13

Intenté pensar rápido en otra pregunta, pero me resultaba difícil, sobre todo cuando sentí como sus manos me agarraban las nalgas y me elevaban hacia arriba. Su lengua alcanzó su objetivo y yo jadeé. Mircea recorrió todo mi cuerpo lentamente, explorando mi silueta, memorizando mi sabor, antes de hundirse dentro de mí todo lo que pudo. Yo grité y mi cuerpo se arqueó contra el suyo, sin poder hacer nada más, embebida por él. Noté cómo empezaba a gestarse algo en mi interior, algo enorme, pero antes de que me hiciese explotar los sentidos por completo, Mircea se apartó.

Yo quería gritar de frustración, pero sus labios sellaron los míos y me olvidé. Recorrí con mis manos aquella piel sedosa, examinando desde su columna hasta sus costillas y ese hoyuelo que se hundía entre esas dos preciosas nalgas. Él se estremecía sobre mí y sentirle firme y caliente sobre mi vientre era casi abrumador. Deseaba tenerle dentro más de lo que había deseado nunca nada, era casi una necesidad insoportable. Pero cuando noté algo pesado, duro y caliente entre mis piernas, le empujé el pecho.

—No, Mircea lo prometiste —murmuré.

Él soltó una risa grave desde su garganta y me besó el cuello.

—Seré bueno, dulceaţă —alegó él.

Antes de que pudiera decir que eso era precisamente lo que me preocupaba, arrastró aquel peso pesado por toda la longitud de mi sexo, sin penetrarlo, sólo acercándolo provocadoramente. Yo estaba mojada y le deseaba tanto que dolía, y no creía que aquello fuese divertido. Llegué a la conclusión de que había que darle una pequeña recompensa.

Deslicé una mano entre nuestros cuerpos y le agarré. Era lo suficientemente grueso como para que no pudiese agarrarle por completo, pero aquello sirvió para llamar su atención. Yo estrujé su carne, maravillada por lo increíblemente suave que era su piel, y él entornó los ojos. Me resultaba extraño sujetarle, tan caliente y aterciopelado al tacto, y me hacía sentir poderosa. Me vino a la mente lo que le había hecho la mujer de mi visión al cuerpo de Louis-César y traté de imitarla lo mejor posible. Unos cuantos vaivenes después, el poderoso Mircea soltó un pequeño grito medio ahogado y se estremeció contra mí. Por un segundo creí que le había hecho daño, pero lo único que había logrado es que se hiciera más grande en mi mano. Yo sonreí abiertamente al ver su cara de sorpresa y, recordando lo que le habían hecho al cuerpo del francés, recorrí con un dedo la pequeña hendidura de la cabeza. Esta vez sí gritó de verdad, y me miró con los ojos abiertos.

—Cassie, dónde —se detuvo y humedeció sus labios— ¿dónde has aprendido a hacer eso?

Yo me reí. Esto prometía.

—Si te lo contara no me creerías —dije, empujándole por el hombro—. Túmbate.

Mircea se recostó y yo le seguí, sin dejar de agarrarle, pero con cuidado de no hacerle daño, sintiendo en cada momento lo sensible que era esa parte de su anatomía. Dejé que mi mano le explorase a él como antes había hecho él con su lengua y descubrí que su cuerpo era fascinante. Había visto a muchos hombres desnudos, pero esta era la primera ocasión oportunidad que tenía de tocar uno de manera tan íntima, y la verdad era que Mircea estaba haciendo que mi pulso se disparase.

Después me di cuenta de que la piel de sus bolsas era aún más suave y la recorrí con mis dedos suavemente hasta que noté que él gemía y se retorcía a mis espaldas. Me gustaba hacerle esto, verle así de indefenso; con su cabello, habitualmente perfecto, enredándose a medida que el sudor empezaba a adosárselo a la cara. Resultaba excitante hacerle abrir las piernas aún más, exponerle a lo que quiera que fuese lo que yo le quisiera hacer. Su indefensión era embriagadora y me hacía atreverme a más cosas. Mi repertorio no era lo que se dice amplio, pero tenía buena memoria, y la francesa había estado a punto de probar algo con Louis-César que parecía interesante.

Gateé entre las piernas de Mircea, recorriendo con mis manos sus músculos tensos. Él intentó alcanzarme, pero yo le aparté las manos.

—Quieto —le ordené.

Él se detuvo, pero el gesto de sorpresa en sus ojos me indicaba que no estaba acostumbrado a que le diesen órdenes. Le volví a agarrar en toda su extensión mientras seguía moviéndose provocadoramente delante de mí. Al sentir mi roce, cerró sus ojos una vez más y una expresión de vulnerabilidad se escapó de su rostro. Empecé con vaivenes lentos, sin comprender muy bien esa mirada de dolor, porque sabía que no le estaba haciendo daño.

—Cassie…

Su voz se quebró y yo le mandé callar. Acto seguido me acerqué y, lentamente, con cuidado, lamí su tenso mástil. Sabía bien, ligeramente salado, y con un cierto regusto ahumado. También me gustaba su aroma, que era más fuerte y ligeramente almizclado en esa zona. La sobrecarga de sensaciones entremezcladas era embriagadora. No tenía ninguna experiencia previa que pudiera guiarme, pero decidí empezar por la punta y seguir después hacia abajo. Parecía un buen plan, pero mi lengua apenas le había tocado cuando Mircea se corcoveó violentamente, haciendo que no pudiera seguir sujetándole.

—¡Cassie, no! No me puedo controlar si tú…

—He dicho que te calles —le espeté enfadada.

Tenía que centrarme, así que su mejor ayuda sería quedarse bien quieto y calladito. Así se lo hice saber y la reacción de su rostro fue de absoluto asombro.

—Me aseguraron que no habías hecho esto antes —replicó él, tratando de incorporarse sobre sus codos.

Yo le lancé una mirada de advertencia.

—Y no lo he hecho. Así que si no te quedas quieto, no me eches la culpa si te hago daño —le amenacé.

En cuanto acabé de hablar, él se derrumbó sobre la cama y cubrió su rostro con un brazo. Musitó algo en rumano, pero yo ignoré sus palabras. Él sabía que yo no lo hablaba y que aquello no me ponía las cosas fáciles precisamente. Si no hubiera estado disfrutando tanto de su cuerpo, quizá me habría quejado.

