—Eso no es posible —protesté yo, sintiendo que caminaba sobre suelo firme—. Yo veo el pasado, no lo cambio.
—El poder de la pitia se traspasa —murmuró Pritkin, como si no me hubiera escuchado—. Pero no. Es imposible. —De repente se pareció a un crío confundido—. La pitia no puede poseer a nadie. No puede haberte traspasado tal habilidad, no la tiene.
—Olvídate de eso ahora —le interrumpió Louis-César casi sin respiración. Su mirada estaba clavada en Pritkin, ansiosa—. ¿Podría el poder de la pitia permitir que Cassandra viaje metafísicamente a otros lugares, a otro tiempo?
Pritkin parecía estar aún menos seguro.
—Tengo que consultarlo con mi círculo —respondió con una voz que perdía firmeza por momentos—. No estaba preparado para esto. Me dijeron que no era más que una granuja sospechosa. La pitia tiene un heredero. Sus poderes no deberían ir hacia esta… persona.
—¿Qué poderes? —repliqué yo, tratando de aprovecharme de la ventaja que suponía volver a adquirir el estatus de persona, aunque fuese en grado de tentativa. Mejor descubrir lo que sabía ahora antes de que volviese a llegar a la conclusión de que era algún tipo de demonio extraño.
—No —dijo Pritkin meneando la cabeza con firmeza—. No puedo hablar en nombre del círculo.
—Llevas intentando hablar en su nombre toda la noche —protestó Tomas, agarrando al mago por el hombro con tanta fuerza que se hubiera trastabillado si Mircea no hubiese seguido sujetándole—. ¿Y ahora, que puedes ayudarnos haciéndolo, te niegas?
La muñeca de Tomas se había curado por completo y sólo le había dejado una horrorosa cicatriz roja, pero lo que no le había mejorado era la cara. Su humor tampoco parecía haber mejorado.
—Yo… son asuntos peligrosos. No puedo hablar de ellos sin autorización.
—Dijiste que ellos sabían lo que tú sabías —gruñó Tomas—. Ponte en contacto con ellos, consigue que te den permiso.
Pritkin miraba alrededor alocadamente, como buscando ayuda. No encontró ninguna.
—Lo intentaré, pero sé que querrán reunirse para debatir esto. Y querrán tenerla a ella ante su presencia. No será algo que se decida rápido.
—¿Cuánto tardará? —Louis-César se unió a Tomas y entre los dos intimidaban bastante, la verdad. Joder, si ya lo hacían por separado.
Pritkin cometió el error de intentar ocultar su nerviosismo siendo grosero. Estaba siendo demasiado descortés para tratar con un senador.
—No lo sé. Quizá días —repuso.
Los ojos azules de Louis-César se convirtieron de golpe en un gris brillante y sus pupilas desaparecieron casi por completo. Contuve la respiración y no fui la única. El único sonido que se escuchaba en la habitación era la respiración áspera de Pritkin, que reverberaba a gran volumen, como si alguien le hubiese colocado un micrófono encima. Mircea le soltó abruptamente, lo que le habría hecho darse de bruces contra el suelo de no ser por Louis-César que le agarró por la camisa y le volvió a golpear violentamente contra la pared.
Ver a Louis-César en acción en el casino no me había convencido de que fuera un depredador de depredadores. Luchaba bien, pero yo ya había visto a un montón de buenos luchadores durante muchos años y no me acababa de convencer la idea de que un estoque, por muy largo y afilado que fuera, pudiera sustituir a un arma de fuego en condiciones. Había pasado mucho tiempo en el negocio de Tony, más conocido como «el Disparo Feliz», como para tragarme ese anacronismo. Comprendía la razón por la que a mí me asustaba tantísimo, no en vano era mi portal hacia el mundo de los fantasmas dementes y los calabozos mugrientos, pero a los demás no les sucedía lo mismo, así que no comprendía por qué le tenían tanto miedo. La mayor parte del tiempo parecía una persona dulce, con esos grandes ojos azules y esos hoyuelos. Aún seguía siendo atractivo, pero era como el esplendor de un tornado justo antes de arrasar una ciudad. En ese preciso instante, me creí que habría sido capaz de hacer que aquel plan alocado de contener a veinte vampiros mientras Tomas me sacaba de allí acabase saliendo bien.
—No tenemos días —siseó, tras lo cual el rostro de Pritkin palideció al instante.
En ese momento intervino Mircea y su voz sonó como un mar de tranquilidad que inundaba la sala, calmando los ánimos y rebajando la tensión.
—¿Quizá el mago Pritkin desearía contactar con su círculo en otra parte? Creo que nos ha dicho lo que queríamos saber, implícitamente, si no hay nada más. —Sonrió en dirección hacia Pritkin—. Quizá quieras preguntarles por qué te enviaron a ti, su cazademonios más famoso, en busca de Cassie. Tienes una cierta reputación de ser… ¿cómo decirlo?… ¿extremadamente obstinado? Si yo fuese suspicaz, casi podría creer que querían que tomaras a Cassie por lo que no es y eliminases a una posible rival de la partida.
Pritkin se le quedó mirando y su rostro empezó a impregnarse de un rojo ladrillo de furia. Yo deseaba que su corazón estuviese igual de entrenado que sus músculos. Y es que me daba la sensación de que si no le daba un ataque al corazón, alguien del círculo iba a tener que explicar unas cuantas cosas.
—¡No se va a ninguna parte! —gritamos Louis-César y yo al unísono.
El francés me dedicó un elegante gesto de deferencia y yo me quedé observándole nerviosa mientras me incorporaba para ponerme frente a Pritkin. Los ojos del vampiro estaban todavía plateados y no quería descubrir qué pasaría cuando perdiera los nervios de verdad.
