Yo miraba a Mircea con recelo.
—No soy tu Cassandra —protesté.
Él comenzó a soltarse los broches que le quedaban abotonados en la camisa.
—Dame un minuto, dulceaţă, y lo veremos —musitó él, quitándose la camisa y colocándola hacia el final del sofá. No llevaba nada más debajo.
—¿Qué estás haciendo? —grité, incorporándome y con mi pulso acelerado.
Realmente él no había hecho nada que fuese realmente como para alarmarse, pero ahí estaba, entre mí y la puerta, con una cara tentadora que de repente se volvió muy intensa.
Mircea empezó a quitarse sus zapatos perfectamente abrillantados.
—Habría preferido que tuviéramos más tiempo, dulceaţă. Llevaba mucho tiempo esperando que nos pudiéramos conocer más a fondo, pero no era este el escenario que había previsto. Sin embargo, —hizo una ligera pausa para colocar los zapatos y los calcetines ordenadamente junto al sofá—, estoy empezando a aprender que, contigo, es mejor asumir lo inesperado.
Yo podía haber dicho lo mismo de él.
—Para ya, Mircea. Limítate a decirme qué está pasando aquí —le interrumpí.
Él me miraba fijamente mientras seguía quitándose lentamente el cinturón de las trabillas de su pantalón.
—No deseas ser entregada al círculo, supongo.
—¿Y eso qué tiene que ver con que te desnudes? ¿Qué es esto?
Mircea se movía como si estuviese patrullando la habitación, no había otra palabra para describir la manera en la que se desplazaba y se arrodilló a mis pies. Entonces alzó su vista y me miró conmovido.
—Míralo como si fuese un rescate, dulceaţă. Soy tu caballero y vengo a salvarte de todos aquellos que te podrían hacer daño.
No pude evitar que se me escapara una carcajada.
—Creo que eso es lo más cursi que he oído nunca.
Mircea lanzó una mirada exagerada de indignación que despertó en mi rostro una tímida sonrisa.
—¡Me has herido! Te lo aseguro, hubo una época, como dicen, en la que yo fui exactamente eso —protestó él.
Me quedé pensando en lo que había dicho y, técnicamente, tenía razón. Por supuesto, los caballeros de verdad enfundados en una armadura brillante no habían sido exactamente iguales a los de las leyendas. La mayoría de ellos habían dedicado más tiempo a acosar a sus campesinos con impuestos que rescatando doncellas.
—Vale, ¿y ahora qué eres? —repuse yo.
No contestó, pero me di cuenta de que sus ojos se habían vuelto de un color canela ámbar brillante. La única vez que lo había visto antes, estaba amenazando de muerte a Pritkin, pero ahora no parecía estar enfadado. Llevó su mano a la parte trasera de su cabeza y abrió un broche de platino que liberó su pelo largo y moreno.
—El círculo exige tu vuelta, dulceaţă, y en virtud de nuestro trato con ellos, no tenemos derecho a negarnos. Si fueras una humana normal, bastaría con que un maestro te reclamase para no entregarte, pero no ocurre lo mismo con una poderosa vidente. La corte de la pitia tiene control sobre todas esas personas.
Su pelo se extendió por sus hombros y su espalda como si fuera una capa oscura. El contraste entre su cabello de medianoche y la perfección pálida de su piel era hipnótico.
Mircea reparó en que me había quedado absorta admirándolo y su voz se deslizó hasta convertirse en poco más que un susurro.
—Antes te gustaba mi pelo, dulceaţă, ¿no te acuerdas? Te gustaba hacer trenzas con él cuando eras niña. Cuando estaba en la corte de Antonio, me pusiste todo tipo de estilos y adornos, como si fuera una muñeca —musitó.
Entonces cogió mis manos y las puso sobre sus hombros, para que sintiera el peso de su pelo. Era como una madeja de seda sobre mis manos y no estaba muy segura de qué me distraía más, si su tacto o el de los músculos firmes de sus hombros.
—No me importa que juegues conmigo, dulceaţă —espetó, moviendo su cabeza para posar un beso en la palma de mi mano—. Ahora no me importa.
Yo abrí ligeramente mis escudos para ver si estaba imitando a Tomas para intentar influirme como él, pero no había ninguna señal que indicase que un poder tal se estaba ejerciendo sobre mí. El torrente de estímulos que había sentido anteriormente simplemente no estaba allí. No obstante, por aquel entonces él ya no lo necesitaba realmente. Mircea frotó lánguidamente su mejilla contra mi mano y yo me di cuenta de que probablemente podía oír el latido de mi corazón en mi muñeca. Tragué saliva.
—¿Qué intentas, Mircea?
Sus manos se habían movido mientras estaba distraída y fue todo un impacto sentirlas de repente deslizarse dentro de mi bata y rodear mi cadera. No me había dado cuenta de que me había quitado el cinturón, pero el caso es que ya no estaba allí. La bata tampoco se había abierto de par en par, pero sí lo suficiente como para desnudar una línea completa de carne que iba desde mi cuello hasta el ombligo. Yo me moví para cerrarla, pero Mircea me apartó la mano y la oprimió contra sus labios. Entonces noté el suave roce de su lengua deslizándose por mi piel, como si tratase de descifrar su sabor. Un relámpago de deseo me recorrió desde donde él me besaba hasta todas mis terminaciones nerviosas y aquella sensación me robó un jadeo.
—Mircea… —susurré.
—¿Tienes idea de a qué sabes, mi Cassandra? —preguntó él suavemente—. Nunca antes había conocido algo igual. Sales disparada hacia mi cabeza como si fueras brandi añejo.
Antes de continuar, respiró profundamente sobre la parte de mi piel por la que circulaba mi pulso.
—No puedes imaginarte lo embriagador que me resulta tu aroma —prosiguió, mientras su pulgar se movía ligeramente por mi cadera, arriba y abajo por el centro de mis costillas. No era un tacto excesivamente sexual, pero yo no podía sino contener la respiración—. O lo extraordinario de tu tacto.