Como sí que estaba disfrutando, volví a centrarme en el apasionante estudio de aquello que le hacía gemir. Esta vez, cuando deslicé mis labios y mi boca por él estuvo mucho más quieto, excepto por un ligero temblor que seguramente no pudo evitar. Descubrí que me gustaba más lamer la punta, aunque el sabor era algo más amargo ahí. Con todo, merecía la pena ver cómo se esforzaba por no moverse o gritar con mis caricias, con las manos convertidas en puños a ambos lados. En ese momento, decidí que quería ver qué haría falta para que el gran Mircea perdiese completamente el control.

Justo entonces le rocé accidentalmente la piel con mis dientes al intentar acogerle más dentro aún en mi boca, y la sensación le arrancó un grito sobresaltado. Después de imaginarme que era un sonido de aprobación, comencé a intercalar pequeños mordisquitos con el roce de mis labios, y pronto él empezó a emitir quejidos débiles, como si ni siquiera fuera consciente de estar haciéndolo. Unos minutos después, descubrí su verdadera debilidad cuando bajé más abajo y empecé a lamerle la piel suave de sus bolsas. Debía ser extraordinariamente sensible ahí o quizá la presión se había ido acumulando ahí durante un tiempo. Antes de que me diese cuenta de lo que estaba pasando, Mircea me había agarrado por las caderas y me había puesto encima de él; así que una vez más ahí estaba, presionando con todo su vigor contra mi entrada. Era una sensación tan increíble, tan perfecta, que estuve a punto de dejar que nuestros cuerpos se fundieran. Sin embargo, en ese momento alguna parte de mi cerebro me recordó el precio y yo me eché hacia atrás.

Me moví tan rápido que acabé cayendo torpemente fuera de la cama. Un segundo después, el rostro ruborizado de Mircea se asomó por el extremo del colchón, mirando asombrado cómo me había quedado ahí tirada en la alfombra. Yo agarré la bata y sus ojos se oscurecieron.

—Me encargaré personalmente de tirar esa prenda ofensiva para que nunca más vuelva a esconder tu belleza —murmuró.

Su voz era ronca y sus ojos miraban feroces. No perdí el tiempo en ponerme la bata como debía, sino que me limité a rodearme con ella como si fuera una manta. Aquel era un pobre sustituto del calor de su piel, pero era mucho más fácil pensar con algo de ropa encima. Mi respiración no era demasiado firme aún y me sentía algo confusa todavía, como si siguiera necesitándole, pero me eché hacia atrás hasta toparme con la ventana.

—Tenemos un trato, Mircea —le dije con voz no demasiado firme.

Él se incorporó, lo cual era ya de por sí una distracción importante, teniendo en cuenta que la erección no se le había bajado ni lo más mínimo. Hizo una mueca de contrariedad, pero sus ojos ardientes siguieron clavados en los míos. Eran más canela que ámbar ahora, una hermosa luz rojiza y resplandeciente. Era casi tan oscuro como el color que casi había hecho desmayarse a Pritkin; a mí en cambio me hacía desear salir corriendo hacia él y echarme en sus brazos. Me agarré a la repisa de la ventana tratando de apoyarme en algo, pero enseguida noté cómo siseaban las protecciones. Estaban frías, en comparación con el calor de mi piel en ese momento.

Mircea deslizó una mano por su rostro y estaba temblando. Me miró hacia arriba con desesperación en los ojos.

—Cassie, por favor, no hagas esto. Te he explicado la situación… ya sabes qué es lo que peligra. Quiero hacer que esto te resulte placentero, no que me odies por ello. Pero hay que hacerlo. Tú no eres como ese ridículo mago que no comprende nada de lo que somos. Por favor, no compliques esto. Podría ser hermoso.

—¿Y si digo que no? —inquirí.

Mircea se quedó paralizado de repente. La habitación se tiñó de un poder apenas controlado, del mismo modo que las oleadas de calor flotan sobre la arena del desierto.

—¿No me forzarías? —insistí.

Mircea tragó saliva y se quedó mirando intensamente a la alfombra un buen rato. Cuando, finalmente, miró hacia arriba, sus ojos habían vuelto a adquirir su habitual marrón vivo.

—Vamos a ser completamente sinceros, dulceaţă. Yo podría invadir tu mente, usar trucos que sobrepasen tu razón y obligarte a entregarte a mí como sé que deseas hacerlo. Pero si hiciera esto, no volverías a confiar en mí nunca más. Te conozco demasiado bien, sé cómo te tomas la deslealtad. Es algo que no puedes olvidar y no quiero que me veas como un enemigo.

—Entonces, ¿me puedo ir? —pregunté.

Yo sabía la respuesta, pero necesitaba que me explicara qué opciones tenía.

—Lo sabes mejor que yo —suspiró Mircea, con el rostro invadido rápidamente por una apariencia de cansancio—. Si no hacemos esto, la Cónsul simplemente designará a otro. Sé que Tomas despierta algún tipo de sentimientos en ti, pero también sé lo enfadada que estás con él. Traicionó tu confianza, y aunque lo hizo siguiendo órdenes que no podía desobedecer, no creo que le hayas perdonado por lo que hizo.

—No —corroboré, rodeándome el cuerpo con los brazos.

Hubo un tiempo en el que me fié de Tomas, al menos tanto como me fiaba de cualquiera, un tiempo en el que le había deseado e incluso le había querido un poco. Pero aquello había ocurrido con un hombre que solo estaba en mi imaginación, que no se correspondía con el que existía en la realidad. Ahora, cuando lo veía, sentía como si estuviese mirando a un extraño. No quería que sus manos se posaran sobre mí. Además, había invadido mi mente una vez siguiendo órdenes del Senado. Si se le ordenaba, no tenía dudas de que lo volvería a hacer.

—Entonces, ¿quizá Louis-César? Es atractivo. ¿Le preferirías a él? —musitó con una voz ligeramente ahogada.

—Creo que, por alguna razón, aquella idea le atraía incluso menos que la de imaginarme con Tomas. Quizá porque el francés era un miembro del Senado a todos los efectos, con el mismo estatus que él. Pero ¿qué se pensaba, que yo me iba a enamorar perdidamente del primer tío con el que practicara sexo y que me fugaría a Europa con él? Si realmente creía que era así, no me conocía tan bien como pensaba.

—No —espeté.

No quería tener cerca a un hombre al que apenas conocía y cuyo tacto me había arrojado a una pesadilla ya dos veces.

—¿Entonces quizá Raphael? Él te ve como una hija, como sabes, pero haría esto por ti, si lo prefieres —prosiguió Mircea.

Yo meneé la cabeza. No quería que Raphael ni yo pasásemos por algo así. Y tampoco estaría dispuesta a estar con alguien que lo vería todo como una tarea que había que ejecutar. Mircea extendió las manos.

