Una profecía menor
El padre Cadenas se sentaba en el tejado de la Casa de Perelandro, mirando al muchacho de catorce años, sorprendentemente arrogante, en que se había convertido aquel huerfanito que comprara hacía tantos años al Hacedor de Ladrones de la Colina de las Sombras.
—Algún día, Locke Lamora —dijo—, algún día la fastidiarás de un modo tan magnífico, tan ambicioso, tan abrumador, que el cielo se iluminará y las lunas darán vueltas, y los mismísimos dioses cagarán cometas sintiéndose muy contentos. Y espero estar aún por aquí para verlo.
—Por favor —dijo Locke—, eso no sucederá jamás.