—Mircea, por favor —musité.
—Lo que quieras —susurró el gran negociador, inclinándose de tal manera que hablaba justo encima de mi propia boca, dejando que su respiración exhalase cálida sobre mis labios.
Su boca danzaba sobre la mía, suave, como si no estuviese allí, y yo me estremecí. Él había dicho que íbamos a negociar, pero no estaba intentando siquiera cerrar ningún acuerdo, lo que ya de por sí daba miedo
—Cualquier cosa que esté en mi mano, es tuya —añadió.
Su mano se volvió a mover en la parte frontal de mi bata, con un dedo recorriendo la línea de piel expuesta desde el cuello hasta el ombligo. De repente, todo ese camino se puso de piel de gallina y yo me quedé sin respiración.
Intenté enfadarme para intentar encontrar así alguna emoción que me permitiera reprimir ese hormigueo de placer que me recorría la espalda de arriba abajo.
—¡Joder, Mircea! ¡Sabes que odio los jueguecitos!
—Nada de jueguecitos —prometió, colocándose entre mis piernas, que quedaron separadas por su cuerpo. La bata se me abrió hasta los muslos, pero no podía cerrarla con él allí arrodillado. Intenté quitármelo de encima porque quería que hubiese algo de espacio entre nosotros para poder pensar, pero era como empujar una estatua de granito.
—¿Quieres que te lo implore? —susurró, mirándome hacia arriba con esos ojos refulgentes.
—No, yo… —miré alrededor tratando de encontrar a Billy, pero seguía ausente con su enfado. ¡Joder!
—Pues te imploraré —murmuró antes de que yo pudiese articular una frase completa.
Estaba lo suficientemente cerca como para que yo pudiese saber que su aroma era tan agradable como su presencia; no era colonia cara como había pensado, sino limpia y fresca, como el aire que queda después de la lluvia.
—Y te suplicaré —prosiguió, deslizando sus manos bajo mi bata para acariciar mis pantorrillas—, con toda mi alma. —Las manos subieron hasta mis rodillas, acariciando esa piel tan sensible que se esconde detrás de ellas—. Gustosamente —añadió, masajeándome hasta los muslos—, ávidamente —insistió, hasta que sus manos se detuvieron en mis caderas, con los pulgares amasando suavemente mi carne—. Si eso te agrada.
Acto seguido enterró su cara en mi vientre y mis manos se movieron por sí solas arremolinándose entre aquel cabello oscuro. Lo extendí por sus hombros, mientras él seguía escalando a besos por mi cuerpo. Me esforcé por volver a tener la cabeza en su sitio, pero entonces sus labios reclamaron los míos para sellar un beso abrasador que me estremeció hasta las puntas de los dedos. Después, volvió a dirigir su cabeza hacia abajo y empezó a descender por el mismo camino de besos por el que había venido antes, esta vez con movimientos lentos, casi de adoración. Mis pechos se vieron invadidos por una sensación de aire frío cuando Mircea decidió abrir por completo mi bata; aquello me empujó lentamente fuera de la bruma en la que me había visto envuelta, pero resultaba difícil ordenar las ideas ahora que el placer seguía atravesándome todo el cuerpo.
—Eres hermosa, dulceaţă —murmuró, moviendo sus manos hacia mí reverencialmente—. Tan suave, tan perfecta.
Su tacto era tan caliente que yo me temía que estuviera dejando huellas sobre mi piel. Su respiración sobre la piel tierna de mi pezón era electrizante; su lengua, que se abrió paso un momento después, era casi insoportable y cuando empezó a lamer, succionando profundamente, oleadas de placer estallaron en mi interior hasta tal punto que me pareció que lo que sentía era dolor.
—Mircea, por favor… ¡dime qué está pasando!
Como respuesta, rápidamente me colocó entre sus brazos y me llevó al dormitorio. A un movimiento de su mano, las cortinas de las ventanas se cerraron de golpe. Mircea me dejó con suavidad sobre la cama y empezó a desabrocharse los pantalones.
—El Círculo Plateado te quiere a toda costa, Cassie. Antonio les dijo que habías muerto en el coche con tus padres y se enteraron de que no era así sólo cuando tu protección se activó por primera vez hace unos años. Era la propia protección del círculo que tenía tu madre y que te transfirió a ti, es inconfundible. Desde entonces, han estado detrás de ti. Mientras sigas siendo una sibila de pacotilla, tienen derechos sobre ti, como los tienen sobre todos los humanos usuarios de magia. No hay forma de negarse a su petición sin arriesgarse a desatar una guerra. Bueno —matizó, mientras se acababa de quitar los pantalones—, no hay casi ninguna.
Ver a Mircea luciendo tan solo unos bóxer de seda negra era suficiente para que mi mente se volviese confusa sin que hiciese falta que me dijese que la sociedad de magia más poderosa de la tierra, que resulta que me odiaba, tenía el derecho de decidir sobre mi futuro.
—No lo comprendo —musité.
Mircea gateó por la cama y yo retrocedí hasta que me di con el cabecero. El sonrió y tiró del borde de la bata, en la que yo me había envuelto de nuevo a modo de protección.
—Estás preciosa con cualquier cosa, dulceaţă, pero preferiría prescindir de esta prenda. Si hubiera sabido que este iba a ser nuestro escenario, habría preparado algo más adecuado —apuntó, deslizando mis manos lentamente por mis pantorrillas, masajeando mi cuerpo según subía—. En cuanto tenga ocasión trataré de corregir este descuido.
—¡Mircea! ¡Quiero una respuesta! —grité, alejándome de él y mirándole fijamente. Tras una pausa, se sentó sobre sus talones con gesto triste.