—Eso era lo que yo pensaba también. Entonces, ves dónde estamos. Si nos descartas a todos, la Cónsul designará a uno de sus siervos para que haga el trabajo y no creo que fueras a disfrutar de algo así. No hay más alternativas. Tu talento es demasiado importante. No se puede permitir que el poder sea traspasado a otra persona solo porque no he tenido tiempo de cortejarte adecuadamente.

—¿Y qué sacas tú de todo esto, Mircea? —pregunté, arqueando una ceja—. ¿Sólo seguridad? ¿O quizá la Cónsul te dará lo que pidas si esto sale bien? ¿Tú también quieres usarme?

Mircea soltó un largo suspiro.

—Nadie controla a la pitia, Cassie. Si el poder acaba yendo hacia ti, no podré retenerte. Siempre he sabido eso.

—Entonces, ¿por qué me has protegido todos estos años? ¿Por qué hacerlo ahora?

Mircea tenía razón; yo sabía cómo funcionaban los asuntos políticos de los vampiros. Él había empleado un montón de tiempo y energía en protegerme, y yo dudaba que aquello fuese simplemente para obtener una clarividente para su corte. Y aquello era especialmente cierto si, una vez que me convirtiese en pitia, él perdía el control sobre mi don. Tenía que haber algo más ahí detrás de lo que me estaba contando.

Mircea no parecía contento con la pregunta, pero la contestó. Su risueña máscara de siempre había desaparecido y había sido sustituida por una expresión cruda y llena de dolor.

—Tú sabes lo que es perder a tu familia, dulceaţă. Entonces quizá puedas apreciar lo que significa para mí que Radu sea el único de mi estirpe que sigue con vida y él… ya te dije lo que le hicieron.

—Sí.

—Lo que no te conté al respecto, porque rara vez hablo de ello y tú sólo eras una niña, es que aún sigue sufriendo. Todas las noches al despertarse, es como si se lo hicieran todo de nuevo. Le han destrozado, dulceaţă, en cuerpo, alma y espíritu. Incluso hoy, cientos de años después de que murieran sus torturadores, grita de agonía como si sintiese los azotes y los marcados. Todas las noches vuelven a caer sobre él mil tormentos, una y otra vez.

Los ojos de Mircea se volvieron de repente viejos y terriblemente tristes; a mí me habían contado que Radu no había sido el único que había sufrido.

—Muchas veces he pensado en matarle para liberarle —prosiguió—, pero no puedo. Él es lo único que tengo. Sin embargo, ya he dejado de creer que una noche se despertará de su pesadilla.

—Lo siento, Mircea —murmuré, resistiéndome al impulso que me ordenaba ir hacia él, a acariciarle su pelo enmarañado y reconfortarle. Era demasiado pronto para eso. Los años de experiencia me habían enseñado que tenía que escuchar la historia completa antes de ofrecer compasión—. Pero no veo qué tiene que ver todo esto conmigo.

—Tienes que ir a Carcassonne.

Tardé un momento en establecer la relación, pero ni siquiera entonces tenía sentido.

—Tú liberaste a Radu de la Bastilla —dije yo.

—En 1769, sí. Pero un siglo antes, él no estaba allí. Le tuvieron preso y le torturaron muchos años en Carcassonne —prosiguió él, y al mencionar ese nombre, lo dijo como si fuese deleznable; aunque para él probablemente lo era—. ¿Sabes cuál es el otro nombre con el que se hace mención a la pitia, Cassie?

Yo meneé la cabeza entumecida.

—La llaman el Guardián del Tiempo. Tú eres mi mejor oportunidad, mi única oportunidad. Pero si la pitia muere y tú pierdes el poder que has adquirido porque no eres un receptáculo adecuado para acogerlo todo, yo perderé la única puerta del tiempo que he podido encontrar.

Todo aclarado.

—Así que la Cónsul te prometió la oportunidad de ayudar a Radu. Ese es el pago que recibirás si yo les soluciono este pequeño problema —resumí yo.

Mircea inclinó la cabeza.

—Ella aceptó que me convirtiera en el tercer integrante de nuestro grupo. Yo iré contigo en cuanto te transformes. Mientras tú y Tomas detenéis el ataque contra Louis-César, yo rescataré a mi hermano —dijo, con ojos sombríos y completamente serios.

En ese instante supe que, si bien era posible que no me fuera a forzar, no cabía duda de que se apartaría a un lado para ver cómo lo hacía otro. Puede que no le gustase, pero le gustaba aún menos abandonar a Radu a su suerte. Quería odiarle por ello, pero no podía. En parte lo que sentía era pena: no podía imaginarme cómo tenía que haber sido aquello, cuidar durante siglos a alguien que estaba loco de remate, verle atormentado día tras día y no poder hacer absolutamente nada al respecto. Pero era más que eso: aunque tenía todas las razones para haberlo hecho, Mircea no me había mentido. Tenía razón: yo podía perdonar casi todo, excepto eso.

—¿Cómo sabes siquiera que vamos a volver allí otra vez? —pregunté, porque ya que él estaba siendo sincero conmigo, qué menos que hacer yo lo mismo para devolverle el favor—. Ya no siento la misma aprensión, o miedo, o lo que fuese que rodeaba a Louis-César. Y cuando me sacó del Dante, no pasó nada. Por lo que sé, el poder ya ha sido traspasado, o quizá quiera llevarme a otra parte.

—Creemos que Rasputín intentará ir a por él esa noche, esa en la que tú has estado dos veces; porque fue entonces cuando Louis-César cambió. No sabías que fue mi hermano quien le hizo, ¿no?

—Creí que Tomas había dicho que estaba maldito —apunté yo.

Mircea meneó la cabeza.

—No sé dónde escuchó eso, Cassie. Quizá lo cree porque Louis-César no sabía lo que era tener un maestro. Como yo, tuvo que aprender sin apenas nadie que le guiase. Como mi hermano estaba en prisión, el nacimiento de Louis-César no quedó registrado hasta mucho después de que ocurriera. Cuando otros maestros pudieron saber de su existencia y pudieron intentar reclamarle, él era demasiado poderoso ya. Radu le mordió por primera vez la noche en la que tú estuviste allí, después de que los carceleros les dejaran solos en un intento por aterrorizar al francés. Radu le invocó de nuevo las dos noches posteriores hasta que se hizo el cambio. Quizá intentaba conseguir un siervo que pudiera liberarle.

—¿Y por qué no lo hizo? —pregunté.

Mircea me miró con algo de sorpresa.

—¿Tú no sabes quién era Louis-César?

