Pensé que lo que tenía en la muñeca no era una fractura, sino un esguince, y que el arañazo de mi mejilla no tenía tan mala pinta como había pensado en un principio, aunque no se podía decir lo mismo de mi culo. Caer encima de mi pistola en el almacén me había dejado un recuerdo del tamaño de la palma de mi mano, además, el cardenal se había vuelto de un color morado nada favorecedor. Genial. Iba a juego con las marcas de dedos que había alrededor de mi cuello, así que, por lo menos, iba conjuntada.
Acababa de terminar con mi inspección cuando Billy Joe se coló por la ventana. Miré hacia la puerta, deseando decirle en realidad que se fuera, pero no me apetecía mucho la idea de tener que enfrentarme a una audiencia. Billy era mi as en la manga, la mejor oportunidad que tenía de salir de allí. No quería que nadie supiera que él andaba por allí.
Al ver mi expresión, me sonrió abiertamente.
—No te preocupes —me tranquilizó—. Alguien ha lanzado un hechizo de silencio extraordinario en estas habitaciones. Sea lo que sea lo que están planeando, se han tomado en serio lo de que no les escuchen.
—Está bien, en ese caso: ¿dónde coño te habías metido? —dije, con las emociones de nuevo a flor de piel al ver cómo él actuaba como si nada, como si no me hubiera dejado tirada antes.
Billy Joe, que en vida había sido un bebedor de primera y un gran fumador de puros, era uno de mis pocos amigos ahora que llevaba bastantes años muerto. Sin embargo, esta vez la había cagado y él lo sabía. El gran apostador, el duro, estaba allí, jugueteando con su pequeña corbata de lazo y con cara de avergonzado. Sabía que su reacción era sincera y no otra de sus actuaciones porque aún no había hecho ningún comentario lujurioso sobre mi falta de ropa.
—Me encontré con Portia y me dijo lo que ocurría. Fui a buscarte al club, pero ya te habías marchado —se excusó, levantando su sombrero vaquero con un dedo casi transparente que luego se solidificó un poco más—. ¿Hiciste tú todo aquello? El almacén estaba hecho un desastre y había un montón de policía por todo el club.
—Claro, tengo por costumbre liquidar a cinco vampiros y después dejar los cuerpos para que la Policía vaya atando cabos —le respondí con ironía.
La Policía que todos conocemos tenía la función, dentro de la comunidad sobrenatural, de limpiar los desastres que uno dejaba. En algunas situaciones, dejar abandonados cadáveres capaces de provocar una taquicardia a cualquier patólogo podía darte más problemas que los asesinatos en sí. Tampoco era normal que ocurriera algo así y de ahí nacían muchas leyendas antiguas, imagino, pero cuanto más se expandía la población humana, más vital se hacía esa política. Al Senado no le apetecía mucho la idea de ver vampiros troceados en los laboratorios mientras algún científico humano trataba de descubrir el secreto de la vida eterna, o de ver cómo los Gobiernos, completamente alucinados por los cuerpos, empezaban una versión moderna de la Inquisición.
—¿Qué cuerpos? —preguntó Billy Joe encarnándose hasta tal punto que pude ver un toque de rojo en su moderna camisa de chorreras (moderna, en todo caso, en 1858, el año en el que aquellos vaqueros le hicieron una visita guiada por el fondo del Misisipi). Había sangre por todas partes y parecía como si un ciclón hubiese arrasado con todo, pero no había ningún cuerpo.
Me encogí de hombros. Tampoco tenía interés por saber que Tomas tenía algún compañero que se había ocupado de llamar a un servicio de limpieza. Si cualquiera de las personas en las que estaba confiando me estaba mintiendo, no quería saberlo.
—Genial, gracias por dejar que casi me maten. ¿Qué sabes de mis problemas por aquí? —le interrogué.
Billy Joe escupió una bolita de tabaco de mascar para fantasmas contra la pared del baño. Aquello dejó una hilera babosa de ectoplasma que iba deslizándose hacia abajo y le miré con mala cara.
—No hagas eso —espeté enfadada.
—¡Eh! ¿Estás desssnuda ahí debajo? —preguntó sentándose junto a la bañera y palmeteando infructuosamente las burbujas.
Si se concentraba, podía mover cosas, pero en ese momento solo estaba jugando, así que su mano atravesaba la espuma. Le obligué a darse la vuelta mientras salía y me secaba. Sé que es algo estúpido, pero Billy Joe no ha estado con una mujer en ciento cincuenta años y a veces puede distraerse. Es mejor no dejar que su cabeza eche a volar.
—Cuéntame. ¿Qué es lo que sabes? —volví a preguntar.
—No demasiado. Tuve problemas para encontrarte. ¿Sabes que estás en Nevada? —replicó él.
—¿Cómo iba a…? Espera un momento. ¿Por qué tuviste problemas para encontrarme?
La mayoría de los fantasmas se encuentran atados a un único emplazamiento, normalmente una casa o una cripta, pero Billy Joe se aparece en el collar que compré en la tienda de antigüedades cuando tenía diecisiete años y tiene más movilidad. Lo compré porque pensé que era tan solo un pastiche victoriano que le alegraría el cumpleaños a Eugenie. Si hubiera sabido lo que traía dentro, no puedo decir con total seguridad que no lo habría dejado en su cajita. Como no lo sabía y dado que yo lo llevaba puesto normalmente, él no tendría que haber tenido ningún problema para localizarme. En épocas de viajes, bueno, digamos que él coge una ruta más directa que la mayoría.
—¿Qué has estado haciendo en lugar de comprobar qué había ahí fuera? —Billy Joe parecía sentirse culpable, un hecho que no le impedía seguir intentando mirar bajo mi toalla.