—¿Por qué sabía que no iba a ser tan fácil contigo? —suspiró—. Cassandra, tiene que ser uno de nosotros. Parecías responder mejor conmigo y yo me sentiría honrado de ser el elegido, pero si prefieres a alguno de los otros… No me gustaría, pero dadas las circunstancias, estaría de acuerdo.
—¿De qué estás hablando? —vociferé, cada vez más enfadada porque siguiese pasando de mí.
—A Tomas no se le envió exclusivamente para que te protegiese, Cassie. Mantenerte a salvo era su función principal, pero también se le dijo que debería asegurarse de que la exigencia del círculo podía ser rebatida con éxito —Mircea arqueó una ceja—. Estoy empezando a comprender por qué fracasó.
—Yo… ¿Qué haces? —inquirí, mientras Mircea se mesó con una mano su torrente de cabellos y después deslizó las dos, hermosas y bien formadas, hacia su pecho para dejarlas planeando sobre sus pezones. Su torso no tenía pelo y estaba perfectamente esculpido, con músculos torneados y una extensa cintura. Acto seguido siguió por las líneas que recorrían desde su vientre plano hasta el extremo de talle bajo de la única prenda que le quedaba puesta. Sus dedos se entretuvieron en ese sitio, deslizándose provocativamente una y otra vez por aquella barrera insustancial, haciendo que mis ojos se clavaran en la línea de pelo negro que comenzaba bajo su ombligo y desaparecía más allá de la seda negra. Aquel tono azabache contrastaba asombrosamente con la perfección pálida de su piel y, junto con el rosa palo de sus pezones, era el único borrón de color en la parte superior de su cuerpo.
—¿Que qué hago, dulceaţă? —preguntó con inocencia—. Estoy intentando dar lo mejor de mí mismo para seducirte.
Dicho esto, extendió su mano y la fundió con las mías, acariciando mis palmas con sus pulgares.
—Te voy a hacer una oferta. Contestaré a una de tus preguntas por cada trayecto de placer que te permitas; ¿estás de acuerdo?
—¿Cómo? —grité clavando mi mirada en sus ojos—. ¡No me puedo creer que hayas dicho eso!
Mircea sonrió abiertamente; y, de repente, volvió la versión provocativa de antes.
—Me dejas pocas alternativas, Cassie. Vas a mirar y con anhelo, pero no podrás tocar. Y eso que deseo tu roce, lo deseo enormemente —prosiguió, colocando mis manos sobre su vientre, justo por debajo del borde de seda. Como yo me quedé ahí sin más, sin decir ni pío y totalmente asombrada, él soltó un suspiro—. No obstante, mis encantos no parecen ser suficiente, así que te ofrezco un trato. Y como señal de buena voluntad, yo seré el que primero cumpla con su parte del trato. El círculo tiene influencia sobre ti mientras seas una sibila de pacotilla, pero, si te conviertes en pitia, dejará de tenerla. En ese caso estarías fuera de su alcance, Cassie; estarías por encima de ellos en el escalafón, por así decirlo. Y Pritkin no fue del todo sincero. La sibila escogida, la heredera del poder de la pitia, debe ser casta durante su adolescencia, supongo que para impedir que nadie consiga ejercer una influencia indebida sobre ella. Sin embargo, no puede convertirse en pitia en ese estado. Todas las fuentes antiguas están de acuerdo en eso: en Delfos, después de los primeros años, a quien se seleccionaba era a una mujer madura y experta, porque se dieron cuenta de que el poder rehuía de las chicas jóvenes. —Me sonrió de nuevo y movió mis manos aún más abajo, hasta el punto que pude sentir su silueta, creciendo firme bajo mi roce—. Nadie está seguro de por qué, pero el poder no podrá traspasarse de manera completa a una virgen, Cassie.
Me quedé mirándole estupefacta.
—Tienes que estar de coña —murmuré.
Por supuesto, aquello explicaba por qué todos menos Rafe estaban vestidos como si fueran a participar en una sesión de fotos de Playgirl.
Mircea no dijo nada, se limitó a pasear sus habilidosas manos por detrás de mis rodillas, acariciando la piel suavemente. De alguna forma se imaginó lo que habían supuesto aquellas palabras para mí.
—Hemos intentado hacer que te resultase fácil. Enviamos a Tomas, que normalmente no suele tener problemas, cómo podría decirlo, a la hora de persuadir a las mujeres para que caigan rendidas a sus encantos. El caso es que tú le rechazaste, pese a todos sus esfuerzos por conseguir tu cariño —Mircea interrumpió su discurso con una breve carcajada—. Creo que has herido su orgullo, dulceaţă. No sé muy bien si le habían dado calabazas alguna vez.
Yo tragaba saliva.
—Podía haberme obligado a hacerlo a la fuerza.
El rostro de Mircea perdió entonces su aire divertido.
—Sí —espetó ligeramente— y yo le habría arrancado el corazón, como le dejé bien claro antes de que se marchase —en ese momento sus manos subieron hasta mis muslos y me agarró con firmeza—. Tú eres mía, Cassie.
Hubiera ido adonde estabas si hubiera sabido lo fuerte que iba a ser la atracción entre nosotros dos. Sin embargo, he de admitir que, hasta hoy, no te veía realmente como una joven mujer. Por no mencionar que había dado por sentado que te sentirías incómoda viendo cómo tu «tío Mircea» tenía de repente tanto interés en ti.
—Nunca te llamé así —protesté.
Nunca había pensado en él de ese modo. Con once años uno es joven, pero no tanto como para no poder enamorarse y yo lo estaba de él, y mucho. Según parecía, las cosas no habían cambiado, al menos para mí. No me creía en absoluto que Mircea sintiese nada por mí. Esta vez le tocaba a él fingir que me deseaba, para que pudieran seguir usándome. En cierto modo también era hiriente saber que los intentos de Tomas por seducirme los realizaba bajo las órdenes de la Cónsul y que probablemente con Mircea ocurría lo mismo, pero tampoco era una sorpresa. Por mi propia experiencia vital, hacía tiempo que sabía que todo el mundo quería usarme para algo.