Yo meneé la cabeza y él sonrió levemente.

—Dejaré que sea él quien te cuente la historia. Baste decir que no pudo moverse con libertad durante mucho tiempo; y, cuando pudo hacerlo, a Radu le habían trasladado y no pudo encontrarle. En cualquier caso, lo único que tiene que hacer Rasputín para eliminar a nuestro Louis-César es clavarle una estaca antes de que se produzca la tercera mordedura; matarle cuando todavía sea humano y esté indefenso, y así nunca tendrá que pelear con él.

—Podría matarle todavía más fácilmente cuando estuviera en la cuna, o cuando fuera un niño. No sabéis si será entonces —objeté.

Mircea meneó la cabeza con énfasis.

—Creemos que tu don te ha estado mostrando dónde está el problema, dónde hay alguien que intenta alterar el curso del tiempo. ¿Por qué si no estarías volviendo una y otra vez allí? En cualquier caso, los conocimientos que se tienen sobre la vida de Louis-César en sus primeros años son muy escasos —argumentó Mircea—. El primer momento en el que Rasputín puede estar seguro de encontrarle es cuando le hicieron. Quedó registrado, al igual que las peculiares circunstancias de su carencia de maestro. Rasputín no se la jugaría con algo tan importante. Intentará encontrarlo donde sabe seguro que va a estar. Y yo sé dónde tienen a Radu, Cassie. Será cuestión de segundos que sea capaz de liberarlo.

—¿Y puedes decirme la fecha exacta en la que se le fue la cabeza? Hay una ciudad alrededor de ese castillo, Mircea. No te voy a ayudar a soltar a un asesino loco en medio de sus habitantes.

—He hablado con Louis-César —intervino Mircea con rapidez—. Radu estaba en sus cabales cuando le convirtió. Puedes ayudarme a salvarle, dulceaţă. Para los demás, la tortura llegaba a su fin enseguida, bien porque morían o, raras veces, porque les exoneraban. Con él no ocurría lo mismo. Sus torturadores no le liberarían nunca porque no creían que se le pudiera redimir, pero tampoco le matarían porque verle sufrir suponía un buen escarmiento para todos aquellos a los que querían asustar.

Era difícil atisbar un rastro de emoción en sus ojos y la desesperación era demasiado contenida como para describirla.

—¡No le queda otra salida! Ya has visto ese lugar. ¿Le dejarías ahí, sabiendo cuál va a ser su destino? ¿Canjearías su vida por tu castidad?

No era mi castidad lo que me preocupaba; era mi libertad. Sin embargo, yo era lo suficientemente lista como para no entablar una negociación sobre esas bases. La Cónsul no iba a renunciar de ninguna manera a intentar al menos quedarse conmigo. Si me convertía en pitia, quizá fuese capaz de evitar su manipulación y la de los dos círculos; quizá podría hasta ayudar a mi padre. Era un paso enorme, pero era mi mejor baza. Respiré hondo y me aparté de la ventana, dejando que la bata fuese cayendo a mi paso.

Mircea observó mientras caminaba hacia él, con un halo de esperanza despertando en sus ojos. Le puse una mano en el hombro, en medio de ese cabello decadente como seda áspera, y con la otra recorrí levemente la curva de su cara.

—Has contestado a mi pregunta. ¿No quieres tu recompensa? —musité.

Mircea me apretó contra su cuerpo y empezó a hablarme con suavidad contra mis labios, palabras de agradecimiento y pasión entremezcladas. Noté como caían lágrimas sobre mi cuello y mis pechos según me besaba, me lamía y mordisqueaba, abriéndose camino por la parte superior de mi cuerpo. Me tumbó con cuidado sobre la cama y volvió a besar el centro de aquella presión creciente que había regresado con afán de venganza. Enseguida me tenía ya casi pidiendo a gritos que algo más grande que su lengua calmase mi dolor. Como si me estuviese leyendo la mente, Mircea deslizó un dedo hacia el centro de mis vibraciones y lo introdujo hasta el fondo. La sensación era maravillosa, pero no era suficiente ni de lejos.

—¡Mircea! —jadeé.

Él no contestó, se limitó a deslizar dos dedos dentro de mí y yo me eché encima de ellos, desesperada como estaba por tener más de él. Así calmó esa sensación casi de dolor e incrementó la de placer hasta que me vi a mí misma soltando un gran gemido y cabalgando sobre su mano con tanta fuerza como quería cabalgar sobre su cuerpo. La presión de mi interior continuó escalando tanto que llegué a pensar que me desmayaría ante aquella deliciosa quemazón. Entonces estalló y lo único en lo que pude pensar fue en la sensación maravillosa que me dejaba sin aliento y que me invadía una y otra vez. Oí cómo gritaba su nombre y después el planeta entero estalló en una erupción de luz, color y sonido que pareció un vendaval que irrumpiera en mi cabeza.

Un segundo más tarde, me di cuenta de que no era viento.

Um, ¿Cassie? Mira, sé que este no es un buen momento y todo eso…

Estaba tan embebida en la euforia posterior que tardé un minuto en asociar la voz con Billy Ioe.

—Billy. Tienes exactamente un segundo para largarte —le espeté.

Mircea me sujetó en los estertores de mi orgasmo, musitando palabras en rumano. De verdad que tenía que hacer que dejase de hacer aquello.

—Lo haría, de verdad, pero tenemos que hablar. Ha pasado algo. Algo malo —explicó Billy.

Yo refunfuñé y le expulsé de mi cabeza. Y allí apareció, flotando justo encima del hombro desnudo de Mircea.

Mircea se había puesto encima de mí, sosteniéndose sobre los brazos, y colocándose con cuidado.

—Te he preparado lo mejor que he podido, Cassie —murmuró con una voz áspera y casi entrecortada—, pero quizá esto te duela un poco. Se me considera en cierto modo… más grande de lo habitual, pero tendré cuidado.

Yo quería gritarle que se dejara de tonterías, mi cuerpo quería tenerle dentro ya no le importaba que pudiera doler.

Billy se quedó mirando a la cara empapada de sudor de Mircea y entornó los ojos, y dijo:

—Por favor. Tenías qu’haberme visto en mi apogeo. La condesa decía que yo tenía el mayor…

—¡Billy! —le interrumpí.

—… talento que había visto. De cualquier manera, tampoco me parece que él sea tan impresionante —concluyó malhumorado.

—¡Cállate y largo de aquí! —volví a exclamar.

Billy pasó de mí y, antes de que pudiera detenerle, le lanzó una bocanada de aire helado a Mircea.

