LOS ELEMENTOS TERRESTRES
A cada uno de los cambios de estado del movimiento que engendra el espacio de tres dimensiones corresponde, como hemos visto, una clase de electricidad, una clase de forma, una clase de luz. En la tierra corresponde también a cada uno un elemento.
En el gas predomina la fuerza expansiva del rayo primordial; en el líquido, la expansión horizontal del segundo estado; en el sólido, el equilibrio del tercero, que es la tensión eléctrica convertida en gravedad: la electricidad neutra.
Prototipo de todos los líquidos, el agua es una permutación del hidrógeno, cuyo nombre significa, como es sabido, generador del agua. El agua viene a ser, así, electricidad líquida, como el hidrógeno es electricidad gaseosa[1]. A esto se debe que las leyes de distribución de la electricidad y de los líquidos sean las mismas; aunque éstos se hallen sometidos a la gravedad y aquélla no; pero tensión y gravedad son una misma cosa, como hemos visto. Lo líquido es, pues, dado nuestro punto de vista, más vivo, es decir, más próximo al estado de energía pura o éter, y por esto el agua es la fuente de la vida orgánica. Los alquimistas decían que el mercurio es el más vivo de los metales (en francés, vif argent) y debe notarse que los vehículos esenciales de la vida orgánica —sangre, savia, leche— son líquidos.
Tanto en el estado gaseoso como en el líquido, la forma poliédrica de los átomos continúa siendo el prototipo, y esto se encuentra asaz bien demostrado por las fórmulas químicas, para que debamos insistir; no obstante, en el estado líquido, los poliedros son ya cristales prototípicos de los futuros sólidos en que se manifestará el máximum de inercia de la materia.
La tierra era una especie de océano esferoidal, denso y glutinoso, en el cual los átomos se agruparon baja formas cristalinas, es decir, poliédricas, según su modelo fundamental. La ciencia produce cristales semifluidos en el seno de un líquido, por medio del calor y de la electricidad, y estos cristales se portan como seres vivos, no sólo por su estructura semejante a la de las células, sino porque poseen propiedades tan notables como la de reparar sus mutilaciones. Esto bastará, según creemos, para demostrar que el estado líquido no es un estado amorfo, y que el sólido ha podido perfectamente derivar de él. De aquí la tendencia de todos los sólidos a cristalizar, es decir, a modelarse bajo el patrón originario.
Cuando un planeta[2] ha organizado toda su materia en los tres estados, o, en términos generales: cuando la materia de un planeta ha alcanzado su máximo de estabilidad, comienza el proceso de desintegración de esta materia. Ella ha de efectuarse en un tiempo equivalente al que empleó para formarse, conforme a la ley de periodicidad, y en estados semejantes, bien que inversos[3].
La función vital preponderante, que era condensar éter, es reemplazada por la de “eterizar” la materia, aunque esto no quiere decir que haya sustitución completa de un proceso por otro. El equilibrio entre ambos persiste por mucho tiempo, exactamente como ahora lo vemos en nuestro mundo, sin diferencias apreciables, pero con tendencia progresiva hacia la eterización. A esto último responde la aparición de los seres orgánicos.