—Un momento —de pronto, tuve una revelación—. Espera. Estamos en algún lugar cerca de Las Vegas, ¿no?
—Sí, como a unos cincuenta kilómetros. Este lugar parece un rancho, sólo que no hay caballos, ni turistas, y que los rancheros de por aquí son algo peculiares. Caro, que no importa, porque lo único que los humanos ven aquí es un enorme cañón desnudo con un montón de señales de «No pasar».
—¿Cincuenta kilómetros? —le interrogué de nuevo, sabiendo que Billy podía coger energía de las reservas almacenadas en su collar para cubrir distancias de hasta setenta y cinco—. ¡No me digas que mientras me hechizaban, me trasladaban por todo el país, me amenazaban y encarcelaban tú has estado metido en casinos!
—Vamos, Cassie, querida…
—No me lo puedo creer —le reproché. No me solía enfadar a menudo con él, porque casi siempre es una pérdida de tiempo, es lo que se dice un ser incorregible, pero esta era la gota que colmaba el vaso—. ¡Casi me matan! ¡Dos veces! Si no te preocupas por cosas así, piensa en qué pasaría con tu precioso collar si alguien me abate a tiros o me raja la garganta. Permíteme que te lo aclare: el collar acabaría en el joyero de alguna viejecita de Podunk, EE.UU., a ciento cincuenta kilómetros de ningún sitio.
Billy Joe parecía escarmentado, pero dudaba de que su sentimiento de culpa estuviese relacionado con lo que podía haberme pasado a mí. Es incapaz de estar lejos de su hogar base durante mucho tiempo, porque si no su poder se mitiga, razón por la cual yo sabía que llegaría allí más pronto o más tarde. Cuanto más se alejaba de su fuente, más rápido se desvanecía su fuerza. Su peor pesadilla era quedarse tirado en uno de esos pueblos minúsculos que no tenían taberna, ni clubes de estriptis ni tugurios de apostadores al alcance. Para él, aquello sería el equivalente al Infierno. Conmigo tenía una garantía de estar cerca de los ambientes urbanos, dado que era muy difícil esconderse en un poblacho. También tenía algo incluso más importante.
Con el tiempo, habíamos desarrollado una especie de relación de simbiosis. Billy Joe es uno de esos espíritus que pueden absorber energía de un donante vivo, de un modo similar al que lo hace un vampiro. Los vampiros toman la energía vital a través de la sangre, que en términos mágicos es el receptáculo de la fuerza vital de una persona. Cuando se alimentan, reciben parte de la vida del donante y eso les sirve de sustitutivo, al menos durante un tiempo, de la que perdieron al convertirse en vampiros. Algunos fantasmas podían hacer lo mismo y como los vampiros, no siempre preguntaban antes. Con todo, Billy Joe prefería siempre que el donante fuese voluntario, por no decir que siempre comentaba que, por alguna razón, el efecto siempre duraba mucho más cuando venía de mí. A cambio de que yo aceptara darle energía adicional de vez en cuando, él había aceptado estar pendiente de cualquier señal que indicase el inminente retorno de Tony. En ese momento, me sentía engañada.
—Si no vas a servir para nada, debería vender esta cosa tan fea —amenacé mientras frotaba el vaho del espejo y echaba un vistazo a la monstruosidad que rodeaba mi cuello. Era de un color dorado hecho a mano, fuerte e intricado, con una masa de flores y ramas que se retorcían en torno a un centro coronado por un rubí de corte cabujón. El encargado de la tienda en la que lo compré había dado por supuesto que era cristal, ya que no estaba acostumbrado a ver joyas que no tuvieran múltiples caras. Además, aquel rubí había pasado años acumulando polvo. Incluso después de limpiarlo bien, era, sin ninguna duda, uno de los collares más feos que había visto nunca. Normalmente solía llevarlo debajo de la ropa.
—¡Te haré saber que ese collar lo conseguí de una condesa! —se encorajinó.
—Y a juzgar por todas las marcas de empeño, era realmente importante para ti, ¿verdad? —repliqué, sin inmutarme.
—Siempre lo he acabado rescatando, ¿no? —Billy Joe empezaba a enfurruñarse, así que decidí dejarlo estar. Necesitaba que estuviese con ganas de cooperar si quería que me descubriese algo.
—No quiero peleas. No estoy de humor esta noche. Solo necesito saber algunas cosas, como por ejemplo por qué el Senado me ha atrapado aquí —me detuve al ver que Billy Joe levantaba la mano.
—Por favor, sé cuál es mi trabajo —apostilló.
Se volvió a acomodar en el borde de la bañera mientras yo repasaba el estado de mis rodillas. Ambas estaban salpicadas de heridas y golpes a pesar de la altura de mis botas, así que mañana las tendría bien agarrotadas. Sabía que debía sentirme afortunada por estar viva, aunque fuese para convertirme en una maraña de dolor andante, pero por alguna razón aquel pensamiento no me reconfortó demasiado. Quizá porque no pensaba que fuera a estar así por mucho tiempo.
—Ese vampiro de ahí, Louis-César, lo han cogido prestado de Europa. Es una especie de campeón de duelos. Se dice que nunca ha perdido una pelea y por lo que he oído, se ha visto envuelto en cientos de ellas —me explicó Billy Joe.
—Puede sumar una más al total después de esta noche —añadí, sabiendo que no es que el guardia tuviese pinta de suponer un gran reto para él, pero supongo que daba por contado que lo había decapitado—. ¿Sabías que Tony había sobornado a unos lunáticos para que me mataran justo delante del Senado?
—Gilipolleces. Si hubiera sido así, Mircea le habría matado.