—Ahora menos que nunca —musitó.

Mircea aulló ante aquella sensación y miró a su alrededor alarmado, mientras yo seguía mirando a Billy.

—¿Has perdido la cabeza? —le recriminé.

Billy volvió a emprenderla con Mircea a modo de respuesta. Aquel frío no me parecía tan terrible, pero también había que tener en cuenta que yo no sentía a los fantasmas del mismo modo que los demás. A Mircea parecía que le había arrollado una ventisca; tenía la piel de gallina por todo el cuerpo y su pelo había pasado de estar húmedo a tener cristales de hielo en su interior. El efecto sobre nuestras actividades fue el mismo que el de una ducha fría.

Antes de que pudiera explicarle a Billy exactamente en qué lío se había metido, la voz sobresaltada de Rafe se hizo oír desde el otro lado de la puerta.

—¡Maestro! ¡Lamento molestarle, pero Rasputín está en camino! ¡Está a punto de llegar!

Rafe se detuvo justo en la puerta y miraba inquieto al suelo, casi temblando por el susto. Tomas entró justo detrás de él. Yo me tapé enseguida con el edredón, pero él no me dedicó apenas una mirada.

Los ojos de Mircea se quedaron en blanco, como si por un segundo no comprendiera lo que estaba pasando; después asintió con la cabeza.

—¿Cuánto tiempo nos queda? —preguntó.

—No lo sé —respondió Rafe aceleradamente. Nunca había visto a nadie retorcer las manos así, pero era exactamente lo que estaba haciendo él—. Louis-César ha salido a su encuentro, ¡pero ese ruso testa di merda tiene un ejército de híbridos y magos oscuros a su lado! ¡Y dispone de suficientes maestros como para intentar atacarnos a plena luz del día!

Tomas asintió para constatar las palabras de Rafe.

—El Senado está preparando una defensa, pero nos sobrepasan enormemente en número. Nadie esperaba un ataque estando previsto el duelo para esta noche. Puedo llevarme a Cassie más abajo. La cripta debería aguantar, al menos un rato.

Mircea ignoró los brazos extendidos de Tomas. Se limitó a cogerme, con edredón y todo, y a caminar a zancadas hacia la sala de estar de la suite.

—Mircea —musité. Al mirarle hacia arriba se descubrió ante mí un rostro tenso y pleno de determinación, así que tuve que tirarle de su pelo escarchado para llamar su atención—. ¿Qué pasa?

Mircea me miró mientras nos encaminábamos a las escaleras que daban a la cámara del Senado. A nuestro alrededor, las oquedades de la pared de hierro se habían salido hacia fuera y el decorado a modo de cuchillos que poblaba los extremos inferiores ya no apuntaba al suelo. Empecé a pensar que quizás aquello no era algo decorativo, así que deseé interiormente que nuestros afilados acompañantes supieran bien quiénes eran sus amigos.

—No tienes de qué preocuparte, dulceaţă —explicó Mircea—. Nunca romperán las protecciones internas. Y esto cambia poco las cosas. Si Rasputín no vence al campeón de la Cónsul antes de intentar su asalto al poder, el resto de senadores le considerarán un fuera de la ley. Nada de esto le va a beneficiar.

—Eso no me hace sentir mucho mejor, teniendo en cuenta que estaremos todos muertos antes de que el resto de senadores puedan dar con él.

—¡Rápido! —espetó Tomas mientras abría de golpe la pesada puerta que conducía a las escaleras y se oía una explosión desde el exterior—. Han roto nuestras defensas exteriores.

En cuanto acabó de hablar, varios hombres y una mujer nos adelantaron a toda pastilla para dirigirse al lugar de la explosión. Llevaban suficiente material encima como para hacer que Pritkin pareciese poco armado. Yo sentí su poder según pasaron, eran magos de la guerra. Bueno, eso debería hacernos ganar algo de tiempo.

—Te aseguro que eso no va a pasar, Cassie. Yo te protegeré —me aseguró Mircea.

Yo no respondí. Mircea lo iba a intentar, no me cabía duda, pero Rasputín tenía que estar loco para intentar algo así. Y un loco siempre tiene una gran ventaja ala hora de sembrar el caos.

Pritkin dobló la esquina y nos siguió mientras empezábamos a bajar por las escaleras. Me quedé mirándole y él me devolvió la mirada.

—¿Qué pasa? ¿Qué artimaña es esta?

Todo el mundo pasó de él. Las escaleras daban bandazos a nuestro paso y las luces del techo se agitaban peligrosamente.

¡Vaffanculo! ¡Los secundarios están aquí abajo! —gritó Rafe.

Yo no sabía de qué estaba hablando, pero en cuanto vi la cara de Mircea supe que no era nada bueno.

—Eso es imposible. ¡No deberían haber sido capaces de llegar hasta aquí tan rápido! —vociferó Mircea metiéndome la cabeza en su pecho.

Un segundo después estábamos al final de la escalera. Supongo que salimos volando, pero todo pasó tan rápido que no estoy segura. Nos introdujimos en la cámara del Senado casi en el mismo momento en el que se escuchó una nueva explosión, esta vez de la parte de arriba. Acto seguido, cayó sobre nosotros una lluvia de pedacitos de escalera ardiendo. Una astilla en llamas no me dio en la cara por un milímetro; entonces Mircea hizo un gesto y la pesada puerta de metal de la cámara se cerró violentamente.

Rafe miraba a todos lados aterrorizado.

—¡Esto no puede estar pasando! —exclamó.

—Te necesitamos para apuntalar las defensas —le dijo Tomas a Mircea apresuradamente—. ¡Dame a Cassie!

Tomas intentó cogerme, pero Mircea se apartó y atravesó la habitación con otro movimiento vertiginoso. Entonces se abrió una puerta en la misma roca que hasta aquel momento no era más que piedra lisa y desnuda. No debería haberme sorprendido; aquello era algo que construían los usuarios de magia, así que probablemente tendría que haber más puertas ocultas que visibles allí. Sin embargo, seguía siendo el mejor ejemplo de protección perimetral que había visto, no se podía ver ni siquiera una grieta aunque te colocaras a escasos centímetros del lugar donde estaba la puerta oculta. Tenía que haber sido así como había aparecido Jack de la nada anteriormente.