—¿Sobre qué más mintió Pritkin? —insistí.
Mircea sonrió maliciosamente.
—¿Eso es una pregunta, dulceaţă? —repuso él, mientras yo tragaba saliva nerviosamente al notar cómo sus manos empezaban a masajear la parte inferior de mis muslos. Al percatarse de mi mirada confundida, soltó un pequeño suspiro—. No te voy a hacer daño, Cassie. Te juro que sólo obtendrás placer de mí.
—¿Responderás a la pregunta… completamente? —volví a interrogarle.
—¿No cumplo siempre mis promesas? —contestó él, de nuevo, con otra pregunta.
Yo asentí; aquello era una verdad como un puño. Al menos hasta entonces. Mircea sonrió abiertamente y se volvió a recostar sobre los talones.
—Muy bien, ¿en qué mintió Pritkin? —se quedó pensando un momento—. La mayor parte de lo que dijo, dulceaţă, no era mentira; simplemente eludió las cuestiones. Fue sincero cuando dijo que si la sibila se había vuelto oscura o si la habían asesinado, el poder se traspasaría a otra persona. Pero no lo fue tanto cuando negó, menos convincentemente, que el poder te escogerá a ti en cuanto estés… disponible.
—¿Por qué el círculo no puede soportar la idea de que el poder recaiga sobre mí? —inquirí.
Mircea se rió a carcajadas y el sonido reverberó por toda la habitación.
—Te odian porque te tienen miedo. Nadie puede dar órdenes a la pitia. El círculo está obligado a protegerla, incluso a obedecerla en ciertas cosas, y tú eres la primera en siglos que podría detentar el poder sin haber sido adoctrinada por ellos desde la cuna. Tú no serías su mascota, como sí ha ocurrido con muchas otras pitias. Tú usarías el poder en función de lo que estimes justo y eso puede significar que te opongas a sus deseos en algunas ocasiones.
Mircea se detuvo un segundo para acabar de quitarse los bóxer, tras lo cual los colocó inconscientemente a un lado. Vi cómo caían sobre la alfombra con el corazón en un puño y negándome a mirar a Mircea.
—Me han contado lo que te dijo el mago oscuro, Cassie. Te dijo la verdad, pero, de nuevo, solo en parte. La mítica Cassandra fue la única vidente que se negó rotundamente a estar bajo el control de nadie. Se escapó del influjo del mismo Apolo para que no fuese otro quien decidiese cómo había que usar su don. El círculo tiene miedo de que hagas honor por completo a tu nombre.
—¿Estás diciendo que tengo a todo un ejército de Pritkins detrás de mí? —pregunté horrorizada. Aunque estaba rodeada por cuatro maestros vampiros, uno de ellos el actual campeón de los duelos y aun así, Pritkin había estado a punto de matarme.
—No necesariamente. Si eres lo suficientemente maleable como para que te utilicen, intentarán hacerlo. Pritkin no mentía cuando dijo que la pitia actual se está muriendo y no será capaz de controlar su don mucho más tiempo. Han perdido a su sibila y necesitan urgentemente dar con ella o encontrar otra. Sin embargo, se les presenta un dilema enorme: no desean que el poder te sea traspasado, pero ¿quién sabe adónde iría si te eliminan? Es posible que fuera a alguno de sus otros adeptos, pero también es igualmente posible que acabase yendo a otra vidente de pacotilla cuya existencia hayan pasado por alto. Si recuperan a su sibila perdida o si ven que tú planteas dificultades, pueden optar por matarte; si no, sin duda alguna intentarán ser ellos los que te controlen. En cualquier caso, dulceaţă, estarás bastante mejor con nosotros, de lejos.
Pensé que aquello era discutible, pero si el resto del círculo era como Pritkin, definitivamente no quería conocerlos.
—¿Qué estás diciendo? ¿Que hacemos el amor y, ¡bam!, soy la pitia? ¿A esto se reduce todo lo que ha estado pasando?
Mircea soltó una carcajada alegre y ligeramente perversa.
—Esa es otra pregunta y aún tienes que pagar por la última que hiciste.
Yo alcé los ojos para encontrarme con su rostro y los mantuve ahí con firmeza.
—¿Qué es lo que quieres?
Mircea sonrió y en esta ocasión el gesto fue tierno.
—Muchas cosas, Cassandra, pero por ahora me conformo con que me mires.
—Ya te estoy mirando —repuse yo.
Mircea dio la callada por respuesta. Yo suspiré. Normalmente, yo no era especialmente tímida. A menudo Raphael tenía modelos desnudos en casa y también había visto utilizar la desnudez como parte de un castigo tantas veces que había perdido la cuenta. La diferencia era que quien estaba delante esta vez no era un desconocido; era Mircea, que de repente había pasado de ser una fantasía intocable a una realidad absolutamente a mi disposición. No era tan vergonzosa como para no mirarle y probablemente él también lo pensaba. Ya estaba haciendo grandes esfuerzos por no saltar encima de él, al menos hasta que consiguiese unas cuantas respuestas; y mirar aquel cuerpo espectacular cuando no podía tocarlo era casi una condenada tortura.
Me humedecí los labios y acepté lo inevitable. Mis ojos emprendieron un viaje que partió de los finos huesos de su rostro y la perfecta curva de sus labios, pasó por la solidez de sus hombros y su pecho, y concluyó en su vientre y la delgada línea de pelo que me había parecido tan intrigante anteriormente. Su cuerpo era soberbio, como si una estatua de mármol hubiese cobrado vida, era una de esas obras maestras esbeltas esculpidas por algún genio griego de la Antigüedad. Su sexo estaba perfectamente proporcionado con el resto de su cuerpo, pálido y sin circuncidar, pero, en cuanto mi mirada se posó sobre él, se agrandó, ganando peso y anchura casi por arte de magia. Sus piernas eran las mejores que había visto nunca en un hombre y sus pies estaban esculpidos finamente, igual que sus manos elegantes. Era exquisito.