Se me iluminó la cara lentamente. No lo había mirado así. Si Tony hubiera estado detrás del segundo intento de acabar con mi vida, no hubiera hecho más que dejar mal a Mircea, ya que no hay nada que te desprestigie más en los círculos vampíricos que no ser capaz de controlar a un subordinado. Incluso sabiendo que, por lo general, Mircea me caía bien, siempre me había dado la impresión de que no era uno de esos tipos con los que convenga enfrentarse.
—Sólo nos queda desear que así fuera —balbuceé.
—Pse, bueno, tampoco me parece el estilo de Tony —yo me encogí de brazos porque, en mi opinión, Tony no tenía ningún estilo en concreto—. De tós modos, que me enterase de que Louis-César es el segundo del Senado Europeo es un buen descubrimiento pa’ti, ¿no?
—Estupendo. Ahora dime algo que me interese.
Billy Joe soltó un largo suspiro de sufrimiento.
—De acuerdo. Estás en la sede central de MAGIA, la Metafísica Alianza de Grandes Interespecies Asociadas, más conocida por ser la principal sala de fiestas de las criaturas de la noche —volvió a intervenir Billy Joe, retomando las explicaciones.
—Eso ya lo sé —apunté tajante.
Creo que me lo imaginé, al menos subconscientemente. Nunca había estado aquí, pero ¿en qué otro lugar podría irrumpir un mago en una reunión del Senado y saludar un vampiro a un hombre lobo como si fueran amigos de toda la vida? La verdad es que no había tenido tiempo de planteármelo y tampoco es que supiese muchas cosas de lo que bien podía ser una ONU de lo sobrenatural. A Tony no le solía interesar discutir sobre los asuntos problemáticos. Su estilo era más bien clávales-la-estaca-y-olvídales, práctica que, por otro lado, funcionaba con mucha más gente que con los vampiros. Es uno de esos parecidos entre especies sobre el que MAGIA no había querido entrar en detalles: no hay ningún ser que pueda vivir en buenas condiciones con un gran trozo de madera clavado en el corazón.
—Vale, quizá esto no lo sepas: el Senado se está metiendo en esto porque hay un vampiro que está causando un montón de problemas y enfadando a todo el mundo. ¿Te acuerdas de aquel maestro ruso con el que Tony solía hacer negocios, el tipo que se ocupaba de la mitad de los chanchullos de Moscú?
—¿Rasputín? —salté yo.
El antiguo consejero de Nicolás II, el último zar de todas las Rusias, había sido envenenado, disparado, apuñalado y ahogado por algún príncipe que creía que tenía demasiada influencia sobre la familia real. Y tenía razón: la zarina amaba a ese monje autoproclamado de aspecto desaliñado, porque su hijo era hemofílico y sólo la mirada hipnótica de Rasputín era capaz de sanarle. A cambio, Rasputín consiguió más poder y un montón de sus amigos fueron designados para cubrir importantes cargos en el Gobierno. El príncipe y un grupo de nobles a quienes había convencido para que le ayudaran a eliminar el nuevo poder de la ciudad no salían de su sorpresa al ver que ni el veneno, ni las puñaladas, ni los disparos parecieron inmutar a Rasputín. Hasta que no lo tiraron por un puente y rescataron de las gélidas aguas después lo que, al parecer, era su cuerpo sin vida, no se quedaron satisfechos. Los historiadores han discutido enormemente desde entonces sobre los motivos de que Rasputín tardase tanto en morir. La mafia rusa podía habérselo aclarado: es difícil matar a alguien que ya está muerto.
—Seh, ese mismo. Rasputín s’enfadó porque el sitio que él quería en el Senado se lo dieron a Mei Ling. No tenía ni una oportunidad de meterse en el Senado europeo, la mayoría de esos locos hijos de puta hacen que él parezca hasta un corderito. Pero aquí, él sí que creía que tenía todas las opciones —me explicó Billy Joe—. El tema es que no lleva muy bien que le rechacen. Durante un tiempo estuvo desaparecido, pero hace unos seis meses volvió a dejarse ver y empezó a atacar a miembros del Senado. Ya ha matado a cuatro y ha dejado a dos con heridas tan graves que nadie sabe si saldrán adelante. Ahora ha retado a la Cónsul a un duelo para hacerse con todo el tinglado. Ella ha pedido ayuda del Cónsul de Europa, que ha enviado al tal Louis-César como campeón. Pero, por supuesto, eso no ha puesto a Mei Ling contenta precisamente.
—Ya me imagino —corroboré yo.
Conocí a la segunda de la Cónsul, una pequeña belleza americana de origen chino que no llegaba al metro cincuenta y pesaba unos treinta y ocho kilos, cuando tenía siete años. Y la verdad es que me marcó. Ser la segunda no es como ser el vicepresidente de los Estados Unidos. Quien ocupa esa posición no está allí para sustituir al Cónsul si éste es eliminado, porque los miembros que quedasen del Senado lo decidirían por votación o a través de un duelo, en cuyo caso el ganador se quedaría con el premio. El título tampoco implica que quien lo tiene es el segundo miembro más poderoso del Senado: es posible que así sea, pero no es un requisito imprescindible. Cada miembro del Senado tiene una función específica para el cuerpo, como si fuese un gabinete presidencial. Los segundos de a bordo son designados por una única razón: tienen poder intimidatorio. A quienquiera que ocupe tal cargo se le conoce también como «el Ejecutor», porque él o ella se ocupaba de que se ejecutaran los decretos del Senado por los medios que fueran necesarios. Y entre ellos se incluían todos los que estuviesen entre la diplomacia y la violencia, aunque Mei Ling era conocida por su predilección por la última.
