—Aquí —indicó Jimmy acercándose hasta los barrotes—. Se olvidaron de cachearme. La llave está en mi abrigo. ¡Rápido, volverán de un momento a otro!

Dirigí la mano hacia su chaqueta, pero de repente se paró cuando estaba a menos de medio metro de los barrotes y se negó a seguir adelante. Era como si se hubiera levantado en ese punto un muro invisible de melaza densa y pegajosa, y no tenía pinta de soltarse. El duendecillo revoloteaba alrededor de mi cabeza mientras yo intentaba sacar la mano.

—Yo liberaré a las brujas —me dijo—, pero necesito que me abras una puerta.

—No puedo abrir ni ésta —repliqué, intentando sacar mi mano derecha con la izquierda.

El tiro me salió por la culata, porque acabé con dos manos inmovilizadas que no podían ni ir hacia delante ni hacia atrás. Estaba bien atrapada.

—Es un hechizo de niño de alquitrán —explicó Billy, merodeando con ansiedad—. Necesitamos el antídoto.

—¿Es un qué?

—Es un término coloquial para llamar a una variante muy fuerte del prehendo. Por lo que veo, cualquier cosa que se acerque a una cierta distancia de la jaula queda atrapada como un gusano en una telaraña y cuanto más intentas soltarte, más fuerte te atrapa. Intenta no moverte —me recomendó Billy Joe.

—¡Y me lo dices ahora! —le respondí, porque su aviso llegaba como un segundo después de que el pánico se apoderase de mí y tratase de soltarme de una patada, lo que solo consiguió que el pie se me quedase también atrapado. A veces odiaba la magia de verdad—. ¡Billy! ¿Qué hago?

—¡Quédate quieta! —me ordenó—. Voy a echar un vistazo. Tiene que haber algo por aquí.

—¡Vuelve! —berreé mientras se dirigía hacia la armadura—. ¡Sácame de aquí!

—Tiene que ser eso —dijo después de blasfemar, señalando con el dedo hacia arriba.

Ahora me daba cuenta de que, sobre la puerta, había una especie de manzana asada podrida colgando de una cadena. Un segundo después, pude precisar que era uno de esos horribles llaveros con cabezas jibarizadas que vendían en la tienda de regalos del vestíbulo, junto con los alfileres de corbatas hechos de hueso humano y las camisetas de «Yo estuve en el Dante». Tony no tenía remilgos cuando se trataba de ganar dinero.

—Es lo único que no debería estar aquí.

El duendecillo voló hasta allí para examinarlo y su cabeza casi se choca con la de Billy Joe, que había regresado para echar un vistazo.

—Apártate de mi camino, desecho —le ordenó.

Billy estuvo a punto de decir algo, probablemente bastante profano, pero alguien le cortó. De repente, un ojo arrugado como una pasa brotó de la cabeza y miró enfadado al duendecillo.

—Llámame eso otra vez, Campanilla, y no abrirás esta puerta en tu vida.

Yo estaba allí quieta de pie, incapaz de creer que lo que estaba viendo era una conversación entre un duendecillo y una cabeza jibarizada. Creo que ese fue el momento en el que decidí olvidarme de la lógica y simplemente me dejé llevar. Si tenía suerte, alguien me habría echado algo en la bebida y estaba alucinando. Nadie decía nada, así que suponía que solo lo veía yo.

—¿Podrías abrir la puerta, por favor? —pregunté pausadamente.

El ojo (sólo parecía funcionar uno) se giró hacia mí.

—Eso depende. ¿Qué puedes hacer tú por mí? —espetó.

Me quedé mirándole. Era una cabeza reducida. Las opciones eran bastante limitadas.

—¿Qué? —acerté a decir.

—Eh, tu cara me suena. ¿Alguna vez has venido al bar vudú? Está en el Séptimo círculo, arriba. Yo era la estrella principal, ya sabes, bastante más famoso que los espectáculos de mierda a los que solía asistir esta perdedora. La gente me decía qué quería tomar y yo se lo repetía a gritos a los camareros. Funcionaba de maravilla. Todo el mundo creía que yo era uno de estos sofisticados artilugios de audioanimatrónica. A veces contaba chistes también. Por ejemplo: ¿qué sería Bugsy Seigel si se convirtiera en un vampiro? ¡Un dientincuente! —se reía como un poseso—. Me parto, ¿te lo sabías?

—Es malo —repuso el duendecillo sin inmutarse.

Yo asentí. Es imposible extender una protección absoluta en un lugar que se quedaba sin electricidad, pero ¿de verdad aquella era la mejor solución que había podido encontrar Tony?