Le escuché respirar entrecortadamente.
—¿Cómo puedes hacerme sentir así con sólo mirarme? Tócame, dulceaţă, o permíteme que te toque, o me volveré loco —murmuró.
Vale, quizá me había equivocado. Mircea podía estar haciendo aquello a instancias de la Cónsul, pero estaba claro que no se oponía a la idea. Aquello me hacía sentir un poco mejor.
—Contesta la pregunta —dije, con voz firme, aunque no sonó mucho más alta que un susurro.
Mircea soltó un gemido y dio una vuelta sobre su vientre, proporcionándome unas vistas de sus nalgas firmes y de sus hombros tensos.
—Tendrás que repetir la pregunta. Mi concentración no está en su mejor momento.
—Si hacemos esto, ¿seré pitia?
—Eso yo no lo sé, ni lo sabe nadie. El poder se traspasará pronto, casi con total seguridad, o a ti o a la sibila perdida. Lo único que estamos intentando es que sigas en la carrera, por así decirlo. Si la pitia muere y sigues siendo virgen, puede ser que el poder acabe traspasándose a tu rival.
—Eso no me suena tan mal. Si lo que he experimentado es solo parte de su poder, no creo que quiera el resto —apunté yo.
—¿Ni siquiera para ayudar a tu padre?
Pestañeé. No me podía creer que me hubiese olvidado de aquello, lo cual decía algo sobre la confusión que me rondaba la cabeza.
—¡Me prometiste que me ibas a hablar de él y esto no es parte del trato!
—No me das pena, dulceaţă. Tampoco me has pagado por la última pregunta —replicó él, mirándome desde detrás de una cortina de seda negra.
—Háblame sobre mi padre y quizá lo haga.
Mircea salió de la cama dando vueltas y empezó a caminar, lo cual no ayudó a tranquilizar mi pulso. Más que caminar, me acechaba, como si fuera un gran felino de la jungla.
—Muy bien —dijo, volviéndose hacia mí rápidamente, con sus ojos brillantes y dorados—. Si insistes, tendremos que hablar de ello. No quería contártelo, pero tú me has obligado. Roger está muerto, como te contaron. Está muerto, pero no se ha ido.
—¿Quieres decir que es un fantasma? —le interrumpí, meneando la cabeza—. No es posible. Lo habría sabido. Habría venido a mí, estuve justo ahí, en casa de Tony durante años. No es que fuese difícil dar conmigo.
Mircea se detuvo cerca de la cama, un tanto demasiado cerca como para que me sintiera cómoda y continuó como si no le hubiera interrumpido.
—Roger era empleado de Antonio, uno de sus humanos favoritos. Eso hizo que su traición fuese aún más amarga. Así fue como entendió Antonio su negativa a entregarte cuando se le ordenó que lo hiciera. No podía dejar a Roger con vida y guardar las apariencias, pero tampoco quería que su muerte le dejase sin el don de tu padre. Tú recibiste tu conexión con el mundo de los espíritus de él; de él también se dice que podía convertir a los fantasmas en siervos.
—Eso no es lo que yo hago —repliqué.
—Llámalo como quieras —espetó, dejando a un lado mi objeción—. Huelga decir que a Antonio le resultaba útil de vez en cuando. Fuiste inteligente al escondérselo, dulceaţă. Le pregunté si tenías ese don, además del de «ver» cosas, y él dijo que no.
—Eugenie me dijo que no lo dijese —apunté yo, comprendiendo al fin por qué me lo había dicho.
Por supuesto, los fantasmas pueden ser útiles, sobre todo cuando hay que tratar con otras familias. Como los vampiros no pueden detectarles, hacen las veces de perfectos espías. Joder, si podía hasta haberlos mandado para que le dijeran qué estaba haciendo el Senado. Una gran ventaja.
—¿Qué pasó? —volví a preguntar.
—Tus padres se dieron a la fuga cuando se dieron cuenta de que habías heredado sus dones, porque sabían que Tony querría hacerse contigo. Él mandó a sus mejores hombres para que les encontraran y pagó dinero a algunos magos oscuros para que crearan una trampa para tu padre mientras esperaba. El artilugio fue diseñado para capturar su espíritu según salía de su cuerpo después de su muerte y funcionó a la perfección. Cuando oí lo que habían hecho a Roger, le ordené a Antonio que le liberaran, pero él puso objeciones. Prefería mantenerlo confinado a modo de castigo perpetuo y de advertencia a los demás, aunque ya había descubierto que Roger no podía dar órdenes a los fantasmas ahora que él era uno de ellos.
—Pero al final lo liberó de acuerdo a tus órdenes, ¿verdad? —pregunté, porque no me estaba gustando adónde se encaminaba la historia.
—Me juró y perjuró que era imposible hacerlo, y me invitó a llevar a un mago que yo eligiese para que examinase la trampa. Así lo hice —continuó, mirándome con cara de pena—. Escogí al mejor, Cassie, porque tu padre me caía bien. Pero el mago, que era un miembro del círculo que me debía un favor, me dijo que no había visto ninguna trampa como esa y que no tenía suficiente poder para romperla. En resumen, el fantasma de tu padre sigue viviendo con Antonio.
Mis labios estaban paralizados. No quería creerle, pero era exactamente el tipo de cosa que haría Tony.
—Tiene que haber alguna manera de romper el hechizo —dije yo.
—El Círculo Plateado debería tener suficiente poder como para arreglarlo. Eso me dijo mi socio aquella vez. Incluso si hubiese sido el Círculo Negro el que hizo la trampa, el Plateado es más fuerte. Pero no se embarcarán en una empresa así por propia voluntad. Despreciaban a tu padre, como a cualquier humano que trabaja para nosotros, y le culpaban de haberles arrebatado a tu madre de su seno. No le ayudarían ni aunque fuese la mismísima Cónsul la que se lo pidiera, pero si fuera la nueva pitia…
—¿No podrían negarse? —insistí.