—Tú no te vas a ningún lado hasta que nos des unas cuantas respuestas. ¿Quién es la pitia, por qué sigues llamándome sibila y de qué poderes estás hablando? —inquirí.
Pritkin obedeció sin rechistar. Parecía que se le habían acabado las ganas de pelear y su voz se había vuelto ligeramente ronca.
—La pitia era el nombre de la antigua vidente de Delfos, el mayor templo consagrado a Apolo. Durante dos mil años, a la mujer escogida para ocupar tal puesto se la consideraba el oráculo del mundo, reyes y emperadores decantaban sus decisiones en función de sus consejos. El puesto perdió importancia con el declive de Grecia, pero el término aún se emplea con respeto. Hoy en día es el título de la jefa de los videntes del mundo, un poderoso aliado del círculo. Es uno de nuestros socios más importantes, porque los no humanos no tienen este don.
—¿Y qué tiene que ver todo esto conmigo? —repliqué yo.
—Siempre que se elige a una nueva pitia, se selecciona a una sibila, el nombre con el que designamos a una clarividente de verdad, como heredera. A la heredera se la prepara con cuidado desde pequeña para que comprenda la carga que tiene sobre sus hombros y cómo puede sobrellevarla. La pitia es anciana y su control del poder está comenzando a fallar. Debería traspasárselo a su heredera, pero fue secuestrada por Rasputín y el Círculo Oscuro hace más de seis meses —prosiguió con ojos de presa a la que han dado caza—. El poder de la pitia ha pasado indefectiblemente de generación en generación durante miles de años. Pero ahora, temo por la sucesión. La heredera debe estar muerta. ¿Por qué si no iría a parar a ti el poder, aunque fuese solo en parte? ¿Por qué iría a una bruja pícara sin preparación, que no comprende siquiera lo que supone tal puesto?
Dos de las palabras de Pritkin resonaron en mi cabeza. Me quedé mirándole aterrorizada.
—¿En parte? ¿Qué coño quiere decir eso? —La voz se me había vuelto estridente, así que me paré para calmarme un poco—. De ninguna manera. Dile a tu círculo que no quiero el trabajo.
—No es un trabajo. Es una llamada. Y la heredera no puede elegir.
—¡Y una mierda! Tienes que encontrar a esa sibila y traerla de vuelta —miré a Tomas, y casi hacía daño—. ¿Y qué le has echado en la cara? No se le cura.
—Es sangre de dragón, mia stella —respondió Rafe—. No te preocupes. Se curará con el tiempo.
Tomas me lanzó una mirada sorprendida, como si no se hubiese esperado que me fuese a preocupar por él, y yo aparté la vista. Me di cuenta de que Mircea me estaba mirando a conciencia, así que traté de poner una cara lo más neutra posible. Que pensasen lo que quisieran. Me habría preocupado por cualquiera que resultase herido tratando de ayudarme.
—Hemos estado buscándola —intervino Pritkin con voz cansada—. En los últimos seis meses casi no hemos hecho otra cosa. La pitia es muy anciana y ha tenido que cargar con el poder mucho más tiempo del que debería. Su salud flaquea y su control también. Entendemos mejor que tú lo rápidos que hay que ser en esta tarea, pero nuestra búsqueda ha sido infructuosa.
Yo no veía el problema por ningún lado.
—Entonces designad como heredera a alguna otra.
—Ya te lo he dicho, no es un puesto que se obtenga por designación. El poder se dirige hacia donde quiere, hacia la persona que mejor puede usarlo, lo dicen las antiguas escrituras. No debe haber ningún concurso. Tú eres joven y sin preparación, mientras que nuestra sibila llevaba estudiando años para ocupar el puesto. Se la seleccionó tarde, pero se la preparó bien. No creímos que pudieses ser un rival para ella…
Pritkin se detuvo, pero era muy tarde y yo me abalancé sobre él.
—¿Sabías de mi existencia? ¿Cómo?
La arrogancia volvió a asomar por su rostro.
—Toda tu estirpe está contaminada. Tu madre era igual, si hasta tienes el mismo aspecto que ella.
—Espera un momento. ¿Conocías a mi madre? ¿Cómo? —pregunté.
Pritkin parecía tener unos treinta y cinco años, o quizá menos. Entonces no envejecía a una velocidad normal, a no ser que el círculo admitiese miembros de quince años.
—Ella era la heredera —me dijo Pritkin, con sus labios estrechados por la ira—. Tenía que ser pura, inmaculada, y ella lo sabía muy bien. Sin embargo, prefirió tener una aventura con tu padre, ¡el siervo de un vampiro! Y peor aún, se lo ocultó al círculo hasta que se quedó embarazada de ti y se dio a la fuga con él. ¿Quién sabe lo que habría pasado con el poder si hubiésemos dejado que rellenase una vasija impura?
—¿Impura? —Vale, ahora sí que estaba enfadada—. ¡Era mi madre!
—¡No estaba preparada para ser la heredera! Sólo puedo dar gracias porque la descubriéramos a tiempo.
—Entonces, si alguien no es virgen, ¿no puede ser la heredera? —inquirí.
—Exacto —me sonrió asquerosamente—. Ahí tienes otra razón que te descalifica para serlo.