—Oh, ¿nos gusta interrumpir, eh? Va, a ver qué tal este. Entra un tío en un bar del Infierno y pide una cerveza. El camarero le dice: lo siento, aquí sólo se sirven espirituosas.

—Tiene razón, es malo —corroboró Billy.

El duendecillo le dio un golpe a la cabeza con la parte roma de una pequeña espada que desenfundó de su cinturón.

—Libérala o te rebanaré en pedacitos —amenazó el duendecillo.

El ojo se las apañó para dar la impresión de estar sorprendido.

—¡Eh! ¡Se supone que no puedes hacer eso! ¿Por qué no estás atrapada como ella?

—Porque no soy humana —replicó rechinando los dientes—. Y ahora haz lo que te digo y no nos hagas perder el tiempo.

—Si de mi dependiese, lo haría, lo prometo, pero no puedo hacerlo sin autorización. En una ocasión me salté las reglas y mira donde me han metido. Lo único que quería era un coche muy rápido y, de paso, mujeres que también fueran rápido para llenarlo. Ahora me conformaría con que me devolvieran el cuerpo. Lo único es que está repartido por todo el garito porque aquella zorra del vudú fue dispersando las partes por ahí. Dadme un respiro. Tengo mis pagos un poco atrasados, vale, pero venga.

—Le debías dinero a Tony —le pregunté haciendo una suposición bastante evidente.

—Digamos que tuve una mala racha con las cartas —respondió con dignidad.

—¿Así que Tony te vendió a una sacerdotisa vudú? —seguí preguntándole, aunque no me sorprendía. Tony había encontrado una nueva acepción para la expresión «libra de carne».

—Y después me hizo trabajar en su estúpido casino —protestó la cabeza—. Después, hace unos meses, les molestó que uno de los clientes habituales empezara a sospechar que yo no fuese solo una cara bonita, así que me metieron aquí abajo. No más fiestas, no más chicas bonitas, niente. Ha sido deprimente de cojones. Pero ¡eh!, quizás a vosotros también os encojan y podamos pasarlo bien juntos. En serio. Qué os…

El duendecillo zanjó la cuestión haciendo realidad su promesa y cortando de cuajo la cabeza en dos. Mis ojos se quedaron clavados en la escena mientras veía cómo las dos mitades caían libremente durante unos segundos, cada una en un extremo de la fina cadena, para después deshacer lo hecho y acabar reuniéndose de nuevo en el mismo sitio del principio.

—Hola, ya estoy muerto, ¿recuerdas? —saltó exasperada la cabeza—. Quizá puedas herirme, Campa, pero así no ayudaré a tus amigos. Para que lo haga, t’emos que llegar a un acuerdo.

—¿Qué quieres? —repuse yo rápidamente.

—Mi cuerpo, claro. Quiero que traigas aquí a esas brujas para que deshagan el conjuro de bokor y me devuelvan mi forma natural.

—Eso es una locura —respondí sin apartar la vista de la cabeza agrietada—. Nadie puede revertir algo así. Ni siquiera aunque diésemos con esa mujer vudú, ni siquiera ella podría…

—Te lo prometo —me cortó el duendecillo con impaciencia—. Ahora, libérala.

La cabeza se volvió hacia ella con tanta rapidez que, de haber conservado aún su cuello, después de eso habría tenido una buena tortícolis.

—Repite eso —musitó.

—Te traeré conmigo al Reino de la Fantasía —prosiguió el duendecillo, con un aire totalmente serio, para mi sorpresa—. No te prometo qué aspecto, acabarás teniendo, pero puede que tengas un cuerpo. Algunos espíritus se manifiestan allí en su forma física.

—¿Ah sí? —espetó Billy con más interés del que a mí me habría gustado.

El duendecillo pasó de él.

La cabeza se detuvo por un momento.

—Tengo que pensármelo —afirmó para, inmediatamente, dejar de moverse.

—¿Por qué pone en esta cosa «Made in Taiwan» aquí en la parte de atrás? —inquirió Billy, echando un vistazo como a tres centímetros de distancia.

Billy y yo nos intercambiamos miradas y no hizo falta que le dijese nada más. Inmediatamente, atravesó la cabeza y reapareció unos segundos después con un gran enfado.

—¡No hay nada con conciencia ahí dentro, Cass, por no mencionar que es de plástico! Alguien lo hechizó para que se despertase si alguien se quedaba atrapado en el niño de alquitrán. Supongo que hizo saltar una alarma y estaba tratando de retrasarnos lo suficiente como para que alguien llegase hasta aquí.

—¿Entonces por qué se calló de repente?