Mircea se sentó en la cama a mi lado. Mis ojos se mantuvieron firmes en los suyos.
—Podrían, ciertamente, pero dudo que lo hicieran. Si el poder va hacia ti, Cassandra, se tragarán su orgullo y tratarán de ganarse tu simpatía. Si creen que con algo así podrían ganarse tu favor, van a hacerlo sin pensárselo dos veces.
De repente, yo estaba tumbada de espaldas, mientras que Mircea, sujeto sobre las manos y las rodillas, se cernía sobre mí.
—Y ahora, dulceaţă, creo que hay una cosita que me debes.
Yo tenía un montón de preguntas en la recamara, pero se esfumaron temporalmente, junto con mi habilidad para construir frases coherentes. Mircea me incorporó y me quitó la bata, que salió despedida contra la pared, como si le ofendiese. Sus manos volvieron a deslizarse lentamente por mis brazos, desde los hombros hasta las muñecas. Me tumbó con cuidado y recorrió mi cuerpo con su mirada del mismo modo que yo lo había hecho antes. Me sorprendió que se tomase su tiempo y también el peso de su mirada, que bastaba para que mis pezones se contrajeran y para que mi cuerpo entero se tensase.
Sus manos siguieron enseguida el camino que habían explorado antes sus ojos. Empezó por mis tobillos y después subió lentamente por mi cuerpo, masajeando la carne según ascendía. Yo ya estaba retorciéndome cuando llegó a mis rodillas, gemía cuando se paró a masajear mi bajo vientre, y había perdido completamente la respiración cuando volvió a aprisionar mis pechos. Mircea siguió, no obstante, moviendo sus dedos por mi cuello y mi cara, entreteniéndose ligeramente en mis labios, para después dirigirse hacia mi cabello. Cuando paró, me sentía como si mi cuerpo estuviera en llamas, y a juzgar por el rubor que había mancillado su habitual complexión del color de la madre de todas las perlas, no se podía decir que a él no le estuviese afectando tampoco. Mircea tragó saliva varias veces hasta que pudo arrancar un hilo de voz.
—Si tienes alguna pregunta, Cassie, te sugiero que la hagas rápido.
No estaba segura de que se me pudiese ocurrir ninguna, pero realmente necesitaba algo que pudiese distraerle, o muy pronto me iba a convertir en una candidata elegible para el trabajo de la pitia.
—¿Cómo me encontraste? —pregunté. Él me había abierto las piernas y se movía entre ellas. Me sentía terriblemente expuesta y no totalmente preparada para aquello—. ¡Mircea!
—Te juro que te contestaré a tu pregunta, Cassie —musitó con los ojos de un color ámbar fuego—. Más tarde.
—¡No! Ese no era el trato —protesté.
Mircea soltó un gemido ahogado y se derrumbó sobre mis piernas, con el pelo cubriéndome la ingle. Se quedó así aproximadamente un minuto, respirando con dificultad y de manera entrecortada, antes de levantar la cabeza. Su cara estaba de color rosa y sus ojos brillaban oscuramente, si bien parte de la calentura había remitido. Su voz era más baja de lo habitual y su acento era más pronunciado cuando empezó a hablar, rápido y sin preámbulos.
—La Cónsul tenía sospechas de lo que estaba haciendo Rasputín antes que ninguno de nosotros, ni siquiera Marlowe. Los ataques comenzaron poco después de que el círculo solicitase la ayuda de MAGIA para encontrar a su sibila perdida y la Cónsul se adelantó con una de sus famosas intuiciones. Sin embargo, parecía que había poco que pudiéramos hacer, aparte de ayudar en la búsqueda y esperar que la recuperaran rápidamente. Las verdaderas sibilas son raras y creímos que no habría otra con fuerza suficiente como para duplicar las acciones de Rasputín. Pero nosotros nos aseguramos de que aquellos que tuvieran habilidades probadas fueran vigilados estrechamente, por si la sibila moría y el poder se traspasaba. Yo tengo intereses económicos en Atlanta, Cassie. Yo llevaba un tiempo siguiendo tus pasos y por supuesto, puse tu nombre en la lista de la gente a la que había que seguir.
Sus ojos se posaron entre mis piernas y yo sentí como me ruborizaba. Traté de zafarme de su roce, pero lo único que conseguí fue que se diese de bruces contra la cara interior de mi muslo, justo en el punto donde latía el pulso. Sus labios se movieron con ternura y yo no sentí colmillo alguno, pero la leve fricción de su boca hizo que el hilo de calor líquido que se había ido formando en mí explotase repentinamente.
—Mircea, por favor… —susurré.
No estaba segura siquiera de qué le estaba pidiendo y él se limitó a sonreír perversamente.
—No, contestaré a tu pregunta—dijo, inspirando—. Y después te haré gozar plenamente.
Yo me retorcía bajo sus manos y él cerró los ojos.
—Cassie, por favor, no te muevas. Las vibraciones son… molestas y mi concentración está dispersa como ella sola.
—¡Nunca acepté practicar sexo si tú respondías a la pregunta! ¡Esto no es justo! —rezongué.
Mircea hizo una pausa y levantó la ceja.
—Perdóname, dulceaţă, pero, exactamente, ¿qué es lo que crees que estamos haciendo ahora?
—Ya sabes a qué me refiero —repuse, respirando hondo e intentando ignorar lo que mi cuerpo me pedía a gritos—. Nada de coito.