No me molesté en corregirle. Estaba dispuesta a apostar que mi experiencia sexual podría hacer sudar tinta a su sibila pura-como-la-nieve-recién-caída, aunque las razones de la abstinencia a buen seguro no serían las mismas. Eugenie me había protegido siempre con sumo celo y cuando dejó de estar a mi lado, yo me vi envuelta en una carrera continua para salvar la vida. Nunca me fié de nadie lo suficiente como para que se acercara tanto. También ayudaba el hecho de que la mayoría de los vampiros de Tony rivalizaban con Alphonse en el apartado estético y en cualquier cosa; tenían el aviso de no acercarse demasiado a mí. La mayor tentación la había experimentado con Tomas, el espía del Senado que se había estado alimentando de mí sin permiso, y Mircea, que probablemente estaba urdiendo algún plan vil. No tenía muy buen gusto para los hombres.
—Déjame que te diga esto sin paños calientes. Primero llegas a la conclusión de que soy un demonio porque tengo un poder que no he pedido y que ni siquiera soy capaz de comprender. Después, cuando eso se te cae por su propio peso, me etiquetas como una sibila caída y una ramera. ¿Me estoy perdiendo algo o simplemente es que no te caigo bien?
Mircea soltó una carcajada y hasta los labios de Louis-César se movieron nerviosamente. A Tomas o bien no le hizo gracia el chiste o bien no estaba como para reírse. Pritkin, por supuesto, estaba molesto.
—Todo lo que dices no hace sino confirmar mi impresión inicial. Serías un desastre como pitia.
—Al poder no parece importarle.
—¡Para eso está el círculo, para intervenir en estos casos! —bramó, tan ferozmente que yo me estremecí irremisiblemente—. ¿Nunca te has preguntado por qué tu madre te llamó Cassandra? Es nuestro término para designar a las sibilas caídas, aquellas que usan el poder para el mal en lugar de para el bien. Si una de ellas se aliase con el Círculo Negro, podría convocar a fantasmas y brujas oscuras para que lucharan a sus órdenes, adoptar forma de demonio y poseer a los humanos, empuñar armas oscuras… ¡No se permitirá que el poder se traspase a alguien como tú!
—¿Y si ocurre?
—No lo hará —contestó, con el suficiente énfasis como para que yo acabase añadiendo mentalmente a otro grupo a la larga lista de personas que me quería ver muerta.
—El Senado te protegerá —me aseguró Louis-César.
—Por supuesto que lo hará —apunté, volviendo mis ojos hastiados hacia él—. Siempre y cuando haga lo que me pida.
Mircea soltó una sonrisa de suficiencia al ver el gesto de Louis-César.
—Se crió en una de nuestras cortes. ¿Realmente creías que no iba a comprender la situación? Ahora, llévate al mago —le ordenó a Raphael—. Seguiremos hablando de nuestros asuntos con Cassandra en privado.
Pritkin fue arrastrado fuera de la habitación; y, por lo que a mí respecta, puedo decir que me alegré de verle marchar. Si no me encontraba con otro mago de la guerra en mi vida, podría considerarme afortunada. Estaba deseando saber cuánto me iba a costar la ayuda del Senado.
—No te entregaremos al círculo, mademoiselle —los ojos de Louis-César, que volvían a ser azules, brillaron de sinceridad.
Yo me quedé mirándole. ¿Realmente era tan inocente, o solo era parte de toda su rutina de chico bueno?
—Sin embargo, es posible que no podamos protegerte si su aliado vence en el duelo de esta noche —añadió Mircea—. En ese caso, sería Rasputín el que decidiría las cosas y no me gustaría verte en su poder. El Círculo Plateado podría matarte si caes en sus manos, pero no quiero ni pensar en lo que te podría hacer el Negro. Si vencemos, será bueno también para ti, Cassandra.
Nos quedamos mirando el uno al otro y tuvimos uno de esos momentos de perfecta comunión. Ah, el loado interés personal: el gran motor de mi viejo mundo. Me sentaba bien volver a estar en un terreno que me resultaba familiar. Con Mircea no se hablaba de honor, sino de negocios, lisa y llanamente.
—¿Fuiste tú el que entrenaste a Tony o qué? —dije con sorna.
Mircea se rió encantado. Louis-César le lanzó una mirada de enfado antes de volver sus ojos hacia mí.
—Mademoiselle, hasta esta noche, no me creía de verdad que nadie pudiera hacer lo que puedes hacer tú. Pero ahora que lo sé, vuelvo a tener esperanza. La pitia es el árbitro último que decide sobre las desavenencias dentro de la comunidad mágica, nuestra Corte Suprema, si lo prefieres así. Sin una pitia fuerte, con poder para imponer sus normas, el problema entre los duendes de la luz y el Círculo Plateado puede acabar derivando hacia la guerra, como ha ocurrido entre nosotros y el Círculo Negro. La estructura de nuestro mundo se fractura.
El francés miró hacia la puerta y Mircea ladeó ligeramente su cabeza.
—El hechizo está activo. Aunque tuviese audición reforzada, Pritkin no podría escuchar nada. Díselo.
Louis-César me miró y de nuevo volví a sentir esa sensación de poder deslizándose por mi piel. Su control volvía por momentos. Me metí el brazalete dentro del bolsillo para que no se volviese como una cabra. No quería saber qué pasaría si le atacaba.
—Creemos que quien ha retado a la Cónsul, lord Rasputín, está empleando a la sibila desaparecida en su asalto al poder. Durante meses, miembros del Senado han sido atacados por sus propios criados. En algunos casos, se trata de gente que les ha estado sirviendo durante siglos, gente completamente leal que se ha vuelto contra ellos sin previo aviso. Los guardias de la cámara del Senado que te atacaron son de esos. Aunque hayan jurado fidelidad al poder de la Cónsul, siguen rebelándose. Ahora empezamos a entender por qué pasa.
Quizá yo me estaba perdiendo algo. No estaba precisamente en mi mejor momento.