—Supongo que le hicimos una oferta que no supo cómo responder —caviló Billy.

Cerré los ojos y me obligué a calmarme no fuese a ser que me diese un ataque y le acabase ahorrando a Tony unos cuantos pavos de recompensa.

—Entonces, ¿qué se supone que tenemos que hacer? —pregunté—. ¡Ya hemos intentado atacarle!

—Necesitamos la contraseña, Cass, algo que nos ayude a liberarte. A veces es un objeto que hay que tocar, o puede ser una palabra. ¡Pero este sitio está lleno de cosas! Me va a llevar algo de tiempo repasarlo todo.

—¿Qué pasa aquí? ¿Con quién hablas? —preguntó Jimmy.

—Se supone que hay un objeto por aquí que puede liberarme, o una palabra que puede hacer que esto me suelte —le expliqué brevemente—. No es real, fue el hechizo el que lo desencadenó todo.

—¿Quieres decir que eso no es Danny? —dijo Jimmy con aire sorprendido.

—¿Y se supone que Danny es…? —devolví la pregunta.

—Esa cabeza encogida que hizo Tony a partir de lo que quedaba de un tío de los cuarenta. Lo cogimos de modelo para nuestros llaveros —explicó con un rostro que cada vez parecía más molesto—. ¿Así que quieres decir que pusieron una de esas cabezas de la tienda de regalos aquí abajo? ¿Qué pasa, que yo no me merecía la de verdad?

Si no hubiera estado atrapada, habría tenido la tentación de soltarle un tortazo.

—¿Sabes cuál es la contraseña o no?

Se encogió de hombros, todavía con el ceño fruncido.

—Prueba con «banjo» —respondió, y tan pronto como acabó de pronunciar la palabra, todo lo que me aprisionaba dejó de estar allí.

Mis esfuerzos por liberarme, aunque hasta el momento habían sido inútiles, hicieron que, con el impulso, acabara con mi ya maltrecha espalda en el suelo. Jimmy me cogió a través de los barrotes y me ayudó a incorporarme.

—Estás perdiendo tiempo —me regañó.

—¿Banjo? —volví a preguntarle.

—Tenemos contraseñas para acceder a zonas restringidas y las cambiamos cada pocas semanas. Yo di el visto bueno para la nueva lista hace un par de días y esa era la primera palabra que había en ella —explicó, y al ver mi expresión, matizó—. Los muchachos están para pegar, no para pensar.

—Pero ¿por qué «banjo»? —insistí.

—¿Y por qué no? Mira, se me tienen que ocurrir unas doscientas de esas al año, ¿vale? Ya me quedé sin abracadabras hace tiempo. Además, no la habrías adivinado, ¿verdad?

—Todavía necesito que abras la puerta —me recordó el duendecillo justo en el momento en el que yo encontré un llavero de piel en el traje de Jimmy.

Las manos me temblaban, pero era evidente que él no podría salir por sí mismo. Alguien se había quedado sin esposas o quizá era que no les caía mejor que a mí. El caso es que habían aplastado sus dos manos y no estaban solo rotas, sino destrozadas hasta el punto de que no parecía que ningún dedo ni articulación pudiese moverse. Me parecía que, incluso si conseguía salir de esta, no le quedaban muchas opciones de seguir adelante.

—¡Hago lo que puedo! —refunfuñé.

—No es ése —vociferó impaciente—. Busca el que estaba junto a la jaula donde me tenían metida.

El duendecillo no dejaba de revolotear alrededor de mi cabeza como si fuera un pequeño ciclón.

—Aquella pared de allí —continuó ordenando—. Mis manos no son tan grandes como para hacer girar ese pomo enorme.

—Dame un minuto —le pedí, mientras veía como el tozudo cerrojo se abría finalmente.

En ese momento, Jimmy salió disparado a una velocidad de vértigo y se dirigió al vestíbulo. Mis ojos fueron de él hacia el duendecillo exigente.

—Síguele —le espeté a Billy—. Estaré contigo enseguida.

—Cass…

—¡Hazlo!

Billly salió enrabietado y yo me apresuré a alcanzar la puerta que me indicaba aquel minúsculo virago. Estaba a punto de darme la vuelta para seguir a Billy cuando descubrí de qué iba el último negocio de Tony. Tres mujeres morenas, todas de una edad similar a la mía, estaban sentadas espalda con espalda en el suelo dentro de un círculo oxidado. Tenían las manos y los pies atados, y mordazas improvisadas en la boca. Me quedé mirándolas.

—Dios mío. ¿Ahora tiene esclavos? —exclamé.

Aquello era demasiado bajo, incluso para Tony.