Detrás de nosotros se oyó una explosión ensordecedora y pude ver por encima del hombro de Mircea cómo la pesada puerta que acababa de cerrar a conciencia saltaba en pedazos hacia dentro como si fuera papel. Un mago saltó por la abertura para acabar ensartado por dos trozos de hierro que aparentemente salieron de ninguna parte. Miré hacia arriba y vi que las arañas del techo habían experimentado una transformación similar a las oquedades del piso de arriba. Aquellos cientos de puntas tremendamente afiladas estaban ahora vibrando, haciendo reverberar el eco de un latido sordo y metálico por toda la habitación, como el ruido que harían los miles de pies saliendo en estampida al unísono en un partido de fútbol americano. Parecía como si estuvieran esperando ansiosamente a que alguien más metiese la cabeza en la sala.

Después de que Mircea consiguiese convencer a las protecciones para que nos dejaran pasar, nos encaminamos por un pasillo largo. Las antorchas se encendían a nuestro paso a derecha e izquierda. La electricidad tendía a interferir con ciertos tipos de protecciones y el pasillo casi crepitaba con ellas. Atravesamos tres puertas metálicas enormes que estaban tan protegidas que me pareció que la piel se me deformaba según pasábamos, como si hubiera pequeñas manos que me estuviesen agarrando por todo el cuerpo. La última fue la peor. La resistencia era tan fuerte que, por un momento, no creí que fuera a dejarnos pasar a ninguno. Sin embargo, Mircea berreó una orden y, al final, la barrera casi física se debilitó lo suficiente como para que pudiéramos pasar.

Dentro, había una pequeña habitación que daba paso a cuatro vestíbulos dispuestos cada uno en un ángulo diferente. Mircea se paró tan bruscamente que Tomas casi se lo come.

—¡Mircea! ¿Por dónde?

—¿Cómo han podido entrar tan rápido? —se preguntó Mircea otra vez, aunque pensé que me estaba hablando a mí.

Después miré hacia arriba y vi la cara de Tomas. No quedaba nada del hombre al que había conocido. Era un semblante altivo, salvaje y hermoso; un rostro que habría encajado perfectamente acuñado en alguna moneda antigua. Podía ver al noble inca a través de aquellos rasgos; lo que ya no se divisaban eran los gestos del hombre dulce que yo había conocido.

—¡Lo podemos discutir más tarde! ¡Dime por donde, Mircea!

Mircea sonrió, con su atención aparentemente fija en mí.

—He sido un estúpido, según parece, Cassandra.

Yo miraba al uno y al otro sin salir de mi confusión. Se estaba creando una corriente de poder en la habitación que me preocupaba. A las protecciones tampoco les gustaba; el aire se estaba enrareciendo y se volvía más denso por momentos.

—¡Dímelo, Mircea! —exigió Tomas—. Nadie tiene por qué morir hoy.

—Oh, te puedo asegurar —respondió Mircea, casi gentilmente— que alguno sí que lo hará.

—¿De qué estás hablando? —grité yo, intentando ponerme de pie, pero Mircea no dejó de sujetarme.

—Parece que Tomas se ha cambiado de bando, mía stella —me contestó Rafe a mi espalda, con voz amarga—. ¿Cuánto ha costado tu traición, bastardo?

Tomas le lanzó una sonrisa sarcástica y se le dibujó una expresión extraña en su rostro habitualmente estoico.

—¿De verdad creías que iba a trabajar para seguir manteniendo mis cadenas? ¡Yo debería ser Cónsul! Yo estaría al frente del Senado latinoamericano hoy si no hubiera sido por la interferencia de esa criatura. ¡No dejaré que me sigáis teniendo sujeto a los caprichos de un crío!

—Ah, vale—intervino Billy Joe flotando alrededor de la cabeza de Tomas—. Por eso los magos oscuros han sabido tan rápido dónde estaban las protecciones. Tomas les dijo qué se iban a encontrar. Me pa’ece que no le entusiasmaba la idea de seguir sirviendo al francés. —Se detuvo un momento para echar un vistazo por encima de su hombro al sitio por el que habíamos venido—. Vuelvo en un minuto.

—Llegarán pronto —le dijo Tomas a Mircea—. No seas estúpido. Ayúdanos y se te recompensará. ¡Te doy mi palabra!

—¿Por qué habría de fiarse nadie de la palabra de un traidor? —preguntó Rafe con tono insultante.

Yo le habría sugerido que se callase si hubiese pensado que las cosas mejorarían algo así. La expresión de la cara de Tomas me recordó en cierto modo a la de Tony, y no era muy inteligente hacerle frente cuando se ponía así.

—¿Qué planeas hacer con Cassandra? —preguntó Mircea.

Los ojos de Tomas parpadearon en mi dirección.

—Han prometido que sería mía, como parte de mi recompensa. No se le hará daño —contestó él.

Mircea soltó una carcajada despectiva.

—Cassandra puede convertirse en pitia. Menudo premio, Tomas. ¿De verdad crees que tu maestro te dejará quedártela?

—¡Yo no tengo maestro! —vociferó Tomas, y yo sentí que un relámpago de poder impactaba contra los escudos de Mircea, justo encima de mi cabeza. Sus defensas consiguieron aguantar, pero no pude ver cómo lo hicieron. Yo me había quedado aturdida por el ataque fallido y Rafe estaba en el suelo, gritando.

—¡Rafe! Mircea, bájame —le ordené.

Él me ignoró. Me daba la impresión de que tanto él como Tomas se habían olvidado de que pudiese haber alguien más en la habitación.

—Si Rasputín mata a Louis-César fuera de un combate justo, tu bando no ganará nada. Lo sabes, Tomas. ¿Qué estás planeando?

—Rasputín luchará contra Mei Ling, no contra Louis-César. Ganará con facilidad y el resto de senadores tendrá que aceptar su victoria. El francés esquivó nuestro primer intento, cuando Cassie y yo salvamos a la chica, pero pronto eso no importará.

—¿Cómo? —pregunté yo.

Tenía la sensación de que me estaba perdiendo algo. Mircea, en cambio, parecía entenderlo todo.

—Te confundiste al pensar que estaba maldito. No lo estaba y tú deberías haberlo sabido, has sido su siervo durante un siglo. Debí haberlo entendido entonces. Antes de que tú y Cassie interfirierais en el curso del tiempo, a Louis-César aún no le habían hecho; estaba maldito, ¿verdad? Fue la familia gitana cuya hija murió por él. Fue así como ocurrió originariamente, ¿no?

Tardé un segundo en asimilar todo lo que estaba diciendo.

—Tienes que estar bromeando —le dije. Él me respondió con una mirada de advertencia y yo me callé.

Por lo que parecía, Tomas no se había enterado.