—Vale, pues explícamelo ¿por qué pasa?
Rafe dio un paso al frente y se arrodilló a mis pies. Yo le acaricié sus rizos despeluchados y me sentí algo mejor. Rafe no podía hacer ni una maldita cosa por mí, pero estaba bien tenerle cerca.
—¿No lo ves, mia stella? La sibila debe haber viajado en el tiempo igual que tú y ha conseguido interferir en los vínculos entre maestros y siervos. Desde siempre se ha creído que la pitia experimenta todas las épocas al mismo tiempo, en lugar de viajar sólo en una dirección como lo hacemos nosotros. Podría ocurrir que la sibila desaparecida esté viendo incrementado su poder como ha ocurrido recientemente también contigo. La única diferencia es que ella ha usado el poder para hacer daño.
—Espera un momento —le interrumpí, porque empezaba a dolerme la cabeza—. Hay tanto que objetar a lo que acabas de decir, que no sé por dónde empezar. ¿Cómo se puede interferir en un vínculo tan íntimo? ¿Y qué me dices del hecho de que no soy la heredera? Pritkin ha dejado eso bien claro.
—No —matizó Louis-César—. Lo que ha dejado claro es que no desea que el poder vaya hacia ti. Sin embargo, a lo que tiene miedo es a que ya lo haya hecho, al menos en parte; porque, si no, no habría intentado matarte. Te pido disculpas por eso. Si realmente hubiésemos creído que iba a comportarse de un modo tan hostil, no le habríamos permitido que siguiera presente. Pero esperábamos que confirmara nuestras sospechas.
—Cosa que hizo, en cierto modo —comentó Mircea—. Puede que no haya dicho mucho, pero sus reacciones dejaron bien claro que parte del poder de la pitia ha ido a parar a Cassie y todo apunta a que la otra heredera también ha recibido parte.
Yo meneé la cabeza.
—Pero Pritkin dijo que la pitia no puede poseer gente, así que su heredera tampoco podría, ¿verdad? Y si eso es cierto, limitaría realmente sus habilidades. Las reservas de energía se gastan rápido cuando te transportas a otras épocas, realmente rápido. Sobre todo, si no haces más que mirar lo que pasa.
Cuando yo estuve dentro de, hmmm…, Louis-César, no tuve ese problema, pero si ella no puede aferrarse a una fuente humana de energía, no podrá durar mucho tiempo como para hacer grandes cambios.
—Quizá no necesite mucho tiempo —apuntó Mircea meditabundo—. El acto de crear un nuevo vampiro es un proceso delicado. Cualquier desviación puede provocar resultados desgraciados.
Yo había escuchado unas cuantas historias de terror. En el mejor de los casos, el nuevo vampiro simplemente nunca se levantaba. Si permanecía muerto o muerta durante tres días, se sabía que algo había ido mal. En el peor de los casos, se levantaban, pero no podían desplegar ninguna función cerebral de primer orden; eran lo que se conocía como regresados. Eran como animales que solo vivían para cazar. Y dado que no podían razonar, no reconocían la maestría de quien los hizo. Lo único que se podía hacer con ellos era cazarlos antes de que se volvieran locos contra algún grupo de humanos.
—¿Qué podría hacer alguien sin más poder que el de un fantasma recién creado en, digamos, una hora? —miré hacia Tomas—. ¿Es correcto? ¿Cuánto tiempo estuvimos nosotros allí?
—No pudo ser mucho más, pero nos exprimimos al máximo. Podríamos haber sido capaces de prolongar nuestra estancia de otra manera.
—Seh, pero no habría sabido cómo interferir con un vampiro que estuviese creando un nuevo siervo; y ni siquiera siendo espíritu me hubiese gustado intentarlo. ¿Cómo lo conseguiría ella?
—La sibila tiene a Rasputín para decirle lo que tiene que hacer —me recordó Louis-César—. Tendría instrucciones detalladas y es posible que tuviera también a otros para ayudarla.
—No sería tan difícil —añadió Mircea—. El individuo en cuestión tiene que ser puro y no puede haber recibido mordeduras de otro vampiro en los últimos años. Tienen que desear la transición y estar en paz cuando se les hace, y con buena salud, o, al menos, no deben tener ninguna enfermedad grave. Si alguien altera cualquiera de esas condiciones, siglos después, un maestro poderoso como Rasputín podría ser capaz de anular el vínculo debilitado.
Mircea se detuvo un momento antes de proseguir.
—Que se pueda interferir en la primera condición me parece poco probable. Lo único que conseguiría es que los sujetos no pudieran levantarse, lo que no ayudaría mucho en la causa de Rasputín, porque el maestro simplemente elegiría otros sirvientes. También parece probable que un maestro pudiera detectar la mordedura de otro, ante lo cual pasaría de largo.
—¿Qué tendría que hacer ella entonces? —insistí.
Mircea se encogió de hombros.
—Hay muchas posibilidades. Envenenarles con una toxina de efecto retardado, por ejemplo. Se morirían antes de que fuese evidente que les han debilitado gravemente y el veneno no les haría daño una vez que se levanten. Aun así, su apego al maestro se vería seriamente debilitado. O también podría darles un estimulante lo suficientemente potente como para estuvieran conscientes y temerosos durante la transición, en lugar de pacíficos y eufóricos.
—Pero, cuando tienes la forma de espíritu, no puedes llevar cosas contigo —apunté yo—. ¿Dónde tendría guardado el veneno?
—Probablemente conseguiría lo que necesitase cogiéndolo del sitio en el que lo hubiesen puesto sus aliados. El Círculo Negro ha existido casi desde el mismo momento en el que nació el Plateado, que data de mediados del tercer milenio antes de Cristo, y el veneno ha sido de siempre una de las armas favoritas de sus miembros. Podían haberle suministrado fácilmente lo que se necesitase.