—Eso parece —replicó el duendecillo, deslizándose por el aire hacia aquellas mujeres. Hizo una mueca de disgusto y me volvió a mirar—. Esto es peor de lo que creía. Puedo apañármelas con el círculo, pero no puedo liberarlas.

Empecé a correr, preguntándome si alguna de las llaves de Jimmy funcionaría, pero en ese momento me golpeé con lo que parecía una pared muy sólida. No parecía que hubiera nada allí, pero mi nariz magullada me decía lo contrario y mi protección empezó a soltar destellos dorados que salpicaban toda la habitación.

—¡Bruja estúpida! —parloteó agitadamente el duendecillo—. ¡Es un círculo de poder! ¡Lo destruiré y después podrás liberar a esas mujeres!

Me moví hacia atrás y mi protección se calmó, aunque todavía podía sentir su calor en mi espalda.

—No soy una bruja —protesté ofendida mientras me preguntaba si mi nariz estaría rota.

El duendecillo descendió hasta el suelo y empezó a frotar el círculo. Estaba hecho de una sustancia seca que se fue quitando lentamente.

—Vale. La pitia no es una bruja. Entendido.

—¿No puedes darte más prisa? —reclamé después de un minuto, mientras hacía cábalas sobre lo lejos que habría podido llegar Jimmy en su estado—. Y me llamo Cassie.

Sus ojos color lavanda se bambolearon exageradamente.

—Me daba que era tu naturaleza la que te convertía en alguien tan molesta, pero has nacido así, ¿no? ¡Y lo hago lo mejor que puedo! La sangre se ha secado y no es fácil de quitar —se justificó.

—¿Sangre?

—¿Cómo crees que los magos oscuros realizan un hechizo? Hace falta que alguien muera, estúpida.

El duendecillo empezó a farfullar en aquel otro idioma y yo traté de reconfortarme a mí misma y no pensar en lo que Tony estaba haciendo con un miembro de los duendes, algunos esclavos y un círculo de sangre. Desde que le conocía, Tony había estado en el lado equivocado según el derecho de los humanos, pero esto contravenía también las reglas de los vampiros y de los magos. No tenía ni idea de cuándo había adquirido estas tendencias suicidas y de repente sentí la necesidad de salir del casino de la forma que fuese.

Finalmente, mi pequeño cómplice acabó de limpiar una estrecha línea a través del círculo y pude escuchar un pequeño ruido, como si algo se hubiera descomprimido.

—¿Es todo? —le pregunté. La verdad es que aquello sonó un poco a anticlímax.

Ella se sentó en el suelo y jadeó.

—Pues… ¡inténtalo!

Caminé hacia delante, esta vez con cautela, pero nada me obstruyó el paso. Me arrodillé rápidamente junto a la mujer que se encontraba más cerca de mí y empecé a probar llaves. Afortunadamente, la tercera de ellas funcionó. Le saqué la mordaza de la boca y empezó a gritar. Quise volver a ponérsela antes de que alertase a todo el casino, pero ella se adelantó y me cogió la mano. Empezó a soltar una rápida retahíla de palabras en francés mientras me besaba la muñeca y todo lo que podía. No entendí mucho de lo que me decía, el único idioma moderno que domino además del mío es el italiano, y no hay muchas coincidencias con el francés, pero los ojos de color marrón claro que me miraban denotaban casi un gesto de adoración.

Tuve una sensación rara en el estómago. Conocía a esa mujer. Estaba más regordeta y parecía mucho menos demacrada, pero, aparte de eso, no había cambiado mucho desde que la vi estirada en el potro de tortura envuelta en llamas. La miré más fijamente por segunda vez, pero la intuición se confirmó. Aquella cara estaba grabada en mi memoria y cuando vi el extremo de sus dedos, comprobé que estaban llenos de cicatrices. Con todo lo imposible que parecía, lo cierto es que una bruja del siglo diecisiete estaba allí, en un casino de Las Vegas de nuestros días. Parece que se trataba de una bruja muerta, porque nadie podría haber sobrevivido a los tormentos que había visto que se le infligían a ella. Cualquier otro día habría considerado seriamente la posibilidad de desmayarme; y como aquello podía pasar, simplemente le puse la llave en la mano y me retiré a gatas hasta donde no pudiera alcanzarme.

—He de irme —solté brevemente, y me largué de allí.

Mi plan era sencillo: encontrar a Jimmy, interrogarle, entregarle a los polis y correr como un demonio. Me podía ahorrar todas las demás complicaciones.

