El mismo día

Leo esperaba que Raisa lo negase. Durante la Gran Guerra Patriótica había dado a luz a un niño, pero había muerto. Cuando Raisa habló por fin, lo hizo con voz tenue.

—Mi hijo está muerto.

Fraera se volvió hacia Leo, orgullosa de sus secretos, gesticulando con su cuchillo.

—Raisa dio a luz a un niño. Fue concebido durante la guerra, como resultado de la recompensa que recibían los soldados por arriesgar sus vidas, a los que se les permitía tomar a quien quisieran. La tomaron una y otra vez, y engendraron un hijo bastardo del Ejército Rojo.

Las palabras de Raisa fueron desesperanzadas, vacías, pero firmes y tranquilas.

—No me importaba quién fuera el padre. El niño era mío, no suyo. Juré que lo amaría aunque hubiera sido concebido en las circunstancias más deplorables.

—Pero lo abandonaste en un orfanato.

—Estaba enferma y sin hogar. No tenía nada. Ni siquiera podía alimentarme a mí misma.

Raisa todavía no había mirado directamente a Malysh. Fraera meneó la cabeza con asco.

—Yo nunca habría abandonado a mi hijo, fueran cuales fuesen mis circunstancias. Tuvieron que llevárselo mientras dormía.

Raisa parecía exhausta, incapaz de defenderse.

—Juré volver. En cuanto estuviese bien, una vez que hubiese acabado la guerra, en cuanto tuviese una casa.

—Cuando volviste al orfanato te dijeron que tu hijo había muerto. Y les creíste como una idiota. ¿Qué te dijeron? ¿Tifus?

—Sí.

—Como tengo cierta experiencia con las mentiras que cuentan en los orfanatos, verifiqué su historia. Una epidemia de tifus mató a un gran número de niños. Sin embargo, muchos sobrevivieron escapando. Ocultaron que habían huido y los dieron por muertos. Los niños que huían de los orfanatos solían convertirse en rateros en las estaciones de tren.

Al oír su pasado reescrito palabra por palabra, Malysh reaccionó por primera vez.

—¿Cuando te robé dinero, aquella vez en la estación?

Fraera asintió.

—Te había estado buscando. Quise que creyeras que nuestro encuentro había sido casual. Planeé utilizarte para mi venganza contra la mujer que se había enamorado del hombre que yo odiaba. Sin embargo, me encariñé contigo. Enseguida te vi como a un hijo. Cambié mis planes. Decidí tratarte como a un hijo. De la misma manera, me encariñé con Zoya y decidí mantenerla junto a mí. Hoy los dos habéis rechazado ese amor. A la mínima provocación, me has sacado un cuchillo. La verdad es que si hubieses rehusado sacar ese cuchillo, os habría dejado marchar libres.

Fraera se dirigió hacia la puerta, se detuvo y se volvió hacia Leo.

—Siempre quisiste una familia, Leo. Ahora tienes una. Bienvenido a ella. Es una venganza más cruel de lo que podía imaginar.