—Pero ¿por qué se fiaría el antiguo Círculo Negro de Rasputín? —volví a preguntar.
Si Rasputín tenía la fuerza suficiente como para causar todo ese sufrimiento, yo dudaba que ese tipo hubiese nacido de verdad siendo un campesino ruso de finales del siglo diecinueve. Probablemente fue un nombre que adoptó, quizá después de matar a su propietario o tal vez se inventó su historia y utilizó tretas mentales para hacer que la gente se la creyese. Pero lo que no parecía muy probable es que hubiese estado por el mundo el tiempo suficiente como para haber estado en Carcassonne cuando yo estuve allí. El Senado no habría subestimado tanto a un vampiro de tantos años.
—Se ha aliado con sus homólogos modernos, que a su vez pueden contarle lo que tiene que decir —explicó Mircea—. La sibila puede haber llevado un mensaje a los magos oscuros pidiendo ayuda. El Círculo Plateado está aliado con nosotros y esta es una alianza de muchos años. Si consiguen quebrarla, sería un golpe de efecto para los oscuros.
La cabeza me daba vueltas. Me resultaba difícil creer que el Círculo Negro de cualquier tiempo se fuera a esforzar para obtener unas ganancias futuras que ninguno de ellos podría disfrutar, porque no estarían vivos para verlas. En todo caso, no era mi problema.
—¿Qué esperáis que haga? ¿Regresar y echarle un pulso o algo? ¿No deberíais estar más preocupados por el duelo?
—Lo estamos —replicó Louis-César con aire adusto—. En menos de doce horas, deberé batirme en un duelo a muerte con Rasputín. Y le derrotaré, si es que todavía estoy aquí.
—¿Acaso vas a irte a algún lado?
Yo lo dije como una broma, pero él no pareció verle la gracia.
—Es posible. Rasputín aceptó el duelo porque creía que se iba a enfrentar a Mei Ling. Se creía que, cuando se me nombró campeón a mí en lugar de ella, Rasputín se retiraría. Pero no lo hizo, aunque debería saber que no puede derrotarme.
Decidí no recalcar lo creído que había sonado aquello.
—Pero no puede interferir en ti. Eres un maestro de primer nivel; él no es lo suficientemente fuerte como para influir en ti. Ni siquiera aunque debilitase tu vínculo con tu antiguo maestro, que está a tu nivel, ya no importaría. La táctica que ha usado con otros vampiros no funcionaría.
—No, pero podría impedir que me hicieran a mí.
No tenía muy claro si debía señalar lo que me parecía obvio. Al final, decidí arriesgarme.
—No te lo tomes a mal, estoy segura de que haces honor a tu reputación, pero tiene que haber otros campeones a los que la Cónsul pueda elegir. Ella lleva unos dos mil años en danza, tiene que conocer gente.
—Es cierto —por suerte, Louis-César no parecía habérselo tomado como una ofensa—. Tenía otros nombres en mente por si yo declinaba la oferta.
—Entonces, ¿cuál es el problema, aparte del que te afecta a ti personalmente? —insistí.
—El problema, dulceaţă —apuntó Mircea— es que Rasputín tampoco ha perdido ningún duelo. Había otros nombres en la lista de la Cónsul, pero ninguno del que estuviésemos seguros de que podía alcanzar la victoria independientemente de los trucos que se usaran contra él. Louis-César se había batido en más duelos que el resto de las opciones que barajaba la Cónsul juntas. Él debía ser nuestro campeón, pues nuestro campeón debe vencer.
—¿Y qué tiene que ver todo eso conmigo? —pregunté mientras notaba como una mala sensación empezaba a invadirme.
—Tenemos que asegurarnos de que no altera el tiempo otra vez, dulceaţă. Tenemos que volver atrás en el tiempo para impedir que interfiera en el nacimiento de nuestro campeón —explicó Mircea.
—¿Cómo va a hacer eso? —preguntó Tomas antes de que pudiera hacerlo yo—. ¿Cómo va a protegerse ella de una maldición?
Louis-César se quedó mirando a Tomas como si hubiese perdido la cabeza.
—¿Qué maldición? —inquirió el francés.
—¿No es así como te hicieron? —repuso Tomas.
—¡Sabes perfectamente que no fue así! —protestó.
Billy ]oe se filtró por la ventana como una nube gris perla.
—¿Me he perdido algo?
—Habéis perdido el juicio por completo —les informé. Sí, era un contratiempo muy gordo para sus planes, pero yo no iba a morir ni por la Cónsul, ni por nadie más si podía evitarlo—. ¿Entendéis lo que implica lo que estáis diciendo? Yo me traje a Tomas de vuelta conmigo. Vale, fue por error, pero si ellos llevan haciendo esto durante tanto tiempo como decís, también deben haberse enterado de cómo se hace —alguien había abierto la caja de los truenos y no había sido yo—. ¡Podría tener que enfrentarme a Rasputín y yo no soy ninguna duelista!
—Sí que me he perdido algo, ¿verdad? —dijo Billy revoloteando, pero yo le ignoraba.
—Te trajiste a Tomas cuando estabas metida dentro de su cuerpo. La sibila no puede hacer eso; Pritkin nos lo dijo, dulceaţă.
—Pritkin es idiota —le recordé a Mircea—. No sabemos si esa fue la razón por la que Tomas se pudo subir. Quizá lo único que tengo que hacer es tocar a alguien. Quizá ella también pueda hacerlo.