No me hacía falta que Billy me recordase que volver por donde habíamos venido no era una gran idea. Si alguien venía a por Jimmy, irían por esa ruta, y la única pistola que yo llevaba encima no sería de mucha ayuda contra la clase de matones que Tony habría mandado. Desde que llegué a los niveles más bajos del local, no había visto a ningún empleado, musculitos o cualquier otra calaña de las que había por allí, y aquello empezaba a preocuparme. Era de madrugada, de acuerdo, pero en un lugar como ese nunca se duerme. Tendría que haber gente por allí, especialmente si iba a haber combate esa noche, pero el vestíbulo estaba absolutamente vacío. Seguí por el pasillo hasta que llegué al punto donde se desdoblaba. Me detuve, confusa, hasta que Billy apareció por una pared y me hizo un gesto.

—Por aquí —musitó.

Entré por una puerta cercana y me vi con mis huesos en una sala de descanso para empleados. Jimmy estaba medio escondido detrás de una máquina de refrescos.

—Hay un picaporte —dijo al verme aparecer, y señaló la pared con su codo— justo ahí. Pero no puedo hacer nada con esto.

Según acababa de hablar, elevó sus manos mutiladas a modo de aclaración y yo me apresuré hacia la puerta. Detrás de la máquina había algo que parecía una extensión de la misma pared de yeso blanquecina y ligeramente manchada que poblaba el resto de la habitación, pero en realidad se ondulaba ligeramente en los extremos, aunque no me hubiera dado cuenta nunca si no me hubiese esperado que allí hubiese algo. La protección perimetral estaba envejeciendo. Deslicé mis manos por la pared hasta que me topé con algo que parecía un pomo, y la empujé.

La puerta dio paso a un pasillo estrecho que, a juzgar por el polvo del suelo, no tenía mucho tránsito habitualmente. Tampoco era una sorpresa. Tony siempre tenía múltiples salidas, la mitad de ellas escondidas, en sus negocios. Una vez me contó que era una reminiscencia de su juventud, cuando era normal ver ejércitos desfilar por Roma con cierta regularidad. Desde que unos soldados españoles del ejército de Carlos V casi le queman vivo en el saqueo de su ciudad, allá por 153o, se volvió un tanto paranoico con estas cosas. Por una vez, daba gracias de que así fuera.

Recorrimos el pasadizo secreto y después subimos por una escalera que había al final. O, mejor dicho, yo la subí empujando a Jimmy. Sus manos eran un gran inconveniente, pero entre sus codos y mis empujones lo acabamos consiguiendo. Accedimos por una trampilla hacia un vestuario. Allí, un hombre con un traje de diablo de lentejuelas nos guiñó con un ojo lloroso, pero no hizo preguntas. Trabajaba para Tony, así que probablemente estaba acostumbrado a ver una gran variedad de cosas raras.

Jimmy gateó hasta la puerta, resoplando como un tren de mercancías, y la verdad es que yo no estaba mucho mejor. Definitivamente tenía que añadir las visitas al gimnasio a mi lista de tareas, justo después de correr para salvar la vida y matar a Tony. El vestuario daba a otro pasillo gris, pero, afortunadamente, éste era corto. Unos segundos después, estábamos cerca de un bosque de falsas estalagmitas con vistas al río. A unos cuantos metros de nosotros, un Caronte llevaba en su barca a unos cuantos apostadores agotados que se dirigían a la entrada.

—¡Eh! ¿Adónde te crees que vas? —grité.

Jimmy había empezado a largarse sin decir una palabra y tampoco se inmutó al oír mi chillido. Pelear con él en el suelo no era una opción, pero, por suerte, conocía una que sí lo era.

—¡Billy, cógele! —ordené.

Salí detrás de Jimmy y noté cómo Billy Joe me pasaba como una brisa cálida. Normalmente era fría o, cuanto menos, fresca, pero esa noche se había recargado con las protecciones de algunos vampiros y tenía energía para dar y tomar. Sin embargo, Jimmy alcanzó el vestíbulo en un tiempo récord y, cuando ya se dirigía a las puertas, se frenó en seco y tropezó al dar marcha atrás. Descubrí qué le pasaba en cuanto vi a Pritkin, Tomas y Louis-César entrando por la puerta principal. No me preocupaba saber cómo me habían encontrado o qué habían planeado. Agarré a Jimmy por su traje elegante y lo metí de nuevo en el pasillo.

—No irás a ningún lado hasta que no hablemos de mis padres —le espeté.

Algunas de las estalagmitas más grandes estaban entre nosotros y el trío de MAGIA, y por un momento pensé que habíamos conseguido que no nos vieran. Entonces escuché a Tomas pronunciar mi nombre. Joder, me habían cazado.