—Ella era su única hija. El rey ordenó su muerte para que a su medio hermano le quedase una huella duradera, pero la familia de ella no lo sabía. Culparon al hombre que creyeron que la había seducido primero y asesinado después cuando dejó de resultarle entretenida. Su abuela era una mujer muy poderosa; y por eso, invadida por el dolor, echó sobre él la maldición del vampirismo.

Rafe había conseguido incorporarse, aunque no tenía buena pinta. Empezó a hablar, pero yo le miré y empecé a menear la cabeza frenéticamente. Lo último que quería yo era que Tomas se acordase de que Rafe seguía en aquella habitación.

Sin embargo, Tomas estaba demasiado enfrascado en su historia como para preocuparse.

—Cuando me di cuenta de que Cassie nos había llevado a una época en la que Louis-César era aún humano —prosiguió Tomas—, supe que me encontraba ante la oportunidad perfecta para liberarme. Creí que, si liberábamos a la chica, la maldición no caería sobre él y él moriría al cabo de una vida humana normal y corriente. Le culpo a él de ser el responsable de causar mucho sufrimiento con su interferencia, pero también entiendo que en gran medida no sabía lo que estaba haciendo. Creí que no sería algo trágico morir como el resto de los hombres, cuando le llegase su hora, pero debí haber sido más firme. No sé qué salió mal, cómo acabó convirtiéndose en vampiro de todas formas, pero no importa —se detuvo y volvió su vista hacia mí—. Me volverás a llevar, Cassie, y esta vez seré más directo. Tienes que ayudarme a poseer su cuerpo para que pueda tener la fuerza suficiente como para matarle.

Yo me quedé mirándole. ¿Qué coño esperaba que dijera yo: «sí, claro, no hay problema»? Empezaba a pensar que estaba tan loco como Rasputín.

Antes de que pudiese articular ninguna réplica, Billy Ioe apareció delante de mis narices.

—¡Cassie! Están en la cámara del Senado. Si vas a hacer algo, este sería un buen momento —gritó.

—¿Hacer qué? —pregunté yo—. Necesito tocar a Louis-César para transportarme en el tiempo. ¡Y no está aquí!

—Bueno, pues estaría bien que se te ocurriera algo. Las protecciones del Senado están cayendo como si las hubiera fabricado un novato y la parafernalia de la cámara de fuera no va a engañar a nadie si ya saben dónde está. Estarán aquí en un minuto.

—¿Por qué debería ayudarte Cassandra? —preguntó Mircea, que mantenía tanto la compostura que parecía que él y Tomas estuvieran tomando el té mientras mantenían una distendida conversación—. ¿Qué puedes ofrecerle a ella que no podamos ofrecerle nosotros?

Tomas posó su mirada en Rafe.

—La vida de su viejo amigo, para empezar —explicó, volviendo los ojos hacia mí—. Yo te garantizo que Raphael estará a salvo, Cassie, si nos ayudas. En caso contrario, Tony ha invocado el derecho a ocuparse de él personalmente por actuar como informador para Mircea. ¿Eres consciente de lo que significaría eso?

—No lo pillo —espeté con sinceridad—. Hemos vivido juntos durante meses. Si ibas a traicionarme, ¿por qué no entonces? ¿Por qué ahora?

—No te he traicionado —repuso con intensidad—. Piénsalo. Mircea casi deja que te maten; ¿por qué le crees? ¿Te mantuvo a salvo? ¿Estaba allí cuando te atacaron? ¡Yo te salvé, no él! Y yo fui quien se dio cuenta de que Rasputín podría ser la respuesta para nosotros dos —me miró suplicante—. ¿No lo ves? En cuanto Louis-César muera, puedo volver a retar a Alejandro, ¡y esta vez le derrotaré! Ahora mismo tengo que emplear muchas de mis fuerzas en resistirme a la voluntad de mi maestro; y eso me debilita demasiado como para hacer lo que hay que hacer. Sin embargo, esa carga desaparecerá en cuanto muera el francés y yo puedo salvar a mi pueblo. Y después, no tendrás que volver a preocuparte de que nadie te pueda hacer daño. Como Cónsul, podré hacer más que simplemente prometerte protección. ¡Podré asegurártela!

—¿Tú te pusiste en contacto con Rasputín? ¿Cuándo? —le interrumpí yo.

—Después de tu primera visión, cuando supe a ciencia cierta lo que podías hacer. Llamé a Tony y le ofrecí entregarte, pero solo a Rasputín. Él prometió no atacarte a cambio de mi ayuda. Como sus planes coincidían con los míos, yo accedí.

—Rafe te dijo que yo iba a ir a por Jimmy y tú se lo dijiste a Tony —proseguí yo, aunque todavía no me lo creía.

Tomas vio en mi expresión el daño que me hacía aquello y por eso se suavizó.

—Tenía que decirle que ibas a ir al Dante, Cassie. Si no había trato y ellos te encontraban antes, podrías haber muerto.

—¡Casi muero porque sabían dónde iba a estar, Tomas! —le recriminé—. Nos tendieron una emboscada.

Él meneó la cabeza.

—Yo estaba allí para garantizar tu seguridad. No estuviste en peligro, era a Louis César a quien querían. Cuando él desaparezca, Mei Ling no será un problema.

—¡Tomas! —yo quería gritarle para que saliese de su obcecación. ¿Cómo podía tener alguien medio milenio de vida y ser tan estúpido?—. ¡Rasputín no me necesita! ¿No lo pillas? Él ya tiene a una sibila que hace lo que él quiere que haga. ¡Lo único que quiere de mí es verme muerta!

—Muy perspicaz, señorita Palmer —dijo Pritkin, entrando en la sala empuñando sus armas.

Yo ya me había olvidado de él. Supongo que al resto le ocurría lo mismo. Su mirada seguía clavada en Tomas, pero me hablaba a mí.

—Parece que tendremos que aliarnos… por el momento. Yo me encargaré de retenerle aquí, pero te sugiero que te des prisa. Hay diez caballeros negros ahí fuera. He construido unas cuantas sorpresas sobre las que nadie les habrá informado, pero no les tendrán ocupados mucho tiempo. Estarán aquí en cuestión de minutos.

—¡Nuestras protecciones aguantarán! —exclamó Rafe orgulloso—. El traidor no ha podido revelarles los secretos de las protecciones internas; no las conoce.

Pritkin le lanzó su habitual sonrisa despectiva.

—¡Créete lo que quieras, vampiro, pero nosotros hacemos ejercicios de entrenamiento más difíciles que lo que vosotros llamáis defensas! Si no actúa pronto, la sibila morirá y no habrá nada que pueda evitar que el Senado actual se vea reemplazado por otro aliado de los oscuros. —Sus ojos y sus armas siguieron apuntando firmemente a Tomas, pero de nuevo volvió a hablarme a mí—. Si hay algo que puedas hacer, que sea ahora.