Billy se desplazó hasta ponerse delante de mis narices, haciendo que toda la habitación se apareciese ante mis ojos como velada por un pañuelo gris brillante.
—Tenemos que hablar, Cass. ¡No te vas a creer lo que he descubierto en el Dante! —gritó.
Yo le ladeé una ceja, pero no me atreví a decirle nada. No quería alertar a todo el mundo de su presencia. Tenía la sensación de que podría necesitarle en breve.
—Yo soy la segunda opción de la Cónsul. Puedo apañármelas con Rasputín —dijo Tomas mirándome.
Al oír sus palabras, se me iluminó el rostro. Cualquier cosa que hiciera que no tuviera que enfrentarme al monje loco en aquella casa de los horrores sonaba como música celestial en mis oídos.
Por desgracia, a Mircea no parecía convencerle la alternativa.
—Discúlpame, amigo mío; no pongo en duda tu valor, pero he visto luchar a Rasputín. Tú no. Y cuando es mi vida la que está en juego, prefiero hacer una apuesta segura.
Billy se apartó unos pocos metros y puso los brazos en jarra.
—Vale, pues ya hablaré yo. Antes de que saliera huyendo con el duendecillo, pude saber algunas cosas gracias a la bruja esa a la que tú ayudaste. La versión resumida es que Tony y el Círculo Negro han estado vendiendo brujas a los duendes, y adivina de dónde las han estado sacando. Quiero decir, los caballeros blancos se habrían enterado inmediatamente si de repente desaparecieran un montón de usuarias de magia, ¿no?
Me quedé mirándole. Era como estar atrapado en el sillón del dentista con un ayudante charlatán. No estaba en disposición de responder, la verdad.
—Puedo derrotarle —insistió Tomas, que parecía seguro de sí mismo.
Louis-César emitió un sonido extraño, casi como un estornudo de gato. Supongo que era francés.
—No pudiste derrotarme hace un siglo. Y ahora no eres mucho más fuerte —objetó Louis-César.
—¡Tuviste suerte! ¡No volvería a pasar si nos batiésemos en duelo otra vez! —protestó Tomas.
Louis-César parecía molesto.
—No tengo que batirme en duelo contigo. Te poseo.
Yo pestañeé confundida. ¿Me había perdido algo al intentar seguir dos conversaciones a la vez? Los maestros y los siervos normalmente tenían un vínculo más fuerte que el que mostraban estos dos. Joder, incluso aunque Tony pudiese intentar matar a Mircea, no le hablaría de ese modo.
—Creí que alguien llamado Alejandro era tu maestro —le dije a Tomas.
—Lo era. Uno de sus siervos fue el que me hizo, pero Alejandro le mató poco después, así que me adoptó él mismo. Él estaba creando un imperio con el territorio español en el Nuevo Mundo y necesitaba a un guerrero que le ayudase. Lo conseguimos y al final acabó organizando un nuevo Senado, pero su táctica no cambió nunca. Hasta hoy ha actuado siempre como si cada pregunta fuera un desafío, como si cada petición de indulgencia fuese una amenaza. En cuanto fui lo suficientemente fuerte, lo reté y habríamos conseguido poner fin a su reinado del terror de no haber sido por una interferencia externa.
Yo miré a Louis-César sorprendida.
—¿Te enfrentaste a él? —le pregunté.
El francés asintió distraídamente.
—Tomas lanzó un desafío para alzarse con el liderazgo del Senado latino-americano. Su Cónsul me pidió que fuese su campeón y yo acepté. Tomas perdió.
Louis-César dijo la última parte con un ligero encogimiento de hombros, como si casi no hiciese falta decirlo. Me dio la impresión de que quizás a Louis-César le hacía falta perder por una vez. Tener que llevar un ego tan grande tenía que resultar cansino. Pero la verdad es que si perdía, probablemente acabaría muerto; y, en este caso, los demás correríamos la misma suerte. Teniendo en cuenta todo, quizá un poco de arrogancia no estaba tan mal. Y al menos, aquello explicaba la falta de un vínculo. Los siervos que se ganaban a través de la fuerza tenían que mantenerse de esa manera; no era una relación tan íntima como la que se obtenía a través de la sangre.
Entonces me dio por pensar una cosa.
—¿Le retaste? ¿No tienes que ser un maestro de primer nivel para hacer algo así?
Yo sabía que Tomas era poderoso, pero aquello me impactó. Que Louis-César pudiese mantener esclavizado a un maestro de primer nivel decía mucho de su fuerza. No sabía ni que aquello fuera posible.
—Tomas tiene más de quinientos años, mademoiselle. Su madre era una noble inca de alta alcurnia antes de que sucediera la invasión europea —explicó Louis-César con despreocupación—. Uno de los hombres de Pizarro la violó y Tomas fue el resultado. Tomas se crió en una época en la que una epidemia de viruela había acabado con buena parte de los nobles incas, lo cual dejó un vacío de poder. Entonces se encargó de organizar a parte de las tribus que había desperdigadas por ahí y con ellas creó un ejército dispuesto a resistir las acometidas españolas, cosa que acabó llegando a los oídos de Alejandro. Aunque era un bastardo, él… —Tomas le interrumpió con un gruñido y Louis-César se le quedó mirando—. Estoy usando el término de una manera técnica, Tomas. Si recuerdas, yo también soy un bastardo.
—No creo que se me vaya a olvidar eso —murmuró Tomas.
Las refulgentes oleadas de poder estaban de vuelta, esta vez eran más fuertes que antes y ahora yo estaba entre medias. Era como si me estuvieran mojando con dos chorros de agua hirviendo y yo aullé ante tal sensación.