Lo dejó claro el día que llevó a rastras a la sala de audiencias de Tony a uno de sus vampiros para interrogarle. Fuese lo que fuese lo que hubiese hecho aquel tipo, lo que estaba claro es que no quería contarle al Senado nada al respecto. En realidad, estaba tan decidido a no contar nada, que le lanzó un reto a Mei Ling. Ella era nueva en el cargo y no tenía demasiada reputación: tenía tan solo unos ciento veinte años y su aspecto era más bien el de una muñeca china, así que supongo que él creía que podría con ella.
Me fascina cómo hasta vampiros de una cierta edad a veces olvidan que no se trata de un tema de tamaño, sino de poder, y que aunque a veces eso tiene que ver con la edad, no siempre es una relación tan directa. Algunos vampiros con muchos más siglos que Mei Ling nunca tendrán su poder; yo he visto cómo gigantones doblaban la rodilla ante la mirada de un niño. El paso a vampiro no te convierte en espectacular si eras normalito, ni en inteligente o poderoso si eras estúpido o débil: un perdedor en vida es un vampiro perdedor igualmente y lo normal es que pase su vida inmortal sirviendo a alguien. Es una de las grandes pegas de esta condición, algo que normalmente no se destaca en las películas. Sin embargo, en algunas ocasiones, el convertirse en vampiro hace que alguien a quien se ha minusvalorado en vida tenga una oportunidad de brillar. Aquel día, vi cómo una diminuta flor de aspecto frágil trituraba literalmente a un vampiro en pedacitos sangrientos. También vi lo mucho que le gustaba aquel hecho, cómo sus ojos oscuros brillaban de alegría y fiereza ante la constatación de que, efectivamente, podía perpetrar todo aquello. Una vez más, un hombre la había subestimado, pero esta vez había pagado por ello.
No le mató, o al menos en mi presencia. Su cabeza estaba intacta y gritaba cuando ella ordenó que le empaquetaran los trozos en cestas para enviarlas al Senado. Nunca volví a verle y ninguno de los presentes aquel día, que yo sepa, se atrevió a retar nunca a Mei Ling.
—¿Pero por qué se ha traído la Cónsul a un campeón? Yo pensaba que tanto ella como Mei Ling serían capaces de apañárselas con un reto tan simple —pregunté.
—La Cónsul es poderosa, pero no es una duelista. Y Mei Ling no tiene la experiencia de Rasputín. Él ya tenía una edad cuando intentó hacerse con el poder en Rusia y corre el rumor de que nunca ha sido derrotado en una pelea, además de que no le importa mucho la manera de ganar. Nadie vio las peleas con los senadores muertos, pero los dos primeros en ser atacados están aún con vida, por así decirlo. Y Marlowe permaneció consciente el tiempo suficiente después de que le encontraran como para contar que, de algún modo, Rasputín había conseguido que tres de sus propios vampiros se volvieran contra él y uno de ellos había estado junto a él durante más de doscientos años.
De pronto, las piezas del puzle empezaron a encajar. Le conté a Billy Joe lo que había pasado en mi reciente huida y él parecía pensativo.
—Seh, eso tendría sentido. No sé cómo se eligen los guardias del Senado, pero casi seguro que vienen de la cuadra de alguno de los miembros, porque ¿quién pensaría que cualquiera de ellos se volviera en contra de los allí presentes?
—Pero ¿por qué querría Rasputín verme muerta? —pregunté entre espasmos que no eran precisamente de frío.
Me había acostumbrado a la idea de que Tony quisiera matarme, pero es que ahora parecía que, de repente, eran muchos los nuevos que querían subirse al tren. Y cualquiera de ellos sería suficiente para que cualquier persona cuerda se viese sumida en un grave acceso de paranoia.
—No tengo ni idea —dijo Billy Joe con una mirada demasiado contenta, mientras yo me quedaba mirándole. Le encantaba contar una buena pelea casi tanto como estar en una, pero yo no iba a ser su entretenimiento, así que siguió contando—: Pero todavía no has escuchado lo mejor. Marlowe se cargó a un par de agresores antes de diñarla y los cuerpos estaban allí cuando aparecieron los refuerzos. Nadie pudo identificar a los vampiros. Es como si salieran de ningún sitio.
—Eso es imposible —repuse.
No dudaba de la parte de que Chris Marlowe hubiese sido duro de matar. Antes de convertirse en vampiro, había sido el chico malo de la Inglaterra isabelina y se había visto involucrado en unas cuantas peleas de bar al mismo tiempo que escribía algunas de las mejores obras de teatro de la época. El único tipo que se consideraba rival suyo era uno llamado Shakespeare, que casualmente había aparecido unos años después de que Marlowe se convirtiera y tenía un estilo de escritura muy similar. Finalmente, cuando el actor de pacotilla al que había hecho pasar por estrella murió, Marlowe se dedicó a su otra gran afición, pegar a diestro y siniestro. Había hecho algo de espionaje para el Gobierno de la reina en vida, así que también añadió su experiencia de aquí a su bagaje de trucos personales. Actualmente, era el jefe de inteligencia del Senado y usaba a su familia de vampiros como espías dentro de la comunidad sobrenatural en general y en los otros senados en particular. Ayudaba a garantizar la paz extirpando a cualquiera que tuviese pinta de estropearla, lo que explicaría por qué Tony había estado más preocupado por Marlowe que por Mei Ling. La única vez que le vi, una noche en la que se dejó caer por allí para hablar con Mircea, pensé que estaba bastante bien, con sus sonrientes ojos oscuros, sus rizos descuidados y una barba de chivo que no dejaba de meter en el vino. Pero, por supuesto, yo no había estado planeando eliminar a la Cónsul. Si lo hubiera hecho, tendría que habérmelo quitado a él primero de en medio.
