Las Hijas de Camorr
La primera revolución auténtica en los asuntos criminales de Camorr había acontecido mucho antes de Capa Barsavi; de hecho, cincuenta años antes, como resultado de la falta de autocontrol de cierto alcahuete llamado Trevor Vargas «el Rudo».
Trevor el Rudo tenía muchos otros apodos, la mayor parte de los cuales los empleaba de modo privado en su pequeño establo de putas; pero decir que era un lunático criminal y desmesurado heriría los sentimientos de la mayor parte de los lunáticos que son criminales y desmesurados. Como suele suceder, era más peligroso para sus putas que las lacras que ellas se agarraban para conseguir unos cuantos cobres y platas; la única protección que realmente les ofrecía era la de sus propios puños, que podían conseguir por sólo una pequeña fracción del dinero que ganaban.
Una noche, cierta puta particularmente molesta se encontró participando, en contra de su voluntad, en la diversión vespertina que a él le gustaba más; a saber, obtener placer de la boca de una mujer mientras le tiraba del pelo hasta que gritaba. Antes de que ella fuera consciente de lo que hacía, había desenfundado la daga que llevaba en el corpiño para clavársela a Trevor a la izquierda de lo que le confería la virilidad, justo donde se le juntaba con el muslo, y después cortar hacia la derecha. Entonces brotó un chorro de sangre muy aparatoso, por no hablar de los alaridos; pero los intentos de Trevor, primero para golpearla y luego para echar a correr, se vieron grandemente mermados por la prisa con que la vida se le escapó de entre las piernas. Su (antaño) puta le arrastró por el suelo y se sentó encima de su espalda para evitar que saliera a gatas de la habitación; primero se quedó sin fuerzas y luego murió, sin que nadie le llorase.
A la noche siguiente, el capa de Trevor envió a otro hombre para que cumpliera el trabajo vacante. Las mujeres del viejo establo de Trevor le recibieron con caras sonrientes y le ofrecieron sus servicios gratis. Debido a que tenía un pequeño montón de ladrillos donde la gente suele tener los sesos, aceptó; cuando acababa de desvestirse y de dejar a un lado las armas que llevaba, recibió tantas puñaladas como mujeres había. Aquello llamó realmente la atención del viejo capa de Trevor, de suerte que, a la noche siguiente, envió a cinco o seis hombres para resolver la situación.
Pero, mientras tanto, había sucedido un cosa ciertamente curiosa: otras dos o tres fulanas se habían librado de sus chulos; y el grupo de mujeres que reivindicaban en la parte norte de la Trampa una casa de putas para ellas solas fue en aumento. Los hombres del Capa no se encontraron con seis o siete putas asustadas, como les habían dicho, sino con docenas de mujeres enfadadas que habían estado comprando armas con todo el dinero que poseían.
Las ballestas son siempre igualitarias, sobre todo de cerca y con la ventaja de la sorpresa, así que a aquellos cinco o seis hombres no se les volvió a ver.
Y de tal suerte se llegó a una guerra; los capas, que habían perdido tanto a los chulos como a sus putas, intentaron enmendar la situación, mientras que el número de mujeres que se unían a la revolución aumentaba día a día. Pagaron a otras bandas para que les dieran protección; establecieron casas de placer según sus condiciones y comenzaron a trabajar en ellas. El servicio que ofrecían en habitaciones confortables y bien provistas era superior al que seguían dando las bandas de putas gobernadas por hombres, de modo que los nuevos clientes desequilibraron la balanza al dejar su dinero en las casas gobernadas por mujeres.
Las putas de Camorr se unieron en un gremio; menos de un año después de la muerte de Trevor el Rudo, los últimos chulos que se aferraban desesperadamente a su virilidad fueron convencidos (en ocasiones a muerte) de que debían encontrar nuevos medios de mantener el cuerpo y el alma juntos.
Hubo un gran baño de sangre; docenas de putas fueron asesinadas brutalmente y varios de sus burdeles ardieron hasta los cimientos. Pero por cada una de las damas de la noche que había caído, a los hombres del Capa les había sucedido lo propio; las damas devolvían los golpes ojo por ojo con el mismo rencor del que siempre habían hecho gala todos los capas de la historia de Camorr. Eventualmente, aquella especie de tregua incómoda se fue convirtiendo en un acuerdo estable y beneficioso para ambas partes.
Las fulanas de la ciudad formaron de común acuerdo dos grupos basados en el territorio; las Portuarias se asentaron en la parte oeste de Camorr y el Gremio de los Lirios en la este, y ambas organizaciones compartieron amistosamente la Trampa, donde se hacía el mejor negocio. Todas siguieron prosperando; contrataron a gente musculosa de entre los suyos y dejaron de contar con los servicios de los degolladores de las demás bandas. Y aunque, dado el carácter de sus negocios, quizá sus vidas no fueran del todo agradables, al menos siguieron con el control de sus propios negocios y pudieron obligar a sus clientes a mantener ciertas reglas de decoro.
Construyeron y preservaron un monopolio dirigido por los dos gremios: a cambio de prometer a sus miembros que jamás se dedicarían a cualquier otra actividad que no fuese aquélla, aseguraban el derecho a sofocar sin piedad cualquier intento que obligase a prostituirse a cualquiera de ellas en una nueva banda, y lo ejercitaban. Naturalmente, algunos hombres no hicieron caso a las reglas que habían puesto aquellas mujeres; intentaron golpear a la fulana con la que estaban, o no quisieron pagar el servicio recibido, o ignoraron las reglas que las damas habían impuesto en lo tocante a la limpieza y a la ebriedad. Hubo que dar algunas lecciones: como muchos hombres no tardaron en aprender, para su desgracia, es imposible resultar intimidatorio cuando una mujer enfadada tiene tu pajarito entre los dientes y otra te inmoviliza los riñones con un estilete.
Cuando Vencarlo Barsavi aplastó a sus oponentes y se convirtió en el único capa de Camorr, ni siquiera se atrevió a alterar el equilibrio existente entre las bandas de toda la vida y los dos gremios de putas. Recibió a las representantes de las Portuarias y de los Lirios con suma cortesía y estuvo de acuerdo en mantener su estatuto de casi autonomía a cambio de recibir los pagos periódicos que costaba su asistencia… pagos, un porcentaje de los beneficios, que eran notoriamente mucho más bajos que los que le pagaban al Capa el resto de la Buena Gente de Camorr.
Barsavi sabía que muchos de los hombres de la ciudad eran lentos de mollera, pensamiento que, años después, siguió manteniendo cuando adoptó a las hermanas Berangias como sus principales defensoras. Pero también era lo suficientemente inteligente para saber que uno podía encontrarse en peligro por subestimar a las mujeres de Camorr.