4 de Noviembre
En algún lugar del cielo, un silbido casi imperceptible culminó en una explosión aguda. Un avión a reacción había pasado por encima. Leo se irguió bruscamente. La habitación estaba a oscuras. Raisa se despertó de inmediato y preguntó:
—¿Qué pasa?
Antes de que Leo pudiese responder sonaron explosiones por toda la ciudad, varias en una rápida secuencia, en muchos sitios. En un instante Leo, Raisa, Malysh y Zoya se levantaron y atisbaron por la ventana. Leo se dirigió a ellos y dijo:
—Han vuelto.
Cundió el pánico en las habitaciones contiguas, en el tejado sonaban pasos de insurgentes cogidos por sorpresa que se arrastraban hacia sus posiciones. Leo pudo ver un tanque en la calle. La torreta apuntaba aquí y allá, hasta que encaró directamente a los francotiradores de la azotea.
—¡Apartaos!
Echó a los demás al fondo de la habitación. Hubo un segundo de calma y después una explosión. Cayeron al suelo, el tejado se desplomó, las vigas se vinieron abajo. Sólo quedaba una pequeña parte de la habitación, cerrada por una pared que se había caído. Leo se cubrió la cara con la parte baja de su camisa, luchando por respirar, y comprobó cómo estaban los demás.
Raisa cogió los restos de una viga destrozada y arremetió contra la puerta. Leo se unió a ella e intentó abrirse camino. Malysh gritó:
—¡Por aquí!
Había un hueco abierto en la base de la pared que daba a la habitación contigua. Con el vientre pegado al suelo y el peligro de que el muro entero se derrumbase, se arrastraron por debajo, abriéndose camino entre los escombros, y alcanzaron el pasillo. No había guardias ni vory. El piso estaba vacío. Al abrir la puerta que daba al patio vieron que los ocupantes huían de sus casas, muchos acurrucados, incapaces de decidir si debían atreverse a salir a las calles o si estarían más seguros allí.
Malysh se precipitó de vuelta al interior. Leo gritó:
—¡Malysh!
El muchacho volvió con un cinturón de munición, granadas y un arma. Raisa intentó desarmarlo mientras negaba con la cabeza.
—Te van a matar.
—Nos van a matar de todos modos.
—No quiero que las lleves.
—Si vamos a salir de la ciudad, las necesitamos.
Raisa miró a Leo.
—Dame el arma —ordenó Leo.
Malysh se la dio de mala gana. Una explosión cercana puso fin a la discusión.
—No tenemos mucho tiempo.
Leo miró hacia el oscuro cielo. Mientras escuchaba el zumbido de los motores a reacción, hizo bajar rápido a todos por las escaleras. No había ningún vory a la vista: supuso que estarían luchando o que habrían huido. Al llegar abajo, avanzaron entre la multitud aterrorizada hacia el callejón.
—¡Maxim!
Leo se dio la vuelta y miró hacia arriba. Fraera estaba de pie sobre el tejado, con una ametralladora en las manos. Atrapados en medio del patio, no tenían ninguna posibilidad de alcanzar el callejón antes de que los derribara. Gritó:
—¡Se ha terminado, Fraera! ¡Ésta nunca fue una batalla que pudieses ganar!
—¡Maxim, ya he ganado!
—¡Mira a tu alrededor!
—No he ganado con un arma. He ganado con esto. Del cuello le colgaba una cámara.
—Panin iba a utilizar la capacidad de su ejército desde el principio. Yo quería que lo hiciera. ¡Quería que redujese esta ciudad a escombros y la llenase de ciudadanos muertos! Quiero que el mundo conozca la verdadera naturaleza de nuestro país. ¡No más secretos! ¡Nadie volverá a creer en la benevolencia de nuestra madre patria nunca más! Ésa es mi venganza.
—Déjanos marchar.
—Maxim, aún no lo entiendes. Podría haberos matado cien veces. Tu vida es mayor castigo que la muerte. Volved a Moscú, los cuatro, con un hijo buscado por asesinato, enamorado de una hija llena de odio. Intentad ser una familia.
Leo se separó del grupo.
—Fraera, siento lo que te hice.
—La verdad, Maxim…, es que yo no era nada hasta que te odié.
Leo se dio la vuelta y miró hacia el callejón, a la espera de una bala por la espalda. No hubo ningún disparo. En la desembocadura hacia la calle se detuvo y miró atrás. Fraera se había ido.