Mircea recorrió con su lengua el pliegue de mi rodilla y escaló por mi pierna hasta detenerse justo antes de llegar adonde, súbitamente, yo deseaba con desesperación que llegase. En ese momento irguió la cabeza levemente para fundir sus ojos con los míos, pero su respiración aún planeaba sobre mis partes más íntimas. El cuerpo me temblaba y sus dedos se adentraron con más firmeza por mis muslos.
—Me deseas tanto como te deseo yo a ti, dulceaţă. ¿Por qué privarnos de esto?
—Ya sabes por qué. No se trata sólo de placer; se trata de ponerme en una situación para la que no sé si estoy preparada.
En cuanto lo dije, me di cuenta de que le había dicho la verdad. La única razón por la que no estaba abalanzándome sobre Mircea eran las repercusiones que vendrían después. Practicar sexo con él significaba arrojar la toalla de mi independencia, posiblemente para siempre. Lo mirase por donde lo mirase, la perdía. El Senado podría ser una alternativa más apetecible que el círculo y Mircea le daba mil vueltas a Pritkin como carcelero, pero sería una cárcel igualmente. Sin embargo, si no me convertía en pitia, habría mucho menos interés por saber dónde estaba y qué estaba haciendo.
—Y si no aceptas tu llamada, ¿qué plan tienes para persuadir al círculo para que te ayude con lo de tu padre? —inquirió Mircea.
Yo suspiré. Ahí, como diría Shakespeare, estaba la cuestión. Yo no quería ser pitia. Ese era el poder que había ayudado a que mi madre acabase muerta y solo me prometía una vida en una jaula de oro, todo eso dando por supuesto que el círculo no me matara. Además, Pritkin tenía razón: a mí no me habían preparado para eso. No sabía si podría llevar mis «visiones» más allá de donde lo había hecho hasta ahora. No me habían gustado los nuevos poderes que había obtenido y dudaba que fuera a disfrutar mucho más de los demás, fueran cuales fueran. Pero, si rechazaba el puesto, no estaba segura de que pudiera hacer nada para ayudar a mi padre. Conocía a Tony lo suficiente como para saber lo vengativo que era. Para él, la reclusión de mi padre cumplía el doble propósito de torturarle tanto a él como a mí, así que nunca le liberaría voluntariamente.
—No estoy diciendo que no —le dije a Mircea sinceramente—. Es solo que necesito algo de tiempo. Nada de coito por el momento, confórmate con cualquier otra cosa.
Mircea posó un beso sobre mi bajo vientre.
—Eso no será difícil, Cassie. Eres un festín para los sentidos.
—Limítate a responder la pregunta.
Aquella respuesta le cogió de sorpresa, pero después se rió.
—¿Sabes que, en realidad, me agradó bastante pensar que estaría al cargo de esta tarea? La próxima vez sabré mejor a qué atenerme.
Mircea volvió a sonreírme abiertamente, describiendo lentamente con sus caricias círculos lánguidos en mi vientre, haciendo que aquel calor delicioso volviese a encenderse aún más. Yo me retorcía bajo aquel ligero roce y aquello le agradaba.
—Mi bella y ardiente dulceaţă.
—No soy tuya —volví a matizar.
—Todo lo contrario —sonrió él con suficiencia—, siempre has sido mía. Te aseguro que no me quedé en la corte de Antonio durante casi un año por el placer de su compañía.
Yo me quedé mirándole sorprendida y él volvió a reírse, una carcajada grave y tangible que no hizo sino acrecentar la tensión.
—Yo había oído hablar de tus dones, así que lo dispuse todo para poder conocerte. Sabía que añadir a mi personal a una clarividente tan reputadamente poderosa como tú sería una incorporación muy útil, pero quería asegurarme con qué me estaba quedando antes de negociar con Antonio. En cuanto te conocí, sospeché que podría estar delante de la próxima pitia, pero no lo pude saber con certeza hasta que creciste.
Mircea perdió su mirada en la distancia y suspiró.
—Cometí un error al no acogerte inmediatamente en mi hogar —prosiguió—, pero tenía miedo de que aquello fuese demasiado notorio y de que yo no fuese capaz de evitar que la atención del círculo se centrase en ti. Por eso te dejé con Antonio y le ordené que siguiera ocultando tu identidad. Mi plan era volver a por ti cuando hubieras madurado, pero por aquel entonces ya te habías metido en muchos líos, ¿verdad?
—Espera un minuto. ¿Sabías lo del asesinato de mis padres?
—Sólo me enteré cuando ya había pasado y en ese momento parecía un asunto menor —respondió él y, al verme fruncir el ceño, soltó un suspiro—. ¿Habrías preferido que te mintiera? No sabía de ti entonces, Cassie, y no podía castigar a Antonio por ocuparse de un siervo como desease. Aunque me pareció que era un despilfarro, estaba en su derecho. Me dijeron que había una mujer con él en el coche, pero había adoptado el apellido de tu padre y no la relacioné con la heredera huida. Perdóname, pero aunque tu padre era el más fiable de los humanos de Antonio, aquello no era decir mucho. No había razón para relacionar a su mujer con la corte de la pitia.
—¿Y qué me dices de mí? ¿Cuándo te enteraste de que tenían una hija? —pregunté, pensando que si Mircea había abandonado a un bebé indefenso en las manos gordas de Tony, mi opinión sobre él se resentiría considerablemente.
—No me enteré hasta años después —respondió con gesto serio, como si se diese cuenta de lo importante que era aquella pregunta para mí—. Hablé con Raphael pocos meses antes de mi visita. Antonio le había mandado a mi corte a hacer un recado y él aprovechó la oportunidad para contarme la verdad. Por supuesto, inmediatamente dispuse todo lo necesario para conocerte.
Yo le creía y no sólo porque quería que aquello fuese verdad. Mircea habría protegido a mis padres si hubieran acudido a él en busca de ayuda. No habría permitido que asesinaran a un activo tan valioso como mi madre si hubiese sabido quién era. Entre otras razones, habría sido un mal negocio enfadar a la pitia y a los magos cuando podría haberles puesto fácilmente a su favor devolviéndosela.