La parte de la historia de Billy Joe que me parecía difícil de creer era la de los dos vampiros sin identificar. Eso era literalmente imposible. Todos los vampiros están bajo el control de un maestro, ya sea el que le hizo o el que se lo compró a quien le hizo, o el que le ganó en duelo. El único modo de no tener un maestro es alcanzar el primer nivel de poder por ti mismo. Cualquier otra cosa, incluyendo matar a tu propio maestro, no traía buenas consecuencias; era tan simple como que cualquiera te agregaría bajo su tutela en esos casos. Dado que hay menos de un centenar de maestros de primer grado en el mundo, y que la mayoría se sientan en uno de los seis senados vampiros, esto consigue que haya una buena estructura jerárquica y mantiene todo en orden. La mayoría de los maestros les dan a sus seguidores más poderosos algo de libertad, aunque una cierta cantidad de estas benevolencias se entregaban en forma de «presentes» anuales, y cualquier sirviente al que convirtieran pasaba a estar sujeto a los caprichos de sus maestros. Los maestros también hacían revisiones de vez en cuando, como hacía Mircea con Tony, porque siempre eran responsables de sus subordinados. Si Tony ordenaba que me atacaran sabiendo que estaba bajo la protección del Senado, se esperaba que fuera Mircea quien tratase el tema con él.
Es un sistema poco complicado, al menos en lo que se refiere a la capacidad de gobierno, porque no hay tantos vampiros lo suficientemente poderosos como para tener una cuadra de seguidores. Al contrario de lo que Hollywood parece creer, no todos los vampiros pueden hacer nuevos vampiros. Recuerdo que una vez que Alphonse y yo estábamos viendo una película antigua de Drácula, Alphonse se partía de risa después de ver cómo un vampiro que había salido de la tumba hacía escasos días ya estaba haciendo a uno nuevo. Durante las semanas siguientes, Alphonse no se cansó de burlarse de los vampiros más débiles de la corte, recordándoles a ese niño de tres días que era más poderoso que ellos. Pero, para todos aquellos que alcanzan el nivel de maestro y crean nuevos vampiros, es un requisito ineludible que lo hagan constar en su correspondiente Senado. Por esta razón, no puede haber vampiros desconocidos por ahí.
—¿Eran pequeños? —pregunté, pensando que era la única respuesta posible, aunque tampoco tenía mucha lógica.
¿Qué podrían hacer una pareja de vampiros recién creados, y por tanto débiles, contra cualquier miembro del Senado, y mucho menos contra Marlowe? Sería como enviar a un grupo de niños a luchar contra un tanque. ¿Y qué maestro arriesgaría su cabeza y su corazón por no informar sobre los nuevos vampiros que había hecho? Todos los senados eran estrictos sobre el cumplimiento de las reglas, ya que cualquier otra alternativa abría la posibilidad de que un maestro estuviese juntando un ejército en secreto, lo cual traía malos recuerdos de otras épocas más oscuras en las que la guerra era una constante. Por todo ello, el número de vampiros que cualquiera podía tener bajo su control en un mismo momento se regulaba estrictamente para mantener el equilibrio de poder.
—Nop. Es algo difícil saberlo teniendo solo los cuerpos, pero si nos atenemos al daño que fueron capaces de infligir, parece que eran maestros —al ver mi expresión, Billy Joe levantó las manos como intentando aplacarme—. ¡Eh!, me preguntaste qué había oído y eso es lo que t’estoy contando.
—¿De dónde sacaste la información? —repliqué.
—De un par de vampiros del entorno de Mircea.
Billy Joe no quería decir que les hubiera preguntado. Tenía la habilidad de meterse en la piel de la gente y escuchar lo que quiera que estuviesen pensando en esos momentos. No está tan bien como la telepatía de verdad, porque no puedes tratar de sonsacar información, pero con frecuencia suele ser de sorprendente utilidad.
—No me resultó muy difícil —prosiguió Billy Joe—. Es el principal tema de conversación estos días.
—No lo pillo —dije, meneando la cabeza confundida—. Si Rasputín ha estado saltándose las reglas y tendiendo emboscadas, ¿por qué se está preparando la Cónsul para enfrentarse a él? Se supone que ha perdido ese derecho al hacer caso omiso a las reglas, ¿no?
Me parecía que Rasputín estaba en serios problemas, lo cual me hacía sentir mucho mejor. Si se lo cargaban, era un malo menos del que preocuparse.
El problema no eran los ataques a los senadores, lo cual era perfectamente legal, sino más bien la manera en la que se había realizado. Durante la Reforma, los seis senados habían prohibido colectivamente la guerra abierta como modo de solucionar problemas. Después de la división religiosa, tanto el clero católico como el protestante habían demostrado una sensibilidad extrema, avisando a su gente de que estuvieran muy atentos a los seres malignos que podían arrebatarles el favor de Dios. La religión también se había convertido en un gran tema político, con los poderes católicos tratando de asesinar a los líderes protestantes y viceversa, con una armada católica intentando invadir la Inglaterra protestante y una guerra santa de primer orden asolando Alemania. Todo el mundo espiaba a todo el mundo y como resultado de ello, había más gente que estaba empezando a enterarse de la existencia de una actividad sobrenatural. Aunque la mayoría de los acusados eran tan humanos como sus acusadores, y normalmente más inocentes, las autoridades de vez en cuando tenían suerte y clavaban una estaca en un vampiro de verdad o quemaban viva a una bruja auténtica. La guerra abierta entre senados o incluso las peleas entre casas destacadas sólo conseguirían llamar más la atención sobre la comunidad sobrenatural. Por ello, el duelo se convirtió en el nuevo y recién aprobado método de resolver disputas.
