EL ESPACIO Y EL TIEMPO
Entretanto, el espacio ha nacido con la manifestación de la vida, pues el dinamismo absoluto del éter puro excluye el espacio. El mundo de una dimensión, que supone un espacio de una dimensión también, da a éste su propio carácter inconcebible a no ser como abstracción. Conviene recordar que el concepto del espacio nace para nuestra mente por comparación entre magnitudes de materia y de movimiento; y que siendo así, son éste y aquélla los que engendran el espacio.
Por incomprensible que sea el espacio, su objetividad es evidente, pues siempre lo concebiremos como un cuerpo, aunque sea ilimitado e inmaterial. El hecho de que es algo prueba su objetividad, y desde este punto de vista su materialidad también[1]. Spencer ha demostrado en los Primeros principios que científicamente equivale a un sólido perfecto, pues si se le supusiera la más mínima solución de continuidad, la transmisión de la luz sería imposible, por ejemplo; pero como no es un sólido, y como los sólidos tampoco poseen la continuidad perfecta que excluiría, por otra parte, toda vibración, debe ser algo homogéneo e inmaterial a la vez, desde el punto de vista de la materia ponderable: el mundo de una dimensión, es decir, la primera manifestación de la vida, que está eternamente convirtiéndose en los otros estados más complejos.
Precisamente al convertirse en el segundo estado adquiere el espacio la extensión, si bien continúa siendo inconcebible para nuestra mente. Necesita llegar a la tercera para ser el espacio concebible, el objeto ilimitadamente hueco donde todo se mueve; pues ésta es nuestra concepción intuitiva del espacio.
El tiempo es lo mismo que el espacio esencialmente, si bien no existe en el mundo de una dimensión. Es también una relación de magnitudes, pero con referencia a la duración de los seres, mientras que el espacio no necesita de ella para existir. Ahora bien, el rayo absolutamente longitudinal del primer mundo es eterno como manifestación vital, puesto que sólo puede concluir en un estado negativo en que no hay espacio ni abstracciones siquiera: la energía absoluta de donde procede; pero las manchas luminosas del segundo estado de vida pueden morir, es decir, transformarse, y aquí cabe ya el tiempo. Por lo demás, el rayo primordial es unidad absoluta como manifestación vital[2], mientras que las manchas son varios seres; cabe ya entre ellas la relación de existencia a que debe la suya el tiempo, pues una puede morir mientras las otras permanecen, engendrando así la relación.
Tenemos, entonces, que en el mundo de dos dimensiones, poblado únicamente por estas vastas y sencillas existencias cósmicas que son las manchas de luz, existe ya el espacio como magnitud, si bien no como extensión[3] todavía; y el tiempo en su concepto actual.
Podrá objetarse que siendo el tiempo y el espacio estados de conciencia, nuestras consideraciones son pura dialéctica; pero nosotros replicamos —y muy luego se verá el desarrollo de esto— que todas esas manifestaciones de la vida, de las cuales proceden el espacio y el tiempo, son estados de conciencia, puesto que son pensamientos. Así pues, seguiremos la descripción del proceso vital de nuestro planeta[4]