—¿Cómo me encontró Tony? —volví a preguntar yo.
—Y cómo no, Cassie. —Sonrió abiertamente—. Ahí estaba yo, preocupándome por tu seguridad, cuando debía haberme estado preocupando por tus crueles intenciones para con mi siervo indefenso. Lo que le hiciste a Antonio salió de sobra a la luz, incluso en la prensa humana. Mi gente empezó inmediatamente a buscarte y yo tuve un ojo bien puesto sobre sus siervos por si acaso daba contigo y era tan tonto como para no mencionarlo. En ese caso, debían distraerle y ponerse en contacto conmigo, pero en ese momento irrumpió la suerte. Un miembro de la familia aliado con él se había quedado tirado en Atlanta toda la noche por un retraso en el aeropuerto y te vio en el club. Tú le estabas adivinando el futuro a la gente y aquello le trajo a la memoria a la jovencita a la que había visto en la corte. Acto seguido informó a su maestro, que le vendió la información a Antonio. Por fortuna, yo ya te había encontrado, con la ayuda de la red de inteligencia del Senado.
—Marlowe —apunté yo.
—Exacto —rió Mircea—. Ese hombre es un prodigio, aunque fuiste endiabladamente difícil de encontrar, hasta para él. Quiere conocerte, por cierto. Dijo que eras una persona tan ladina como él, un cumplido extraño, dulceaţă. Te localizamos hace menos de un año, pero nos parecía más seguro dejarte donde estabas y protegerte en vez de arriesgarnos a que el círculo descubriera que te teníamos e invocara el tratado como están intentando hacer ahora —su rostro se volvió sobrio de nuevo—. La Cónsul está demorándolo, pero no podrá hacerlo durante mucho más tiempo. No podemos luchar contra el Círculo Blanco y el Círculo Negro a la vez, Cassie. ¿Lo entiendes?
—Sí —respondí, echando la vista atrás a la cantidad de ataques al corazón que estuve a punto de tener durante todos estos años, pensando que había vampiros aquí o allá, cuando en realidad siempre era la gente de Mircea—. Podrías haberme evitado un montón de problemas si me hubieras contado qué estaba pasando.
Mircea se limitó a mirarme. No se molestó en decir lo que ambos sabíamos: ningún maestro vampiro y mucho menos un miembro del Senado, discutiría nada con una simple sierva. La vida de ella se planifica sin tenerla en cuenta y solo se le informa cuando se considera apropiado.
—¿Es así como supiste que Tony me había encontrado? ¿Te lo dijo tu gente? —insistí.
—No —repuso Mircea esgrimiendo una sonrisa triste—, ahí tuviste suerte. Antonio le ordenó a un pistolero que te metiera dos balas entre ceja y ceja hacia medianoche, pero Raphael lo escuchó a hurtadillas y me llamó. Yo le ofrecí mi protección y le dije que se viniera conmigo. Antonio llevaba un tiempo dándome problemas, pero eliminar a un maestro de tercer nivel, incluso si es tu siervo, requiere sutileza. Sin embargo, si iba expresamente en contra de mis órdenes y atentaba contra tu vida, podía matarle legalmente por desobediencia. Yo transmití la información que tenía sobre ti al Senado y ellos te asignaron a Tomas desde la desaparición de la sibila. Por si acaso tenían problemas con él, yo ya había entrado en contacto con algunos socios míos en Atlanta, pero ellos tuvieron problemas para localizarte. Cuando llegaron a tu despacho, ya te habías ido.
—¡Podías haber usado un puñetero teléfono, Mircea! —vociferé yo.
—Sí que intenté llamarte, dulceaţă, primero a tu casa y luego a tu puesto de trabajo. Pero no respondiste. En cualquier caso, nos diste un buen susto. Mis socios se vieron envueltos en un altercado con cuatro vampiros a los que Rasputín había mandado ir a por ti. Cuando se deshicieron de ellos, tú y Tomas ya os habíais topado con los asesinos de Antonio. Por suerte, os ocupasteis de ellos casi sin problemas.
De nuevo me sentía confusa.
—¿Así que esa noche tenía a nueve vampiros detrás de mí? —inquirí, sin poderme creer que hubiera sobrevivido. Con menos arsenal había maestros vampiros que habían doblado la rodilla—. Pero, si Tony y Rasputín son aliados. ¿Por qué mandaron a dos equipos distintos?
—Ahora sí que estás perdiendo tiempo —sonrió Mircea—. La versión corta es que Antonio envió a cinco vampiros de noveno o décimo nivel para que te mataran en cuanto se enteró de dónde estabas. Cuando Rasputín se enteró de lo que había hecho, mandó a cuatro maestros para que ayudasen a los demás. Es más listo, creo, que Antonio. Sabía que el Senado te habría puesto guardianes y quería asegurarse de que no sobrevivirías. Eres el único poder que puede oponerse a sus acciones y salir victoriosa, dulceaţă. Y él lo sabe.
La cabeza me daba vueltas.
—¿Entonces la banda de Tony es la que fue al club, y la tuya y la de Rasputín fueron a mi despacho después de que me fuera? Entonces, ¿quién me dejó el mensaje en el ordenador?
—¿Qué mensaje? —preguntó él.
Yo meneé la cabeza. Aquello se estaba volviendo demasiado complicado para mí.
—No importa. ¿Lo que estás diciendo básicamente es que todo el mundo está detrás de mí? —inquirí.
Mircea no contestó porque aquella cabeza oscura había vuelto a la carga, dibujando con su lengua un camino que subía por la parte superior de mis muslos. Su lengua ardía contra mi piel y sus labios parecían de terciopelo.
—No sé si todo el mundo, dulceaţă, pero yo desde luego que sí. Y ya está bien de charla —me sonrió perversamente—. Es hora de que saldes tu deuda plenamente.