Por supuesto, Tony no iba a arriesgar su pequeño cuello regordete en un combate abierto y también había montones de otros que tenían habilidades que no encajaban en la batalla y a los que tampoco les gustaba el nuevo sistema. Por eso, en la práctica aquello evolucionó a peleas en los que se escogían campeones para luchar por uno en caso de que ese uno no quisiese pelear por sí mismo. A pesar de todo, una vez que se acordaban los dos duelistas las reglas sobre lo que estaba y lo que no estaba permitido eran muy estrictas. Las emboscadas estaban prohibidas sin ambages, así que lo que había hecho Rasputín le habría granjeado automáticamente el derecho a recibir una estaca en cualquier parte del mundo. El Senado norteamericano no dejaría nunca de perseguirle y los otros echarían una mano para no alentar este tipo de prácticas en su propia zona. Por eso llegué a la conclusión de que o bien estaba loco o era realmente estúpido.
—Supongo que ella piensa que es mejor eso que dejarle que se vaya cargando a todos uno a uno. Además, a no ser que Marlowe o Ismitta se recuperen y puedan testificar, no hay ninguna prueba de que hiciera trampas. Ahora mismo Rasputín puede decir que les retó y que ellos perdieron, sin más —repuso Billy Joe.
—Pero si se tiene que ver las caras con la Cónsul delante del Consejo de MAGIA al completo, no puede mentir.
—Bingo. Además, ella no tiene muchas opciones. El viejo Rasputín ha dejao al Senado sumido en una pesadilla diplomática con todo este alboroto. Los duendes están furiosos y dicen que si los vampiros no son capaces de arreglar este problema por sí mismos, lo harán ellos por su cuenta. Han perdido a uno de sus nobles en el enfrentamiento y ya sabes cómo se ponen con esa clase de cosas —siguió explicando.
La verdad es que no lo sabía. Nunca había hablado con un elfo ni con nadie que lo hubiese hecho. Algunos vampiros de casa de Tony ni siquiera creían que existieran. Corría el rumor de que, en realidad, no eran más que un bulo de los magos, que lo seguían extendiendo para hacer creer a los vampiros que contaban con poderosos aliados.
—El círculo de magos también está enfadado —continuó Billy Joe—, aunque no sé muy bien por qué y están pidiendo la cabeza de Rasputín. La Cónsul tiene que arreglar esto cuanto antes o la gente empezará a pensar que es débil. Mei Ling es buena, pero no puede pelear con todos los desafiantes que van a empezar a salir a partir de ahora si esto no se detiene.
—Pero no se va a enfrentar a Rasputín —repliqué yo.
—No, y como dije, no está mu’contenta con eso. El tema es que esa es la razón por la que no está aquí, está intentando darle caza por ahí. Aun así, el tiempo se le acaba. El duelo está previsto para mañana a medianoche. Creo que su plan es traer su cabeza ensartada en una espada antes de que llegue ese momento.
—Fale, le deseo suerte —espeté—. Todavía no me has contado qué tiene que ver todo esto conmigo.
—Porque no lo sé, cosita picante —dijo, con un acento sureño que yo odiaba porque quería decir que o bien estaba de broma o se había vuelto sarcástico, y no me gustaba ninguna de las dos versiones.
Normalmente habla con un acento del Misisipi salpicado con las notas irlandesas que quedaban en él de la infancia que había pasado muriéndose de hambre en la Isla Esmeralda. De ahí había emigrado, se había cambiado el nombre y había rehecho su vida en el Nuevo Mundo, pero nunca perdió por completo su acento. Le miré. De ninguna manera iba a soportar esa actitud en este momento. Lo había hecho bastante bien hasta ahora, pero me enfadaba la posibilidad de que no hubiese tenido en cuenta la posibilidad del regreso de Tony. Al fin y al cabo, aquel era su principal trabajo.
—¿Qué más sabes? ¿Eso es todo? —repliqué desafiante.
Sé desde hace tiempo que Billy Joe es un espía cojonudo, pero no se puede confiar en él. Vale, nunca me ha mentido, al menos que yo sepa, pero si puede escabullirse de algo que le puede meter en problemas, lo hará.
—No estaba seguro de si decírtelo, después de todo lo que ha pasado con Tomas. Probablemente ahora mismo no necesites saber de otro carroñero más.
—Vamos, dímelo —le presioné, ignorando la mención a Tomas, que nunca le había caído bien a Billy Joe, sobre todo porque a mí sí.
Empecé a revisar mi pila lastimada de lo que una vez fue ropa cara del club y llegué a la conclusión de que las botas y la falda, ambas de cuero, podían salvarse. Sin embargo, la camisa estaba destrozada y el sujetador se había quemado parcialmente, aunque mi espalda estaba bien. Era una de las pocas partes del cuerpo que no me dolían. La camisa no era una gran pérdida, salvo porque no tenía con qué sustituirla, y prefería no volver al salón con solo una bata. No quería volver allí para nada, pero no se me ocurría ninguna excusa para evitarlo.
—Jimmy el Rata está en la ciudad —contestó Billy Joe.
Dejé de rascar la sangre reseca de mi falda y lentamente miré hacia arriba. ¿Ven por qué sigo con Billy después de siete años? De vez en cuando se gana mi confianza.
—¿Dónde?
—Vamos, Cassie, amorcito, no vayas a hacer ninguna estupidez ahora.
—No la haré.
Jimmy era el matón preferido de Tony. Fue su mano la que puso la bomba en el coche de mis padres, por tanto el que acabó con mis esperanzas de tener una vida normal. Había estado buscándole incluso antes de romper con Tony, pero había demostrado ser sorprendentemente difícil de encontrar. No quería que se me volviera a escapar.