—¡Dejadlo ya! —grité.
—Mis disculpas, mademoiselle —repuso Louis-César inclinando la cabeza—. Tienes mucha razón. Castigaré a mi siervo más tarde.
Tomas le miró burlescamente.
—Lo intentarás —matizó.
—¡Tomas! —gritamos Mircea y yo al unísono, con el mismo tono exasperado.
Louis-César le lanzó una mirada de advertencia.
—Ten cuidado con el modo en el que te diriges a mí, Tomas. No quieras que haga que tu castigo sea incluso más… severo.
—¡Eres un niño comparado conmigo! ¡Yo ya era un maestro vampiro antes siquiera de que te hicieran! —bramó Tomas.
Louis-César sonrió ligeramente y sus ojos volvieron a brillar plateados.
—Esa etiqueta te queda grande.
Billy agitaba una mano pálida delante de mi cara.
—¿Me estás escuchando? ¡Últimas noticias, calentitas!
—Luego —le dije de boquilla, pero no se marchó.
—¡Esto es muy gordo, Cass! El Círculo Negro ha ocultado el tráfico de brujas, secuestrando aquellas que estaban destinadas a morir jóvenes, en un accidente, a manos de la Inquisición o por lo que fuese. Así, podían cogerlas en el último minuto y vendérselas a los duendes sin tener que preocuparse por que hubiera nadie que fuera a echarlas de menos e informara de su desaparición. Nadie esperaba volver a ver a alguien apresado por la Inquisición, no absolvían a muchos, ¿sabes? Era un plan bastante apañado para saltarse el tratado.
—Pero ¿cómo lo supieron?
¿Cómo puede alguien saber antes de tiempo que alguien está destinado a morir? A no ser que… Mircea me lanzó una mirada extraña y yo le sonreí con inocencia. Falsa alarma. Aquellos agudos ojos oscuros revoloteaban por la habitación, pero ni siquiera un maestro vampiro podía ver a Billy.
—Aquella bruja a la que salvaste fue atrapada por un grupo de magos oscuros aquella misma noche —prosiguió Billy—. Los gitanos siempre se han mantenido al margen de ambos círculos, así que supongo que se imaginaron que podían llevársela sin alertar a los caballeros blancos.
Yo fruncí el ceño. Aquello no explicaba cómo acabó llegando la bruja a nuestro siglo, si había sido gente de su propia época la que se la había llevado, pero no había forma de que pudiera preguntarle a Billy nada.
Mircea intervino antes de que la discusión subiera de tono entre los dos vampiros.
—¿Puedo recordarles que mientras siguen ahí, los segundos siguen esfumándose y con ellos nuestras opciones? Su disputa puede esperar, nuestro asunto no.
—Pero la mademoiselle no quiere hacerlo —protestó Louis~César recorriendo sus cabellos con una mano.
Parecía que aquella era una de sus costumbres cuando estaba nervioso. Me di cuenta de que sus rizos eran más oscuros que como los recordaba en mi visión, o lo que fuera aquello. Me pregunté si aquello se debía a un efecto óptico provocado por la luz, o si cientos de años lejos del sol pueden llegar a oscurecer un cabello caoba.
—Yo ya me lo temía, pero no podemos forzarla —añadió.
Mircea y yo nos quedamos mirándole, después nos miramos el uno al otro.
—¿Este tío es real? —no pude evitar preguntar.
Mircea soltó un suspiro.
—Siempre ha sido así; es su único defecto de verdad —contestó.
Mircea me sonrió y aquella sonrisa era la de Tony, la misma sonrisa de «olvidémonos de las tonterías y vayamos al grano». Fue la expresión que me recordó el trabajo que Mircea estaba haciendo para el Senado. Él era el negociador jefe de la Cónsul y a pesar de los rumores, no le habían dado el puesto por el respeto que le tenían a su familia los vampiros de todo el mundo. Quizá les agradaba conocerle por el prestigio que suponía, algo parecido a lo que le ocurre a una persona normal cuando se sienta con su estrella de cine preferida, pero aquello no le daba ninguna ventaja en la mesa de negociaciones. No, Mircea se había ganado su asiento de manera justa, siendo el que cerraba mejores tratos de todo el Senado. Y eso era con gente a la que no conocía tan bien como a mí.
—¿Qué quieres a cambio, dulceaţă? Seguridad, dinero…, la cabeza de Antonio en una bandeja de plata? —preguntó.
—Lo último es tentador. Pero no basta —contesté yo.
Mircea y yo nos habíamos saltado la parte del rechazo y habíamos ido directos al regateo. No tenía sentido mencionar que Mircea me mataría si dijera que no. Lo haría porque no le quedaría otra opción: si no lo hacía, la Cónsul mandaría a otro para que hiciera el trabajo y además él lo haría más rápido. Más que Jack. No me gustaba el recado que me habían encargado, pero, comparado con una tarde con el chico de ojos brillantes que le hacía el trabajo sucio a la Cónsul, aquello era como ir de picnic. Pero el hecho de que no me quedaran más opciones no quería decir que no debiera recibir a cambio de mis servicios todo cuanto fuera posible. Aquello era como un mercadillo. ¿A quién iban a encontrar si no?
Mircea me miró como si estuviese preguntándose si le funcionaría adoptar una pose de ira por haberle pedido la vida de uno de sus criados más antiguos.
Yo entorné los ojos.
—No te molestes —me anticipé yo—. Traerme la cabeza de Tony no es gran cosa y tú lo sabes. Te ha traicionado, tienes que matarle.
—Cierto —dijo esbozando una ligera sonrisa—. Pero también te solucionaría a ti un problema, ¿no?