—¡No sé cómo! —protesté, mesándome los cabellos con mi mano, como si quisiera sacar algo de ellos presa de mi frustración, y me topé con algo sólido.

Mis dedos escrutaron la horquilla del pelo que Louis-César me había dado cuando me estaba atendiendo la herida de la mejilla. De algún modo había conseguido no soltarse de allí durante todo aquel tiempo. Me concentré y sentí un ligero hormigueo, una sombra distante de la desorientación que solía preceder a las visiones, pero no era suficiente. La pinza era de Louis-César, había estado en contacto con su cuerpo; así que tenía que haber funcionado del mismo modo que hubiera funcionado tenerle a él allí presente. Sin embargo, o bien yo no era lo suficientemente fuerte como para transportarme con un simple objeto, o bien no hacía mucho que lo tenía y el vínculo era débil. En cualquier caso, necesitaba ayuda.

—¡Billy! Necesito algo que se llama lágrimas de Apolo.

—Estupendo, ¿y eso está en…? —preguntó él.

Miré hacia arriba buscando con mis ojos a Mircea.

—¡Las lágrimas! ¿Qué aspecto tienen y dónde están?

—En el sanctasanctórum, en una pequeña botella de cristal con un tapón azul. Pero si entramos en la cámara, Tomas sabrá cuál es el camino. Estos cuatro vestíbulos son la última barrera. Hay tres falsos que solo conducen a la muerte. Únicamente hay uno que lleva hasta la Cónsul. Si muere, nuestra causa estará perdida.

Billy se había puesto por encima de nosotros mientras hablábamos.

—Sólo hay un pasadizo auténtico, Cass. Los otros son pura ilusión.

Enseguida vuelvo.

—¡Cassie, no lo hagas! —gritó Tomas lanzando una mirada de odio hacia Mircea—. ¡Nunca te dejará marchar! Si quieres ser libre de verdad, ayúdame.

Al verme menear la cabeza, su rostro se tiñó de desesperación.

—¡Alejandro es un monstruo! —prosiguió—. Le he implorado a Louis-César que me liberase. Le conté las atrocidades que ha cometido Alejandro y las que seguirá haciendo hasta que alguien le detenga, y aun así, se negó.

—No me puedo creer que no te vaya a ayudar. Yo podría intentar…

—¡Cassie! Si no he podido convencerle durante un siglo de ruegos, ¿por qué crees que a ti sí te escucharía? Alejandro tiene algún tipo de poder sobre él. Tiene algo que Louis-César quiere y ha prometido dárselo si consigue tenerme bajo control. He pensado en esto durante años y no hay otra salida. Alejandro tiene que morir y su campeón también.

Mis ojos se zambulleron en la luz refulgente de la mirada de Tomas y pude ver que sentía todas y cada una de las palabras que estaba diciendo. Quizá era verdad que quería ser Cónsul, pero lo que deseaba de verdad era ver al tal Alejandro muerto. Hasta donde yo sabía, quizá el tipo se merecía lo que Tomas quería hacerle. Pero no era yo quien tenía que decidir aquello.

—No voy a intercambiar la vida de una persona por la de otra, Tomas —le expuse yo—. No puedo permitir que asesines a Louis-César. No soy Dios, ni tú tampoco.

Tomas hizo una mueca violenta en dirección a Mircea.

—¿Cómo es posible que no veas que lo único que quiere es utilizarte? ¡Si no tuvieras tus poderes, no significarías nada para él! —bramó.

—¿Y qué significaría para ti si no pudiera ayudarte a conseguir el consulado? —repuse yo.

Tomas sonrió y aquello transformó su rostro, haciendo que pareciera más aniñado y adorable de nuevo. Como mi Tomas.

—Ya sabes lo que siento por ti, Cassie. Yo te daré paz y seguridad. ¿Qué te puede ofrecer él?

Estaba a punto de señalar que no me había respondido a la pregunta, cuando Billy apareció de nuevo de repente, sujetando un pequeño bote con una mano incorpórea.

—Espero que no t’haga falta ná’más, Cass, porque yo ya estoy en las últimas —dijo, dejando caer las lágrimas en la palma de mi mano. El minúsculo botecito era sorprendentemente pesado.

Destapé el frasco justo al mismo tiempo que Tomas se abalanzaba, no sobre mí como había esperado en parte, sino hacia Rafe. Pritkin abrió fuego, pero el disparo fue repelido por las gruesas protecciones de la cámara y salió rebotado contra él. Sus escudos aguantaron el golpe, pero su pistola acabó hecha una masa retorcida de metal humeante y él salió despedido contra la pared, bruscamente.

—Dame las lágrimas, Cassie —dijo Tomas extendiendo una mano, mientras con la otra sujetaba a Rafe por el cuello—. Mircea no puede protegeros a todos al mismo tiempo, pero nadie tiene por qué salir herido. Ayúdame y dejaré que se marche.

No tuve que preocuparme por pensar una respuesta. Tomas, una vez más, había subestimado al mago. Supongo que creyó que si las protecciones estaban dejando inutilizadas las armas mágicas y de fuego, Pritkin no podía suponer una amenaza. Descubrió que no era así cuando el mago dio un salto, se sacó un cordón del bolsillo y le rodeó el cuello con él. El garrote podía ser un poco primitivo, pero funcionaba.

Tomas soltó a Rafe y Mircea no perdió el tiempo en empujarle por la entrada por la que había salido Billy. Justo cuando Rafe acababa de pasar por allí, las protecciones de la cámara fallaron y toda una multitud de gente entró en avalancha. Pritkin gritó algo y salió de allí, lanzando a Tomas contra la multitud. Mircea me agarró fuerte y, en un abrir y cerrar de ojos, estábamos en otro vestíbulo, corriendo a toda prisa. Escuché cómo las protecciones del pasadizo se cerraban a nuestra espalda y pude ver lo que lo que estaba pasando en la cámara exterior escudriñando la escena por encima del hombro de Mircea. Tomas yacía desplomado sobre el suelo, con una mano en la garganta, con arcadas. Detrás de él, había varios humanos con las suficientes armas como para decirme con tanta claridad como si se lo hubieran tatuado en la frente que eran magos de la guerra. Vi de pasada a Pritkin y su rostro aparecía distorsionado por el gruñido que estaba soltando según hacía frente a sus oponentes; y acto seguido doblamos una esquina y nos vimos dentro del sanctasanctórum.