—¿Dónde le has visto? —~insistí.
Billy Joe se pasó la mano por lo que cierta vez fueron rizos castaños y suspiró profundamente. Aquello no era algo que un fantasma hiciese automáticamente: lo hacía a propósito.
—Está en la parte de estriptis del Dante, uno de los nuevos garitos de Tony. Lleva una barra allí. Pero no creo que sorprenderle allí sea una buena idea. El sitio estará infestado por los matones de Tony. Las Vegas es su segundo centro de operaciones, después de Filadelfia.
—No me des lecciones del negocio en el que me crié —le interrumpí.
Me paré antes de empezar a despotricar contra Billy por entretenerse en la Ciudad del Pecado en lugar de examinar a conciencia el lugar para que yo supiera exactamente a qué me iba a enfrentar. De todos modos, si su afición al juego acababa haciendo que mis manos terminaran en el cuello de Jimmy, Billy Joe tendría todo perdonado.
—Necesito una camisa y un modo de llegar a la ciudad; además, Tomas se quedó con mi pistola. La quiero de vuelta —espeté.
—Uhm, quizá quieras pensarte eso dos veces —dijo Billy con mirada furtiva.
—¿Cómo? ¿Que hay más? —refunfuñé.
Miró a su alrededor, pero no había nada que pudiera ayudarle por allí.
—No tienes por qué preocuparte ya por Jimmy. Hizo algo que enfadó a Tony y, cuando me marchaba, se lo estaban llevando al sótano.
—Lo que significa que…
—Lo que significa que probablemente ya no juega, o que dejará de hacerlo pronto, así que no hay razón para ir para allá. Al menos no en esa dirección. Estaba pensando en que quizá Reno…
—No sabes si está muerto —respondí—. Quizá bajó a arreglar la tragaperras o algo.
El sótano era normalmente un eufemismo para hablar de las salas de tortura de Tony en Filadelfia, pero aquí podía querer decir exactamente lo que su nombre indicaba.
—Además, si alguien tiene que matarle, soy yo —apostillé.
En realidad, aunque se lo merecía, tenía serias dudas de que yo pudiese matar a nadie, ni siquiera a Jimmy. Tony había hecho todo lo posible para asegurarse de que no me enteraba de nada relativo a mis padres: no tenía ni fotos, ni cartas, ni anuarios escolares. Joder, si tardé años en encontrar siquiera sus nombres en las esquelas en los periódicos, que tuve que leer a escondidas para que no se enterasen mis guardaespaldas. Eugenie y mis tutores eran las únicas personas que había adquirido Tony de otros maestros, justo después de mi llegada a la corte, y no sabían nada sobre lo que había pasado antes.
Aquellos vampiros que habían estado con Tony durante años y que podían saber algo tenían la boca tan cerrada que no me hacía falta preguntarles para saber que se les había advertido de que no hablasen conmigo. No era tan estúpida como para creer que había causado tantos problemas solo para llamar mi atención, sobre todo porque raras veces hacía ningún esfuerzo por conseguirlo. No, había algo sobre mis padres que Tony no quería que yo supiera, y si de verdad él y Jimmy se habían distanciado, quizá yo tuviera a alguien deseoso de contarme algo.
Billy Joe blasfemó algo, por supuesto, pero yo estaba demasiado ocupada intentando hacer que la parte rescatable de mi atuendo tuviese un aspecto presentable. Finalmente, se dio por vencido.
—Está bien, pero necesito un chute de energía si quieres que vaya por ahí de caza —dijo—. Ha sido una noche dura y no estoy como para malgastar energías.
Aquello no me gustaba. Me sentía como una mierda y tenía que ir a buscar a un tío a Las Vegas, aquello no me venía nada bien. Pero tampoco podía explorar la sede de MAGIA yo sola, así que le puse en marcha sin el jaleo habitual.
—Quiero que sigas siendo mi corazón —dijo Billy Joe llevándose una mano al pecho.
—Hazlo sin más —repliqué.
Juro que sentí cómo me tocaba con lascivia según nos fundíamos, suponiendo claro que alguien nebuloso pudiese tocar. Conociéndole, estoy bastante segura de que podía. Inmediatamente, se hundió en mí y, como siempre, su tacto calmó mis nervios agotados. Alguna vez he oído que las personas normales consideran que la compañía de los fantasmas les resulta aterradora o, cuanto menos, escalofriante, pero, para mí, siempre eran como un soplo de aire fresco en medio de un día caluroso. Dadas las circunstancias, no me limité a abrirme y darle la bienvenida; fuera cual fuera la parte de mí que se reunía con los fantasmas, esta le atrajo hacia mi interior como una niña asustada sujetando un oso de peluche.
Por un momento vi fogonazos de su vida: nuestro barco alejándose de una orilla distante mientras nosotros nos quedábamos viendo la costa gris, barrida por el viento en un mar de lágrimas; una hermosa muchacha, de unos quince años, excesivamente maquillada y vestida con un traje de baile nos sonreía con complicidad; un joven fulero potencial trataba de engañarnos y nosotros nos reíamos mientras le sacábamos el as que llevaba escondido en la bota, después teníamos que esquivar el cuchillo que nos arrojaba su cómplice. A menudo era así y con el paso de los años, había «visto» suficientes documentales biográficos como para sorprenderme de que Billy hubiera durado vivo tanto tiempo.