—Pero no te costaría nada. ¿No vale tu vida algo más que eso?
—¿Qué más querrías entonces, mi hermosa Cassandra?
Mircea dio un paso hacia delante, con un brillo en los ojos, y yo puse una silla entre nosotros dos.
—Ni lo intentes —le avisé.
Él me sonrió abiertamente, sin ambages.
—Entonces pon tú el precio.
—¿Queréis que os ayude? Entonces contadme qué le pasó a mi padre —repuse yo.
Rafe soltó un chillido de sobresalto y miró con los ojos como paltos a Mircea, que suspiró y meneó la cabeza con gesto de disgusto. Sentí lástima por Rafe; siempre había tenido una cara de póquer pésima, le había empezado a ganar a las cartas cuando yo tenía unos ocho años y no había mejorado. Se achicó ante el disgusto de Mircea, pero el daño ya estaba hecho. De todos modos, Mircea volvió a meterse en su papel, por supuesto; no esperaba menos de él.
—¿Tu padre, dulceaţă? Murió en un coche bomba, ¿no? ¿No es esa una de las razones por las que estás enfadada con Antonio?
—Entonces, ¿qué quería decir Jimmy? Me dijo que no le matara, porque sabía la verdad de lo que pasó.
Mircea se encogió de hombros.
—Como él fue el «matón», ¿no es esa la palabra?, de aquel trabajo, estoy seguro de que conoce ciertos detalles, dulceaţă. ¿Por qué no le preguntaste?
—Porque Pritkin se abrió un boquete antes de que pudiera preguntarle nada. Pero tú lo sabes, ¿no?
Mircea sonrió y una vez más vi de dónde le venía a Tony aquella sonrisa suya.
—¿Es esa información el precio que pones?
Miré a Rafe y él me devolvió la mirada. Pensé que iba a hablar cuando la mano de Mircea se posó en su hombro.
—No, no, Raphael. No sería justo darle a nuestra Cassandra una información por la cual aún no ha pagado —sonrió Mircea, con un aire más calculador que afectuoso envuelto entre sus labios—. ¿Hay trato?
Yo me quedé mirando a Billy, que estaba flotando cerca del techo con una mirada impaciente en el rostro. No hacía ningún comentario, así que di por sentado que sus noticias no tenían ninguna relevancia en mi elección. Le lancé una mirada irritada y desapareció, muy enfadado porque no había dejado todo al margen para escucharle a él. Típico. Habría preferido saber más cosas antes de aceptar el trato en los términos propuestos por Mircea, pero no tenía muchas más opciones. Es difícil subir demasiado el precio cuando eres un valor seguro y el comprador lo sabe. Literalmente no me quedaba más remedio que ayudarles, así que técnicamente Mircea estaba siendo generoso al ofrecerme algo. Por supuesto, era probable que él quisiese que yo diese el máximo a la hora de hacer mi cometido, así que merecía la pena hacer una o dos concesiones para tenerme contenta. O quizá es que me tenía cariño. No, ese tipo de pensamiento era peligroso.
—Vale. Hay trato. Dime.
—En un momento, dulceaţă. Primero, creo que tenemos que informar a la Cónsul. Tomas, si eres tan amable. Quizá tenga unas últimas instrucciones que darnos —solicitó Mircea, y en ese momento matizó sus palabras al ver el gesto mohíno de Tomas—. Tienes mi palabra de que esperaremos a que vuelvas. La vas a acompañar, ¿no?
—Sí —espetó él.
Tomas me miraba desafiantemente, pero yo no le dije nada. Si a Rasputín le daba por presentarse, estaría bien tener a alguien a mi lado, sobre todo alguien que había demostrado saber apañárselas en casos de emergencia. Incluso si solo iba a ser tener compañía cuando todo se fuera al garete. Tomas empezaba a decir algo más, pero se detuvo cuando Mircea se acercó hasta donde estaba yo y me puso una mano en el hombro.
—¡Ya, Tomas! —ordenó Louis-César, que parecía impaciente. Tomas le miró fijamente, pero al final se acabó marchando, pegando un portazo al salir.
—¿Y necesitamos las lágrimas, no, para estar seguros?
Louis-César asintió y se marchó justo detrás de Tomas.
—¿Las lágrimas? ¿Quiero saber qué son?
—Nada de lo que tengas que estar preocupada, te lo aseguro —sonrió Mircea tranquilizadoramente—. Las lágrimas de Apolo son un mejunje ancestral. Durante siglos se han usado para ayudar en trances de meditación. Son bastante seguras.
—Pero ¿por qué las necesitamos? Nunca las había usado antes.
—Y por eso antes te quedabas rápidamente sin energía. Te serán de ayuda, Cassandra. Recuerda, tengo un interés personal en que esto acabe bien. No te voy a mentir —recordó.
Esa respuesta me resultaba mucho más creíble que una sentida declaración de preocupación por mi bienestar, así que asentí con la cabeza. Usaría las condenadas lágrimas, fueran lo que fueran. Cualquier cosa con tal de incrementar las posibilidades de éxito.
Mircea miró a Raphael.
—¿Serías tan amable de mirar si ya le han preparado la ropa a Cassie? Ya debe estar cansada de llevar esa bata tan voluminosa —se detuvo para lanzar una extraña sonrisita, tras lo cual volvió a intervenir—. Tómate tu tiempo.
Rafe parecía vacilante y juraría que no quería dejarnos a Mircea y a mí solos por alguna razón, pero al final se marchó. Mircea cerró la puerta con llave y apoyó su cuerpo contra ella, dedicándome una mirada que, de repente, se había vuelto seria.
—Ahora vamos a negociar de verdad, mi Cassandra.