Finalmente, se puso cómodo y comenzó la transfusión. Normalmente no era una experiencia agradable, más bien cansada, pero en esta ocasión el dolor empezó a invadirme el cuerpo nada más que empezó. No era algo insoportable, sino que se parecía más a la descarga de electricidad estática que te puede dar cuando tocas el pomo de una puerta. Con todo, se deslizó por mis venas hasta dejarme centelleos plateados en los párpados. Intenté ordenarle que se fuera, para decirle que algo no iba bien, pero lo único que salió de mi boca fue un resuello asustado. Un segundo más tarde, la sensación brilló con suficiente fuerza como para dejar huellas negativas en mi visión. Entonces, tan rápido como había llegado, se fue. Un cálido viento, tan denso que parecía líquido, me rodeó; Billy Joe salió de mí y voló hasta el techo unas cuantas veces.
—¡Uau! ¡Eso es lo que yo llamo un buen menú! —vociferó con los ojos relampagueantes y un color más brillante, más incluso de lo que debería.
Me estiré y, por primera vez en un buen rato, no me dio la sensación de que me fuera a caer. En lugar de sentirme cansada y un tanto irritada (mi reacción natural después de las sesiones de aperitivo de Billy Joe), me sentía de maravilla, como rejuvenecida. Era como si el sueño de toda una noche lo hubiera podido disfrutar comprimido en unos pocos minutos. Definitivamente, aquello no era normal.
—Oye Bill, no es que me esté quejando, pero ¿qué es lo que ha pasado? —pregunté.
—Algún vampiro te ha estado chupando la fuerza, querida —replicó él con una sonrisa de oreja a oreja—, quizá para evitar que intentaras escaparte. Es como si hubiera guardado gran parte de tu energía en una especie de recipiente metafísico, protegiéndola con energía suya para evitar que pudieras acceder a ella hasta que te la liberase. Por accidente, rompí la protección al intentar acceder a tu energía y me pegó un subidón de cojones.
Billy Joe me miró meneando las cejas, que eran tan marrones y sólidas como debieron serlo en vida.
—¡Joder, vámonos de fiesta! —gritó.
—La fiesta para luego. Ahora necesito mis cosas —le calmé.
Billy Joe hizo un saludo elegante y se coló por la ventana como una cometa brillante. Me senté en el lado de la bañera y me pregunté quién me habría echado aquel embrujo. No es que importara, solo era una razón más para no fiarme de nadie. Tampoco es que tuviese pensado hacerlo.
Yo ya había terminado de limpiar cuando regresó Billy Joe. Flotó por la ventana, con el ceño fruncido y las manos vacías.
—He dejado todo fuera. Esto va a ser un problema —musitó.
—¿El qué va a ser un problema? —repuse, cogiendo una toalla que me permitiese no tener que andar por ahí solo con mis medias y acercándome hasta la ventana.
Entendí lo que quería decir en cuanto mi mano llegó al pestillo y este intentó gritar. Le planté el borde de mi toalla en su boca recién adquirida, sin dejar de mirarle con enfado. ¿No era suficiente que hubieran puesto mi energía bajo protección, aparcado un ramillete de vampiros de nivel al otro lado de la puerta y que me hubieran abandonado en el medio del desierto? ¿También necesitaban hechizar la ventana? Al parecer, alguien pensó que sí que tenía que hacerlo.
—Alguien le ha echado un Marley —apuntó Billy.
—¿Tú crees? —repliqué con sarcasmo, agachándome para examinarlo más de cerca. El pestillo era antiguo y bulboso, y de repente de él salieron dos pequeños ojos y una gran boca regordeta. Intentaba escupir mi toalla para dar la voz de alarma, una voz que sin duda atravesaría el hechizo de silencio y alertaría a cualquiera que estuviese en la habitación de fuera. Cuando intenté agarrarlo para ponerlo en su sitio, empezó a moverse arriba y, abajo a lo largo de la ventana, evitando mis manos. A juzgar por su expresión, creo que me habría mordido si hubiera podido. Mis ojos se centraron en él.
—Dame papel higiénico —le pedí a Billy—. Un montón.
Unos minutos y bastantes blasfemias acalladas después, el pequeño Marley fue inmovilizado, con un rollo entero de papel higiénico clavado en la boca y el rollo de la persiana dando unas nueve vueltas a su alrededor.
—Eso no aguantará mucho —dijo Billy con ciertas dudas, mientras la minúscula alarma seguía vibrando de indignación. Unos cuantos trozos de papel se desprendieron de su boca y cayeron flotando hasta el suelo mientras nosotros observábamos.
—No tiene porqué —le contradije, levantando la ventana y manteniéndola abierta con el desatascador que Billy había encontrado debajo del lavabo—. De todos modos pronto sabrán que hemos escapado, este sitio está protegido hasta las cejas.
Empecé rápidamente a examinar el montón de cosas que Billy Joe había puesto en la ventana y decidí que había hecho un buen trabajo. Mi pistola estaba de vuelta y hasta tenía un cargador extra que habría sacado de alguna parte, además me había dejado un juego de llaves de coche encima de las camisas. La parte mala es que la ropa no era exactamente del estilo que yo habría elegido. Debería haberle especificado que no quería ropa de fulana, pero una chica no puede estar en todo. Mis botas y mi minifalda quedaban muy monas y con un punto de provocación cuando las conjuntaba con algo adecuado en la parte de arriba; eligiendo la opción de atuendo más conservadora de entre las que me había traído Billy Joe, mis pintas hacían pensar más bien que debía cobrar por horas. Me recogí el pelo en una coleta usando la horquilla de Louis-César, pero aunque así quedaba mejor, no hacía que mi aspecto fuese mucho más inocente. Me eché un último vistazo en el espejo, suspiré y me metí las llaves en el bolsillo. En cuanto consiguiera encontrar la cochera, me podría quitar toda la tensión del día y probablemente me sentiría mucho mejor.